Tess Gerritsen - El cirujano

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Un asesino silencioso se desliza en las casas de las mujeres y entra en las habitaciones mientras ellas duermen. La precisión de las heridas que les inflige sugiere que es un experto en medicina, por lo que los diarios de Boston y los atemorizados lectores comienzan a llamarlo «el cirujano». La única clave de que dispone la policía es la doctora Catherine Cordell, víctima hace dos años de un crimen muy parecido. Ahora ella esconde su temor al contacto con otras personas bajo un exterior frío y elegante, y una bien ganada reputación como cirujana de primer nivel. Pero esta cuidadosa fachada está a punto de caer ya que el nuevo asesino recrea, con escalofriante precisión, los detalles de la propia agonía de Catherine. Con cada nuevo asesinato parece estar persiguiéndola y acercarse cada vez más…

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– Revisé su planilla médica después de que me llamaron -dijo Sarah-. Sé que se llenó un formulario policial.

– Lo leímos -dijo Rizzoli.

– ¿Y por qué razón han venido aquí?

– Nina Peyton fue atacada anoche, en su domicilio. Ahora está en condiciones críticas.

La primera reacción de la mujer fue de consternación. Luego fue de ira. Moore lo notó por la forma en que elevó la barbilla y se le encendieron los ojos.

– ¿Fue él?

– ¿Él?

– ¿El hombre que la violó?

– Es una posibilidad que estamos considerando -dijo Rizzoli-. Por desgracia, la víctima está en coma y no puede hablarnos.

– No la llame víctima. Tiene un nombre.

La barbilla de Rizzoli se puso a la par de la suya, y Moore supo que se había ofendido. No era la mejor forma de comenzar una entrevista.

– Señorita Daly -dijo-, éste fue un crimen increíblemente brutal, y necesitamos…

– Nada es increíble -retrucó Sarah-. No cuando hablamos de lo que los hombres hacen a las mujeres-. Tomó una carpeta de su escritorio y se la alcanzó. -Su informe médico. A la mañana siguiente de la violación vino a esta clínica. Yo fui quien la atendió ese día.

– ¿Fue también usted la que le hizo el examen?

– Hice todo. La entrevista, el examen pélvico. Realicé el análisis vaginal y confirmé que había esperma bajo el microscopio. Peiné el vello púbico, recogí muestras de uñas para el análisis de violación. Le di la pildora del día después.

– ¿No acudió a emergencias para más exámenes?

– Cualquier víctima de violación que atraviesa estas puertas es sometida aquí a todos los exámenes por una sola persona. Lo último que necesita es un desfile de caras distintas. De modo que extraigo sangre y la envío al laboratorio. Hago las llamadas necesarias a la policía si la víctima así lo desea.

Moore abrió la carpeta y vio la hoja de datos de la paciente. La fecha de nacimiento de Nina Peyton, su dirección, número de teléfono y empleador figuraban allí. Pasó a la página siguiente, escrita con una letra apretada y pequeña. La fecha de la primera entrada era del diecisiete de mayo.

Queja principal: ataque sexual.

Historia de la enfermedad actual: mujer blanca de veintinueve años, cree que fue sexualmente atacada. La noche anterior tomaba tragos en el Gramercy Pub, se sintió mareada y recuerda haber caminado hasta el baño. No tiene registro de lo que sucedió más tarde…

– Despertó en su casa, sobre su propia cama -dijo Sarah-. No recordaba cómo llegó allí. No recordaba haberse desnudado. Por cierto no recordaba haber rasgado su blusa. Pero allí estaba, desnuda. Sintió algo tirante en la piel de los muslos que consideró semen seco. Tenía un ojo hinchado, y moretones en ambas muñecas. Pronto imaginó lo que había sucedido. Y tuvo la misma reacción que otras víctimas de violación. Pensó: «Es culpa mía. No debería haber sido tan descuidada». Pero es así como funciona con las mujeres. -Miró a Moore a los ojos-. Nos culpamos por todo, incluso cuando es el hombre el que nos viola.

Ante tamaña furia, no había nada que pudiera agregar. Miró la carpeta y leyó el examen físico.

