Arturo Pérez-Reverte - La Tabla De Flandes

Здесь есть возможность читать онлайн «Arturo Pérez-Reverte - La Tabla De Flandes» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La Tabla De Flandes: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Tabla De Flandes»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

A finales del siglo XV un viejo maestro flamenco introduce en uno de sus cuadros, en forma de partida de ajedrez, la clave de un secreto que pudo cambiar la historia de Europa. Cinco siglos después, una joven restauradora de arte, un anticuario homosexual y un excéntrico jugador de ajedrez unen sus fuerzas para tratar de resolver el enigma.
La investigación les conducirá a través de una apasionante pesquisa en la que los movimientos del juego irán abriendo las puertas de un misterio que acabará por envolver a todos sus protagonistas.
La tabla de Flandes es un apasionante juego de trampas e inversiones -pintura, música, literatura, historia, lógica matemática- que Arturo Pérez- Reverte encaja con diabólica destreza.

La Tabla De Flandes — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Tabla De Flandes», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El cuadro estaba terminado. Cuando era más joven, Pieter Van Huys solía acompañar la última pincelada con una breve oración, agradeciendo a Dios el feliz término de una nueva obra; pero los años le habían vuelto silenciosos los labios, al mismo tiempo que los ojos secos y los cabellos grises. Así que se limitó a hacer un leve gesto afirmativo con la cabeza, dejando el pincel en una cazuela de barro con disolvente, y se limpió los dedos en el ajado mandil de cuero. Después cogió en alto el candelabro para dar un paso atrás. Que Dios lo perdonase, pero resultaba imposible no experimentar un sentimiento de orgullo. La partida de ajedrez superaba con creces el encargo hecho por su señor el duque. Porque todo estaba allí: la vida, la belleza, el amor, la muerte, la traición. Aquella tabla era una obra de arte que le sobreviviría a él y a cuantos en ella estaban representados. Y el viejo maestro flamenco sintió en su corazón el cálido soplo de la inmortalidad.

Vio a Beatriz de Borgoña, duquesa de Ostenburgo, sentada junto a la ventana, leyendo el P oema de la rosa y el caballero , con un rayo de sol que llegaba en diagonal sobre su hombro, iluminando las páginas miniadas. Vio su mano, del color del marfil, donde la luz acababa de arrancar un reflejo en el anillo de oro, temblar levemente, como la hoja de un árbol cuando apenas sopla una suave brisa. Tal vez amaba y era desdichada, y su orgullo no pudo soportar el rechazo de aquel hombre que se atrevía a negarle lo que ni el mismo Lanzarote del Lago negó a la reina Ginebra… O quizá no había ocurrido de ese modo, sino que el ballestero mercenario vengaba el despecho tras la agonía de una vieja pasión, un último beso y una cruel despedida… Corrían las nubes por el paisaje, al fondo, en el cielo azul de Flandes, y la dama continuaba ensimismada con su libro en el regazo. No. Aquello era imposible, pues nunca Fernando Altenhoffen hubiese rendido homenaje a una traición, ni Pieter Van Huys habría volcado su arte y su saber en aquella tabla… Era preferible pensar que los ojos bajos no miraban de frente porque ocultaban una lágrima. Que el terciopelo negro era luto por el propio corazón, traspasado por la misma flecha de ballesta que había silbado junto al foso. Un corazón que se plegaba a la razón de Estado, al mensaje cifrado de su primo el duque Carlos de Borgoña: el pergamino con varios dobleces y el lacre roto que arrugó entre sus manos frías, muda de angustia, antes de quemarlo en la llama de una vela. Un mensaje confidencial, transmitido por agentes secretos. Intrigas y telas de araña tejidas en torno al ducado y a su futuro, que era el de Europa. Partido francés, partido borgoñón. Sorda guerra de cancillerías, tan despiadada como el más cruel campo de batalla: sin héroes y con verdugos que vestían encaje y cuyas armas eran el puñal, el veneno y la ballesta… La voz de la sangre, el deber reclamado por la familia, no exigía nada que después no aliviase una buena confesión. Tan sólo su presencia, a la hora y el día convenidos, en la ventana de la torre de la Puerta Este, donde cada atardecer se hacía cepillar el cabello por su camarera. La ventana bajo la que Roger de Arras paseaba cada día a la misma hora, solo, meditando su amor imposible y sus nostalgias.

Sí. Tal vez la dama negra mantenía la mirada baja, fija en el libro que estaba en su regazo, no porque leyera, sino porque lloraba. Pero también podía ser que no se atreviese a mirar de frente los ojos del pintor, que encarnaban, a fin de cuentas, la mirada lúcida de la Eternidad y de la Historia.

Vio a Fernando Altenhoffen, príncipe desdichado, cercado por los vientos del este y del oeste, en una Europa que cambiaba demasiado rápidamente para su gusto. Lo vio resignado e impotente, prisionero de sí mismo y de su siglo, golpeándose las calzas de seda con los guantes de gamuza, temblando de cólera y dolor, incapaz de castigar al asesino del único amigo que había tenido en su vida. Lo vio rememorar, apoyado en una columna de la sala cubierta de tapices y banderas, años de juventud, sueños compartidos, la admiración por el doncel que marchó a guerrear y retornó cubierto de cicatrices y de gloria. Aún resonaban en la estancia sus carcajadas, su voz serena y oportuna, sus graves apartes, sus gentiles requiebros a las damas, sus decisivos consejos, el sonido y el calor de su amistad… Pero él ya no estaba allí. Se había ido a un lugar oscuro.

