– ¿Te encuentras bien?
Ella no respondió, y se limitó a seguir mirando por la ventanilla.
– Rowan, dime algo. -No pretendía sonar tan brusco pero, maldita sea, no podía soportar el silencio ni esa mirada inexpresiva suya.
– Es Bobby. Estoy segura.
– No tardaremos en averiguarlo.
– Roger me mintió. Desde el principio -dijo, con una voz temblorosa y llena de angustia. John sabía perfectamente cómo se sentía. Mentiras, engaños, traiciones. Tuvo que apartar esas ideas de su cabeza, no era ni el momento ni el lugar indicado. Añoraba tomarla y estrecharla en sus brazos, sólo abrazarla para que supiera que no estaba sola. Pero caminaba sobre un tejado de vidrio. No sabía cuánto más podía soportar después del trauma emocional de tener que revisar las fotos del asesinato de su familia y descubrir que aquella figura paterna en la que ella había confiado llevaba años mintiéndole sobre algo tan importante.
– Cuando Roger me interrogó -siguió-, después de que me avisaron que a Bobby lo habían detenido, que estaba en la cárcel y no podía hacerme daño, fue sincero conmigo. Me dijo que el caso era sólido, aunque yo fuera la única testigo. Con mi testimonio, estaba garantizado que Bobby pasaría el resto de su vida entre rejas.
Él le cogió la mano y se la apretó suavemente. Ella acabó por apartar la mirada de la ventanilla, se volvió y miró las manos entrelazadas, pero no hizo ademán de romper la conexión.
John no sabía por qué, pero se sentía aliviado.
– ¿Qué sentiste a propósito de eso? -Recordó que Rowan sólo tenía diez años en aquel momento. Él había visto las fotos. ¡Qué tragedia más absurda! Una niña pequeña que había perdido a casi toda su familia en una noche tan espantosa. Y luego rechazada por la tía y por los abuelos. No le costaba imaginar lo valiente que había sido Rowan.
– Enfadada. Confundida. Quería hacerle daño por lo que me hizo, pero por aquel entonces no entendía los procedimientos. -Tras una pausa, siguió-: Fue Roger también el que me contó lo de mi padre, que no había dicho ni palabra desde que la policía lo encontró en la cocina. Yo insistí en verlo. Así que Roger me llevó a Bellevue. No quería hacerlo, pero me llevó.
Sus miradas se cruzaron. Cuando John vio el dolor en su rostro le dieron ganas de tomarla en sus brazos y decirle que él la protegería.
Pero ella no quería su protección sino su comprensión.
– Roger tenía razón -dijo, con voz apenas audible-. Me vine abajo cuando vi la mirada vacía de mi padre. Había cortado todo vínculo con la realidad. No estaba poseído por el diablo, no tenía una mirada diabólica. No gritaba ni deliraba. Sencillamente, no estaba presente -añadió, y volvió a mirar por la ventanilla.-. Supongo que por eso Roger me mintió -dijo, al cabo de un momento-. Pensó que no sería capaz de enfrentarme a la declaración, sin importar lo que yo pudiera decir.
Rowan nunca olvidaría la imagen de su padre aquella última vez. Ya no parecía aquel hombre fuerte, a veces enfadado, a veces maravilloso que había llegado a admirar y temer.
– Mamá, ¿por qué te pega Papá?
Tenía siete años cuando hizo esa pregunta. Estaba poniendo a dormir a Dani en el sillón de su madre en su habitación, y le susurraba suaves palabras al oído. Su madre dejó caer el cepillo sobre la mesa del tocador.
– ¿A cuento de qué viene esa pregunta?
– Lo siento.
Comenzó a mecer a Dani, con la esperanza de que su madre no se hubiera enfadado con ella. Nunca le daba azotes. Su padre, sí, dos veces. En una ocasión, cuando rompió la bandeja de cristal que era la preferida de su madre. Y también el año anterior, cuando se fugó de casa. Se había mudado con todas sus cosas al cobertizo.
A causa de Bobby. Bobby le daba miedo.
– Cariño - dijo su madre, y se acercó a ellas. Se arrodilló frente al sillón y paró el balanceo del bebé. Obligó a Lily a que la mirara a los ojos.