La paciente está desarreglada, abstraída, y habla en un tono monocorde. No vino acompañada, y caminó hasta la clínica desde su casa…

– Seguía hablando de las llaves de su auto -dijo Sarah-. Fue golpeada, un ojo estaba cerrado por la hinchazón, y en lo único que podía concentrarse era en que había perdido las llaves del auto y que necesitaba encontrarlas porque no podría ir a su trabajo. Me tomó algo de tiempo sacarla de ese pensamiento encinar y hacer que me hablara. Se trataba de una mujer a la que nunca le había sucedido nada malo. Era educada, independiente. Una representante de ventas para Suministros Científicos Lawrence. Trata con gente todos los días. Y aquí estaba, prácticamente paralizada. Obsesionada con las estúpidas llaves de su auto. Finalmente abrió la cartera y las buscó en todos los bolsillos, y las llaves estaban ahí. Sólo entonces pudo prestarme atención, y contarme lo que le había sucedido.

– ¿Y qué le dijo?

– Llegó al Gramercy Pub cerca de las nueve para encontrarse con una amiga. La amiga nunca apareció, de modo que Nina dio vueltas por un rato. Se pidió un Martini, habló con un par de tipos. Miren, he estado allí, y todas las noches está lleno de gente. Una mujer se sentiría segura. -Luego agregó con un tono amargo-: Como si hubiera algún lugar seguro.

– ¿Recordaba al hombre que la llevó a su casa? -preguntó Rizzoli-. Eso es lo que necesitamos saber.

Sarah la miró.

– ¿Sólo se trata del criminal, verdad? Eso era todo lo que los dos policías de Crímenes Sexuales querían escuchar. Los criminales acaparan toda la atención.

Moore pudo sentir cómo subía la temperatura del cuarto con la furia de Rizzoli. Se apresuró a comentar:

– Los detectives dicen que fue incapaz de proporcionar una descripción.

– Yo estaba en el cuarto cuando la interrogaron. Me pidió que me quedara, así que escuché la historia completa dos veces. Ellos insistían en que les hablara de su aspecto, y ella no pudo decirles nada. Honestamente no podía recordar nada sobre él.

Moore pasó a la página siguiente de la carpeta.

– Usted la vio por segunda vez en julio. Hace sólo una semana.

– Volvió para hacerse otro análisis de sangre. Al VIH le lleva seis semanas tras la exposición para dar positivo. Ésa es la atrocidad final. Primero ser violada, y luego enterarte de que tu atacante te contagió una enfermedad fatal. Son seis semanas de agonía para estas mujeres, a la espera de saber si tienen o no sida. Preguntándose si el enemigo está dentro de ellas, multiplicándose en su sangre. Cuando vienen para este examen de control, tengo que darles una charla para animarlas. Y jurarles que las llamaré en cuanto tenga los resultados.

– ¿No analiza los exámenes aquí?

– No. Van todos al laboratorio Interpath.

Moore pasó a la última página de la carpeta y vio la hoja de los resultados. «Análisis VIH: negativo. VDRL (sífilis): negativo».

La hoja era muy fina, seguramente el duplicado al carbón del formulario original. Las noticias más importantes de nuestras vidas suelen llegar en este tipo de papeles endebles. Telegramas. Notas de examen. Análisis de sangre.

Cerró la carpeta y la depositó sobre el escritorio.

– Cuando vio a Nina por segunda vez, el día que vino para el examen de control, ¿cómo la encontró?

– ¿Quiere decir si todavía se encontraba traumada?

– No dudo de que lo estuviese.

Su respuesta razonable pareció perforar la burbuja henchida de rabia de Sarah. Se reclinó en el asiento como si, eliminada la furia, hubiera perdido algún combustible vital. Por un momento sopesó la pregunta.

– Cuando volví a ver a Nina esa segunda vez, era como un muerto en vida.

– ¿Cómo?

– Se sentó en esa silla donde está la detective Rizzoli, y sentí que casi podía ver dentro de ella. Como si fuera transparente. No había vuelto al trabajo desde la violación. Creo que le resultaba difícil enfrentar a la gente, en particular a los hombres. Estaba paralizada por todas estas extrañas fobias. Temerosa de tomar agua de la canilla, o cualquier cosa que no estuviera envasada. Tenía que ser todo de una lata o una botella sin abrir, algo que no pudiera estar envenenado o con drogas. Temía que los hombres la miraran y advirtieran que había sido violada. Estaba convencida de que el violador había dejado esperma sobre sus sábanas y su ropa, y pasaba horas del día lavando una y otra vez todas sus cosas. Fuera quien fuese Nina Peyton, esa mujer había muerto. Lo que vi en su lugar fue un fantasma. -La voz de Sarah se extinguió y se quedó rígida en su asiento, observando a Rizzoli, mirando en realidad a otra mujer en esa silla. Una sucesión de mujeres, distintas caras, distintos fantasmas, un desfile de víctimas.

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