– No lo es -dijo Moore.
Los hombres se miraron cara a cara, reconociendo en silencio lo que ambos sabían. Lo que ambos sentían.
– Me importa mucho más de lo que puede imaginar -dijo Moore.
Y Falco respondió en voz baja:
– A mí también.
– Va a mantenerla con vida por un tiempo -dijo el doctor Zucker-. De la misma forma en que mantuvo a Nina Peyton viva por un día entero. Ahora tiene la situación bajo su absoluto control. Puede tomarse todo el tiempo que quiera.
Rizzoli sintió un escalofrío mientras consideraba lo que eso significaba, «todo el tiempo que quiera». Consideró cuántas terminaciones nerviosas sensibles poseía el cuerpo humano, y se preguntó cuánto dolor puede soportarse antes de que la muerte muestre su compasión. Recorrió con la mirada la sala de conferencias, y vio que Moore dejaba caer la cabeza entre sus manos. Se veía enfermo, agotado. Era pasada la medianoche, y los desconcertados rostros que veía alrededor de la mesa de conferencias estaban pálidos. Rizzoli estaba parada fuera de ese círculo, con la espalda contra la pared. La mujer invisible, a la que nadie reconocía; la dejaban escuchar, pero no participar. Restringida a efectuar únicamente tareas administrativas, privada de su arma de servicio, ahora era poco más que una observadora en un caso que conocía mejor que cualquiera de los que estaban sentados a la mesa.
La mirada de Moore voló en dirección a ella, pero miraba a través de ella, no a ella. Como si no quisiera mirarla.
El doctor Zucker resumía todo lo que sabían sobre Warren Hoyt. El Cirujano.
– Ha estado trabajando para esta meta exclusiva por largo tiempo -dijo Zucker-. Ahora que la ha alcanzado, va a prolongar el placer todo lo posible.
– ¿Entonces Cordell fue siempre su meta? -dijo Frost-. ¿Las otras víctimas sólo fueron un ejercicio?
– No, también le brindaron placer. Lo mantuvieron controlado, ayudándolo a liberar la tensión sexual mientras trabajaba en la conquista de su premio. En cualquier cacería, la excitación del depredador es más intensa cuanto más dificultosa es la presa. Y Cordell probablemente no era una mujer fácil de atrapar. Siempre estaba alerta, siempre era cuidadosa con la seguridad. Se atrincheraba detrás de cerraduras y sistemas de alarma. Evitaba las relaciones íntimas. Pocas veces salía por la noche, salvo para trabajar en el hospital. Era la presa más desafiante que persiguió, y la que más deseaba. Hizo aún más difícil la cacería haciéndole saber que ella era la presa. Utilizó el terror como parte del juego. Quería que ella lo sintiera acercándose. Las otras mujeres sólo constituyeron una fachada. Cordell era el acontecimiento principal.
– Es -dijo Moore con la voz tensa de furia-. No está muerta todavía.
La sala de pronto quedó en silencio, con todos los ojos puestos en Moore.
Zucker asintió, con su calma gélida intacta.
– Gracias por corregirme.
Marquette dijo:
– ¿Ha leído los reportes de su trayectoria?
– Sí -dijo Zucker-. Warren era hijo único. Aparentemente un niño adorado, nacido en Houston. El padre era científico espacial; y no bromeo. Su madre provenía de una antigua familia dedicada al petróleo. Ambos están muertos ahora. De modo que Warren fue bendecido con estos inteligentes genes y el dinero de la familia. No hay registros de conducta criminal durante su niñez. No hay arrestos ni multas de tránsito, nada que resaltara demasiado. Salvo por ese único incidente en la Facultad de Medicina, en el laboratorio de anatomía, no encontré otros signos de advertencia. No hay pistas que me digan que estaba destinado a ser un depredador. En todos los sentidos era un muchacho perfectamente normal. Amable y confiable.
– Promedio -dijo Moore en voz baja-. Común.
Zucker asintió.
