Robin Cook - Cromosoma 6

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– Hablo en serio. En cierto modo, entiendo que quieras llevar a Esteban, pero ¿por qué a Warren y a Natalie?

La noche anterior, cuando habían propuesto el viaje a Teodora, ésta había recordado a su marido que uno de los dos debía permanecer en la ciudad para atender la tienda y cuidar a su hijo adolescente. Para tomar la decisión habían arrojado una moneda al aire y la suerte había favorecido a Esteban.

– Hablaba en serio cuando dije que nos divertiríamos -dijo Jack-. Aunque no descubramos nada, y cabe la posibilidad de que así sea, por lo menos haremos un viaje estupendo. El interés de Warren por esa parte de Africa se leía clara mente en sus ojos. Y en el camino de vuelta, pasaremos un par de días en París.

– A mí no tienes que convencerme-dijo Laurie-. Al principio no quería que fueras, pero ahora estoy entusiasmada.

– Lo único que nos falta es convencer a Bingham.

– No creo que sea difícil. Ninguno de los dos nos tomamos vacaciones cuando nos lo propuso. Y Lou prometió poner su granito de arena contándole lo de las amenazas. Seguro que se alegra de que nos marchemos de la ciudad.

– No me fío de los burócratas. Pero seamos optimistas y, suponiendo que nos vayamos, repartamos las tareas. Yo iré a comprar los billetes mientras tú, Warren y Natalie os ocupáis de los visados. También tendremos que vacunarnos e iniciar un tratamiento preventivo contra la malaria. En rigor, deberíamos contar con más tiempo para las vacunas, pero haremos todo lo que podamos y llevaremos un cargamento de repelente de insectos.

– Buena idea -dijo ella.

Puesto que Laurie estaba con él, Jack tuvo que dejar su adorada bicicleta en el apartamento y compartieron un taxi hasta el depósito. Cuando entraron en la sala de identificaciones, Vinnie bajó el periódico que estaba leyendo y los miró como si fueran fantasmas.

– ¿Qué hacéis aquí? -preguntó con voz ronca y de inmediato se aclaró la garganta.

– ¿Qué clase de pregunta es ésa? -inquirió Jack-. Trabajamos aquí, Vinnie, ¿o lo has olvidado?

– Es que no sabía que estuvierais de guardia -dijo Vinnie.

Bebió precipitadamente un sorbo de café y volvió a toser.

Jack y Laurie se acercaron a la cafetera.

– Hace un par de días que está muy raro -susurró Jack.

Laurie miró por encima del hombro a Vinnie, que había vuelto a ocultarse detrás del periódico.

– Ha reaccionado de manera extraña-convino ella-. Y ayer noté que parecía incómodo en mi presencia.

Sus ojos se cruzaron y los dos se miraron fijamente durante unos instantes.

– ¿Est s pensando lo mismo que yo? -preguntó Laurie.

– Es posible. Todo parece encajar. Desde luego, podría haberlo hecho.

– Creo que deberíamos comentárselo a Lou. -No me gustaría que fuera Vinnie, pero tenemos que descubrir quién ha estado filtrando información confidencial.

Por suerte para Laurie, su turno semanal como jefa de día había terminado y comenzaba el de Paul Plodgett. Este ya estaba ante el escritorio, examinando los casos que habían entrado la noche anterior. Laurie y Jack le dijeron que pensaban tomarse unos días de vacaciones y que no les asignara ninguna autopsia a menos que fuera imprescindible. Paul les aseguró que no habría necesidad, pues la lista de casos era pequeña.

Laurie, que sabía más de política que Jack, insistió en que, debían comentar sus planes con Calvin antes de abordar a Bingham, y Jack se sometió a su buen criterio. Calvin respondió con un gruñido que deberían haber avisado con más tiempo.

En cuanto Bingham llegó, Laurie y Jack fueron a su despacho. El jefe del instituto los miró con curiosidad por encima de la montura metálica de las gafas. Tenía la correspondencia en la mano y estaba a punto de leerla.

– ¿Quieren dos semanas a partir de hoy? -preguntó con incredulidad-. ¿Por qué tanta prisa? ¿Es una emergencia?

