– Roger nos ha mandado por fax todo lo que no pudimos descargar de los archivos -dijo-. He mandado a mi colega a buscar al señor Williams.
Rowan se puso tensa.
– ¿A Adam? -Miró de Quinn a John, sin ocultar su indignación-. ¿Pensáis traer a Adam aquí?
– Puede que sea nuestra única esperanza de identificar a este tipo antes de que sea demasiado tarde -dijo John, con voz pausada.
Ella cerró los ojos con fuerza.
– Nunca se recuperará -dijo, y soltó un largo suspiro-. Pero tenéis razón -añadió, una vez disipada la indignación, o quizá sepultada. John no sabía cuál de las dos-. John, ¿podría pedirte un favor?
– Lo que quieras.
– ¿Podrías bajar a reunirte con el agente Thorne cuando llegue con Adam y explicarle lo que vamos a hacer? A Adam le darán un gran susto cuando lo vayan a buscar a casa y lo traigan aquí. -Le lanzó una mirada a Peterson-. Me lo podrías haber dicho. Habría hablado con él.
– No creo que hubiera hablado contigo -dijo John, y ella volvió su atención hacia él. Abrió los ojos exageradamente, no de rabia sino de sorpresa y algo más. ¿Decepción? ¿Dolor?-. Después del incidente con los lirios, creo que Adam se siente un poco intimidado.
Se sentía herida. En sus ojos encendidos, decididamente estaba ofendida. Ella asintió con la cabeza y se giró, pero él alcanzó a ver el brillo de una lágrima.
– Hablaré con él -le aseguró John, y abandonó la sala.
Rowan miró el grueso archivador lleno de carpetas. El corazón le latía tan sonoramente que pensó que Quinn y Tess lo oían con toda claridad. Tenía mucho miedo, pero no estaba dispuesta a reconocerlo. No en ese momento.
– Nunca lo supe -dijo Quinn, poniéndole una mano en el hombro. Ella se encogió de hombros, temiendo que si hablaba le temblaría la voz-. Miranda lo sabía, ¿no?
Rowan asintió en silencio y respiró hondo.
– La mayor parte. La primera semana que pasamos en la academia, Miranda, Olivia y yo nos contamos por qué queríamos ser agentes. Nos fuimos a beber margaritas, yo casi nunca bebo. -Esbozó un amago de sonrisa, recordando lo agradable que era encontrar a dos mujeres que la entendían-. Nunca había hablado de ello con nadie, ni siquiera con Roger. Él no quería tocar el tema, creo. Era una cuestión del pasado, y yo debía seguir adelante. Yo…, pues… tenía algunos problemas en aquella época.
– No me sorprende.
Ella ignoró su comentario con un gesto de la mano y se sentó a la mesa, sin mirar las carpetas que le esperaban. Tendría que revisarlas, pero necesitaba un minuto. Miró a Tess, que al parecer seguía ocupada en alguna tarea, aunque Rowan intuyó que tenía una oreja pegada a la conversación. ¿Qué importaba? La verdad acabaría saliendo a la luz de todos modos. Daba igual. Tampoco era posible que Tess la odiara más de lo que ya la odiaba.
– Miranda fue muy sincera con nosotras desde el primer día. Es una de las cosas que me gustan de ella.
Rowan alzó la vista para mirar a Quinn, que la observaba de brazos cruzados y con la mandíbula apretada, con sus ojos oscuros impenetrables. ¿Sentía algún tipo de remordimiento o rabia a propósito de lo que había pasado con Miranda en Quántico? Rowan habría querido preguntarle, pero él la habría acusado de desviarse del tema.
– En cualquier caso -siguió-, estábamos bebiendo y Miranda nos preguntó por qué estábamos allí. Salió así, sin más. -Rowan guardó silencio. Incluso después de haberle contado todo a John, resultaba difícil hablar de lo que había pasado esa noche.
– ¿Por qué querías ser agente? ¿Por influencia de Roger?
– En parte. Él me salvó la vida. No físicamente, sino psicológicamente. Me dio la capacidad de centrarme mentalmente. A Roger le importa mucho la justicia.
– A ti también.
– Sí, me importa. Pero él quiere castigar a los criminales, y yo quiero vengar a las víctimas -dijo, y calló. La diferencia era tan sutil que no sabía cómo explicarla.
