Robin Cook - Cromosoma 6

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– Vosotros quedaos, si queréis, pero yo vuelvo a la piragua -dijo Candace, desesperada.

– Nos iremos todos, pero despacio -dijo Kevin.

A pesar de las advertencias, Candace dio media vuelta y echó a correr. Sin embargo, no había recorrido más de unos metros cuando se detuvo en seco y gritó.

Melanie y Kevin se volvieron, y contuvieron la respiración al descubrir la causa del susto de su amiga: unos veinte bonobos más habían salido del bosque y se habían dispuesto en semicírculo, bloqueando la salida de la arboleda.

Candace retrocedió despacio, hasta que chocó con Melanie.

Durante un minuto nadie habló ni se movió, ni siquiera los animales. Luego, el ejemplar número uno volvió a gritar "¡At!", y los bonobos comenzaron a rodear a los humanos.

Candace dejó escapar un gemido de angustia mientras ella, Kevin y Melanie se aproximaban entre sí, formando una piña. El cerco de los animales comenzó a cerrarse como un lazo. Los bonobos se aproximaron lentamente y pronto los humanos pudieron percibir su olor penetrante. Los animales tenían una expresión indescifrable, pero atenta. Sus ojos destellaban.

Por fin se detuvieron a menos de un metro del grupo y estudiaron los cuerpos de los tres amigos de arriba abajo. Algunos empuñaban piedras en forma de cuña, como la que había matado al bonobo número sesenta.

Ellos no se movieron. Estaban paralizados de terror. Todos los animales parecían tan fuertes como el número uno.

El bonobo número uno permaneció fuera del apretado cerco. Todavía tenía el martillo en la mano, pero ya no lo levantaba. Se aproximó y caminó alrededor del grupo, mirando a los humanos por entre las cabezas de sus congéneres. Luego emitió una retahíla de sonidos acompañados de ademanes.

Algunos de los demás bonobos le respondieron y uno de ellos tendió el brazo hacia Candace, que soltó un gemido ahogado.

– No te muevas -consiguió decir Kevin-. Creo que el hecho de que hasta ahora no nos hayan hecho daño es buena señal.

Candace tragó saliva con dificultad mientras la mano del bonobo le acariciaba el cabello. Parecía fascinado por el color rubio. La joven tuvo que hacer acopio de todo su valor para no gritar ni retroceder.

Otro animal comenzó a gesticular y emitir sonidos. Luego se señaló un costado, donde Kevin vio una larga sutura quirúrgica.

– A éste le extrajimos un riñón para trasplantárselo al empresario de Dallas -dijo Kevin con temor-. Mira cómo nos señala. Creo que nos asocia con el personal que lo recogió.

– Mala señal -susurró Melanie.

Otro animal extendió el brazo y palpó el brazo comparativamente lampiño de Kevin. Luego tocó el radiorreceptor direccional que el investigador tenía en la mano. Kevin se sorprendió de que no intentara arrebatárselo.

El bonobo que estaba frente a Melanie cogió la tela de su blusa con el pulgar y el índice, como si se interesara por su textura. Luego tocó el localizador que sujetaba la chica con la punta de un dedo.

– Parecen fascinados por nosotros -dijo Kevin con voz titubeante-. Y se muestran curiosamente respetuosos. Quizá piensan que somos dioses.

– ¿Cómo podemos reforzar esa creencia? -preguntó Melanie.

– Les daré algo -respondió él.

Pensó en los objetos que llevaba encima y de inmediato se decidió por el reloj. Con movimientos lentos, se puso el radiorreceptor direccional bajo al axila y se quitó el reloj de pulsera. Cogiéndolo por la correa, se lo tendió al animal que tenía delante.

El bonobo inclinó la cabeza para examinar el reloj y luego lo cogió. Pero en cuanto lo hubo hecho, el bonobo número uno emitió otro sonido "¡Ot!" y el animal que tenía el reloj se lo entregó de inmediato. El bonobo número uno examinó el reloj y acto seguido se lo puso en el antebrazo.

– ¡Dios mío! -exclamó Kevin-. Mi doble se ha puesto mi reloj. Esto es una pesadilla.

