– No me enteré de que Dani había muerto hasta que llegó la ambulancia y me la quitaron de los brazos. Le había dado una bala y había muerto en el acto. Yo creía que el líquido tibio que nos bañaba eran nuestras lágrimas. Era su sangre. Me había empapado.
No oyó a John levantarse, pero de pronto él la cogió en sus brazos y le acarició el pelo. Ella se hundió en él, aferrándose a su espalda, alimentándose de su fuerza.
Y luego sintió que él la levantaba en el aire. John la llevó hasta una silla grande en un rincón y la sentó sobre sus rodillas. Ella se apoyó en él, con la cabeza en el hombro y se sintió algo más tranquila.
– ¿Qué pasó con Peter? -preguntó John, con voz queda.
– Fue adoptado por una familia maravillosa en Boston. Ahora es sacerdote. Nos mantenemos en contacto, pero nadie sabe de él. Nadie sabe que es mi hermano.
– ¿No teníais a nadie más en la familia? ¿Nadie que se ocupara de vosotros?
Rowan se dio cuenta de que aquel rechazo seguía vivo en ella cuando reanudó su relato con voz más calmada.
– Mi madre tenía una hermana. La tía Karen. Vino a… vino a vernos, a Peter y a mí. No quiso acogernos. Ella… en fin, éramos hijos de él. Y él había matado a nuestra madre, a su hermana. No podía perdonarnos por ello.
– Pero ¡si erais unos críos!
– Y luego mis abuelos, los padres de mi padre. Eran mayores. Más de sesenta años. Ahora están muertos. Lo intentaron, pero no podían cuidar de nosotros. -Rowan respiró hondo-. Yo tenía pesadillas. Peter no quería, o no podía hablar. Ellos no sabían cómo ayudarnos.
– ¿Y entonces apareció Roger Collins?
Ella respiró hondo y soltó lentamente el aire.
– Conocí a Roger cuando decidí declarar en contra de mi hermano, Bobby. No era un caso del FBI, pero Roger era un investigador experto en las escenas de crímenes y tenía experiencia trabajando con las personas que sobrevivían. Me hizo dar parte. -Dar parte, qué clínico sonaba-. Le di lástima y me preguntó si quería vivir con él y su mujer. Dije que sí. Pero no quise que me adoptaran.
– ¿Por qué?
– No podía -dijo ella, encogiéndose de hombros-. No quería amarlos. Todas las personas que amo acaban muertas.
– ¿Dónde está Bobby ahora? -La voz de John salió como un gruñido ronco, con la rabia a flor de piel. Rowan lo percibió en sus músculos tensos.
– Muerto. -Guardó silencio un momento y luego respiró bruscamente hasta acabar en un sollozo-. Intentó escapar de camino al tribunal. Mató a dos guardias. Y luego cayó acribillado unos kilómetros más allá cuando intentaba secuestrar a alguien en su coche. Me alegro de que se hayan librado de él.
– Tú querías declarar -dijo John, mientras le acariciaba el pelo.
– Sí, ¡maldita sea! Quería que todo el mundo se enterara de lo que había hecho. Se libró demasiado fácil. Yo quería que él sufriera. -Apretó la mano que apoyaba contra su camiseta y un sollozo largo y gutural escapó de su pecho.
Se quedó así un buen rato, hasta que pudo controlar la respiración y dejó de temblar. La fuerza pura que emanaba del cuerpo de John, que la sostenía, sus brazos musculosos que la apretaban contra su pecho le daban una paz que nunca había sentido. Aunque no fuera más que por ese momento, se sintió segura de verdad.
Rowan se había quitado un peso de encima, como si compartir su dolor con John le hubiese lavado el alma. Por eso, dejó que la consolara, le permitió compartir su dolor. Se sentía casi libre, y aquello era una experiencia embriagadora.
John la estuvo meciendo un buen rato, reflexionando sobre todo lo que le había contado. Él ya sospechaba que Rowan había vivido una experiencia traumática en la infancia, y cuando supo que su padre había matado a su madre no pudo imaginar nada peor.
Sin embargo, era mucho peor. Lo ponía enfermo. Habría estrangulado a ese cabrón con sus propias manos. A su padre y a su hermano muerto.
Tanta muerte, tanta miseria con que cargar para una niña de diez años. Era asombroso que no se hubiera derrumbado antes.
– ¿Es por eso que dejaste el FBI? ¿El asesinato de los Franklin te afectó demasiado?
