Kahn estaba de espaldas, pero Moore pudo ver que el brazo macizo y mojado se ponía rígido por encima de la pileta. Luego Kahn arrancó la toalla de papel de la caja y se secó las manos en silencio.
– ¿Usted lo recuerda? -preguntó Moore.
– Sí.
– ¿Lo recuerda bien?
– Fue un estudiante memorable.
– ¿Podría ser un poco más preciso?
– En realidad no. -Kahn lanzó el bollo de papel arrugado en el cesto.
– Esto es una investigación criminal, doctor Kahn.
Para entonces, varios estudiantes los miraban con curiosidad. La palabra criminal les había llamado la atención.
– Vamos a mi oficina.
Moore lo siguió al cuarto adyacente. Detrás de un tabique de vidrio tenían la visión del laboratorio y sus veintiocho mesas. Una población de cadáveres.
Kahn cerró la puerta y se volvió hacia él.
– ¿Por qué me pregunta sobre Warren? ¿Qué hizo?
– Nada que sepamos. Sólo necesito saber acerca de su relación con Andrew Capra.
– ¿Andrew Capra? -Kahn resopló-. Nuestro graduado más famoso. Ahora hay algo por lo que a las facultades de medicina les encanta ser populares. Por enseñar a los psicópatas cómo cortar en pedacitos.
– ¿Cree que Capra estaba loco?
– No estoy seguro de que haya un diagnóstico psiquiátrico para gente como Capra.
– ¿Cuál es la impresión que le producía, entonces?
– No vi nada fuera de lo común. Andrew me parecía una persona perfectamente normal.
Una descripción que parecía más escalofriante cada vez que Moore la escuchaba.
– ¿Y qué hay de Warren Hoyt?
– ¿Por qué me pregunta sobre Warren Hoyt?
– Necesito saber si él y Capra eran amigos.
Kahn reflexionó.
– No lo sé. No puedo hablarle de lo que sucede fuera del laboratorio. Todo lo que veo es lo que sucede en esa sala. Estudiantes que luchan por asimilar esas enormes cantidades de información en sus cerebros sobreexigidos. No todos ellos son capaces de manejar la tensión.
– ¿Fue eso lo que sucedió con Warren? ¿Es por eso que abandonó la carrera de medicina?
Kahn se inclinó hacia el tabique de vidrio y paseó la vista por el laboratorio de anatomía.
– ¿Alguna vez se preguntó de dónde vienen los cadáveres?
– ¿Perdón?
– ¿Cómo los consiguen las facultades de medicina? ¿Por qué terminan allí, arriba de esas mesas, para que los abran?
– Presumo que la gente donará sus propios cuerpos para la facultad.
– Exactamente. Cada uno de esos cadáveres fue un ser humano que tomó una decisión de profunda generosidad. Nos donaron sus cuerpos. En lugar de pasar la eternidad en algún féretro de palisandro, eligieron hacer algo útil con sus restos. Enseñan a nuestra próxima generación de terapeutas. No se puede hacer nada sin cadáveres reales. Los estudiantes necesitan ver en tres dimensiones todas las variables del cuerpo humano. Necesitan explorar con un escalpelo las ramificaciones de la arteria carótida, los músculos de la cara. Sí, se puede aprender algo de eso en la computadora, pero no es lo mismo que cortar la piel o que separar un nervio delicado en serio. Para eso se necesita un ser humano. Se necesita gente con la generosidad y el desprendimiento suficientes como para resignar la parte más personal de ellos mismos; sus propios cuerpos. Considero que todos los cadáveres que están extendidos allí deben de haber pertenecido a gente extraordinaria. Los trato como tales, y espero que mis estudiantes los honren del mismo modo. No hay bromas pesadas ni humor negro en esa sala. Están obligados a tratar los cuerpos, y cada parte de los cuerpos, con respeto. Cuando la disección ha terminado, los restos son cremados y dispuestos con dignidad. -Se dio vuelta para mirar a Moore-. Así son las cosas en mi laboratorio.
– ¿Y en qué se relaciona eso con Warren Hoyt?
– En todo.
– ¿También con su alejamiento de la carrera?
– Sí. -Volvió a enfrentarse a la ventana.
Moore esperó, con los ojos clavados en la amplia espalda del profesor, dándole tiempo a que encontrara las palabras exactas.
