Robin Cook - Cromosoma 6

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– En cierto sentido, ése que está allí soy yo mismo -respondió Kevin.

– Tampoco te pases -dijo Melanie.

– Es obvio que está erguido como un ser humano -observó Candace-, pero es más peludo que la mayoría de los tíos con los que he salido.

– Muy graciosa -dijo Melanie sin reír.

– Melanie, usa el localizador para explorar el área -pidió Kevin-. Los bonobos suelen ir en grupo, así que es probable que haya más en los alrededores. Podrían estar ocultos detrás de los árboles.

Melanie manipuló el instrumento.

– No puedo creer que se quede tan quieto -señaló Candace.

– Quizá esté muerto de miedo -repuso Kevin-. No debe de saber qué pensar de nosotros. O, si Melanie tiene razón sobre la falta de hembras, puede que se haya quedado prendado de vosotras dos.

– Eso sí que no me hace ninguna gracia -dijo Melanie sin levantar la vista del teclado.

– Lo siento -se disculpó Kevin.

– ¿Qué tiene en la cintura? -preguntó Candace.

– Yo estaba preguntándome lo mismo -dijo Kevin-. No veo bien, pero tal vez sea una liana que se le enredó mientras se abría paso entre la vegetación.

– Quizá sea uno de los machos dominantes de su grupo -dijo Melanie-. Con tan pocas hembras, es muy probable que se comporten como los chimpancés. En tal caso, podría estar demostrando su valor.

Transcurrieron varios minutos y el bonobo permaneció inmóvil.

– Esto parece uno de esos atolladeros típicos de las películas de vaqueros -protestó Candace-. Acerquémonos todo lo posible. ¿Qué podemos perder? Incluso si sale corriendo, veremos algo más.

– De acuerdo -repuso Kevin-. Pero no hagáis movimientos bruscos. No quiero asustarlo. Si lo hacemos, quizá perdamos la oportunidad de ver a otros.

– Vosotros primero-dijo Candace.

Los tres avanzaron con sigilo, paso a paso. Kevin iba delante, seguido de cerca por Melanie. Candace caminaba en la retaguardia. Cuando llegaron al punto medio entre ellos y el bonobo, se detuvieron. Ahora podían verlo mucho mejor.

El animal tenía cejas prominentes y una frente en declive, como los chimpancés, pero el prognatismo del extremo inferior de la cara era menor al de un bonobo normal. Su nariz era chata, con unas aletas que se ensanchaban y se hundían alternativamente. Las orejas eran más pequeñas que las de los chimpancés o los bonobos, y estaban aplanadas a ras de la cabeza.

– ¿Estáis pensando lo mismo que yo? -preguntó Melanie.

Candace asintió.

– Me recuerda a los dibujos de cavernícolas que había en los libros de texto de la escuela.

– ¿Habéis visto sus manos? -preguntó Kevin.

– Sí -respondió Candace-. ¿Qué tienen de particular?

– El pulgar. No es como el de los chimpancés. Está separado de la palma.

– Tienes razón. Y eso significa que es capaz de oponerlo a los demás dedos.

– ¡Santo cielo! -susurró él-. Las pruebas circunstanciales se acumulan. Supongo que si en el brazo corto del cromosoma seis se encuentran los genes evolutivos responsables de la bipedación, también podrían encontrarse allí los que permiten oponer el pulgar a los dedos.

– Lo que lleva a la cintura es una liana -observó Candace-.

Ahora la veo con claridad.

– Acerquémonos un poco más -sugirió Melanie.

– No sé -dijo Kevin-. Creo que estamos tentando a la suerte. Con franqueza, me sorprende que aún no haya huido de nosotros. Tal vez deberíamos sentarnos aquí a mirarlo.

– Hace muchísimo calor al sol -replicó Melanie-. Y todavía no son las nueve, así que dentro de un rato será peor. Si decidimos sentarnos a observar, yo propongo que sea a la sombra. Y entonces también me gustaría tener la comida con nosotros.

– Estoy de acuerdo -intervino Candace.

– Claro que estás de acuerdo -se burló Kevin-. Me sorprendería que no fuera así.

