—Eso es mucho tiempo para que un jurado tome su decisión.
—Jubal, la mayor diferencia entre nuestras dos razas es que los marcianos nunca se apresuran…, mientras que los humanos siempre lo hacen. Ellos preferirán siempre meditar sobre algo un siglo más de la cuenta, o media docena, sólo para asegurarse de que asimilan en toda su plenitud.
—En tal caso, hijo, sugiero que no se preocupe por ello. Si dentro de quinientos o mil años la raza humara no es capaz de manejar a sus vecinos, entonces ni usted ni yo podremos hacer nada. Sin embargo, sospecho que sí podrán hacer algo.
—Eso asimilo, aunque no en su plenitud. Pero ya le he dicho que no estaba preocupado por eso. La otra posibilidad me inquieta más: la de que se trasladen aquí e intenten remodelarnos. Jubal, no pueden hacerlo. Cualquier intento de hacer que nos comportemos como los marcianos acabará con nosotros con la misma seguridad, pero con mucho dolor. Será una gran incorrección.
Jubal se tomó su tiempo para contestar.
—Pero, hijo, ¿no es eso precisamente lo que usted ha estado intentando hacer?
Mike no pareció muy feliz.
—Sí y no. Eso es lo que pretendí al principio. Pero no es lo que intento hacer ahora. Padre, ya sé que se sintió decepcionado conmigo cuando inicié esto.
—Era asunto suyo, hijo.
—Sí. Exclusivamente mío. Debo asimilar y decidir a cada punto crítico culminante yo solo. Y lo mismo debe hacer usted…, y cada uno de nosotros. Usted es Dios.
—No acepto el nombramiento.
—No puede rechazarlo. Usted es Dios y yo soy Dios, y todo lo que asimila es Dios, y yo soy todo lo que he sido, visto, sentido o experimentado en toda mi vida. Soy todo lo que asimilo. Padre, vi la horrible forma en que estaba este planeta y asimilé, aunque no plenamente, que podía cambiarlo. Lo que tenía que enseñar no podía aprenderse en las escuelas y las universidades; me vi obligado a introducirlo en ia ciudad disfrazado como una religión, cosa que no es, e inducir a los primos a saborearlo a través de despertarles su curiosidad y su deseo de diversión. En parte la cosa funcionó exactamente como yo esperaba; la disciplina y el conocimiento estaban al alcance de los demás tanto como lo estaban de mí, que había sido criado en un nido marciano. Nuestros hermanos se llevaban bien juntos; ya lo ha visto, lo ha compartido: viven en paz y felicidad, sin amarguras ni celos.
»Esto sólo ya fue un triunfo, que demostró que estaba en lo cierto. El mayor don de que disponemos es la relación hombre-mujer; puede que el amor físico-romántico sea algo único de este planeta. No lo sé. De ser así, el universo es un lugar mucho más pobre de lo que podría ser…, y asimilo nebulosamente que nosotros-que-somos-Dios debemos conservar este precioso invento y difundirlo. La mezcla, la unión real de dos cuerpos físicos, con la simultánea fusión de las almas en un éxtasis compartido de amor, dando y recibiendo y deleitándose mutuamente… Bueno, no hay nada en Marte comparable a eso, y es la fuente de todo lo que hace que este planeta sea un lugar tan intenso y maravilloso; lo asimilo en toda su plenitud. Y hasta que una persona, hombre o mujer, haya disfrutado de ese tesoro, y se haya bañado en la bendición mutua de tener las mentes enlazadas de un modo tan íntimo como los cuerpos, esa persona seguirá siendo tan virginal y estando tan sola como si nunca hubiese copulado.
»Pero asimilo que usted lo ha hecho; su misma reluctancia a arriesgar una cosa insignificante lo demuestra…, y, de cualquier forma, lo sé de forma directa. Usted asimila. Siempre lo ha hecho. Y sin necesidad del lenguaje de la asimilación. Dawn nos explicó que profundizó usted tanto en su mente como en su cuerpo.
—Hum…, creo que la dama exagera.
