Robin Cook - Cromosoma 6

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– Algo importante -dijo Kevin-. Todos parecen preocupados.

Pasaron varios minutos. Ninguno de los bonobos se movió ni hicieron el menor ruido. De pronto, hubo una violenta conmoción a la derecha, acompañada de gritos agudos.

Súbitamente, los árboles se llenaron de monos colobos que huían desesperadamente en dirección a los bonobos que habían trepado a los árboles.

Los aterrorizados monos intentaron cambiar de rumbo, pero con la prisa, varios de ellos cayeron de las ramas al suelo. Antes de que pudieran recuperarse, los bonobos que se hallaban en el suelo los cercaron y los mataron al instante con cuñas de piedra.

Candace gimió aterrorizada y se volvió para no mirar.

– Creo que es un buen ejemplo de caza en grupo -susurró Melanie-. Para hacer algo así se necesita un alto nivel de cooperación. -A pesar de las circunstancias, estaba fascinada.

– No sigas -susurró Kevin-. Me temo que el jurado ha regresado a la sala y que el veredicto es nefasto. Sólo llevamos una hora en la isla, pero la pregunta que nos trajo aquí ya tiene respuesta. Además de la caza en grupo, hemos observado una postura totalmente erecta, pulgares que se oponen a la palma, fabricación de herramientas y hasta un lenguaje rudimentario. Tengo la impresión de que pueden vocalizar tan bien como tú o como yo.

– Es extraordinario -murmuró Melanie-. Estos animales han evolucionado cuatro o cinco millones de años en el poco tiempo que llevan aquí.

– ¡Oh, cerrad el pico! -sollozó Candace-. Esas bestias nos han cogido prisioneros, y vosotros dos estáis manteniendo una discusión científica.

– Es algo más que una discusión científica -corrigió Kevin-. Estamos reconociendo un terrible error, y yo soy el responsable. La realidad es peor de lo que temí al ver humo sobre la isla. Estos animales son protohumanos.

– Yo debo asumir mi parte de culpa -dijo Melanie.

– No estoy de acuerdo -repuso Kevin-. Fui yo quien creó estas quimeras al añadirles los segmentos de cromosomas humanos. Tú no eres responsable de nada.

El y Melanie se giraron a mirar al bonobo número uno, que se aproximaba cargando el cuerpo ensangrentado de un mono colobo. Todavía llevaba puesto el reloj, lo que subrayaba la curiosa naturaleza de la criatura, que lo situaba entre el hombre y el primate.

El bonobo número uno se puso delante de Candace y le tendió el mono con las dos manos, diciendo: "Sta".

Candace gimió y giró la cabeza. Parecía a punto de vomitar.

– Te lo está ofreciendo -dijo Melanie-. Procura agradecérselo.

– No puedo ni mirarlo -sollozó Candace.

– ¡Inténtalo! -suplicó su amiga. -Candace giró la cabeza con lentitud, aunque su cara reflejaba disgusto. Al mono le habían aplastado la cabeza-. Haz una reverencia o cualquier cosa por el estilo.

Candace esbozó una débil sonrisa e inclinó la cabeza. El bonobo número uno respondió con otra inclinación y se marchó.

– Increíble -dijo Melanie mirando cómo se alejaba-. Aun que es obvio que es el macho dominante, aún conserva costumbres de la sociedad matriarcal propia de los bonobos.

– Lo has hecho muy bien, Candace -dijo Kevin.

– Estoy histérica -repuso la joven.

– Siempre quise ser rubia-bromeó Melanie.

El bonobo que sujetaba la cuerda dio un tirón menos brusco que el anterior. El grupo de animales comenzó a avanzar otra vez, y los tres amigos no tuvieron más remedio que seguirlo.

– No quiero dar un solo paso más -dijo Candace, llorosa.

– Domínate -ordenó Melanie-. Todo saldrá bien. Comienzo a pensar que el pálpito de Kevin era acertado. Nos ven como dioses, sobre todo a ti, con tu pelo rubio. Si hubieran querido, podrían habernos matado de inmediato, como hicieron con los monos.

