Por entonces, Gaby Monet, una mujer intensa, de pelo oscuro y ojos de sabiduría reposada, apreciaba mucho a Richard. Desde la emisión del primer documental habían mantenido muchas conversaciones telefónicas, y Gaby había llegado a considera a Richard un hombre increíblemente interesante que podía decir muchas cosas sobre un tema que pocas personas conocían tan bien como él: el asesinato. En cierto sentido, era el Einstein del asesinato.
Así se realizó en la prisión estatal de Trenton la segunda serie de entrevistas, dirigidas esta vez por la propia Gaby Monet. En esta ocasión, y dado que ya no se contaba con la colaboración de la fiscalía general, no resultó tan fácil acceder a la prisión con el equipo de filmación; pero la HBO consiguió hacer valer ciertos contactos, y Gaby Monet pudo realizar a lo largo de seis días una serie de entrevistas a Richard mucho más reveladoras y sinceras.
Este segundo documental se tituló El Hombre de Hielo: Secretos de un asesino a sueldo de la Mafia, y en él aparecía un Richard mucho más relajado y abierto, que contó al mundo por primera vez algunos de los asesinatos que había cometido para la Mafia. Ya no tenía la carga y la tensión que había producido Samuels al entrevistarlo, y Richard, tranquilo y casi recatado, contó cómo había asesinado con una escopeta al detective Peter Calabro, del Departamento de Policía de Nueva York. Fue una revelación monumental. Richard dijo que cuando había realizado aquel asesinato no sabía que la víctima era policía (lo cual era cierto). «Pero lo habría hecho igual», añadió.
Secretos de un asesino a sueldo de la Mafia se emitió en diciembre del 2001, y también fue recibido con alabanzas y con críticas. Fue bien acogido en general, aunque algunos críticos se preguntaron si era adecuado presentar al público las reflexiones siniestras de un asesino frío. Como dijo cierto crítico, «hay cosas que es mejor callarlas».
En cualquier caso, los índices de audiencia de Secretos de un asesino a sueldo de la Mafia llegaron a las nubes. Fue uno de los programas con mayor éxito de audiencia de toda la historia de la HBO. La cadena volvió a recibir gran cantidad de cartas que alababan el valor de haber sacado a la luz las palabras de una persona como Richard. Este recibía en su celda centenares de cartas cada semana. Le escribían todavía más mujeres que le enviaban fotos y le preguntaban si podían verse con él.
Secretos de un asesino a sueldo de la Mafia tuvo un éxito tan resonante, que los directivos de la HBO decidieron realizar un tercer reportaje sobre Richard. Esto no tenía precedentes: ningún asesino había sido objeto de tanta atención en toda la historia de la televisión; pero a la HBO le parecía que Richard era tan singular, tan pintoresco y tan auténtico, tan espeluznante, que estaba justificado realizar un tercer documental. En este aparecería Richard hablando con un psiquiatra forense, y su título lógico sería El Hombre de Hielo y el siquiatra. La HBO contrató al conocido psiquiatra Park Dietz para que entrevistara a Richard.
Pero a estas alturas la fiscalía general de Nueva Jersey se había interesado de nuevo por Kuklinski. Al fin y al cabo, habían asesinado en Nueva Jersey al detective Peter Calabro, y se enviaron detectives de la fiscalía a la prisión estatal de Trenton para que hablaran con Richard y vieran qué podían sacar en claro del asunto.
El agente Robert Anzalotti era un joven de aspecto agradable y cara de niño que, casualmente, había sido compañero de instituto del hijo de Richard, Dwayne. Anzalotti era un investigador tenaz, pero con modales agradables y conversación fácil, que nunca se tomaba a sí mismo
demasiado en serio. Estaba casado y tenía dos hijos pequeños. Lo enviaron a la cárcel para ver si podía conseguir que Richard dijera quién había ordenado la muerte de Calabro. El compañero de Anzalotti era Mark Bennul, estadounidense de origen asiático, callado e introspectivo, que decía poco pero se enteraba de todo.
