Robert Heinlein - Forastero en tierra extraña

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Forastero en tierra extraña: краткое содержание, описание и аннотация

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Objeto de escándalo tras su publicación, libro de cabecera de la cultura hippie, biblia de Charles Manson y sus seguidores, Forastero en tierra extraña es la novela más polémica e iconoclasta del género de ciencia ficción. Humano por parte de padres, marciano por nacimiento y educación, Valentine Michael Smith llega a la Tierra como un auténtico forastero. Pese a su ascendencia terrestre, Smith piensa y siente como un marciano y no tiene nada en común con los seres humanos. Su peripecia en nuestro planeta se convertirá en motivo de asombro y escándalo allá donde vaya…
Autor de novelas tan célebres como “Historia del futuro”, “El número de la bestia” y la presente, Robert A. Heinlein (1907–1988) es, junto con Asimov y A. C. Clarke, uno de los máximos exponentes de la ciencia ficción clásica.

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Nelson: Pase por aquí, señor. Hijo, éste es el caballero que desea verle. Nuestro gran Anciano.

Smith: (intranscribible)

Secretario general: ¿Qué ha dicho?

Nelson: Una especie de bienvenida respetuosa. Mahmoud dice que puede traducirse como: «No soy más que un huevo». Algo así, más o menos. Acostumbraba a usarla conmigo. Es un saludo amistoso. Hijo, hable la lengua humana.

Smith: Sí.

Nelson: Y, si se me permite ofrecerle un último consejo, señor, será mejor que utilice usted palabras sencillas y de pocas sílabas.

Secretario general: Oh, así lo haré.

Nelson: Adiós, su excelencia. Adiós, hijo.

Secretario general: Gracias, doctor. Le veré luego.

Secretario general (prosiguiendo) : ¿Cómo se encuentra?

Smith: Muy bien.

Secretario general: Estupendo. Cualquier cosa que desee, sólo tiene que pedirla. Queremos que se sienta feliz. Ahora, me gustaría que hiciese algo por mí. ¿Sabe escribir?

Smith: ¿Escribir? ¿Qué es escribir?

Secretario general: Bueno, bastará con la impresión de la huella de su dedo pulgar. Quiero leerle un documento. Este documento está lleno de términos legales pero, reducido a un lenguaje sencillo, dice tan sólo que usted, por el hecho de salir de Marte, ha abandonado —cedido, quiero decir— cualquier derecho de propiedad que tuviese allí. ¿Me comprende? Que asigna estos derechos en fideicomiso al Gobierno.

Smith: (no responde)

Secretario general: Bueno, digámoslo de otro modo. Usted no es dueño de Marte, ¿verdad?

Smith (pausa más larga) : No entiendo.

Secretario general: Hum… probemos de otra forma. Usted quiere quedarse aquí, ¿verdad?

Smith: No lo sé. Me enviaron los Ancianos (largo discurso intranscribible, sonidos semejantes a los de una lucha entre una rana toro y un gato) .

Secretario general: Maldita sea, a estas alturas ya deberían haberle enseñado más inglés. Veamos, hijo, no tiene usted por qué preocuparse de todas estas cosas. Permítame simplemente que ponga la huella de su dedo pulgar al pie de esta página. Déme su mano derecha. No, no se gire de este modo. ¡Estése quieto! No voy a hacerle ningún daño… ¡Doctor! ¡Doctor Nelson!

Segundo médico: ¿Sí, señor?

Secretario general: Llame al doctor Nelson.

Segundo médico: ¿El doctor Nelson? Pero se ha ido, señor. Dijo que usted le había echado del caso.

Secretario general: ¿Nelson ha dicho eso? ¡Maldito sea! Bueno, haga usted algo. Aplíquele la respiración artificial. Déle una inyección. No se quede ahí parado… ¿Es que no ve que este hombre se está muriendo?

Segundo médico: No creo que se pueda hacer nada, señor. Sólo dejarle en paz hasta que salga de ese estado. Es lo que el doctor Nelson ha hecho siempre.

Secretario general: ¡Maldito doctor Nelson!

La voz del secretario general no volvía a aparecer, ni tampoco la del doctor Nelson. Jill juzgó, a través de los rumores que había oído por el hospital, que Smith había vuelto a hundirse en una de sus fugas catalépticas. Había dos entradas más, ninguna de ellas atribuida. Una rezaba: «No es necesario que susurres. No te oye». La otra decía: «Llévate esa bandeja. Le daremos de comer cuando salga de esto».

Jill estaba releyendo por tercera vez la transcripción cuando Ben apareció de nuevo. Llevaba más cuartillas de papel de copia, pero no se las ofreció; en vez de ello preguntó:

—¿Tienes hambre?