– Nunca entendí cómo mi padre pudo matar a mi madre. A pesar del maltrato físico permanente, nunca pensé… quiero decir, creía de verdad que la amaba a su manera, aunque retorcida. Pero yo era sólo una niña, no entendía qué estaba ocurriendo. Ahora sé, después de años de clases de psicología y criminología, que la violencia doméstica no es amor. Pero tenía que intentar descubrir por qué mi padre perdió la razón. Cómo Bobby podía ser tan cruel. Si supiera por qué, sería una agente mejor preparada. Podía luchar mejor por las víctimas si entendía a sus agresores.
– ¿Encontraste las respuestas que buscabas?
– No. A todos los criminales que interrogaba les preguntaba por qué. Jamás me dieron una respuesta que yo entendiera.
– Quizá porque tú no eres una asesina.
No, no soy una asesina. Mi padre sí lo es. Mi hermano lo era. Yo no. Todavía no.
Se quedó mirando la carpeta, temiendo su contenido, sabiendo que las fotos y los informes le harían daño y le traerían recuerdos que había intentado sepultar. Ya no podía seguir huyendo. Tenía que hacerlo. Poner fin a aquella locura.
Abrió la carpeta.
Los documentos, que habían imprimido desde el ordenador o que Roger había mandado por fax, no guardaban ningún orden. La primera página era el informe original de la policía. Homicidio múltiple . Los datos correspondientes a las víctimas eran nombre, edad, lugar y aparente causa de la muerte.
Elizabeth Regina MacIntosh, 46, mujer blanca, encontrada en la cocina. Múltiples heridas de arma punzante, fallecida.
Melanie Regina MacIntosh, 17, mujer blanca, encontrada en la entrada de la casa. Apuñalada múltiples veces, fallecida.
Rachel Suzanne MacIntosh, 15, mujer blanca, encontrada en la entrada de la casa. Apuñalada múltiples veces, fallecida.
Danielle Anne MacIntosh, 4, mujer blanca, encontrada en la habitación de matrimonio. Recibió un disparo en el pecho de una pistola de 9 mm, fallecida.
Rowan respiró hondo. Volvía a sentirse como una niña. Vio el cuerpo inerte y ensangrentado de su madre. Vio morir a sus hermanas. Corrió con Peter y Dani hasta el armario.
Pero Bobby los perseguía.
Dio la vuelta a la página y encontró los papeles del proceso de su padre. Los había leído tantas veces en el pasado que se los sabía de memoria, así que dio la vuelta rápidamente a la página.
La detención de Bobby.
El sospechoso del homicidio múltiple escapó por una ventana de la segunda planta y fue perseguido hasta la esquina de Crestline Drive y Bridgeview Court, donde fue detenido sin mayores incidentes. Se le leyeron sus derechos y el sospechoso solicitó un abogado.
Su descripción era clínica. Robert William MacIntosh Junior, 18 años. Pelo rubio, ojos azules, un metro ochenta y cinco, 77 kilos. No hay marcas distintivas. No hay tatuajes. No hay piercings .
Bobby parecía simpático, pero ella sabía la verdad. Siempre había sabido que era malvado. Gracias a Dios que había muerto.
Sin embargo, Bobby la había perseguido desde la tumba. En sus pesadillas. En la elección de su carrera, en su decisión de ingresar en el FBI y luego abandonarlo. Controlaba su vida desde el comienzo, más ahora que estaba muerto de lo que jamás pudo en vida. ¿Cómo es que no lo había visto antes? ¿Cómo podía haber vivido tanto tiempo bajo su sombra perversa sin darse cuenta del control que Bobby seguía ejerciendo sobre ella?
Ahora lo sabía. Y le pondría fin de una vez por todas.
Giró la página.
– ¿Estás bien, Ro? -preguntó Quinn, con voz queda, y puso un vaso de agua delante de ella.
Asintió y aceptó, agradecida, el agua. Tomó un trago, y el líquido frío le calmó la garganta irritada. Quinn permanecía de pie detrás de ella como un soldado. Ella sentía su mirada clavada en la espalda. Oía también el clic-clic-clic de Tess en el teclado. Pausa. Clic-clic-clic. Si no fuera tan rítmico, sería desagradable.
Читать дальше