Robert Heinlein - Forastero en tierra extraña

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Forastero en tierra extraña: краткое содержание, описание и аннотация

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Objeto de escándalo tras su publicación, libro de cabecera de la cultura hippie, biblia de Charles Manson y sus seguidores, Forastero en tierra extraña es la novela más polémica e iconoclasta del género de ciencia ficción. Humano por parte de padres, marciano por nacimiento y educación, Valentine Michael Smith llega a la Tierra como un auténtico forastero. Pese a su ascendencia terrestre, Smith piensa y siente como un marciano y no tiene nada en común con los seres humanos. Su peripecia en nuestro planeta se convertirá en motivo de asombro y escándalo allá donde vaya…
Autor de novelas tan célebres como “Historia del futuro”, “El número de la bestia” y la presente, Robert A. Heinlein (1907–1988) es, junto con Asimov y A. C. Clarke, uno de los máximos exponentes de la ciencia ficción clásica.

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La muchedumbre se abalanzó hacia delante, acaudillada por un tipo valiente que enarbolaba un palo; cayeron sobre Mike con piedras y puños, y cuando se desplomó al suelo, con los pies. El Hombre de Marte siguió hablándoles mientras le pateaban las costillas y aplastaban su dorado cuerpo, le rompían los huesos y le arrancaban una oreja. Por fin alguien propuso:

—¡Retiraos para que pueda rociarle con gasolina!

La multitud se abrió un poco ante aquella advertencia, y la cámara hizo un zoom para tomar un plano de su cara y hombros. El Hombre de Marte sonrió a sus hermanos y dijo una vez más, en voz baja y clara:

—Os amo.

Un saltamontes incauto aterrizó zumbando sobre la hierba, a pocos centímetros de su rostro; Mike volvió la cabeza y contempló al insecto, que se le había quedado mirando.

—Tú eres Dios —dijo alegremente, y se descorporizó.

38

Llamas y ondulantes volutas de humo se elevaron y llenaron el tanque.

—¡Santo Dios! —exclamó Patty, reverente—. ¡Es la mejor apoteosis que se haya hecho jamás!

—Sí —admitió Becky con aire crítico—; ni el propio Profesor soñó nunca con algo que superara eso.

Van Tromp dijo muy quedamente, como si hablara para sí mismo:

—Con estilo. Hábil y con estilo…, el muchacho acabó con estilo.

Jubal volvió la cabeza a su alrededor y observó a sus hermanos. ¿Él era el único dominado por la emoción? Jill y Dawn permanecían sentadas, cada una con el brazo alrededor de la otra…, pero siempre estaban así cuando se hallaban juntas; ninguna de las dos parecía alterada. Incluso Dorcas se mantenía tranquila y con los ojos secos.

El infierno en el tanque se cortó, para dejar paso a un sonriente Happy Holliday, que dijo:

— Y ahora, amigos, dediquemos unos instantes a los Campos Elíseos, que tan graciosamente nos han cedido su espacio… —Patty desconectó el aparato.

—Anne y Duque regresan —indicó—. Les acompañaré a cruzar el vestíbulo y luego almorzaremos.

Se dirigió hacia allá. Jubal la detuvo.

—Patty, ¿sabía usted lo que iba a hacer Mike?

Pareció confusa.

—¿Eh? Oh, claro que no, Jubal. Era necesario esperar la plenitud. Ninguno de nosotros lo sabía. —se dio la vuelta y salió.

—Jubal… —Jill le estaba mirando—. Jubal, nuestro querido padre…, por favor, haga un alto y asimile la plenitud. Mike no está muerto. No puede haber muerto, cuando no se puede matar a nadie. Ni puede estar lejos de nosotros, que siempre le hemos asimilado. «Tú eres Dios».

—«Tú eres Dios» —repitió él, torpemente.

—Eso está mejor. Venga a sentarse con Dawn y conmigo…, entre las dos.

—No. No, déjeme solo.

Se dirigió ciegamente a su habitación, entró, cerró la puerta con llave a sus espaldas y se inclinó pesadamente hacia adelante, sujetando con ambas manos los pies de la cama. «¡Hijo mío, oh, hijo mío! ¡Yo habría muerto por ti! Tenías tanto por lo que vivir…, y un viejo estúpido al que respetabas demasiado tuvo que soltar sus insensatos ladridos e impulsarte a un absurdo e inútil martirio». Si Mike les hubiese dado algo grande , como la estereovisión o el bingo… Pero sólo les había ofrecido la Verdad. O una parte de la Verdad. ¿Y a quién le interesa la Verdad? Se echó a reír entre sollozos.