—Es imposible para Dawn hablar sobre esto de una manera que no sea la correcta. Y perdóneme…, pero nosotros estábamos allí. En la mente de ella, pero no en la suya…, y usted estaba con nosotros, compartiendo…
Jubal se refrenó de decir que las únicas veces en las que había sentido débilmente que podía leer las mentes fueron precisamente en esa situación…, y aun entonces no en pensamientos, sino en emociones. Tan sólo lamentaba, sin amargura, no haber sido medio siglo más joven…, en cuyo caso sabía que Dawn habría quitado el «señorita» de delante de su nombre y él se habría arriesgado a otro matrimonio, a pesar de sus cicatrices. Y tampoco habría renunciado a la noche anterior ni por todos los años que pudieran quedarle de vida. En esencia, Mike tenía toda la razón.
—Adelante, señor; continúe.
—Eso es lo que debería ser. Pero he ido asimilando poco a poco que raras veces lo era. En su lugar, casi siempre existía la indiferencia, y actos ejecutados de manera mecánica: violación y seducción como un juego no mejor que el de la ruleta, pero con menos posibilidades. Prostitución y celibato, voluntario o forzoso, y miedo y culpa, odio y violencia, y niños educados en la creencia de que el sexo era algo «malo» y «vergonzoso», un acto «animal», y algo que debía ocultarse y de lo que siempre había que desconfiar. Y a esa relación amorosamente perfecta, hombre-mujer, se le daba completamente la vuelta, lo de dentro fuera, y era exhibida como algo horrible.
»Y todas y cada una de esas cosas incorrectas son corolario de los celos . Jubal, no podía creerlo. Aún sigo sin asimilar los celos en toda su plenitud; me parecen una demencia, una terrible incorrección. Cuando aprendí por primera vez lo que era el éxtasis, mi primer pensamiento fue que deseaba compartirlo, compartirlo de inmediato con todos mis hermanos de agua…, directamente con mis hermanos femeninos e indirectamente mediante la invitación a compartir con mis hermanos masculinos. Si se me hubiera ocurrido la idea de intentar mantener para mí solo las delicias de esta fuente inagotable, me habría horrorizado. Pero era incapaz de pensar en eso. Y en perfecto corolario, no sentí el más leve deseo de gozar de ese milagro con nadie a quien no amara ya, y en quien confiara. Jubal, soy físicamente incapaz de intentar el amor con una mujer que no haya compartido el agua conmigo. Y esto reza para todo el Nido. Es una impotencia psíquica, a menos que el espíritu se fusione como se fusiona la carne.
Jubal estaba escuchando y pensando tristemente que aquél era un espléndido sistema —para los ángeles—, cuando un aerocoche aterrizó en la plataforma privada, diagonalmente frente a ellos. Volvió un poco la cabeza para ver y, cuando los patines de aterrizaje rozaron el suelo, el vehículo se desvaneció: dejó de estar allí.
—¿Dificultades? —preguntó.
—Ninguna —negó Mike—. Empiezan a sospechar que estamos aquí…, que estoy aquí, más bien; creen que todos los demás están muertos. Los del Templo Íntimo, quiero decir. No molestan especialmente a los de los otros círculos…, y muchos de ellos han abandonado la ciudad hasta que se calmen las cosas… —sonrió—. Podríamos obtener un buen precio por estas habitaciones de hotel; la ciudad rebosa de visitantes más allá de su capacidad con las tropas de choque del obispo Short.
—Y bien, ¿no es el momento de enviar la familia a algún otro lado?
—Jubal, no se preocupe por ello. Ese coche no ha tenido la menor posibilidad de enviar un informe, ni siquiera por radio. Estoy manteniendo una firme vigilancia. No existe ningún problema, ahora que Jill ha superado sus conceptos erróneos acerca de la «incorrección» de descorporizar personas que tienen la incorrección en ellas. Solía verme obligado a utilizar todo tipo de recursos complicados para protegernos. Pero Jill sabe ya que sólo actúo cuando he asimilado hasta la plenitud —el Hombre de Marte esbozó una sonrisa juvenil—. Anoche me ayudó en una tarea de poda…, y no era la primera vez que lo hacía.
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