– ¿Por qué mataron a los monos? -preguntó Candace.

– Supongo que para comérselos -respondió Melanie-. Es curioso, porque los bonobos no son carnívoros como algunos chimpancés.

– Temía que fueran lo bastante humanos para matar por deporte.

El grupo atravesó un terreno cenagoso y comenzó a subir por una cuesta. Quince minutos después, emergieron de la penumbra del bosque a una zona rocosa, aunque verde, al pie del macizo de piedra caliza.

En el centro del muro de piedra estaba la abertura de una cueva, a la que aparentemente sólo se podía acceder mediante una ringlera de cornisas. Junto a la entrada de la caverna había otra docena de bonobos, la mayoría de ellos hembras

Se golpeaban el pecho con los puños y gritaban "Bada", "Bada" una y otra vez.

Los bonobos que llevaban a los tres amigos las imitaron y les enseñaron los monos muertos, levantándolos por encima de sus cabezas. Las hembras respondieron con una retahila de gritos agudos, que a Melanie le recordaron los de los chimpancés.

Luego los bonobos situados al pie del macizo se separaron y empujaron hacia delante a los tres amigos. Al verlos, las hembras guardaron silencio.

– ¿Por qué tengo la impresión de que las hembras no se alegran de vernos? -murmuró Melanie.

– Yo prefiero pensar que están desconcertadas -respondió Kevin-. No esperaban compañía.

Por fin el bonobo número uno dijo "Zit" y señaló hacia arriba con el pulgar. El grupo siguió adelante, tirando de Kevin, Melanie y Candace..

CAPITULO 18

7 de marzo de 1997, 6.15 horas.

Nueva York.

Jack parpadeó y despertó en el acto. Se sentó y se restregó los ojos. Todavía estaba cansado, pues la noche previa casi no había dormido y la anterior se había acostado más tarde de lo previsto. Sin embargo estaba demasiado nervioso para volver a conciliar el sueño.

Se levantó del sofá, se envolvió con una manta para protegerse del frío de la mañana y se acercó a la puerta de la habitación. Aguzó el oído. Convencido de que Laurie dormía, entornó la puerta. Como suponía, Laurie estaba tendida de costado bajo una montaña de mantas, respirando profunda mente.

Con cuidado de no hacer ruido, Jack cruzó de puntillas el dormitorio y entró en el cuarto de baño. Tras cerrar la puerta, se afeitó y se duchó con rapidez. Al salir, vio con satisfacción que Laurie no se había movido de su sitio.

Cogió ropa limpia del armario, se la llevó consigo al salón y se vistió. Unos minutos después salió del edificio a la luz del amanecer. Hacía frío y unos cuantos copos de nieve flotaban en el aire, empujados por el viento.

Al otro lado, en el interior de un coche con las luces interiores encendidas, dos policías de uniforme bebían café y leían los periódicos de la mañana. Reconocieron a Jack y lo saludaron con la mano. Jack respondió al saludo. Lou había cumplido su palabra.

Jack corrió calle abajo, en dirección a una tienda de Columbus Avenue que abría las veinticuatro horas del día. Uno de los policías lo siguió. Jack pensó en comprarle una pasta pero enseguida cambió de idea. No quería que el poli lo interpretara mal.

Cargado con zumo, café, fruta y pan recién horneado regresó al apartamento. Laurie se había levantado y estaba duchándose. Jack llamó a la puerta y anunció que el desayuno estaría listo cuando ella quisiera.

Unos minutos después, Laurie salió al salón enfundada en la bata de Jack y con el cabello húmedo. Las secuelas de su encuentro con Angelo no eran especialmente notorias y lo único que llamaba la atención era el ligero morado en el ojo.

– Ahora que has tenido toda la noche para pensar en el viaje, ¿sigues queriendo hacerlo? -preguntó ella.

– Desde luego. Estoy completamente decidido.

– ¿De verdad vas a pagar todos los billetes? Te saldrá caro.

– ¿En qué otra cosa puedo gastarme la pasta? -replicó Jack echando un vistazo alrededor-. En mi estilo de vida, no, naturalmente, y la bici ya está pagada.

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