Al cabo de un rato interrumpió ambas cosas: los amargos sollozos y las risas angustiadas, y rebuscó a tientas en su maletín de viaje. Llevaba consigo todo lo necesario; había guardado en su estuche de tocador una buena dosis desde que el ataque al corazón de Joe Douglas le había recordado que toda la carne es hierba.

Bueno, ahora había llegado su propio ataque, y no podía asimilarlo. Se recetó tres tabletas para garantizarse rapidez y seguridad, las hizo bajar con un poco de agua y se apresuró a tenderse en la cama. El dolor no tardó en desaparecer.

Desde una gran distancia, la voz llegó a sus oídos:

—Jubal…

—Estoy descansando. Que nadie me moleste.

—¡Jubal! Por favor, padre…

—Oh… ¿Sí, Mike? ¿Qué ocurre?

—¡Despierte! Todavía no se ha producido la plenitud. Vamos, deje que le ayude.

Jubal suspiró.

—De acuerdo, Mike.

Aceptó la ayuda ofrecida, se dejó conducir al baño, dejó que su cabeza fuera sujetada mientras vomitaba, aceptó el vaso de agua y se enjuagó la boca.

—¿Ya está bien ahora?

—Perfectamente, hijo. Gracias.

—Entonces iré a atender unos asuntos que tengo pendientes. Le quiero, padre. Usted es Dios.

—Le quiero, Mike. Usted es Dios.

Jubal permaneció un poco más en la habitación, poniéndose presentable, cambiándose de ropa y tomando un trago pequeño de coñac para eliminar el sabor ligeramente amargo que aún tenía en su estómago. Luego fue a reunirse con los demás.

Patty estaba sola en el salón con la caja de parloteos, que estaba apagada. Alzó la vista cuando él entró.

—¿Almorzará algo, Jubal?

—Sí, gracias.

Ella se le acercó.

—Eso está bien. Me temo que la mayoría se han limitado a comer un poco y han salido zumbando de aquí. Pero todos los que ya se han ido han dejado un beso para usted. Se los entrego, en bloque.

Se las arregló para transmitir todo el cariño delegado a ella cimentado con el suyo propio; Jubal se dio cuenta de que aquel beso le dejaba fortalecido, con la serena aceptación de ella compartida, sin que quedase en su ánimo el más leve poso de amargura.

—Vamos a la cocina —dijo Patty—. Tony se ha marchado, así que la mayor parte de los demás están allí. No es que los gruñidos de Tony mantuviesen a la gente alejada de la cocina, pero… —se interrumpió, y dobló el cuello para intentar mirarse la parte baja de su espalda—. ¿No ha cambiado un poco la escena final? ¿Como si se hubiera ahumado algo, quizá?

Jubal asintió solemnemente y dijo que así lo creía. No podía ver ningún cambio apreciable en el dibujo…, pero no era cosa de ponerse a discutir con la idiosincrasia de Patty. Ella asintió.

—Lo esperaba. Puedo ver perfectamente a mi alrededor…, excepto la parte de atrás de mí misma. Aún necesito un espejo doble para observar mi espalda con claridad. Mike dice que mi Visión incluirá eso cuando llegue el momento. Bien, no importa.

En la cocina había quizá una docena de personas, sentadas a la mesa y en otros lugares; Duque estaba ante el hornillo, removiendo algo en una cacerola pequeña.

—Hola, jefe. He pedido un autobús de veinte plazas. Es el mayor que puede posarse en nuestra pequeña plataforma de aterrizaje…, y lo necesitamos de ese tamaño si queremos llevarnos también los pañales y los animalitos de Patty. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. ¿Van a venir todos a casa?

Si faltaban habitaciones las chicas podían dormir juntas, preparar camas en el salón y en algunos otros sitios…, y de todos modos, aquella multitud podía distribuirse por parejas. Ahora que pensaba en ello, incluso podía concederse el lujo de no dormir solo; había tomado la decisión de no resistirse. Resultaba agradable tener un cuerpo cálido en el otro lado de la cama, aunque sus intenciones no fuesen activas. ¡Por Dios, había olvidado lo agradable que era! Acercarse…

—No todos. Tim llevará el autobús, nos dejará allí, y luego regresará a Texas por una temporada. El capitán, Beatrix y Sven se quedarán en Nueva Jersey.

Sam alzó la vista de la mesa.

—Ruth y yo tenemos que regresar junto a nuestros chicos. Y Saúl nos acompañará.

—¿No pueden quedarse antes un par de días en mi casa?

—Bueno, tal vez. Lo hablaré con Ruth.

—Jefe —preguntó Duque—, ¿cuándo podremos llenar la piscina?

—Bueno, hasta ahora nunca la habíamos llenado antes de abril…, pero con los nuevos calentadores supongo que la podemos llenar en cualquier época. Sin embargo —añadió—, el tiempo no invita aún; ayer todavía había nieve en el suelo.

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