El bonobo número uno pareció admirar el reloj durante unos instantes. Luego unió el pulgar y el índice, formando un círculo, y dijo: "Randa".

Al punto, uno de los bonobos salió corriendo y desapareció en el bosque. Cuando regresó, llevaba un rollo de cuerda.

– ¿Cuerda? -preguntó Kevin, asustado-. ¿Y ahora qué?

– ¿De dónde sacaron la cuerda? -preguntó Melanie.

– Sin duda la robaron junto con las herramientas -respondió él.

– ¿Qué van a hacer? -preguntó Candace con nerviosismo.

El bonobo fue directamente hacia Kevin y le enlazó la cintura con la cuerda. Con una mezcla de miedo y admiración, el investigador vio cómo el animal hacía un nudo rudimentario y apretaba la cuerda contra su abdomen.

Kevin miró a las mujeres.

– No os resistáis -dijo-. Creo que todo irá bien a menos que los asustemos o los hagamos enfadar.

– Pero yo no quiero que me aten -sollozó Candace.

– Mientras no nos hagan daño, no importa -dijo Melanie, con la esperanza de tranquilizar a su amiga.

El bonobo ató a Melanie y luego a Candace de forma similar. Cuando hubo terminado, retrocedió unos pasos, con el extremo de la cuerda en la mano.

– Es obvio que quieren que nos quedemos -señaló Kevin, procurando desdramatizar la situación.

– Espero que no te ofendas si no festejo tu broma -replicó Melanie.

– Por lo menos no les molesta que hablemos -dijo él.

– Al contrario, curiosamente, parecen interesados en nuestra conversación -observó Melanie. Cada vez que uno de ellos hablaba, el bonobo que estaba más cerca inclinaba la cabeza en un gesto de atención.

De repente, el bonobo número uno abrió y cerró los de dos, mientras separaba los brazos del pecho. Al mismo tiempo, dijo: "Arak".

De inmediato, todos los animales comenzaron a moverse, incluido el que sujetaba el extremo de la cuerda. Kevin, Melanie y Candace se vieron obligados a seguirlos.

– Ese ademán era el mismo que hacía el bonobo en el quirófano-dijo Candace.

– Entonces debe querer decir "marchaos", "moveos" o "fuera" -señaló Kevin-. Es increíble, pero ¡hablan!

Salieron de la arboleda y cruzaron el campo hasta llegar al camino, donde los bonobos enfilaron hacia la derecha.

Mientras los tres amigos hablaban, los animales permanecieron silenciosos, pero también atentos.

– Sospecho que no es Siegfried quien mantiene los caminos-dijo Kevin-, sino los bonobos.

En cuanto se internaron en la selva, el sendero giró hacia el sur. Incluso en el interior del bosque seguía despejado y con la tierra compacta.

– ¿Adónde nos llevan? -preguntó Candace con nerviosismo.

– Supongo que a las cuevas -respondió Kevin.

– Esto es ridículo -protestó Melanie-. Nos llevan como perros con una correa. Si tanto les fascinamos, quizá deberíamos resistirnos.

– No lo creo -repuso Kevin-. Estoy convencido de que debemos hacer todo lo posible para no enfadarlos.

– ¿Candace? -dijo Melanie-. ¿Tú qué piensas?

– Estoy demasiado asustada para pensar. Lo único que quiero es volver a la canoa.

El bonobo que sujetaba la cuerda giró en redondo y dio un tirón que estuvo a punto de hacer caer a los tres amigos.

Luego sacudió la mano con la palma hacia abajo, murmurando: "Hana".

– ¡Joder! ¡Qué fuerza tiene! -protestó Melanie tratando de mantener el equilibrio.

– ¿Qué habrá querido decir? -preguntó Candace.

– Yo diría que nos está ordenando que cerremos el pico -dijo Kevin.

De repente, los animales se detuvieron y comenzaron a comunicarse por señas. Varios de ellos señalaron hacia los árboles de la derecha y un pequeño grupo se internó en la espesura. Los demás formaron un amplio círculo, con la excepción de tres que treparon a los árboles con una facilidad que desafiaba la fuerza de gravedad.

– ¿Qué pasa? -susurró Candace.

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