Estaba cansado de ver que cada vez que Melanie hacía una sugerencia, Candace la apoyaba incondicionalmente. Gracias a su adhesión, se habían metido en más de un lío.

– Gracias por el cumplido -dijo Candace, indignada.

– Lo siento -se disculpó él, que no prentendía herir sus sentimientos.

– Bueno, yo me acercaré -dijo Melanie-. Al fin y al cabo, Jane Goodall consiguió aproximarse a los chimpancés.

– Es verdad -repuso Kevin-, pero después de meses de acostumbrarlos a su presencia.

– De todos modos voy a intentarlo -insistió ella.

Kevin y Candace dejaron que avanzara unos tres metros, luego intercambiaron una mirada, se encogieron de hombros y la siguieron.

– No tenéis que hacerlo por mí -dijo Melanie.

– En realidad, quiero acercarme lo suficiente para ver la expresión de la cara de mi doble -susurró Kevin-. Y también quiero mirarlo a los ojos.

En silencio, y con paso lento y sigiloso, los tres consiguieron llegar a unos seis metros del bonobo. Luego volvieron a detenerse.

– ¡Es increíble! -susurró Melanie sin apartar los ojos de la cara del animal-. Los únicos indicios de que el animal estaba vivo eran un parpadeo de vez en cuando, algunos movimientos de los ojos y el ensanchamiento de las fosas nasales con cada inspiración.

– Mira esos pectorales -indicó Candace-. Es como si se hubiera pasado media vida en el gimnasio.

– ¿Cómo creéis que se hizo esa cicatriz? -preguntó Melanie.

El bonobo tenía una gruesa cicatriz que se extendía desde un lado de la cara casi hasta la boca.

Kevin se inclinó y lo miró a los ojos. Eran castaños, igual que los suyos. Puesto que tenía el sol de frente, las pupilas eran apenas un puntito. Kevin aguzó la vista, buscando algún indicio de inteligencia, pero era difícil detectarlo.

De improviso, el animal hizo chocar las palmas con tanta fuerza que el eco hizo vibrar las hojas de la arboleda. Al mismo tiempo gritó: "¡At!".

Kevin, Melanie y Candace dieron un respingo. Preocupados desde un principio por la posibilidad de que el bonobo huyera de ellos, ni siquiera habían pensado en una conducta agresiva. El violento palmoteo y el grito los asustó, haciéndoles temer un ataque. Sin embargo, el animal no los atacó y volvió a quedarse petrificado.

Después de un instante de confusión, recuperaron parte de su anterior compostura y miraron con nerviosismo al bonobo.

– ¿A santo de qué ha hecho eso? -preguntó Melanie.

– No creo que tenga miedo de nosotros -dijo Candace-. Tal vez deberíamos retroceder.

– Estoy de acuerdo -asintió Kevin con inquietud-, pero hagámoslo despacio. No os dejéis dominar por el pánico.

Siguiendo su propio consejo, dio unos pasos lentos hacia atrás e hizo señas a las chicas para que lo imitaran.

El bonobo reaccionó llevándose una mano a la espalda y cogiendo una herramienta colgada a la liana que le rodeaba la cintura. Alzó la herramienta por encima de su cabeza y volvió a gritar "¡At!". Los tres se detuvieron en seco, con los ojos desorbitados de horror.

– ¿Qué significa "At"? -gimió Melanie al cabo de unos segundos. ¿Será una palabra? ¿Es posible que hablen?

– No tengo la menor idea -respondió Kevin con voz temblorosa-. Pero al menos no se ha arrojado sobre nosotros.

– ¿Qué tiene en la mano? -preguntó Candace con aprensión-. Parece un martillo.

– Lo es -respondió Kevin-. Es un martillo de carpintero.

Ha de ser una de las herramientas que robaron los bonobos durante las obras del puente.

– Mira cómo lo sujeta -dijo Melanie-, como lo haríamos tú o yo. No cabe duda de que puede oponer el pulgar a la palma.

– ¡Tenemos que escapar! -gimió Candace-. Me habíais dicho que estas criaturas eran tímidas, y éste no tiene ninguna pinta de serlo.

– ¡No corras! -advirtió Kevin con los ojos fijos en los del bonobo.

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