Eran tres auténticas bellezas, una rubia de ojos grises y dos morenas de ojos verdes. Con la experiencia que más tarde he adquirido no me cuesta calificarlas como putas de lujo pero entonces, con quince años y sin saber nada de mujeres, aquello era una auténtica visión celestial, las huríes que Mahoma había prometido a los musulmanes que morían en combate. Si no hubiera sido sacrilegio me habría cambiado automáticamente de religión, pero incluso en aquellos momentos la noción de pecado se iba debilitando. ¿Cómo no ceder a la tentación cuando estaba delante tuyo, con forma de mujer esbelta de largas piernas, labios sensuales y pechos que se balanceaban suave y rítmicamente? Muchas veces he pensado con posterioridad lo que pudo gastar Fernandito aquel fin de semana y sinceramente creo que bastante más de lo que era el sueldo de un obrero durante varios meses. Por curiosidad, cuando más adelante estuve en disposición de hacerlo, investigué a Fernandito y a su familia y descubrí que su padre, efectivamente, viajaba mucho, pero que no era precisamente diplomático, aunque nunca fue molestado por ninguna autoridad, ni extranjera ni española.
– ¿Qué os parecen? -nos preguntó Fernandito, con el mismo tono con el que un carnicero pregona su mercancía-, ¿a que no os lo esperabais? Pues venga, dejad de mirar y empezad a actuar. Cada uno que coja a una de las chicas y se la lleve a su cama. Yo me iré con ésta -dijo agarrando a una de las morenas por la cadera y llevándosela a su habitación, mientras la sobaba por todo el cuerpo, sobre todo por las zonas que nosotros considerábamos prohibidas, sin pudor alguno.
– ¿Qué os ocurre a vosotros?, ¿no os gustamos?, pues no estamos nada mal, mirad por aquí -dijo provocativamente la rubia al ver que Garrido y yo nos habíamos quedado en silencio, sin capacidad de reacción, mientras se despojaba de la blusa y dejaba al aire dos pechos redondos e inmensos, que nos apuntaban desafiantes como cañones.
– No se trata de eso -respondí entre balbuceos-, sólo que no tenemos experiencia, somos novatos.
– Pues eso habrá que arreglarlo, no podemos permitir que dos jovencitos tan guapos como vosotros continúen siendo vírgenes -dijo mientras se acercaba a donde estaba yo y agarrándome por el cuello unía sus labios a los míos, haciéndome casi perder el conocimiento con lo que fue mi primer beso de verdad.
Fue también la primera vez que oí la palabra virgen aplicada a un hombre. Hasta entonces, en nuestra ignorancia, la virginidad era algo que relacionábamos con la madre de Dios, ni siquiera con el sexo, aunque ya empezábamos a distinguir lo que significaba la virginidad en las mujeres. Pero en un hombre, que alguien nos calificara de vírgenes, eso era totalmente nuevo para nosotros y, de algún modo, excitante. Me olvidé de todo y me dejé llevar por la rubia que así, inopinadamente, se había convertido en mi compañera y mi dueña. Creo que desde entonces tengo fijación por las rubias, no como consecuencia de algún esnobismo o paletismo que me hace preferir a las de tipo nórdico en vez de a las mujeres latinas, sino porque mi primera mujer de verdad fue rubia.
Aunque mi nerviosismo era patente, la rubia -en ningún momento me dijo su nombre, aunque en mis sueños siempre la he llamado Marlene, no hace falta explicar los motivos- consiguió que poco a poco me fuera tranquilizando. No habló ni me pidió nada, sino que comprendiendo la situación y tomándome a su cargo fue ella la que llevó las riendas. Casi sin darme cuenta me despojó de las ropas y se quitó las suyas, quedándose totalmente desnuda y acostándose junto a mí, en la cama. Con una mano que de suave parecía inexistente me fue acariciando el pene mientras frotaba sus tetas contra mi pecho y jugueteaba con su lengua contra la mía. Aunque todo lo hacía con una dulzura y una lentitud considerable mi erección fue automática y casi sin darme cuenta me corrí manchándole las manos y la sábana. Al verme totalmente avergonzado me sonrió y me dijo que me tranquilizara.