Ella se puso rígida en sus brazos y él dejó escapar una silenciosa imprecación. No era justo lo que hacía, pero tenía que saberlo todo. De alguna manera, su pasado y los hechos de ahora estaban relacionados. Quizás el asesinato de los Franklin encajaba de alguna manera.
– Creí volverme loca cuando vi muerta a la pequeña Rebecca Sue Franklin, porque era igual que Dani. ¿Satisfecho? -preguntó, con voz pretendidamente dura y amarga, pero no lo consiguió. Sonaba más bien derrotada.
– No tengo intención de hacerte daño, Rowan. Pero tienes que enfrentarte a la verdad. Algo en tu pasado está relacionado con estos asesinatos. Alguien sabe lo que te sucedió. Después de recibir las coletas y los lirios, no puedes decirme que eso es imposible.
Ella guardó silencio un rato largo, y John se preguntó si finalmente hablaría.
– Después de lo de las coletas, pensé de verdad que todo estaba relacionado con el asesinato de los Franklin. Por eso abandoné el FBI. Fue el impulso que me ayudó a centrarme para empezar a escribir, porque era incapaz de trabajar. Creí que seguro que… -dijo, y su voz se desvaneció.
– ¿Y?
– Roger interrogó al hermano de Franklin, que nunca creyó que Franklin matara a su familia y luego se suicidara. Ha revisado los archivos del caso. Ahora yo los he visto por primera vez. Tiene a una docena de agentes revisando no sólo ese caso sino todos mis casos. Y nada, absolutamente nada.
Hizo una larga pausa, y John no interrumpió su reflexión. Al cabo de un rato, dijo:
– Le pregunté a Roger si alguien más sabía de mí, alguien del pasado. Un pariente del que no supiera nada, un poli que estuviera mal de la cabeza, cualquiera. Me prometió que lo investigaría, pero hasta ahora… -dijo, y se encogió de hombros-. Están todos muertos, John. Desaparecidos.
– ¿Y qué hay de tu hermano?
– Ya te lo he dicho. Está muerto.
– Tu otro hermano, Peter.
Ella se incorporó de un salto y se apartó de él. Todo el cuerpo le temblaba.
– ¿Peter? ¿Lo dices en serio? ¿Cómo te atreves?
– Sólo intento hacerme un cuadro -dijo él, poniéndose lentamente de pie y alzando las manos. Esperaba que ella entendiera que no pretendía hacerle daño. Ella siguió retrocediendo.
– ¡Es lo más ridículo que he oído en mi vida! ¡Peter es sacerdote, maldita sea! Es el hombre más amable y generoso que conozco. Jamás, jamás le quitaría la vida a nadie. Y nunca me haría daño a mí.
John habló lentamente, sin inflexiones, queriendo que Rowan fuera rigurosa y pensara en todas las posibilidades, pero no estaba seguro de lograrlo.
– Rowan, escúchame. Alguien conoce tu pasado, detalles íntimos de tu familia y de tu hermana Dani. Diablos, he tardado casi una semana en conseguir lo que he conseguido y no hemos hecho más que rozar lo superficial. Alguien conoce tu dolor. Tu hermano Peter es una posibilidad.
– No. ¡No! -exclamó ella, sacudiendo la cabeza-. Tú no lo conoces. -Se tapó la cara con las manos y empezó a sollozar amargamente.
John se le acercó. Ella intentó rechazarlo, pero en su angustia tropezó y él la levantó.
– Lo siento, Rowan, lo siento. -La besó en la frente y se sentó con ella en el borde de la cama.
– No es Peter -murmuró ella al cabo de unos minutos largos, relajándose por fin contra el pecho de John, aunque todavía temblaba entera-. Roger tiene a un equipo del FBI que lo vigila desde el segundo asesinato. Como protección. Si anduviera de un lado a otro matando a gente, ellos lo sabrían.
Parecía una explicación lógica, pensó John, mientras le acariciaba el pelo a Rowan. La única persona viva que conocía el pasado de Rowan sabía cómo atormentarla. Estaba convencido de que en cuanto Rowan empezara a hablar, desvelaría la respuesta. Peter era una de las pocas personas que sabía qué había ocurrido esa noche, que sabía lo del pelo de su hermana y que Rowan se llamaba Lily. Estaba dispuesto a perdonarla por proteger a su hermano pequeño, y no deseaba creer que él fuera el culpable.
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