– Sí, leí algo en los periódicos.
– Y ahora aparece muerta esta joven que, según todas las apariencias, ha fallecido también por sobredosis.
– Habrá que esperar el informe de la autopsia, pero creo que tiene razón. De todos modos, ¿adónde le lleva eso? Desgraciadamente, todos los años mueren jóvenes por ese motivo, sin que haya nada raro ni se produzca ninguna conexión entre unas muertes y otras.
– Lo sé, pero se me ha prohibido seguir con la anterior investigación y esto es lo más cercano que tengo. El periodista muerto, Andoni Ferrer, no era drogadicto. Esta joven, en cambio, por las marcas que tenía en el cuerpo, parece que sí, lo que los diferencia algo más todavía, pero pudiera haber ocurrido que les hubiera suministrado la droga la misma persona.
– Sí, podría haber ocurrido.
– En ese caso, ¿por qué ha habido sólo dos muertes en este plazo de tiempo? Se supone que el camello en cuestión tendrá más clientes, pero no sólo no ha habido más muertes, cosa que nadie desea, sino que ni siquiera ha habido gente en coma o que haya detectado algo extraño.
– No es normal, lo admito, pero ¿qué es lo que puedo hacer yo?
– Usted fue contratado por el novio de la chica para encontrarla. Lo ha hecho, pero no tiene por qué dejar el caso. Siga en él e intente averiguar si hay alguna conexión.
– Para eso necesitaría que mi cliente quisiera proseguir las investigaciones.
– Por supuesto, pero confío en su capacidad de convicción.
– Además, es una mera hipótesis. Quizá no haya ninguna conexión, después de todo. Mientras el forense no emita su informe estaremos en blanco.
– De acuerdo, pero en el caso de que haya una posibilidad, por mínima que sea, de que ambos asuntos estén relacionados, ¿cuento con su ayuda?
– No tengo ninguna alternativa, ya le he dicho que colaboraré con usted, aunque no sé si soy muy prudente al aceptar su oferta.
– Tal vez no, pero es su oportunidad de volver a hacer un trabajo policial. ¿Tiene alguna idea de por dónde empezar?
– Supongo que lo primero de todo es redactar el informe para mi cliente y posteriormente intentaré conseguir su apoyo para continuar con las indagaciones.
Había sido duro, pero entraba en su salario. Acababa de dar a Carlos Arróniz la noticia de la muerte de su novia. Si ya la muerte en sí es una desgracia, la sordidez que la acompañaba en este caso hacía aún más difícil superar el trago.
– No lo entiendo, señor Artetxe. Es imposible que Begoña se drogara.
– Sobre ese aspecto no hay ninguna duda posible. No sólo murió como consecuencia de una dosis en mal estado, sino que había en sus brazos señales clarísimas de que lo hacía habitualmente.
– ¡Cómo he podido estar tan ciego! -se lamentó Arróniz.
– No se culpe -contestó Artetxe-. Estas cosas pasan y no hay que darles más vueltas. Es duro, pero es así.
– Le agradezco sus palabras, pero no conseguirá hacer que me sienta bien.
– Lo sé. Por desgracia tengo cierta experiencia y sé que lleva tiempo. El tiempo todo lo cura. Suena a tópico, pero es cierto.
– No se puede cambiar el pasado, señor Artetxe, lo sé de sobra yo también, pero me gustaría poder hacer algo, no sé, no quedarme aquí, llorando y gimoteando, sin hacer nada.
– Pero es que ya no se puede hacer nada.
– No estoy de acuerdo, señor Artetxe. Aunque su misión ha terminado, ¿querría seguir trabajando para mí?
– Depende de en qué esté usted pensando.
– Mire, aunque he resultado ser tan ciego que teniendo el problema junto a mí no me he percatado de su existencia, sí creo que los problemas no surgen de la nada. En algún momento empezaría a drogarse, alguien la pondría en contacto con un suministrador, alguien se lucraría al venderle ese veneno. Me gustaría que indagara por ahí. Quiero que encarcelen al hijo de puta que le proporcionaba la droga.
