«¿Por qué?», le pregunté yo. «¿Por qué dices eso, Richard?» No me respondió. Chris llevaba bastantes años sin verlo y estaba impresionada por lo delgado que se había quedado; la verdad es que yo también lo estaba. Le pregunté entonces por qué había pedido el alta voluntaria del hospital. Me dijo que no había pedido ningún alta voluntaria; lo que, claro está, a mí me pareció… raro.
Barbara explicó que ya no sentía el menor amor hacia Richard; que todo sentimiento tierno que pudiera haber albergado hacia él se había desvanecido hacía mucho tiempo; pero que, al fin y al cabo, era el padre de sus hijos, y ella quería asegurarse de que se hiciera por él todo lo posible.
La salud de Richard seguía decayendo. El doctor Wang dijo a Barbara que no creía que Richard pudiera sobrevivir. Barbara y su hija Merrick volvieron a visitarlo el 9 de febrero. Tenía un aspecto todavía peor. Ya apenas era capaz de hablar. Pero volvió a decir a Barbara, y también a Merrick en esta ocasión, que lo estaban matando… asesinando, dijo él.
Merrick estaba muy traumatizada por el aspecto que tenía su padre debido a su enfermedad. Seguía queriendo mucho a su padre; lo quería, de hecho, más que nunca, y rezó por él e intentó decirle que se pondría bien, que debía hacer un esfuerzo de voluntad para curarse. Pero él solo consiguió decir de nuevo, a duras penas, que lo estaban «asesinando».
– ¿Quién, papá? ¿Quién? -le preguntó Merrick.
– Ellos -susurró él-. Si no salgo vivo de aquí, es porque me han asesinado -repitió una vez más.
Merrick, conmovida, tomó la mano de su padre, que había sido en su tiempo un poderoso instrumento de muerte, y ahora estaba débil y frágil, llena de las señales moradas de las agujas intravenosas. Aquel día tenía puestas cuatro intravenosas que le inyectaban diversos fluidos y medicaciones. Informaron a Barbara de que también tenía hemorragia interna, de que tenía sangre en la orina y por el recto. El doctor Wong dijo que se trataría probablemente de una úlcera, lo que pareció extraño a Barbara, pues Richard no tenía el menor antecedente de úlceras.
Aquel día, Merrick se despidió de su padre alterada, llorando y traumatizada, recordando la dedicación con que la cuidaba él cuando era niña, cuando estaba ingresada en el hospital. Estaba desconsolada de ver a su padre hecho un despojo del hombre fuerte y poderoso que había sido.
El doctor Wong llamó a Barbara la tarde del 28 de febrero y le dijo que a Richard no le quedaba mucho tiempo; y, en efecto, falleció la mañana del domingo, 5 de marzo. Barbara sintió alivio.
– Ya podemos pasar página, por fin -dijo.
La capilla ardiente de Richard se instaló en la funeraria Gaiga, de Little Falls, Nueva Jersey. Solo asistimos al acto la familia más próxima, Gaby Monet, algunos amigos de Merrick, de Chris y de Dwayne, y yo. No hubo ningún sacerdote.
Barbara dijo:
– Si hubiésemos llamado a un cura para que oficiara un funeral religioso, Richard se habría levantado en el ataúd y habría dicho: «¡Que se vaya a la m… ese tipo!».
A lo largo de todo el tiempo que traté a Richard, me pareció difícil no llegar a apreciarlo. Sé que a algunas personas les ofenderá que haya dicho esto, que me preguntarán cómo soy capaz de albergar sentimientos cálidos hacia ese asesino sanguinario. Yo no conocí a Richard en libertad. Cuando lo conocí, llevaba ya muchos años preso. Me pareció un hombre afable, considerado y muy educado, un caballero. Siempre me preguntaba por mí y por mi familia, y estuvo atento y considerado cuando no pude visitarlo porque tuve la gripe. La verdad es que era un tipo agradabilísimo y, desde luego, una de las personas más divertidas que he conocido en mi vida. Tenía un sentido del humor agudo, contaba los chistes con una seriedad mortal (valga la metáfora) bien poco frecuente. Recuerdo que en cierta ocasión le dije:
– Richard, eres el tipo más divertido que he conocido en mi vida; deberías haberte hecho humorista.