– Éste es un muchacho que nunca llamó la atención, que nunca alarmó a nadie. Es el más temible asesino de todos, porque no hay patología, ni diagnóstico psiquiátrico. Él es como Ted Bundy. Inteligente, organizado, y en la superficie, bastante funcional. Pero tiene una peculiaridad personal: disfruta torturando mujeres. Es alguien con quien uno podría trabajar todos los días. Y nunca sospecharíamos nada cuando nos mira a los ojos, sonriéndonos, mientras piensa en alguna forma nueva y creativa para arrancarnos las tripas.
Temblando ante el siseo de la voz de Zucker, Rizzoli miró alrededor de la sala. «Lo que dice es verdad. Veo a Barry Frost todos los días. Parece ser un tipo agradable. Felizmente casado. Nunca una actitud desagradable. Pero no tengo idea de lo que está pensando en realidad».
Frost captó su mirada, y se ruborizó.
Zucker continuó.
– Tras el incidente en la Facultad de Medicina, Hoyt fue forzado a retirarse. Ingresó en una programa de entrenamiento de técnica médica, y siguió a Andrew Capra hasta Savannah. Según parece, su sociedad se prolongó por varios años. Los registros de las aerolíneas y las tarjetas de crédito indican que viajaron juntos en varias oportunidades. A Grecia e Italia. A México, donde ambos ofrecieron servicio voluntario en una clínica rural. Era la alianza de dos cazadores. Hermanos de sangre que compartían las mismas fantasías violentas.
– La sutura catgut -dijo Rizzoli.
Zucker le devolvió una mirada intrigada.
– ¿Cómo?
– En los países del Tercer Mundo, todavía se utiliza sutura catgut en cirugía. Así es como consiguió su reserva.
Marquette asintió.
– Puede que ella tenga razón.
«Tengo razón», dijo Rizzoli, aguijoneada por el resentimiento.
– Cuando Cordell mató a Andrew Capra -dijo Zucker-, ella destruyó al equipo asesino perfecto. Borró a la única persona de la que Hoyt se sentía cerca. Y es por eso que ella se convirtió en su principal meta. En su principal víctima.
– Si Hoyt estaba en la casa la noche en que Capra murió, ¿por qué no la mató en ese momento? -preguntó Marquette.
– No lo sé. Hay muchas cosas de esa noche en Savannah que sólo Hoyt sabe. Lo que nosotros sí sabemos es que se mudó a Boston hace dos años, al poco tiempo que Catherine Cordell vino para aquí. Al año, Diana Sterling aparecía muerta.
Por fin Moore habló con una voz poseída.
– ¿Cómo lo encontraremos?
– Podemos mantener su departamento bajo vigilancia, pero no creo que regrese allí pronto. No es su guarida. No es allí donde se deja llevar por sus fantasías. -Zucker se recostó contra el respaldo, con la mirada perdida. Tratando de encontrar las palabras e imágenes para lo que sabía de Warren Hoyt-. Su verdadera guarida debe de ser un lugar que mantiene al margen de su vida cotidiana. Un lugar al que se retira en el anonimato, posiblemente bastante alejado de su departamento. Puede ser que no esté alquilado a su nombre.
– Si alquilas un lugar, tienes que pagar por él -dijo Frost-. Podemos rastrear el dinero.
Zucker asintió.
– Sabrán que es su guarida cuando la encuentren, porque allí estarán sus trofeos. Los recuerdos que tomó de sus asesinatos. Es posible que incluso haya preparado su cubil como un lugar para llevar eventualmente a sus víctimas. La última cámara de tortura. Es un lugar donde la privacidad debe estar asegurada, donde no será interrumpido. Un edificio apartado. O un apartamento que esté bien aislado de ruidos.
«Así nadie podrá escuchar a Cordell gritar», pensó Rizzoli.
– En este lugar puede convertirse en la criatura que realmente es. Puede sentirse relajado y desinhibido. Nunca dejó semen en ninguna de las escenas del crimen, lo que me indica que tiene la capacidad de retrasar su gratificación sexual hasta que está en un lugar seguro. Su guarida parece ser ese lugar. Probablemente la visita de tanto en tanto, para volver a experimentar el estremecimiento de la carnicería. Para mantenerse controlado entre un asesinato y otro. -Zucker miró alrededor de la sala-. Allí es donde llevó a Catherine Cordell.
Читать дальше