– ¿Qué sabía la doctora Gillespie sobre la violación?
Frost, que había entrevistado a la médica, contestó esa pregunta. Abrió una carpeta que contenía la historia clínica de Diana Sterling.
– Aquí está lo que escribió la doctora Gillespie. «Mujer blanca de treinta años de edad pidió que se le hiciera un análisis de VIH. Sexo sin protección hace cinco días. Estatuto de VIH del compañero: desconocido. Cuando se le preguntó si su compañero pertenecía al grupo de alto riesgo, la paciente se puso incómoda y llorosa. Reveló que el acto sexual no había sido consensuado, y que desconocía el nombre del atacante. No desea denunciar el ataque. Rechaza derivación al consejo de violación». -Frost levantó la mirada. -Ésa es toda la información que la doctora Gillespie pudo obtener de ella. Le hizo un examen pélvico, análisis de sífilis, gonorrea y VIH, y le dijo a la paciente que volviera en dos semanas para un seguimiento del análisis de sangre para el VIH. La paciente nunca volvió. Porque estaba muerta.
– ¿Y la doctora Gillespie nunca llamó a la policía? ¿Ni siquiera después del asesinato?
– No sabía que su paciente estaba muerta. Nunca se enteró de las noticias.
– ¿Se le hizo un análisis de violación? ¿Recogió semen?
– No. La paciente… errr… -Frost se ruborizó avergonzado. Hasta un hombre casado como Frost encontraba difícil abordar ciertos tópicos-. Se duchó un par de veces, apenas después del ataque.
– ¿Puede culpársela? -dijo Rizzoli-. Mierda, yo me hubiera duchado con desinfectante.
– Tres víctimas de violación -dijo Marquette-. Esto no es una casualidad.
– Encuentren al violador -dijo Zucker-. Creo que con él atraparemos a nuestro asesino. ¿Cuál es el estado del ADN de Nina Peyton?
– Está en trámite -dijo Rizzoli-. El laboratorio tuvo la muestra de semen por cerca de dos meses, y no se hizo nada con ella. Así que los zarandeé un poco. Sólo crucemos los dedos para que nuestro asesino ya figure en Sistema de índice de ADN.
El sistema de índice combinado de ADN era la base de datos nacional de estructuras de ADN que poseía el FBI. El sistema aún estaba en pañales, y los perfiles genéticos de medio millón de convictos todavía no habían sido ingresados en el sistema. Las posibilidades de obtener un «acierto frío» -coincidencia con un ofensor conocido- eran débiles.
Marquette miró al doctor Zucker.
– Nuestro sospechoso primero atacó sexualmente a las víctimas. ¿Luego vuelve semanas más tarde para matarlas? ¿Eso tiene algún sentido?
– No tiene por qué tener sentido para nosotros -dijo Zucker-. Sólo para él. No es raro para un violador volver a atacar a su víctima por segunda vez. Hay allí un criterio de propiedad. Una relación, por patológica que sea, ya establecida.
Rizzoli bufó.
– ¿Llama a eso una relación?
– Entre el atacante y la víctima. Suena enfermo, pero así es. Está basada en el poder. Primero se lo quita a ella, la hace sentir menos que un ser humano. Ella es ahora un objeto. Él lo sabe y, lo que es más importante, ella lo sabe. Es el hecho de que se sienta dañada, humillada, lo que debe excitarlo lo bastante como para regresar. Primero, la marca con la violación. Luego vuelve para reclamar su definitiva posesión.
«Mujeres dañadas, -pensó Moore-. Ése es el eslabón común entre estas víctimas». De repente se le ocurrió que Catherine Cordell se encontraba también entre las dañadas.
– Nunca violó a Catherine Cordell -dijo Moore.
– Pero ella fue víctima de una violación.
– Su atacante está muerto desde hace dos años. ¿Cómo pudo el Cirujano identificarla como víctima? ¿Cómo llegó ella a aparecer en su radar? Ella nunca habla del ataque. Con nadie.
– Lo hace por computadora, ¿no es verdad? Esa sala de chat privado… -Zucker se detuvo.
– Jesús. ¿Acaso encuentra a sus víctimas por Internet?
