Rowan se detuvo al pie de las escaleras y respiró varias veces profundamente. El aire era fresco y saludable. Le sonrió con ojos vivos. Casi parecía despreocupada y él se alegró de haberle comunicado algo de paz después de los acontecimientos de las últimas dos semanas.
– ¿Te vienes a duchar conmigo?
John casi tuvo una erección con sólo verla transpirar, viendo sus pechos menudos apretados contra la tela húmeda de la camiseta. La cogió y la besó apasionadamente, saboreando la sal de sus labios, el sudor de su espalda, su energía después del ejercicio y una tórrida noche de amor.
Pero no tardó en soltarse del abrazo. No era el lugar indicado.
– Vamos -dijo, con voz ronca, y carraspeó.
No olvidó sus responsabilidades. Comprobó el balcón y la casa para revisar que la seguridad funcionaba. Miró su reloj. Las siete.
– No tenemos demasiado tiempo -dijo.
– Entonces, será mejor que nos pongamos. -Rowan se dirigió al trote hasta su habitación y él la siguió, no sin antes cerrar las puertas. Ella se desnudó delante de él, y él no pudo sino admirar su ágil musculatura. Sin embargo, todo lo que tenía que ser suave lo era.
– Rowan, yo…
Ella le cerró los labios con un dedo.
– Tal como has dicho -dijo, con voz suave-, no tenemos demasiado tiempo.
Él no dejó de captar el doble sentido. No sabía por qué le molestó cuando le escuchó decirlo, aunque él pensara en lo mismo.
Rowan lo condujo hasta la ducha, añorando la cercanía que habían forjado la noche anterior. Jamás se había sentido tan necesitada, tan poderosamente deseosa.
Comenzaron en la ducha, donde ella empezó a enjabonarlo, y él siguió. Ella le dejó. Él cogió el jabón en su mano grande y segura y la enjabonó entera hasta dejarla temblando con algo más que mera lujuria. Rowan se sintió presa de una añoranza, necesitaba prolongar aquella estrecha intimidad. Era algo delicado y transparente y, como todo lo nuevo, podía ser fácilmente destruido.
Rowan no quería perderlo.
Él la lavó, le besó la piel hasta oírla gemir en voz alta.
– Rowan -le murmuró él al oído cuando la empujó contra la pared de baldosas de la ducha.
– Te deseo. -Su voz era ronca y grave, y sonaba como si no fuera ella.
Él se deslizó dentro de ella y ella lo envolvió con sus piernas, apoyada en la pared. Rowan le acarició la piel dura, sin afeitar de la cara y siguió hasta sus labios, buscándole la lengua, el placer de su sabor, deseando quedarse ahí y olvidar el mundo exterior. Darle el amor que jamás había podido compartir. Tomar el amor que él le daba.
No tenían demasiado tiempo, y ella decidió aprovecharlo al máximo.
Apretó los músculos y dejó escapar un gemido en la boca de John. Empujó la pelvis con fuerza, y él retrocedió.
Ella abrió los ojos y frunció el ceño.
– ¿Qué pasa?
– Nada.
John la levantó y la llevó, aún mojada, hasta la cama. Nunca había visto a Rowan tan relajada. Ella se incorporó y le tocó la cara con un gesto entrañable y a John se le aceleró el corazón. La penetró lentamente, mirando la reacción que su sensual invasión le dibujaba en el rostro. Entreabrió los labios al cerrar los ojos.
– Abre los ojos -dijo él, con voz grave, y ella los abrió de inmediato.
Él le sostuvo las manos por encima de la cabeza y la miró de frente mientras le hacía el amor. Rowan sentía un placer cada vez más intenso, y le envolvió la cintura con las piernas, respondiendo con un embate a cada uno de los de John. Cuando los ojos se le volvieron vidriosos de pasión, él la cogió en sus brazos y se derramó en ella. Rowan llegó al orgasmo con un gemido, murmurando su nombre.
Se quedaron así enredados, uno en los brazos del otro, respirando aceleradamente. Él tiró de la sábana para cubrirse y la estrechó en sus brazos. Sabía que debían levantarse, pero no quería dejarla ir. Ahora, no.
Ella apoyó la mano sobre su pecho, sobre su corazón, y él sintió el corazón de ella latiendo contra su brazo. Le apartó un mechón de pelo mojado de la cara y la besó en la frente.
