David Baldacci - A Cualquier Precio

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David Buchanan aplica sucias presiones para financiar causas honrosas. Robert Thornhill, un alto cargo de la CIA, descubre el juego y empieza a chantajearle, pues quiere devolver a la CIA el prestigio perdido. Faith Lockhart, una tercera persona implicada en este asunto, opina que se ha ido demasiado lejos y decide confesarlo todo al FBI. Su vida a partir de entonces tiene un precio

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– Entiendo. Bueno, acabo de recibir una llamada de mi abogada y les garantizo que ignoro por completo cómo ha llegado ese dinero a las cuentas.

– ¿ Ah, sí?-dijo Massey con expresión escéptica-. ¿Así que dice que es un error que alguien ingresara cien mil dólares en cuentas a nombre de sus hijos hace poco, capital que sólo usted controla?

– Digo que no sé qué pensar. Pero lo descubriré, se lo aseguro.

– El que ocurriera en fechas tan recientes, como comprenderá, nos preocupa profundamente -aseveró Massey. -No tanto como a mí. Mi reputación está en juego.

– De hecho, lo que nos preocupa es la reputación del FBI -terció Fisher con rotundidad.

Reynolds le dedicó una mirada gélida y luego se dirigió a Massey.

– No sé qué está pasando. Investiguen lo que quieran, no tengo nada que ocultar.

Massey clavó la vista en una carpeta que tenía ante sí.

– ¿Está absolutamente segura de ello?

Reynolds observó la carpeta. Se trataba de una técnica de interrogatorio clásica. Ella misma la había empleado. Consistía en marcarse un farol sugiriendo que se tenían pruebas incriminatorias contra el sospechoso, pillarlo en una mentira y confiar en que confesase. La diferencia era que ella no sabía si Massey estaba marcándose un farol o no. De pronto se dio cuenta de lo que era estar al otro lado en un interrogatorio. No le hacía ninguna gracia.

– ¿Absolutamente segura de qué? -inquirió, intentando ganar tiempo.

– De que no tiene nada que ocultar.

– La duda ofende, señor.

Massey dio un golpecito en la carpeta con el dedo índice.

– ¿Sabe lo que de verdad me aflige de la muerte de Ken Newman? El hecho de que la noche de su asesinato él la había relevado, siguiendo sus instrucciones. De no ser por esa orden, todavía estaría vivo. ¿Y usted?

Reynolds enrojeció de furia y se levantó de inmediato.

– ¿Me está acusando de estar implicada en la muerte de Ken?

– Siéntese, por favor, agente Reynolds.

– ¿Me está acusando?

– Digo que la coincidencia, si es que lo es, me preocupa.

– Fue una coincidencia -afirmó Reynolds- porque resulta que yo no sabía que había alguien allí esperándolo para matarlo. Si lo recuerda, llegué casi a tiempo de impedirlo.

– Casi a tiempo. Qué oportuno. Casi como una coartada perfecta. ¿Una coincidencia o una sincronización perfecta?

– Quizá demasiado perfecta. -Massey la fulminó con la mirada.

– Estaba trabajando en otro caso y acabé antes de lo previsto. Howard Constantinople puede confirmarlo.

– Oh, tenemos intención de hablar con Connie. Usted y él son amigos, ¿no?

– Somos compañeros de trabajo.

– Estoy seguro de que él no diría nada que la implicara en modo alguno.

– Estoy segura de que si le preguntan les dirá la verdad.

– ¿Entonces sostiene que la muerte de Ken Newman y el dinero aparecido en su cuenta no guardan relación alguna? -preguntó Massey.

– Permítame que se lo diga con mayor claridad. ¡Todo esto es una estupidez! Si fuera culpable, ¿por qué iba a pedir a alguien que ingresara cien de los grandes en una de mis cuentas en un momento tan cercano al asesinato de Ken? ¿No le parece demasiado obvio?

– Pero en realidad no era su cuenta, ¿verdad? Estaba a nombre de sus hijos. Y según el departamento de personal, no le toca someterse a una investigación del FBI hasta dentro de dos años. Dudo que el dinero estuviera todavía en la cuenta y, para entonces, estoy seguro de que tendría una buena respuesta en caso de que alguien descubriera que ese dinero había estado allí. Lo cierto es que si el abogado de su esposo no lo hubiera sacado a la luz, nadie lo sabría. Eso difícilmente podría calificarse de obvio.

