David Baldacci - A Cualquier Precio
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A Faith no pareció entusiasmarle la idea.
– ¿México? ¿Y una vez allí?
Lee se encogió de hombros.
– No lo sé. Quizá podríamos conseguir pasaportes falsos y utilizarlos para ir a América del Sur.
– ¿A América del Sur? ¿Y qué hacemos, tú trabajas en las plantaciones de coca y yo en un burdel?
– Mira, he estado allí. No sólo hay drogas y prostitución. Tendremos muchas opciones.
– ¿Dos prófugos de la justicia con sabe Dios quién más pisándoles los talones? -Faith dirigió la vista a la arena y negó con la cabeza para dejar claras sus reservas al respecto.
– Si se te ocurre algo mejor, soy todo oídos -afirmó Lee.
– Tengo dinero. Mucho, en una cuenta numerada en Suiza.
Lee la miró con escepticismo.
– ¿0 sea que eso existe de verdad?
– Por supuesto. Y todas esas conspiraciones a escala global de las que has oído hablar y las organizaciones secretas que controlan el país, también. Pues, sí, todo es verdad. -Faith sonrió y le lanzó un puñado de arena.
– Bueno, si los federales registran tu casa o tu despacho, ¿encontrarán documentos relacionados con eso? Si saben los números de cuenta pueden rastrearla y localizar el dinero.
– La razón por la que la gente tiene cuentas numeradas en Suiza es por la confidencialidad absoluta. Si los banqueros suizos se dedicaran a dar información a todo aquel que la pidiese, su sistema entero se iría al traste.
– El FBI no es cualquiera.
– No te preocupes. No guardo ningún documento. Llevo toda la información de acceso conmigo.
Lee no parecía estar convencido.
– ¿Y tienes que ir a Suiza para disponer del dinero? Porque eso sería más bien imposible, ¿sabes?
– Fui allí a abrir la cuenta. El banco nombró a un fiduciario, un empleado del banco, con poder notarial para gestionar la transacción en persona. Es una operación bastante compleja. Hay que mostrar los números de acceso, demostrar la identidad real, firmar y entonces comparan la firma con la que ellos tienen registrada.
– Y a partir de ahí, ¿tú llamas al fiduciario y él hace lo que le digas?
– Correcto. Ya he realizado pequeñas transacciones con anterioridad, para asegurarme de que funcionaba. Es la misma persona. Conoce mi voz. Le doy los números y los datos de la cuenta a la que quiero enviar el dinero. Y funciona.
– Ya sabes que no puedes transferirlo a la cuenta corriente de Faith Lockhart.
– No, pero tengo una cuenta aquí a nombre de SLC Corporation.
– ¿Y consta tu firma como directiva? -preguntó Lee.
– Sí, a nombre de Suzanne Blake.
– El problema radica en que los federales conocen ese nombre. Por lo del aeropuerto, ¿recuerdas?
– ¿Sabes cuántas Suzanne Blake hay en este país? -repuso Faith.
Lee se encogió de hombros.
– Tienes razón.
– Así que por lo menos dispondremos de dinero para vivir. No nos durará eternamente, pero algo es algo.
– Más vale eso que nada.
Permanecieron en silencio durante unos minutos. Faith posaba los ojos alternativamente en él y en el mar.
Lee advirtió que lo escudriñaba.
– ¿Qué pasa? ¿Tengo restos de pastel de coco en la barbilla?
– Lee, cuando llegue el dinero puedes quedarte con la mitad y marcharte. No hace falta que sigas conmigo.
– Faith, esto ya lo hemos hablado.
– No, no es cierto. Prácticamente te ordené que vinieras conmigo. Sé que volver sin mí te causaría problemas, pero por lo menos tendrás dinero para ir a algún sitio. Mira, incluso puedo llamar al FBI. Les diré que tú no estás implicado. Que me ayudaste a ciegas. Y que yo te di esquinazo. Así podrás volver a casa.
– Gracias, Faith, pero vayamos por partes. No me marcharé hasta que sepa que te encuentras a salvo.
– ¿Estás seguro?
– Sí, completamente. No me iré a menos que me lo pidas e, incluso en ese caso, te vigilaré para asegurarme de que estás bien.
Faith alargó la mano y le tomó el brazo.
– Lee, nunca podré agradecerte todo lo que has hecho por mí.
