Había jurado que si llegaba alguna vez el caso de que la Policía intentara detenerlo, él optaría por una muerte honrosa. Jamás se dejaría atrapar vivo. Mataría a tiros a todos los que pudiera. Tendrían que abatirlo. Suponía que, muerto él, jamás podrían demostrar nada de manera concluyente. Lo que hubiera hecho él quedaría enterrado con su cadáver, y estaba seguro de que los agentes del orden perderían el interés por demostrar nada en su contra.
Así debía morir: suicidándose por medio de la Policía.
Pero antes de nada necesitaba cianuro para ocuparse de Pat Kane como era debido.
En segundo lugar, necesitaba un camión de dinero para retirarse como era debido.
En tercer lugar, dejaría el juego. Controlaría aquel impulso suyo. Era imprescindible. Se sentía atrapado, acorralado, y la única solución era el dinero. Mucho dinero. El dinero era el pasaporte para una vida mejor.
El 11 de septiembre, a las 8 de la mañana, Pat Kane fue al local desde donde se grababan las llamadas telefónicas de Richard. Kane, Bob Carroll, Paul Smith y Ron Donahue harían turnos para atender a las líneas las veinticuatro horas del día. Tenían órdenes judiciales que les permitían grabar todas las llamadas, hasta las que realizaba la familia de Richard, las conversaciones de sus dos hijas con sus novios, las de Dwayne con sus amigos, las llamadas de Barbara para encargar provisiones… siempre exigía lo mejor de lo mejor. Pero solo estaban autorizados a registrar por escrito las conversaciones de Richard que tuvieran relación concreta con… delitos.
Pat Kane ya era optimista. Estaba seguro de que tirar del sedal y apoderarse de Richard ya solo sería cuestión de tiempo. Kane seguía viendo a Richard como un lucio de los Grandes Lagos, escurridizo, depredador, y estaba seguro de que el nuevo cebo daría resultado. Pat había recobrado su personalidad de siempre. Estaba mucho más atento con su querida esposa, dedicaba más tiempo a sus hijos. Había recuperado ese brillo suyo en la mirada. Terry pensó que era como si la tormenta que se había cernido sobre la cabeza de su marido hubiera cesado repentinamente.
Naturalmente, Terry no tenía idea de que la negra nube de tormenta seguía a su marido de un lado a otro, lo acechaba… pensaba matar de manera rápida y eficaz al único hombre al que ella había besado en su vida.
Deseoso de ganar más dinero, Richard volvió a viajar a Zúrich. El equipo de trabajo todavía procuraba que Richard no se enterara de que andaban tras él, y como estaban seguros de que si lo seguían se daría cuenta al instante, lo dejaban a su aire, de modo que ni siquiera se enteraron de que había salido del país.
En consecuencia, lo único que conseguían con las escuchas telefónicas era enterarse de la vida privada de su familia. Dominick dejaba recados para Richard sin que este se los devolviera.
En Zúrich Richard estaba relajado. Sabía que no lo vigilaba nadie, y mientras esperaba más cheques, más recibos del funcionario nigeriano, se sentaba en los parques y en los cafés, con el aspecto de hombre que gozaba de aquella tranquilidad, aunque estaba tramando y planeando los asesinatos de Pat Kane, de Dominick Polifrone y de John Spasudo. El hecho mismo de pensar en matar a esas personas le daba fuerza. Durante toda su vida, desde que había matado a golpes a Charley Lañe, Richard había resuelto sus problemas por el asesinato. El asesinato era el anclaje que lo estabilizaba; el asesinato lo arreglaría todo. Sentado en un café de Zúrich, cerca de la Estación Central, Richard planeaba asesinatos. Lo único que necesitaba era un poco de cianuro para librarse de Pat Kane, del hombre que quería quitarle todo lo que tenía.
Con el transcurso de los días, las escuchas telefónicas no arrojaban ningún fruto, a no ser que se quisiera atribuir algún significado al hecho de que Barbara encargaba muchos filetes de ternera al carnicero de Dumont. El equipo de trabajo, que no sabía que Richard estaba fuera del país, se preocupó. No solo no oían nada que pudiera resultar útil en un juicio, sino que Richard ni siquiera devolvía las llamadas a Polifrone. ¿Qué demonios pasaba? Empezaron a creer que Richard sabía que Polifrone era un agente, que Solimene había hecho de agente doble. Aquel debía de ser el problema.