– Ya exploramos esa posibilidad -dijo Moore-. Nina Peyton ni siquiera tenía computadora. Y Cordell nunca reveló su nombre a nadie en ese chat. De modo que volvemos a la primera pregunta: ¿por qué el Cirujano apunta a Cordell?
Zucker dijo:
– No parece obsesionado con ella. Se sale de su camino para burlarse de ella. Asume riesgos, como enviarle por correo electrónico esa foto de Nina Peyton. Y eso lo condujo a una desastrosa cadena de hechos. La foto atrajo en el acto a la policía hasta la puerta de Nina Peyton. Tuvo que huir sin completar el asesinato, no pudo alcanzar su satisfacción. Peor aún, dejó tras él una testigo. El peor error de todos.
– Eso no fue un error -dijo Rizzoli-. Esperaba que ella viviera.
La observación provocó una ronda de caras escépticas a su alrededor.
– ¿De qué otra manera se explica una cagada como ésta? -continuó-. Esa foto enviada a Cordell estaba destinada a nosotros. La envió y nos esperó. Esperó hasta que llegamos a la casa de la víctima. Sabía que estábamos en camino. Y luego llevó a cabo el trabajo de cortarle el cuello a medias, porque quería que la encontráramos viva.
– Sí, claro -respondió Crowe-. Todo era parte de su plan.
– ¿Y su razón para hacerlo? -le preguntó Zucker a Rizzoli.
– La razón está escrita en su cuerpo. Nina Peyton fue un ofrecimiento para Cordell. Un regalo destinado a cagarla de miedo.
Hubo una pausa.
– Si es así, entonces funcionó -dijo Moore-. Cordell está aterrorizada.
Zucker se reclinó en su asiento y consideró la teoría de Rizzoli.
– Son demasiados riesgos sólo por asustar a una mujer. Es un signo de megalomanía. Podría significar que está descompensado. Eso es lo que terminó por suceder con Jeffrey Dahmer y con Ted Bundy. Perdieron el control de sus fantasías. Se volvieron descuidados. Allí es cuando cometen errores.
Zucker se levantó para acercarse a la pizarra en la pared. Allí figuraban los nombres de tres víctimas. Bajo el nombre de Nina Peyton escribió un cuarto: Catherine Cordell.
– Ella no es una de las víctimas, no todavía. Pero de alguna forma él la ha identificado como un objeto de interés. ¿Cómo la eligió? -Zucker paseó la vista por la sala-. ¿Han entrevistado a sus compañeros? ¿Ninguno de ellos les hace sonar la alarma?
– Hemos eliminado a Kenneth Kimball, el médico de emergencias. Estaba de guardia la noche que Nina Peyton fue atacada. También entrevistamos a la mayor parte del equipo masculino de cirugía, así como a los residentes.
– ¿Qué hay del compañero de Cordell, el doctor Falco?
– El doctor Falco no ha sido eliminado.
Rizzoli había captado ahora la atención de Zucker, y él clavaba en ella unos ojos de extraña luminosidad. Los policías de la unidad la llamaban la mirada del psicoloco.
– Cuéntame más -dijo con tranquilidad.
– El doctor Falco impresiona mucho a través de sus títulos. Título terciario en la escuela de ingeniería aeronáutica. Doctor en medicina de Harvard. Residencia quirúrgica en el Peter Bent Brigham. Criado sólo por su madre, se abrió camino en el colegio y en la facultad de medicina. Vuela su propia avioneta. Además es un tipo atractivo. No es Mel Gibson, pero unas cuantas cabezas deben de darse vuelta para mirarlo.
Darren Crowe se rió.
– ¡Ja! Rizzoli considera a los sospechosos por su pinta. ¿Es así como lo hacen las mujeres policía?
Rizzoli le lanzó una mirada hostil.
– Lo que quiero decir -continuó- es que este tipo podría tener una docena de mujeres en la palma de la mano. Pero me enteré por las enfermeras de que la única mujer que le interesa es Cordell. No es ningún secreto que sigue haciéndole propuestas. Y ella sistemáticamente las rechaza. Tal vez está comenzando a enfadarse.
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