– De modo que recuerda frambuesas. Flores.
– Sí. Y el agua. Amo el agua. Solía tomar sol en el muelle.
– Es una buena información. -Tomó unas cuantas notas sobre el bloc, y bajó nuevamente la pluma-. Bueno. Ahora comencemos con tres profundas inhalaciones. Deje que cada una salga lentamente. Así es. Ahora cierre los ojos y concéntrese en mi voz.
Moore observaba los párpados de Catherine cerrarse lentamente.
– Comienza a grabar -le dijo a Rizzoli.
Ella apretó el botón de grabación del video, y la cinta comenzó a correr.
En la otra habitación, Polochek guiaba a Catherine a través de la relajación completa, indicándole que se concentrara primero en los tobillos, dejando escapar la tensión. Ahora sus pies se habían vuelto nacidos mientras la sensación de relajación subía lentamente por sus pantorrillas.
– ¿En serio crees en esta mierda? -dijo Rizzoli.
– He visto cómo funciona.
– Bueno, tal vez funcione. Porque está consiguiendo dormirme a mí.
Él miró a Rizzoli, parada con los brazos cruzados, su labio inferior apuntando un obstinado escepticismo.
– Sólo observa -dijo él.
– ¿Cuándo comenzará a levitar?
Polochek había guiado el foco de relajación sobre los músculos del cuerpo de Catherine cada vez más arriba, moviendo sus muslos, su espalda, sus hombros. Los brazos ahora colgaban flojos a los costados. Su cara estaba sin arrugas, serena. El ritmo de su respiración disminuyó y se hizo más profundo.
– Ahora vamos a visualizar un lugar que ama -dijo Polochek-. La cabaña de sus abuelos, sobre el lago. Quiero que se vea parada en esa amplia galeria. Mirando hacia el agua. Es un día cálido, y el aire está quieto y estático. El único sonido es el gorjeo de los pájaros, nada más. Aquí está todo tranquilo, es un lugar pacífico. La luz del sol reverbera sobre el agua…
Una expresión de serenidad tal cruzó su cara que Moore apenas podía creer que se tratara de la misma mujer. Allí vio calidez, y todas las rosadas esperanzas de una muchacha. «Estoy mirando a la chica que fue alguna vez, -pensó-. Antes de la pérdida de la inocencia, antes de todos los desengaños de la adultez. Antes de que Andrew Capra le dejara su marca.»
– El agua es tan cautivante, tan hermosa -dijo Polochek-. Baja las escaleras de la galería y comienza a recorrer el camino hacia el lago.
Catherine permanecía inmóvil, con la cara completamente relajada y las manos flojas sobre el regazo.
– La tierra es suave bajo sus pies. La luz del sol cae sobre su espalda y la calienta. Y los pájaros revolotean en los árboles. Está completamente tranquila. Con cada paso que da, se siente más y más serena. Percibe una calma cada vez más profunda a su alrededor. Hay flores a ambos lados del camino, lirios blancos. Tienen un aroma suave, y mientras pasa a su lado rozándolos, aspira la fragancia. Es una fragancia muy especial y mágica que la empuja al sueño. Mientras camina, siente que sus piernas se vuelven más pesadas. El aroma de las flores es como una droga, que hace que se relaje más. Y el calor del sol derrite toda la tensión restante de sus músculos.
»Ahora se está acercando al borde del agua. Y ve un pequeño bote al final del muelle. Camina por ese muelle. El agua está tranquila, como un espejo. Como vidrio. El pequeño bote en el agua está quieto y flota sobre la superficie con toda la estabilidad posible. Es un bote mágico. Puede llevarla a distintos lugares. A donde quiera. Todo lo que tiene que hacer es subirse. Así que ahora levanta su pie derecho para meterse en el bote.
Moore miró los pies de Catherine Cordell y vio que su pie derecho se levantaba y quedaba suspendido a unos pocos centímetros del suelo.
– Eso es. Suba al bote con su pie derecho. El bote es estable. La contiene con firmeza, con seguridad. Se siente con absoluta confianza y comodidad. Ahora coloque dentro su pie izquierdo.
