González Caballer se quedó pensativo durante un corto espacio de tiempo que aprovechó para sacar otro lápiz de un portalápices y ponerse a jugar con él de nuevo. Luego, como saliendo de su ensimismamiento, se acercó al mueble-bar y sacando dos copas las llenó, de coñac la suya y de ginebra la que ofreció a Artetxe tras indagar sus preferencias. Como si cumpliera con un antiquísimo ritual entornó los ojos y dio un pequeño trago a la copa. Hecho esto, la depositó suavemente sobre la mesa y observó con ojos vivaces a Artetxe.
– ¿No se le ha ocurrido pensar que no hay nada extraño, que es simplemente cuestión de carácter? Tengo un genio difícil, no voy a negarlo, y me cabreo con facilidad. Es posible que en otra situación este modo de ser me hubiera creado muchas dificultades, pero como soy rico y poderoso todo se me perdona. Lo que en cualquier otra persona se considera intolerable, cuando lo hago yo se despacha con una frase del tipo de «son las cosas de Jaime, ya sabéis cómo es», así que nunca he tenido la necesidad de cambiar. La necesidad ni tampoco las ganas; soy feliz siendo así aunque a los demás les joda. Mire, por lo general odio dar explicaciones a nadie, pero con usted voy a modificar esa arraigada costumbre.
»Usted, señor Artetxe, con toda seguridad habrá oído hablar de mí mucho antes de iniciar su investigación. ¿Quién no ha oído hablar de Jaime González Caballer?, y perdone la petulancia. Además, normalmente se habla mal de mí. Lo sé, no soy tan tonto como para creer que la gente me quiere y me aprecia. Soy millonario, he tenido cargos políticos en la época de Franco, y cuando alguna de mis empresas ha ido mal he echado a la calle a todos los trabajadores que he podido. Los asesores de imagen lo tienen muy jodido conmigo, no me duelen prendas reconocerlo. Resumiendo: tengo enemigos, muchos enemigos, pero eso no me ha impedido vivir feliz y realizando siempre mi sacrosanta voluntad. No está nada mal, pienso yo. Pero no siempre he sido el González Caballer que usted conoce. Yo soy lo que los americanos llaman un self made man, un hombre que se ha hecho a sí mismo. Algunos resentidos que se las dan de irónicos quizá digan que me he hecho a mí mismo pero me he hecho mal. Sinceramente, esas opiniones me la traen floja, hablando en plata. Siempre he hecho lo que quería hacer y he conseguido lo que me propuse conseguir. ¿Sabe usted lo que es pasar hambre? No, por supuesto. Pues yo sí, así que a vivir que son tres días y el que venga detrás que arree, como arreé yo. Tuve que emigrar y trabajar duramente, pero hice fortuna y me casé. Mi mujer murió al mes de nacer mi hija. Una infección postparto que hoy en día no tendría ninguna importancia, pero que entonces era mortal. A pesar de todo he continuado trabajando y luchando, ya no sólo por mí sino por mi hija. Todo lo que tengo algún día estará en sus manos.
»Quizá haya sido un mal padre, pero lo habré sido involuntariamente; puede que en ello haya influido el que lo fui a una edad madura, cuando acababa de cumplir los cincuenta años. En cuanto a su novio, tal vez me obcequé, no quería que se casara con Arróniz, no me gustaba y sigue sin gustarme, las cosas como son. No por nada especial, sino porque me entró por el ojo izquierdo. Soy muy visceral en mis reacciones, ya se lo he explicado. Y tal vez por eso, un día Begoña se fue. No estoy acostumbrado a que me den con la puerta en las narices, así que el que mi propia hija lo hiciera fue muy duro para mí.
– ¿Por qué no avisó a la policía?
– No vi la necesidad de mezclarla en esto; es un asunto estrictamente familiar, y ella, por otra parte, es mayor de edad. Además, sabía que se encontraba bien, me llamó al día siguiente de irse. Me dijo que quería vivir su vida y tuve que aceptarlo. Mis errores hicieron que se marchara, así que, aunque tarde, he aprendido la lección y procuro no volver a cometerlos. Volverá cuando ella quiera.