– Eso es más bien labor de la policía.
– ¡No me venga con hostias, Artetxe! -respondió Arróniz vehementemente-. No quiero denigrar a nuestra policía, pero todos sabemos que por el motivo que sea no es un prodigio de eficacia en estos asuntos.
– Hacen lo que pueden con unos medios muy limitados si los comparamos con los de los narcotraficantes.
– De acuerdo, no se lo discuto. Que la policía actúe por su cuenta, pero ¿por qué no podemos nosotros intentarlo por la nuestra?
– En primer lugar porque nuestra legislación no lo permite.
– ¿Cómo que no lo permite?
– Los detectives en España no pueden actuar ante delitos perseguibles de oficio, es decir, les está vedada la investigación de robos, asesinatos, secuestros, tráfico de estupefacientes, etc. Si eso es así con los detectives que poseen la correspondiente licencia, imagínese lo que podría ocurrir en mi caso.
– No creo que eso constituya ningún problema. El señor Uribe me ha explicado que aunque no le puedan conceder durante un tiempo el permiso, extraoficialmente le han asegurado que si actúa dentro de unos cauces de, digamos, colaboración con las autoridades no tendrá ningún problema. Y según parece algún inspector de la Jefatura Superior le ha puesto bajo su protección.
El inspector Rojas se estaba moviendo, pensó Artetxe. Debía de estar muy interesado en que se reabriera el caso del periodista.
– Si me lo plantea de ese modo no me queda más remedio que contestarle afirmativamente, pero por mucha vista gorda que haga la policía, un asunto en el que confluyen las drogas y una muerte antes o después acaba por estallar.
– Si tiene que estallar que estalle -contestó, furioso, Arróniz-, pero las cosas no pueden quedar como están.
– Que estalle entonces -respondió Artetxe-, pero más vale que rece para que el estallido no nos pille en medio.
El resultado de la autopsia confirmó que Andoni Ferrer y Begoña González habían fallecido como consecuencia de una sobredosis de droga en mal estado perteneciente a la misma partida, le reveló Rojas a Artetxe en una cafetería de Deusto en la que se habían citado. Artetxe le enseñó al inspector una carta firmada por Carlos Arróniz en la que le solicitaba que investigara lo que había hecho Begoña en los dos últimos meses, ya que le preocupaba el no encontrar una serie de monedas de plata de la época de Isabel II pertenecientes a su madre y que su difunta novia pensaba enmarcar. Era un asunto baladí comparado con la muerte de la propia Begoña, decía Arróniz en su carta, pero su madre se llevaría un gran disgusto si desaparecieran, ya que habían pertenecido a su bisabuela.
– No está mal -comentó Rojas-. Todo el mundo sabrá en qué estás metido de verdad -los dos, una vez establecida su colaboración, habían pasado al tuteo de un modo natural-, pero como excusa para meter tus narices en la vida de Begoña sin que se te acuse instantáneamente de interferir en una investigación criminal es verosímil.
– Con eso será suficiente por ahora -dijo Artetxe-. Aparte de la confirmación de que Ferrer y la chica se inyectaron la misma mierda, ¿has avanzado algo más en el asunto?
– Nada de nada. Hay que tener en cuenta que estoy con las manos atadas. Además, me han encargado de otro caso que me va a llevar bastante tiempo, me temo que para nada.
– Pues estamos como queremos, según parece, porque la conexión entre el periodista y la joven no es tan evidente. El que hayan tomado la misma droga sólo demuestra que han tenido el mismo proveedor.
– Hay un dato que quizá sea interesante tener en cuenta y en el que tú, según parece, no te has fijado.
– Venga, lúcete.
– La novia de tu cliente desapareció de casa justo en las mismas fechas en que se publicó en los periódicos la noticia de la muerte de Andoni Ferrer.
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