– No tiene importancia, es normal la primera vez. No te preocupes y relájate, que empezaremos de nuevo y será mucho mejor, porque de este modo vas a aguantar mucho más. Tenemos toda la noche por delante -añadió mientras recogía mi pene, que se había quedado completamente flaccido, y se lo introducía en la boca, dándole calor y consiguiendo que poco a poco fuera resucitando.
Curiosamente esa alusión a que teníamos toda la noche por delante no me intimidó, como hubiera pensado una hora atrás, sino que me produjo una inmensa satisfacción. Estaba dispuesto a ser un alumno aplicado ya que la profesora se lo merecía, por eso atendí gustoso a sus explicaciones e hice lo que ella me indicaba. Aprendí a acariciarla con mis torpes manos y a besarla con mi inexperta lengua, y cuando me dijo que introdujera esta última por su húmedo y resplandeciente coño no lo dudé ni un momento y sorbí sus jugos como si del mejor champán se tratara.
– Creo que ya estás preparado -me dijo al cabo de un rato-, así que vamos a dejar los jugueteos e ir al grano. Ven, ponte encima mío y acerca tu cosita a la mía -dicho así parecía cursi, pero había que vivirlo, y lo viví, vaya que si lo viví. Era la primera vez que follaba y todo salió estupendamente. Esta vez tardé en correrme y cuando lo hice toqué el cielo con la punta de los dedos. Ella también disfrutó, o eso me pareció en su momento, ya que muchas veces he pensado que siendo tan buena como era quizá fingiera, pero siempre me queda la esperanza de pensar que haya sido auténtico.
Después de aquello seguimos jugueteando, aunque no la volví a penetrar ya que no me quedaban fuerzas, pero no era necesario. Había sido la noche más maravillosa de mi vida y me había convertido, por fin, en un hombre. Ese mismo día tomé la decisión de no meterme a sacerdote, así que en el futuro, si quería dar gusto a mi padre, no me quedaba más remedio que tomar el camino de las armas. Pero todavía tenía tiempo para pensar en ello.
Cuando me desperté la rubia ya había desaparecido. Lo lamenté un poco, pero no demasiado. No necesitaba tener una nueva sesión para ser el hombre -sí, hombre, no niño- más feliz del mundo. Fui a ducharme y después de vestirme me acerqué hasta la cocina, con la intención de prepararme el desayuno, pero antes de entrar allí oí ruidos en la habitación que ocupaba Garrido. Fernandito y él estaban hablando sigilosamente, en voz muy baja, como si no quisieran que nadie -es decir, yo, ya que era la única persona que aparte de ellos dos estaba en la casa se enterara, lo que me picó un poco y despertó mi curiosidad. Si acababa de licenciarme en sexo, perfectamente podía graduarme en espionaje. Si al principio tenía algún tipo de escrúpulos desaparecieron al pensar que quizá estaba siendo marginado de algo importante. Sólo había un modo de saberlo, así que acerqué el ojo y el oído a la puerta entreabierta y me dispuse a escuchar y ver.
Al parecer a Garrido no le habían ido las cosas tan bien como a mí. Su experiencia con la segunda morena había sido nefasta. Parecía totalmente hundido y tenía los ojos rojos, señal de que había llorado. Quizá al enterarme de eso debía de haber abandonado mi espionaje, pero algo me incitaba a quedarme, tal vez el modo que tenía Fernandito de consolarle, acariciándole el pelo del mismo modo que había hecho la rubia conmigo cuando me corrí por primera vez. Quizá las palabras que le susurraba al oído, diciéndole que eso no tenía importancia, que a veces, muchas veces, la primera vez sale mal, pero que eso no significa nada.
– Entonces, ¿por qué al idiota de Vázquez le ha ido tan bien? -dijo destilando rabia y dejándome totalmente sorprendido. Nunca hubiera esperado ese comportamiento de la persona a quien consideraba mi mejor amigo. Estaba dispuesto a concederle el beneficio de la duda y a pensar que decía eso sin sentirlo, tan sólo movido por su humillación, pero decidí seguir escuchando. Ya no lo consideraba un vil acto de espionaje. Si ellos sabían cómo me había ido a mí, yo tenía derecho a saber cómo les había ido a ellos.
Читать дальше