«Y lo peor, maestro V an H uys, lo peor, viejo amigo, viejo pintor que lo querías casi tanto como yo, lo peor es que no hay lugar para la venganza; que ella, como yo, como él mismo, sólo es juguete de otros más poderosos: de quienes deciden, porque poseen el dinero y la fuerza, que los siglos han de borrar O stenburgo de los mapas que trazan los cartógrafos… N o tengo una cabeza que cortar sobre la tumba de mi amigo; y aunque así fuese, no podría. E lla sólo sabía, y calló. L o mató con su silencio, dejándolo acudir, como cada atardecer -yo también pago buenos espías- al foso de la Puerta Este, atraído por el mudo canto de sirena que empuja a los hombres a darse de boca con su destino. E se destino que parece dormido, o ciego, hasta que un día abre los ojos y nos mira.

N o hay, como ves, venganza posible, maestro V an H uys. S ólo en tus manos y en tu ingenio la fío, y nadie jamás te pagará un cuadro al precio que yo te pagare ése. Q uiero justicia, aunque sea para mí solo. A unque sea para que ella sepa que lo sé, y para que alguien además de D ios, cuando todos seamos cenizas como R oger de A rras, quizá también pueda saberlo. A sí que pinta ese cuadro, maestro V an H uys. P or el cielo, píntalo. Q uiero que todo esté allí, y que sea tu mejor, tu más terrible obra. P íntalo y que el D iablo, que una vez retrataste cabalgando junto a él, nos lleve a todos.»

Y vio por fin al caballero, jubón acuchillado y calzas amaranto, con una cadena de oro al cuello y una inútil daga colgada al cinto, paseando a la anochecida junto al foso de la Puerta Este, solo, sin escudero que perturbase su meditación. Lo vio levantar los ojos hacia la ventana ojival y sonreír; apenas un esbozo de sonrisa, distante y melancólica. Una sonrisa de aquellas que traslucen recuerdos, amores y peligros, y también la intuición del propio destino. Y tal vez Roger de Arras adivina el ballestero oculto que, al otro lado de una almena desmochada, entre cuyas piedras brotan retorcidos arbustos, tensa la cuerda de su ballesta y le apunta al costado. Y de pronto comprende que toda su vida, el largo camino, los combates dentro de la rechinante armadura, ronco y sudoroso, los abrazos a cuerpos de mujer, los treinta y ocho años que lleva a cuestas como un pesado fardo, concluyen exactamente aquí, en este lugar y momento, y que nada más habrá después de sentido el golpe. Y lo inunda una pena muy honda por sí mismo, porque le parece injusto acabar así entre dos luces, asaeteado como un verraco. Y levanta una mano delicada y bella, varonil, de esas que inmediatamente hacen pensar qué espada blandió, qué riendas empuñó, qué piel acarició, qué pluma de ave mojó en un tintero antes de rasguear palabras sobre un pergamino… Levanta esa mano en señal de una protesta que sabe inútil, porque entre otras cosas no está muy seguro de ante quién ha de plantearla. Y quiere gritar, pero recuerda el decoro que se debe a sí mismo. Por eso lleva la otra mano hacia la daga, y piensa que al menos con un acero empuñado, aunque sólo sea ese, morir resultará más propio de un caballero… Y escucha el “tump” de la ballesta y se dice, de modo fugaz, que debe apartarse de la trayectoria del venablo; pero sabe que un virote corre más que un hombre. Y siente que su alma gotea despacio un llanto amargo por sí misma, mientras busca desesperadamente, en la memoria, un Dios a quien confiar su arrepentimiento. Y descubre con sorpresa que no se arrepiente de nada, aunque tampoco está muy claro que haya, en este anochecer, un Dios dispuesto a escuchar. Entonces siente el golpe. Hubo otros antes, donde ahora tiene cicatrices; pero sabe que este no dejará cicatriz. Tampoco duele; simplemente el alma parece escapársele por la boca. Entonces llega de pronto la noche irremediable, y antes de hundirse en ella comprende que esta vez será eterna. Y cuando Roger de Arras grita, ya no es capaz de oír su propia voz.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Tabla De Flandes»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Tabla De Flandes» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Arturo Pérez-Reverte - El Sol De Breda
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - La Carta Esférica
Arturo Pérez-Reverte
libcat.ru: книга без обложки
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - Purity of Blood
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - The Sun Over Breda
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - Der Club Dumas
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - El maestro de esgrima
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - El pintor de batallas
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - Corsarios De Levante
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - El Capitán Alatriste
Arturo Pérez-Reverte
libcat.ru: книга без обложки
Arturo Pérez-Reverte
Отзывы о книге «La Tabla De Flandes»

Обсуждение, отзывы о книге «La Tabla De Flandes» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x