– La disección -dijo Kahn- es un proceso laborioso. Algunos estudiantes no pueden completar las tareas durante las horas programadas para cada clase. Algunos necesitan un tiempo extra para revisar una anatomía complicada. De modo que les permito el acceso al laboratorio a cualquier hora. Cada uno tiene la llave de este edificio, y pueden entrar a trabajar en medio de la noche si así lo necesitan. Algunos lo hacen.
– ¿Warren lo hizo?
Una pausa.
– Sí.
Una horrible sospecha comenzó a taladrar la cabeza de Moore.
Kahn se acercó al fichero, abrió un cajón, y comenzó a revolver entre su apretado contenido.
– Era un domingo. Yo había pasado el fin de semana fuera de la ciudad, y tenía que regresar esa noche a preparar una muestra para la clase del lunes. Usted sabe que estos chicos, muchos de ellos, diseccionan con torpeza, y hacen carne picada con sus muestras. De modo que siempre trato de tener una buena disección a mano, para mostrarles la anatomía que pueden haber dañado en sus propios cadáveres. Estábamos trabajando con el aparato reproductor, y ya habían comenzado a disecionar esos órganos. Recuerdo que era tarde cuando llegué en auto al campus, pasada la medianoche. Vi luces en las ventanas del laboratorio, y pensé que sería algún estudiante compulsivo, que estaba allí para ganarles de mano a sus compañeros. Entré en el edificio. Llegué al corredor. Abrí la puerta.
– Warren Hoyt estaba allí -aventuró Moore.
– Sí. -Kahn encontró lo que estaba buscando en el cajón del fichero. Sacó una carpeta y miró a Moore-. Cuando vi lo que estaba haciendo, yo… bueno, perdí el control. Lo agarré de la camisa y lo empujé contra la pileta. No fui amable, lo admito, pero estaba tan furioso que no pude controlarme. Con sólo pensarlo vuelvo a sentir la misma furia. -Dejó escapar un profundo suspiro, pero incluso ahora, a casi siete años de distancia, no podía recuperar la calma-. Una vez que… que terminé de gritarle… lo arrastré hasta aquí, hasta mi oficina. Lo obligué a sentarse y lo hice firmar una declaración en la que constaba que abandonaba efectivamente la facultad a las ocho de la mañana siguiente. No le pedí que aclarara el motivo, pero tenía que abandonar la facultad, o de otro modo adjuntaría un informe por escrito de lo que había visto en este laboratorio. Él accedió, desde luego. No tenía otra opción. Ni siquiera parecía perturbado por toda la escena. Eso fue lo que más me chocó de él; nada parecía perturbarlo. Podía asumirlo todo con calma y razonablemente. Pero así era Warren. Muy racional. Nunca se sobresaltaba por nada. Era casi… -Kahn hizo una pausa-. Mecánico.
– ¿Qué fue lo que vio? ¿Qué estaba haciendo en el laboratorio?
Kahn le alcanzó la carpeta a Moore.
– Todo figura aquí por escrito. Lo mantuve archivado todos estos años, sólo para el caso de que hubiera cualquier acción legal por parte de Warren. Ya sabe, los estudiantes pueden demandarlo a uno por cualquier cosa en estos días. Sí intentaba ser readmitido en esta facultad alguna vez, quería que hubiera una respuesta preparada.
Moore tomó la carpeta. Llevaba simplemente una etiqueta con el nombre «Hoyt, Warren». Adentro había tres páginas mecanografiadas.
– A Warren se le asignó un cadáver femenino -dijo Kahn-. Él y sus compañeros de laboratorio comenzaron una disección pélvica, exponiendo la vejiga y el útero. Los órganos no debían ser extirpados, sino sólo expuestos. Ese domingo por la noche, Warren vino aquí para terminar el trabajo. Pero lo que debería haber sido una cuidadosa disección se convirtió en una mutilación. Como si al tener el escalpelo en la mano hubiera perdido el control. No se limitó a exponer los órganos. Los arrancó del cuerpo. Primero cortó la vejiga y la dejó entre las piernas del cadáver. Luego extirpó el útero. Hizo esto último sin guantes, como si quisiera sentir los órganos sobre su propia piel. Y así es como lo encontré. En una mano sostenía el órgano sangrante. Y con la otra mano… -La voz de Kahn se apagó con un tono de asco.
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