– Sí -dijo él-; saldría a escena con esta ropa astrosa de la cárcel, diría buenas noches, damas y caballeros; tengo preparados un centenar de chistes que los van a hacer morirse de risa; y, si no se mueren ustedes, los mato yo.
Y se rió, a su vez, al decir esto.
Haber conocido a Richard Kuklinski y haberlo podido tratar de manera tan íntima ha sido para mí una experiencia esclarecedora, de aprendizaje, que me ha permitido conocer mucho mejor los engranajes, las ruedas del mecanismo interior de un psicópata. No obstante, y con independencia de mis sentimientos afectuosos hacia Richard, no me cabe duda de que se trataba de un psicópata especialmente astuto y predispuesto. En todos mis tratos con él, no perdí nunca de vista el hecho de que se trataba de un hombre muy peligroso, de un depredador humano como no se ha conocido otro en los tiempos modernos. Personalmente, llegué a considerar la vida de Richard un caso clásico del niño que ha sufrido graves malos tratos, que está lleno de ira ardiente y se convierte a su vez en maltratador y, después, en asesino despiadado. Al escribir estas líneas, no se han publicado los resultados de los análisis realizados para determinar si Richard fue envenenado.
Descansa en paz, Richard Leonard Kuklinski.
•El detective Pat Kane fue ascendido a teniente, y después se retiró de la Policía estatal de Nueva Jersey. Hoy trabaja de guardia forestal y disfruta con su trabajo al aire libre.
•El agente Dominick Polifrone, de la ATF, se ha jubilado. Estuvo trabajando en la formación de agentes jóvenes para investigaciones como infiltrados.
•Bob Carroll se retiró de la fiscalía general y hoy ejerce de abogado especializado en Derecho Penal.
•Stanley Kuklinski murió en 1979 de un ataque cardiaco. Richard lamentó hasta el fin de sus días no haberlo matado.
•La hermana de Richard, Roberta, se fue a vivir a la Costa Oeste, y Richard no tuvo más noticias suyas en sus últimos treinta años de vida.
•Barbara Kuklinski padece una grave artritis, fuma mucho, le encanta leer, quiere mucho a sus nietos. «Mis hijos y mis nietos son mi vida entera», dice.
•La acusación contra Sammy Gravano por el asesinato del detective Peter Calabro, del Departamento de Policía de Nueva York, se retiró el día después de la muerte de Richard Kuklinski.
•Nino Gaggi, jefe de Roy DeMeo, murió de un ataque cardiaco en una prisión federal.
•La Policía no encontró nunca ninguno de los vídeos que grabó Richard cuando echaba a las personas a las ratas.
•Gaby Monet, de la HBO, tenía pensado rodar otro documental sobre Richard Kuklinski que se titularía Los casos del Hombre de Hielo, y que habría explicado nuevos asesinatos de Richard sin resolver.
•El detective Robert Anzalotti fue ascendido a sargento por haber conseguido hacer hablar a Richard de varios asesinatos que había cometido y de los que la Policía no sabía nada.
•A los tres hijos de Richard, Merrick, Chris y Dwayne, les va bien y viven todos ellos en Nueva Jersey.
•El autor de este libro, Philip Carlo, vive ahora en el sur de Italia, donde prepara un nuevo libro.
Pueden ponerse en contacto con el autor en:
Pcarlo 1847 @ aol.com
www.philipcarlo.com
Richard nació en el 222 de la calle Tercera, Jersey City, Nueva jersey.
Richard y Barbara con la madre de Richard, Anna McNally Kuklinski, en la Navidad de 1961.
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