– Considérame el hermano mayor que nunca tuviste.
Sin embargo, la mirada que intercambiaron destilaba algo más que cariño fraternal. Lee se volvió hacia la arena intentando mantener la cabeza fría. Faith volvió a dirigir la vista hacia el mar. Cuando Lee se volvió hacia ella de nuevo al cabo de un minuto, Faith sacudía la cabeza y sonreía.
– ¿En qué piensas? -preguntó Lee.
Faith se levantó.
– Estoy pensando que me gustaría bailar.
Lee la observó sorprendido.
– Bailar? ¿Tan borracha estás?
– ¿Cuántas noches nos quedan aquí? ¿Dos? ¿Tres? Luego quizá seamos fugitivos durante el resto de nuestras vidas. Vamos, Lee, es nuestra última oportunidad para divertirnos. -Se quitó el suéter y lo dejó caer en la arena. El vestido blanco tenía unos tirantes muy finos. Se los bajó de los hombros, le dedicó un guiño que lo dejó mudo y extendió los brazos para que Lee la tomara de las manos-. Vamos, muchachote.
– Estás loca, de verdad. -No obstante, Lee le asió las manos y se puso en pie-. Te advierto, hace mucho tiempo que no bailo.
– Eres boxeador, ¿no? Tu juego de piernas seguramente es mejor que el mío. Yo empiezo y luego tú me llevas.
Lee dio unos pocos pasos vacilantes y dejó caer las manos. -Esto es absurdo, Faith. ¿Y si nos ve alguien? Nos tomarán por locos.
Ella lo miró con expresión testaruda.
– Me he pasado los últimos quince años de mi vida preocupándome de lo que los demás pensaban. Así que ahora mismo me importa un bledo lo que piense el resto del mundo.
– Pero si ni siquiera tenemos música.
– Tararea una canción. Escucha el viento, ya saldrá.
Sorprendentemente, así fue. Al principio se balanceaban despacio, Lee se sentía torpe y Faith no estaba acostumbrada a llevar la batuta. Luego, a medida que se familiarizaban con los movimientos del otro, empezaron a describir círculos más amplios en la arena. Al cabo de unos diez minutos, Lee tenía la mano derecha posada con soltura en la cadera de Faith, y ella le rodeaba la cintura con el brazo y tenían entrelazadas las manos libres a la altura del pecho.
Se envalentonaron y comenzaron a realizar algunos giros, vueltas y otros movimientos que recordaban al swing y a otros bailes de pareja de la época de las grandes orquestas. Les costaba, incluso en las zonas en las que la arena era más compacta, pero se esforzaban al máximo. Cualquiera que los hubiera visto habría pensado que estaban ebrios o reviviendo su juventud y pasándoselo en grande. En cierto modo, ambas observaciones habrían sido acertadas.
– No hacía esto desde mis años en el instituto -confesó Lee, sonriendo-. Aunque entonces estaba de moda Three Dog Night y no Benny Goodman.
Faith guardó silencio mientras daba vueltas alrededor de él.
Sus movimientos eran cada vez más atrevidos y seductores, parecía una bailarina de flamenco envuelta en llamas de color blanco.
Se levantó la falda para gozar de mayor libertad de movimiento y el corazón de Lee se aceleró cuando vio sus muslos pálidos.
Incluso se aventuraron a entrar en el agua, chapoteando con fuerza mientras seguían dando unos pasos de baile cada vez más complejos. Se cayeron algunas veces sobre la arena y hasta en el agua salada y fría, pero se levantaron y continuaron bailando. En alguna ocasión, una combinación realmente espectacular, ejecutada a la perfección, los dejaba sin aliento y risueños como jovencitos en el baile del colegio.
Por fin llegó el momento en que ambos se callaron, sus sonrisas se desvanecieron y se acercaron más el uno al otro. Los giros y vueltas finalizaron, su respiración se hizo más lenta y descubrieron la proximidad de sus cuerpos a medida que se estrechaban los círculos que describían al bailar. Acabaron deteniéndose por completo y permanecieron de pie balanceándose ligeramente; entregados al último baile de la noche, abrazados con los rostros muy cerca, mirándose a los ojos mientras el viento ululaba en torno a ellos, las olas rompían con fuerza en la orilla y las estrellas y la luna los observaban desde el cielo.
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