– ¿No le dijo adonde iba, su dirección, qué se proponía hacer?
– No, no me dijo nada. Al principio pensé que seguramente se había ido con Carlos, pero luego comprobé que estaba equivocado.
– ¿Sabe de qué está viviendo?
– Tiene su propio dinero, que heredó de su madre. Hasta hace poco tiempo se lo administraba yo, pero ahora es mayor de edad y puede disponer de él a su antojo.
– ¿Cuánto dinero posee en total?
– No lo sé con exactitud, aunque sí lo suficiente para vivir unos cuantos años sin tener que trabajar.
– ¿Por qué ocultó o trató de ocultar la fuga de su hija?
– «Fuga» es una palabra que no me gusta, es mejor decir marcha, ¿no cree?, pero le contestaré. Ya le he dicho que tengo enemigos, alguno poderoso. Cuando Begoña se marchó estaba interesado en unos negocios delicados e importantes con un consorcio árabe. Cualquier sombra de escándalo, por leve que fuera, podía hacer que todo el asunto se fuera al traste. Ésa es la principal razón, aparte de que, en el fondo, espero que regrese, si no a mi casa sí a mi vida.
– Eso no explica el trato dado al señor Arróniz ni a mi colaboradora.
– Son cosas diferentes. En el caso de Carlos aproveché la situación para darme una pequeña satisfacción, ya ve que admito que soy muy radical en mis enemistades, y para conseguir que se olvidara de mi hija, aunque esto último, por lo que se ha visto, no funcionó. En cuanto a su colaboradora, lamento lo sucedido, pero al saber que me estaba engañando pensé que había venido por otra cosa y luego, cuando comprendí que estaba equivocado y que seguramente tenía otras intenciones, me cegué y actué del modo que usted ya conoce. La verdad es que, según hablo con usted, no acabo de explicarme a mí mismo mi comportamiento, por eso le reitero mi pesar y le ruego que le transmita mis más sinceras disculpas.
– ¿Por qué me está contando todo esto?
– Es lo que usted deseaba, si no me equivoco. Ha venido aquí a pedirme una explicación y se la estoy dando, ¿no es suficiente?
– No del todo. Quisiera saber a qué viene este cambio de actitud. No soy tan estúpido como para pensar que mi presencia le haya conmovido ni que le haya afectado un ápice lo que ocurrió ayer con su chófer.
– Tiene usted razón, no me ha afectado para nada. Es usted muy desconfiado. Inteligente y desconfiado. No me parece mal, yo también, cuando estoy metido hasta el cuello en algún negocio, desconfío sistemáticamente de todo el mundo, así que no le haré ningún reproche. En efecto, no me ha conmovido, como ha aludido usted burlonamente, pero sí me ha hecho reflexionar. Sé controlar mis negocios, pero esto se me está yendo de las manos y, si no actúo con inteligencia, la bola de nieve se hará tan grande que acabaré por perder del todo a mi hija, así que no me queda más remedio que serenarme. Sigue sin gustarme Carlos, pero estoy dispuesto a transigir; al fin y al cabo es muy posible que si se casan, al cabo de poco tiempo acabe por cansarse de él y pedir el divorcio; por eso estoy dispuesto a olvidar mis desavenencias con él y unirnos en la búsqueda de Begoña. No por afecto, sino por necesidad. Quiero que le diga a Carlos que siento todo lo pasado y que estoy dispuesto a dar mi consentimiento, simbólico por supuesto, ya que no estoy en condiciones de imponer nada, para que se casen. ¿Le transmitirá usted esto en mi nombre?
– Siempre informo de todo lo que ocurre a mis clientes.
– En ese caso le quedaré eternamente agradecido. Debería haberlo hecho antes, pero más vale tarde que nunca. A propósito, no sé cuánto le pagará Carlos, pero si necesita dinero no deje de pedírmelo.
– No hará falta. Estoy bien remunerado y además mi cliente sigue siendo el señor Arróniz.
– Comprendo, no he querido ofenderle, sólo colaborar.
– No se preocupe, no tiene importancia, pero sí me podría ayudar de otro modo.
Читать дальше