– Nos proponemos hacer lo que se llama turismo de aventura -dijo Jack-. Y nos gustaría marcharnos esta misma noche.

Los ojos vidriosos de Bingham iban y venían de Laurie a Jack.

– No pensarán casarse, ¿no?

– No será una aventura tan arriesgada -respondió Jack.

Laurie soltó una carcajada.

– Lamentamos no haber avisado con mayor antelación -dijo-. El motivo de nuestra prisa es que anoche los dos recibimos amenazas en relación con el caso Franconi.

– ¿Amenazas? -preguntó Bingham-. ¿Ese ojo a la funerala tiene algo que ver con ellas?

– Me temo que sí -respondió Laurie. Había hecho lo posible por cubrir el morado con maquillaje, pero sólo lo había conseguido en parte.

– ¿Y quién está detrás de esas amenazas? -preguntó Bingham.

– Una de las familias de la mafia de Nueva York -repuso Laurie-. El detective Soldano le informará al respecto y le hablará de la posibilidad de que exista un infiltrado de la mafia en el instituto. Creemos haber descubierto cómo robaron el cadáver de Franconi.

– Soy todo oídos -dijo Bingham.

Dejó la correspondencia sobre el escritorio y se reclinó en su sillón.

Laurie le contó toda la historia, subrayando el hecho de que la funeraria Spoletto tenía el número de admisión de la víctima sin identificar.

– ¿Y el detective Soldano cree que es conveniente que se marchen de la ciudad? -preguntó Bingham.

– Sí -respondió ella.

– Bien -dijo Bingham-. Entonces pueden marcharse.

¿Tengo que llamar a Soldano o me llamar él?

– Quedamos en que llamaría él.

– De acuerdo. -Miró a Jack-. ¿Y qué hay del asunto del hígado?

– Todavía está sin aclarar -respondió Jack-. Estoy esperando los resultados de las pruebas.

Bingham hizo un gesto de asentimiento y dijo:

– Este caso es un auténtico coñazo. Asegúrese de que me notifiquen cualquier descubrimiento mientras usted esté fuera. No quiero sorpresas. -Bajó la vista al escritorio y cogió la correspondencia-. Que tengan buen viaje, y no olviden enviarme una postal.

Laurie y Jack salieron al pasillo y sonrieron.

– Esto promete -dijo él-. Bingham era el principal obstáculo.

– Me pregunto si deberíamos haberle dicho que íbamos a Africa para investigar el asunto del hígado trasplantado dijo ella.

– No lo creo. Es muy probable que no nos hubiera dejado marchar. Lo único que él quiere es que el caso se esfume sin alboroto.

Cuando se retiraron a sus respectivos despachos, Laurie telefoneó a la embajada de Guinea Ecuatorial para informarse de los trámites necesarios para los visados, mientras Jack llamaba a las líneas aéreas. Laurie descubrió que Esteban estaba en lo cierto: el visado podía obtenerse en una mañana.

En la compañía Air France dijeron a Jack que se ocuparían de todo, y él quedó en pasar por la oficina por la tarde a recoger los billetes.

Poco después, Laurie entró en el despacho de Jack. Estaba radiante.

– Comienzo a hacerme a la idea de que nos vamos de verdad -dijo con entusiasmo-. ¿Qué tal te ha ido a ti?

– Bien -respondió Jack-. Salimos esta tarde a las ocho menos diez.

– No puedo creerlo. Me siento como una adolescente antes de su primer viaje al extranjero.

Tras hacer los arreglos necesarios para el viaje y la vacunación en el Hospital General de Manhattan, telefonearon a Warren, que dijo que llamaría a Natalie y se reuniría con ellos en el hospital.

Una enfermera les puso una serie de vacunas y les dio recetas de fármacos para prevenir la malaria. También les dijo que debían esperar una semana para viajar. Jack le explicó que era imposible, y la mujer respondió que se alegraba de no estar en sus zapatos.

En el pasillo, Warren preguntó a Jack qué había querido decir la enfermera.

– Las vacunas tardan una semana en hacer efecto -explicó Jack-, excepto la gammaglobulina.

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