Cuando los dos detectives se presentaron en la cárcel, Richard se negó a verse con ellos. A esas alturas ya no quería tener nada que ver con policías, ni mucho menos si eran de la fiscalía. Le sorprendía que la Policía no se hubiera presentado antes a hacer preguntas. Dijo al guardia de la prisión que si los dos detectives querían hablar con él, debían ponerse en contacto con su abogado, Neal Frank. Ellos así lo hicieron, y el detective Anzalotti dijo a Frank que querían hablar con él del asesinato de Peter Calabro. Frank comunicó a Richard esta solicitud por teléfono.
– ¿Debo hablar con ellos? -preguntó Richard a Frank.
– Depende de ti, Rich. La decisión está en tus manos.
Richard, movido por la curiosidad, accedió a verlos; y así se abrió una nueva caja de Pandora, una caja de Pandora llamada Sammy Gravano, el Toro.
Por entonces, Richard ya era el preso más célebre de la prisión estatal de Trenton, o incluso de todas las cárceles del país. Todos, hasta los guardias, se habían acostumbrado a llamarlo Hombre de Hielo, cosa que a él le agradaba. También le gustaba la fama que había alcanzado. Le parecía que recibía el reconocimiento que merecía por ser el hombre «fuera de lo común» que era.
Efectivamente, Richard se había convertido, gracias a los reportajes de la HBO, en uno de los asesinos más tristemente célebres de los tiempos modernos. La HBO había emitido varias veces al mes los reportajes que había realizado sobre Richard, y cada vez eran más las personas que se quedaban atónitas, consternadas y horrorizadas (pero siempre interesadas) con las palabras estremecedoras y la actitud estremecedora de Richard. Ahora, millones de personas de todos los Estados Unidos habían visto, oído y conocido a Richard Kuklinski. Sus crímenes, lo que decía, se estaban volviendo legendarios. Espectadores de todo el mundo veían a Richard, ya que los programas de la HBO se emiten en toda Europa y en partes de Asia y de América del Sur.
Richard Kuklinski se había convertido, en cierto sentido, en el Mick Jagger del asesinato.
El Hombre de Hielo contra Sammy, el Toro
Cuando Richard se reunió por primera vez con Anzalotti y Bennul, estaba callado y reservado. Pero Rob Anzalotti tenía unos modales muy agradables. Su juventud y su rostro infantil inspiraban confianza, y cuando Anzalotti dijo a Richard que había sido compañero de instituto de Dwayne, que habían estado en la misma clase, Richard se le abrió. Según explicó Richard hace poco: Yo no estaba dispuesto a decirles ni una mierda; pero cuando me enteré de que Anzalotti había ido al instituto con mi hijo, en cierto modo lo vi como si fuera mi hijo. Le… le tomé afecto, y le conté el golpe de Calabro.
Los dos detectives, impresionados, escucharon el relato de cómo se asesinó a Peter Calabro aquella noche de febrero, fría y de nieve. Anzalotti ya había consultado él expediente del caso, y percibió inmediatamente que Richard conocía determinados datos y detalles que solo podía conocer el verdadero asesino. Cuando Anzalotti preguntó a Richard quién había encargado el golpe, Richard se negó a decírselo a no ser que le ofrecieran alguna inmunidad. Sabía que por haber matado a un policía podía caerle encima la pena de muerte. Con todo lo que a Richard le desagradaba la cárcel, a estas alturas incluso le parecía mejor que la muerte. Anzolotti habló con su jefe, y este accedió a consentir que Richard se declarara culpable del asesinato de Peter Calabro, por lo que recibiría otra pena de cadena perpetua. Intervino Neal Frank; se llegó a un trato, y Richard volvió a sentarse a hablar con Anzalotti y Bennul, y contó por primera vez que Sammy Gravano había encargado aquel asesinato; que Gravano y él se habían reunido en el aparcamiento y habían acordado un precio; que Gravano había entregado a Richard la escopeta y la foto de Calabro. Richard no sentía ninguna obligación de lealtad hacia Gravano. Sabía que Gravano había realizado un trato con los federales para testifiar contra John Gotti y muchos otros mafiosos. Consideraba a Gravano un chivato, un canalla rastrero, y no tuvo ningún reparo en contar a los policías que Gravano le había contratado, abriendo así la posibilidad de que a Gravano lo juzgaran por la muerte de un policía.
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