I II. Á lvaro aparece muerto. ¿M uerto o asesinado? E vidente relación con el cuadro, o tal vez con mi visita y mi investigación. ¿H ay algo que alguien no quiere que se sepa? ¿H abía averiguado Á lvaro algo importante que yo ignoro?
I V. U na persona desconocida (quizás asesino o asesina), me envía documentación reunida por Á lvaro. ¿Q ué sabe Á lvaro que otros consideran peligroso? ¿Q ué es lo que a ese otro (otros) le conviene que yo sepa y qué es lo que no le conviene?
V . U na mujer rubia lleva el sobre a U rbexpress. ¿R elación con la muerte de Á lvaro o simple intermediaria?
VI . M uere Á lvaro y no yo (de momento) aunque ambos estamos investigando el tema. I ncluso parecen querer facilitarme el trabajo, o bien orientarlo hacia algo que desconozco. ¿I nteresa el cuadro por su valor económico? ¿I nteresa mi trabajo de restauración? ¿interesa la inscripción? ¿interesa el problema de la partida? ¿I nteresa que se conozcan o que se ignoren determinados datos históricos? ¿Q ué puede relacionar a alguien del siglo X X con un drama ocurrido en el siglo X V?
V II. P regunta fundamental (por ahora): ¿S e vería un posible asesino beneficiado por un aumento de la cotización del cuadro en la subasta? ¿H ay algo más en esa pintura que no he descubierto?
V III. P osibilidad de que la cuestión no resida en el valor del cuadro sino en el misterio de la partida pintada. T rabajo de M uñoz. P roblema de ajedrez. ¿C ómo puede eso causar una muerte cinco siglos después? N o sólo es ridículo, es estúpido. (C reo).
I X. ¿C orro peligro? T al vez esperan que yo descubra algo más, que trabaje para ellos sin yo saberlo. Q uizá sigo viva porque me necesitan todavía.
Recordó algo que oyó decir a Muñoz la primera vez, ante el Van Huys, y se puso a reconstruirlo sobre el papel. El ajedrecista había hablado de diversos niveles en el cuadro. La explicación de uno de ellos podía llevar a la comprensión del conjunto:
N ivel 1. E l escenario dentro del cuadro. S uelo en forma de tablero de ajedrez que contiene a los personajes.
N ivel 2. P ersonajes del cuadro: F ernando, B eatriz, R oger.
N ivel 3. T ablero de ajedrez en el que dos personajes juegan la partida.
N ivel 4. P iezas que simbolizan a los tres personajes.
N ivel 5. E spejo pintado que refleja la partida y los personajes, invertidos.
Estudió el resultado, trazando líneas entre un nivel y otro, pero sólo consiguió establecer inquietantes correspondencias. El quinto nivel contenía los cuatro anteriores, el primero se correspondía con el tercero, el segundo con el cuarto… Un extraño círculo que se cerraba sobre sí mismo:
En realidad, se dijo mientras estudiaba el curioso diagrama, aquello parecía una solemne pérdida de tiempo. Establecer todas esas correspondencias no demostraba más que el retorcido ingenio del pintor que concibió el cuadro. La muerte de Álvaro jamás podría esclarecerse así; había resbalado en la bañera, o lo habían hecho resbalar, quinientos años después de pintarse La partida de ajedrez . Fuera cual fuere el resultado de todas las flechas y recuadros, ni Álvaro ni ella misma podían estar contenidos en el Van Huys, cuyo autor nunca pudo prever su existencia… ¿O sí lo hizo?… Una inquietante pregunta empezó a rondarle la cabeza. Ante un conjunto de símbolos, como lo era aquella pintura, ¿correspondía al espectador atribuirle significados, o esos significados ya estaban allí dentro, desde su creación?
Aún trazaba flechas y subrayaba recuadros cuando repicó el teléfono. Alzó la cabeza, sobresaltada, mirando el aparato sobre la alfombra sin decidirse a descolgarlo. ¿Quién podía llamar a las tres y media de la madrugada? Ninguna de las posibles respuestas la tranquilizaba, y el aparato aún sonó otras cuatro veces antes de que se moviera. Fue hasta él despacio, aún titubeante, y de pronto pensó que si los timbrazos se interrumpían antes de que averiguase quién llamaba, sería mucho peor. Imaginó el resto de la noche encogida en el sofá, mirando atemorizada el aparato mientras esperaba que sonara de nuevo… Ni hablar. Se lanzó sobre el teléfono, casi con rabia.
– ¿Diga?
El suspiro de alivio que escapó de su garganta tuvo que ser audible incluso para Muñoz, que interrumpió sus explicaciones para preguntar si se encontraba bien. Lamentaba mucho telefonear a aquellas horas, pero creyó que valía la pena despertarla. Él mismo estaba algo excitado, por eso se tomaba la libertad. ¿Cómo? Sí, exactamente. Hacía sólo cinco minutos que el problema… ¿Oiga?… ¿Estaba aún ahí? Le decía que ya era posible saber, con toda certeza, qué pieza se comió al caballo blanco.
VII. QUIÉN MATÓ AL CABALLERO
«Las piezas blancas y negras parecían representar divisiones maniqueas entre la luz y la oscuridad, el bien y el mal, en el mismo espíritu del hombre.»
G . K asparov
– No podía dormir, dándole vueltas… De pronto comprendí que analizaba la única jugada posible -Muñoz puso el ajedrez de bolsillo sobre la mesa; a su lado desplegó el croquis, arrugado y lleno de anotaciones-. Aún así, me resistía a creerlo. Tardé una hora en revisarlo todo otra vez, de arriba abajo.
Estaban en un drugstore que permanecía abierto toda la noche, junto a un ventanal por el que se podía ver la amplia avenida desierta. Apenas había gente en el local: algunos actores de un teatro cercano y media docena de noctámbulos de ambos sexos. Junto a los arcos de seguridad electrónica de la puerta, un vigilante jurado con indumentaria paramilitar bostezaba mirando el reloj.
– Fíjese bien -el ajedrecista indicó el croquis y después el pequeño tablero-. Habíamos reconstruido el último movimiento de la dama negra, que pasó de B2 a C2, pero no sabíamos qué jugada anterior de las piezas blancas la obligó a ello… ¿Recuerda? Al considerar la amenaza de las dos torres blancas, decidimos que la torre que está en B5 pudo venir de cualquiera de las casillas de la fila 5; pero eso no justificaba la huida de la dama negra, pues otra torre blanca, la de B6, ya le estaría dando jaque antes… Pudo ser, dijimos, que la torre comiera una pieza negra en B5. ¿Pero qué pieza? Eso nos detuvo.
– ¿Y qué pieza fue? -Julia estudiaba el tablero; su trazado blanquinegro y geométrico ya no era un espacio desconocido, sino que podía adentrarse en él como por terreno familiar-. Usted dijo que lo averiguaría estudiando las que estaban fuera del tablero…
– Y así lo hice. Estudié una por una las piezas comidas, llegando a una conclusión sorprendente:
– … ¿Qué pieza pudo comerse esa torre en B5?… -Muñoz miró el tablero con ojos de insomnio, como si realmente aún ignorase la respuesta-. No un caballo negro, pues los dos están dentro del tablero… Tampoco un alfil, porque la casilla B5 es blanca, y el alfil negro que mueve en las casillas diagonales blancas no se ha movido de sitio. Está ahí, en C8, con sus dos vías de salida obstruidas por peones que todavía no han sido puestos en juego…
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