Pero el 25 de septiembre todo cambió de pronto. Richard volvió de Zúrich, ingresó un nuevo cheque en la cuenta de Georgia, se puso en contacto con Spasudo y le dijo que estaba pensando estafar a Dominick y acabar con él, y que quería servirse de Spasudo para que representara el papel de un tratante de armas. Aunque Spasudo era más feo que un pecado, tahúr y degenerado sexual, no era tonto. De hecho, era más listo que el hambre. Accedió de buena gana a participar en el plan de Richard. Sabría lo suficiente acerca de las armas de fuego porque Richard le haría documentarse sobre los armamentos de todas clases. Spasudo no tenía idea de que Richard también pensaba matarlo a él, de que pensaba echarlo vivo a las ratas. Richard pensaba que, con su metro noventa y cinco, las ratas se daría un gran banquete. Richard Manió a Polifrone desde una cabina de un centro comercial del sur de Nueva Jersey.
En las oficinas de Newark de la ATF, Dominick estaba provisto de micrófono y grabadora y dispuesto a entrar en acción. Lo primero que le preguntó Richard fue si estaba hablando desde una cabina.
– Sí, podemos hablar libremente -dijo Dominick, tendiéndole el cebo, mientras sonreía; y Richard se lo tragó. Dijo a Dominick que tenía allí mismo a su contacto, el traficante de armas, le dijo que se llamaba Tim y que se lo pasaría. Spasudo, en el papel de Tim, tomó el teléfono y, con desenvoltura y aplomo, dijo a Dominick que podría conseguirle todo el armamento pesado que quisiera, soltándole una lista de diversas armas como si estuviera vendiendo frutas en un mercado bullicioso. Richard estaba orgulloso de Spasudo. Lo estaba haciendo bien. Parecía auténtico. Polifrone pidió entonces hablar coh Richard, dispuesto ya a montar la trampa.
– Oye, Rich, ya he dicho a Tim lo que me hace falta. Ahora, dime la verdad: ¿este tipo va a cumplir? No quiero oír muchas promesas para tener que aguantar muchas excusas después. ¿Sabes lo que te digo?
– No tienes de qué preocuparte, Dom. Si este hombre te dice que te puede proporcionar una cosa, te la proporcionará. Caso contrario, te hablará con franqueza.
– De acuerdo. No quiero quedar mal en este asunto. Esta chica del IRA tiene pinta de profesora de niños, pero puede llegar a ser una verdadera rompepelotas. Si quedas mal con ella una vez, no te da una segunda oportunidad. Se busca a otro. Y te digo que es un cliente que no quiero prender. ¿Me entiendes?
– Me hago cargo, Dom.
– Bueno, pues según he entendido, Tim tiene todo ese material pesado en el Mediterráneo, y por lo tanto va a tardar algún tiempo en traernos algunas muestras. Pero vamos a tener contenta a mi chica, ¿vale? Tráeme unos silenciadores, para poder enseñarle algo. Para tener algo que enseñarle. Yo te los pagaré, no te preocupes; pero tú tráeme algo.
– ¿Te ha dicho Tim que tenía disponibles esos silenciadores?
– Sí.
– ¿Aquí? -Sí.
– Entonces, no te preocupes. Te llevaremos algo en cuanto podamos.
– Vale, pero no me hagas esperar. Te digo que los dos podemos sacar mucho dinero a esta tipa. No lo echemos a perder. ¿Vale?
– Entendido. No te preocupes.
– Vale, Rich. Seguiremos en contacto.
– Oye, Dom, ¿te has enterado de algo sobre ese material que quería yo? ¿Te acuerdas de lo que te estoy hablando? -dijo Richard, echándose la soga al cuello.
– Sí, lo sé. He hablado con mi gente, pero están muy nerviosos con este asunto de la sopa Lipton.
– ¿Qué? Eso pasó hace un par de semanas.
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