Unos ojos tan bonitos, pensó Lily. Papá decía que eran como hermanas. Sólo quería ser igual de bella que su mamá cuando fuera mayor.
– Cariño, eres demasiado pequeña para entender estas cosas. Papá no quiere hacerme daño. Y… en realidad, no duele.
Mamá miró a Dani y Lily supo, aunque no entendía por qué, que su madre mentía.
– De acuerdo - dijo, con voz queda y temblorosa.
Mamá le apretó la mano.
– A veces, me equivoco cuando digo o hago algo. Papá se enfada. Ya sabes que él trabaja mucho todos los días, mucho. Y con seis hijos necesitamos mucho dinero, ¿sabes? - Su madre hablaba muy rápido.
– De acuerdo, Mamá.
– Pero Papá me quiere. Mucho, mucho. Y yo lo quiero a él. Y no es siempre así, sólo algunas veces. Casi nunca.
Lo que decía Mamá no tenía sentido. Y entonces, se inclinó y besó a Lily en la cabeza y fue como si el mundo mejorara un poco.
– ¿Rowan?
La voz de John era suave, pero urgente.
– Rowan, ¿estás bien?
– Estaba pensando -dijo ella, y respiró hondo. Él ya lo sabía todo. Sólo un secreto más que compartir-. Mi padre maltrataba a mi madre. Le pegaba. Ella siempre lo justificaba. Decía que era culpa suya. En una ocasión, le pregunté por ello y me dijo que era ella la que se equivocaba en ciertas cosas. Lo defendió.
Tenía los nudillos blancos de apretar con tanta fuerza los puños. Hizo un esfuerzo consciente por liberarse de la tensión en los músculos.
– No creo que lo de matarla haya sido algo salido de la nada -dijo John-. Es un patrón, tú ya lo sabrás. Las relaciones en que hay maltrato suelen acabar con una muerte.
– Llevaban diecinueve años casados. Seis hijos. Y ella… ella siempre estuvo a su lado, hiciera lo que le hiciese. -Rowan recordó las flores que él solía comprarle. Los besos que le daba cuando volvía por la noche-. Era como el doctor Jekyll y mister Hyde. La golpeaba. Discutían mucho. Pero no podía creer que la hubiese matado. No quería creerlo. Él solía llamarla «reina mía».
Ella respiró hondo. No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que John le secó las lágrimas de las mejillas.
– Yo amaba a mi padre y lo odiaba. Podía ser una persona maravillosa, jugaba con nosotros, nos llevaba al parque, a comer helados… pero le pegaba a mi madre. -La voz le tembló-. Yo estaba muy confundida. Y luego, verlo tan… tan vacío -dijo, y volvió a respirar hondo-. Eso no supe aceptarlo. En aquel momento, no.
– Eras una niña, Rowan. Una niña obligada por la vida a madurar demasiado rápido.
– Bobby era diferente.
Rowan no había olvidado la crueldad de su hermano. El terror silencioso que despertaba en ellos. Incluso en Mamá.
– Hay personas que nacen malvadas.
Ella no dijo nada para contradecirlo.
– Creo que Bobby aprendió lo peor de mi padre y lo hizo más retorcido. Quiero decir, era el mayor. Sabía lo que estaba pasando. Se portaba como un matón de barrio con Mel y Rachel, igual que Papá con Mamá. Les pegaba.
– ¿Y nadie hacía nada? -La voz de John estaba teñida por el asombro. Aquello no era raro, puesto que, al fin y al cabo, la suya había sido una infancia feliz.
– En una ocasión, Mel se lo contó a mi padre. Le dijo que Bobby le había pegado tan fuerte a Rachel que la había tirado escaleras abajo. Papá y Bobby tuvieron una bronca muy fuerte en el garaje. Bobby se fue y estuvo ausente varios días. Y yo me sentía feliz. Muy feliz.
– Pero volvió.
Con una venganza en mente, pensó Rowan. Eso había ocurrido un año antes de los asesinatos. Ella tenía la esperanza de que cuando cumpliera dieciocho años, Bobby se iría. Pero no se fue.
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