El pie izquierdo de Catherine se elevó del suelo y volvió a bajar de nuevo con lentitud.
– ¡Dios! No lo puedo creer -dijo Rizzoli.
– Estás viéndolo.
– Sí, ¿pero cómo sé si está verdaderamente hipnotizada, que no lo está fingiendo?
– No lo sabes.
Polochek se inclinaba más cerca de Catherine pero sin tocarla, utilizando únicamente su voz para guiarla a través del trance.
– Desate las cuerda que mantiene al bote junto al muelle. Y ahora el bote está libre y se mueve por el agua. Tiene el control. Todo lo que debe hacer es pensar en un lugar, y el bote la llevará allí por arte de magia. -Polochek lanzó una mirada al vidrio espejado e hizo un gesto de asentimiento.
– Ahora la llevará de vuelta al pasado -dijo Moore.
– Está bien, Catherine. -Polochek tomó su anotador y registró el tiempo en que se había realizado la inducción-. Ahora vas a llevar el bote hacia otro lugar. Hacia otro tiempo. Todavía tienes el control. Ves una niebla que se eleva del agua, una niebla cálida y amable que se siente bien sobre tu cara. El bote se desliza hacia ella. Bajas la mano y tocas el agua, y es como seda. Tan tibia, tan quieta. Ahora la niebla comienza a disiparse y justo enfrente ves un edificio sobre la orilla. Un edificio con una sola puerta.
Moore se descubrió inclinándose sobre la ventana. Sus manos estaban tensas, y el pulso se le había acelerado.
– El bote te alcanza hasta la orilla y tú te bajas. Subes por el camino que te lleva hasta la casa y abres la puerta. Dentro hay una sola habitación. Tiene una hermosa alfombra gruesa. Y una silla. Te sientas en la silla, y es la silla más cómoda sobre la que te has sentado. Estás completamente tranquila. Y bajo control.
Catherine suspiró profundamente, como si acabara de hundirse en gruesos almohadones.
– Ahora miras la pared frente a ti y ves una pantalla de cine. Es una pantalla de cine mágica, porque puede pasar escenas de cualquier momento de tu vida. Puedes retroceder hasta donde lo desees. Estás bajo control. Puedes adelantarla o rebobinarla. Puedes detenerla en un momento particular del tiempo. Todo depende de ti. Probémosla ahora. Retrocedamos a un momento feliz. Al momento en que estabas con tus abuelos en la cabaña del lago. Estás recogiendo frambuesas. ¿Puedes verlas en la pantalla?
La respuesta de Catherine tardó mucho en producirse. Cuando por fin habló, sus palabras eran tan bajas que Moore apenas pudo escucharlas.
– Sí. Las veo.
– ¿Qué estás haciendo en la pantalla? -preguntó Polochek.
– Sostengo una bolsa de papel. Recojo frambuesas y las meto dentro de la bolsa.
– ¿Y las comes mientras las recoges?
Una sonrisa suave y soñadora le iluminó el rostro.
– Oh, sí. Son dulces. Y están calentadas por el sol.
Moore frunció el entrecejo. Esto era inesperado. Estaba experimentando gusto y olfato, lo que significaba que revivía el momento. No se limitaba a observar la pantalla de cine; estaba dentro de la pantalla. Vio que Polochek dirigía a la ventana una mirada de preocupación. Había elegido la imagen de la pantalla de cine como recurso para distanciarla del trauma de su experiencia. Pero ella no estaba distanciada. Ahora Polochek vacilaba, considerando qué hacer a continuación.
– Catherine -dijo-, quiero que te concentres en el almohadón sobre el que estás sentada. Estás sobre la silla, en el cuarto, mirando la pantalla de cine. Notas lo blando que es el almohadón. Cómo la silla te recibe con un abrazo. ¿Puedes sentirlo?
Una pausa.
– Sí.
– Está bien. Está bien. Ahora te quedarás sentada en esa silla. No te irás de allí. Y vamos a utilizar la pantalla mágica para ver una escena distinta de tu vida. Seguirás sentada en la silla. Seguirás sintiendo ese almohadón tan blando sobre la espalda. Y lo que vas a ver es sólo una película en la pantalla, ¿entendido?
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