– De acuerdo, si no es un error entonces alguien me ha tendido una trampa.

– ¿Y quién exactamente haría una cosa así? -preguntó Massey.

– La persona que mató a Ken e intentó matar a Faith Lockhart. Tal vez tema que me esté acercando demasiado.

– Así que Danny Buchanan está intentando tenderle una trampa, ¿es eso lo que está diciendo?

Reynolds miró al abogado del FBI y al representante de la ORP.

– ¿Están autorizados para escuchar esto?

– Tu investigación ha quedado relegada a un segundo plano después de las acusaciones recientes -declaró Fisher. Los ojos de Reynolds centellearon con ira creciente.

– ¿Acusaciones? ¡Son tonterías sin fundamento!

Massey abrió la carpeta.

– Entonces considera una tontería investigar por su cuenta las finanzas de Ken Newman?

Al oír esas palabras, Reynolds se quedó helada y se sentó con brusquedad. Presionó la mesa con las palmas sudadas de la mano e intentó controlar sus emociones. Su carácter no estaba haciéndole ningún bien. Estaba en sus manos. De hecho, Fisher y Massey intercambiaron lo que ella interpretó como miradas complacidas ante su obvio malestar.

– Hemos hablado con Anne Newman. Nos ha contado todo lo que has hecho -explicó Fisher-. Ni siquiera soy capaz de enumerar las normas del FBI que has infringido.

– Intentaba proteger a Ken y a su familia.

– ¡Vamos, por favor! -exclamó Fisher.

– ¡Es cierto! Pensaba informar a la ORP después del funeral.

– Qué consideración por tu parte -comentó Fisher en tono sarcástico.

– ¿Por qué no te vas a la mierda, Paul?

– Agente Reynolds, modere su vocabulario -ordenó Massey.

Reynolds se recostó en el asiento y se frotó la frente.

– ¿Puedo preguntar cómo descubrieron lo que estaba haciendo? ¿Anne Newman acudió a ustedes?

– Si no le importa, nosotros formularemos las preguntas. -Massey se inclinó hacia adelante y colocó los dedos en forma de pirámide-. ¿Qué encontró exactamente en esa caja de seguridad?

– Dinero. Mucho. Miles de dólares.

– ¿Y los documentos financieros de Newman?

– Ingresos sin explicación.

– También hemos hablado con la sucursal bancaria que visitó. Usted les dijo que no permitieran que nadie accediera a la caja. Y le pidió a Anne Newman que no se lo contara a nadie, ni siquiera a alguien del FBI.

– No quería que ese dinero cayese en manos de nadie. Era una prueba importante. Y le pedí a Anne que no dijera nada hasta que yo tuviera la oportunidad de investigar un poco más. Lo hice para protegerla, hasta que descubriera quién estaba detrás de todo aquello.

– ¿O acaso quería ganar tiempo para quedarse con el dinero? Teniendo en cuenta que Ken estaba muerto y que por lo visto Anne Newman no estaba al corriente de lo que contenía la caja de seguridad, usted sería la única que sabría de la existencia del dinero. -Massey la miró fijamente; sus diminutos ojos parecían dos balas a punto de alcanzarla.

– Qué curioso que cuando Newman muere tú accedes a una caja con miles de dólares que tenía bajo nombre falso -intervino Fisher-. Y que, por la misma época, ciertas cuentas controladas por ti se llenan de cientos de miles de dólares.

– Si pretendes decir que yo mandé matar a Ken para quedarme con el dinero de la caja, te equivocas -se defendió Reynolds-. Anne me llamó y me pidió ayuda. No me enteré de que Ken tenía una caja de seguridad hasta que ella me lo dijo. No tenía idea de lo que había en la caja hasta después de la muerte de Ken.

– Eso dices -comentó Fisher.

– Eso lo sé -espetó Reynolds con vehemencia-. ¿Se me acusa formalmente de algo? -preguntó a Massey.

Éste se recostó en el asiento y se colocó las manos detrás de la cabeza.

– Debe ser consciente de que esta situación pinta muy, muy mal. Si usted estuviera en mi lugar, ¿a qué conclusiones llegaría?

– Comprendo que sospeche de mí, pero si me dan la oportunidad de…

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