Ella miró interrogativamente los papeles en la mano de él, pero respondió:

—Me estoy muriendo de inanición.

—Entonces vamos a cazar una vaca.

No dijo nada más mientras se dirigían a la azotea y tomaban un taxi, y siguió guardando silencio durante el vuelo hasta la plataforma de Alexandria. Allí cambiaron a otro taxi. Ben eligió uno con matrícula de Baltimore. Una vez en el aire puso rumbo a Hagerstown, Maryland, y se relajó.

—Ahora podemos hablar.

—Ben, ¿a qué viene tanto misterio?

—Lo siento, pies bonitos. Probablemente sólo nervios y mi mala conciencia. Ignoro si han puesto micrófonos en mi apartamento… pero si yo puedo hacérselo a ellos, ellos también pueden hacérmelo a mí… y he estado mostrando un interés muy poco saludable en cosas que la Administración desea mantener bajo mano. Del mismo modo, aunque no es probable que un vehículo llamado desde mi piso tenga una grabadora metida bajo el tapizado de los asientos, existe esa posibilidad; las patrullas del Servicio Especial suelen estar en todo. Pero este taxi… —Palmeó la tapicería—. No pueden poner micrófonos en miles de taxis. Uno elegido al azar resulta bastante seguro.

Jill se estremeció.

—Ben, no creerás que ellos… —dejó morir sus palabras.

—¡Ahora sí! Ya viste mi artículo. Recogí ese ejemplar hace nueve horas. No pensarás que la Administración va a permitir que la patee en la boca del estómago sin hacer nada al respecto.

—Pero tú siempre te has manifestado opuesto a esta Administración.

—Cierto. El deber de la Leal Oposición de Su Majestad es oponerse. Ellos esperan eso. Pero esto es distinto: prácticamente les he acusado de estar reteniendo a un prisionero político. Jill, un Gobierno es un organismo vivo. Y, como toda cosa viva, su principal característica es un ciego e irrazonado instinto de conservación. Si le golpeas, contraataca. Esta vez les he golpeado de veras… —la miró de soslayo—. Pero no debería haberte implicado en ello.

—¿A mí? No tengo miedo. Al menos, no desde que te devolví ese artilugio.

—Estás asociada a mí. Si las cosas se ponen feas, eso puede ser suficiente.

Jill apretó los labios. Nunca en su vida había experimentado la enorme crueldad del gigantesco poder. Fuera de sus conocimientos de enfermería y de la alegre guerrilla entre los sexos, Jill era casi tan inocente como el Hombre de Marte. La idea de que ella, Jill Boardman —que lo más terrible que había experimentado era alguna que otra azotaína de niña y alguna que otra palabra dura de adulta—, pudiera hallarse en peligro físico, le resultaba casi imposible de creer. Como enfermera había visto las consecuencias de la crueldad, la violencia, la brutalidad… pero eso no podía ocurrirle a ella.

El vehículo trazaba un círculo para aterrizar en Hagerstown antes de que se decidiera a romper su meditabundo silencio.

—Ben, supón que este paciente muere. ¿Qué sucedería?

—¿Eh? —Caxton frunció el entrecejo—. Es una buena pregunta, una muy buena pregunta. Me alegro de que la hayas formulado; demuestra que te estás tomando interés en el trabajo. Ahora, si no hay más preguntas, la clase ha terminado.

—No bromees.

—Hum… Jill, he pasado noches en blanco, cuando debería estar soñando contigo, intentando responder a esa pregunta. Es una pregunta que tiene dos vertientes, una política y otra financiera… y éstas son las mejores respuestas a las que he llegado: si Smith muere, sus derechos legales sobre Marte desaparecen. Probablemente el grupo de pioneros que la Champion dejó atrás en Marte inicie una nueva demanda de propiedad… y es casi seguro que la Administración llegó a un acuerdo con ellos antes de que abandonasen la Tierra. La Champion es una nave de la Federación, pero es más que posible que el trato, si existe, deje todos los hilos en las manos de ese terrible defensor de los derechos humanos, el señor secretario general Douglas. Un trato así podría mantenerlo en el poder durante largo tiempo. Por otra parte, es posible también que no signifique nada en absoluto.

—¿Eh? ¿Por qué?

—Tal vez la Resolución Larkin no pueda aplicarse en este caso. La Luna estaba deshabitada, pero Marte está habitado… por los marcianos. De momento, los marcianos son un cero legal. Pero el Tribunal Supremo puede echar un vistazo a la situación política, contemplarse su ombligo colectivo, y decidir que la ocupación humana no significa nada en un planeta habitado ya por nativos no humanos. Entonces los derechos sobre Marte, de existir, tendrían que respaldarse tratando directamente con los marcianos.

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