– He oído que trabajabas para la DEA y que lo dejaste -dijo Rowan al cabo de un rato. El cambio de la pasión al trabajo lo sorprendió-. Supongo que es… sólo curiosidad. Saber de tu vida.
Rowan hizo ademán de separarse, pero él volvió a estrecharla. Si creía que iba a poder apartarse de su lado, le esperaba una sorpresa.
– Después de cinco años en el Comando Delta, decidí que ya había tenido suficiente y que era hora de pedir un cómodo puesto en el gobierno. -John intentó reír, pero su risa sonó vacía.
– Hmmm. Y yo ingresé en el FBI porque quería ser Dana Scully.
¿Rowan haciendo una broma? Pero John no sonrió. Pensaba en la mirada de Denny, en sus ojos vacíos y muertos, como si hubiera encontrado su cuerpo ayer.
– Tuve una infancia idílica -dijo, al cabo de un momento-. Un hogar al estilo de Leave it to Beaver . Mi padre era poli, un hombre recto y respetado. Mi madre se quedaba en casa, hacía galletas en el horno, nos llevaba a todas las actividades posibles e imaginables, siempre estaba ahí para escucharnos. Era una buena vida. ¡Jo!, era perfecta.
Echaba de menos a sus padres. Habían muerto con menos de un año de diferencia. Su padre, de un repentino infarto, y su madre, sospechaba John, de un corazón roto. Aquello había sucedido hacía tres años, pero todavía le entristecía.
– ¿No están vivos? -inquirió Rowan, con voz queda.
– No. -John carraspeó y tragó aquel dolor que de pronto había aflorado-. Mi mejor amigo era Denny Schwartz. Vivía en la misma calle y hacíamos todo juntos. Michael solía venir con nosotros, pero Denny y yo teníamos la misma edad, íbamos a la misma clase. A los dos nos gustaban los mismos juegos. Mickey siempre quería hacer de poli, como nuestro padre. Así que cuando jugábamos a policías y ladrones, él era siempre el poli.
– ¿Tú eras el ladrón?
– A veces. A menudo me inventaba otros roles, a veces con Mickey, a veces con Denny. Había otros chicos en la pandilla, pero Denny era… el mejor.
Denny siempre se inventaba los juegos de rol más originales y complejos. Y siempre sonreía. Siempre le hacía reír. John se sorprendió de la intensa emoción que lo embargó cuando recordó la voz de Denny murmurándole al oído: No puedo creer que estés llorando por el pasado cuando tienes a esta hembra caliente en tus brazos.
– Denny era un bromista. Siempre de bromas. Mi madre no le tenía ningún apego especial, pero lo aceptaba en su casa porque venía de un hogar destrozado. Su padre los abandonó cuando él tenía cinco años, a él y a dos hermanas menores. Su madre trabajaba en dos sitios distintos para llegar a fin de mes. No era fácil, pero Denny nunca se quejaba.
Tengo un plan, Johnny. Yo cuidaré de mamá y de las niñas, ya verás.
– Yo quería que se alistara en el ejército conmigo. Me enrolé a los dieciocho años. No tenía grandes ilusiones de ir a la universidad, aunque allí fue donde acabé después de mis cinco años en las filas. Patrocinado por la Ley GI Hill.
– Es un buen programa.
Él se encogió de hombros.
– Sí, pues Denny no quiso alistarse. Tenía grandes planes. Siempre pensando en algo nuevo. -John hizo una pausa, reprimiendo sus ganas de gritar. Si hubiera sabido cuáles eran los grandes planes de Denny, habría renunciado al ejército y se lo habría llevado lo más lejos posible de Los Ángeles-. Su gran plan estaba relacionado con las drogas. Todo un proyecto.
– Tú no lo sabías.
– Ni siquiera lo sospechaba. -Todavía se reprochaba el no haberse percatado de las actividades ilegales de su amigo-. Éramos jóvenes, no solíamos escribirnos con mucha frecuencia, y todavía no existía el correo electrónico. Tess me escribió, me contó que Denny se había metido con gente de mala calaña, pero ella no era tan cercana a él, no sabía hasta qué punto eran mala calaña, no sabía lo malos que eran. Y Mickey todavía iba al instituto, luego la academia de policía y la escuela nocturna. Denny no tenía a nadie más.
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