»Sin embargo -siguió, con la voz marcada por un odio intenso-, creo que fue el propio Pomera el que apretó el gatillo. Por todo lo que he sabido acerca de ese cabrón de mierda, se lo habría pasado muy bien matando a un patético camello de medio pelo y drogota como Denny.
– ¿Y por eso ingresaste en la DEA?
– Sí.
– ¿Y por qué lo dejaste?
Mierda, Rowan hacía las preguntas más difíciles. Hacía mucho tiempo que John no pensaba en todo eso, pero se lo debía, sobre todo después de que ella arrancara el velo de su propio pasado. Después de lo que habían compartido.
– ¿Acaso no dijo alguien que la confesión era buena para el alma?
– Es un poco complicado.
– No tienes que contármelo.
– Quiero contártelo.
Sonaron las campanillas del timbre y el momento se interrumpió. Rowan se puso tensa junto a él, y acto seguido se apartó de él y dejó la cama de un salto. Fue deprisa hacia el armario empotrado y cerró la puerta firmemente a sus espaldas.
Fallo en el cálculo del tiempo. Fallo de planificación, también, Pensó él, mientras recogía su pantalón de chándal sucio, todavía húmedo del sudor. Se lo puso rápidamente, hizo lo mismo con su camiseta, cogió su pistola y bajó corriendo. El sexo, y luego la purga de los demonios… Recuperó la compostura y esperó que Michael no pudiera leer en su rostro lo que había vivido en las últimas doce horas.
Miró por la mirilla y frunció el ceño. Quinn Peterson, el agente federal. Su aspecto desaliñado y su barba incipiente daban a entender que no había dormido demasiado la pasada noche.
No podía tratarse de otro asesinato. Eso quería decir que la siguiente era Rowan. John se puso tenso con sólo pensar en ello. No, Rowan no. Él no dejaría que el asesino ni se le acercara.
Se preparó para la mala noticia y abrió la puerta.
– Peterson.
– Flynn. -Peterson entró y John echó el cerrojo a la puerta y volvió a activar la alarma.
– ¿Dónde está Rowan?
– En la ducha -dijo John.
– Estoy aquí -dijo Rowan, que bajaba las escaleras.
John le lanzó una mirada de reojo. Estaba muy compuesta, vestida con un pantalón vaquero y una camiseta blanca, el pelo peinado y recogido en una cola mojada. Su piel tenía una pátina de color ausente el día anterior. John no pudo sino alegrarse de ser la causa de esa mejoría de ánimo.
Pero ese brillo desapareció cuando vio la cara de Peterson. John se giró para volver a mirar al federal.
– ¿Qué ha pasado?
– Sentémonos -dijo Peterson. Cruzó el vestíbulo y se acercó a las ventanas que miraban al mar. No los miró.
– Quinn, dinos ¿qué ha ocurrido? ¿Ha asesinado a alguien más? -preguntó Rowan, con voz temblorosa.
Peterson se volvió para mirarlos, con los ojos enrojecidos.
– Es Michael. El muy cabrón le ha disparado.
John ni siquiera oyó el sobresalto en la respiración de Rowan. Sintió el corazón como un martillo en el pecho, un zumbido en los oídos. Su hermano. No.
– ¿Qué hospital? ¿Dónde?
– Michael ha muerto.
– No. -John sacudió la cabeza-. ¡Maldita sea! ¡No! -Lanzó una patada a la mesa de centro de vidrio con el pie descalzo, y ésta cayó y se hizo trizas contra la mesa del fondo de la sala.
Michael. No, Michael, no. John miró a Peterson y supo que no había ningún error.
Michael estaba muerto.
Un intenso vacío físico se apoderó de su pecho, diez veces peor que cualquier dolor vivido antes. La muerte de su padre fue un golpe que sacudió a toda la familia. La muerte de sus compañeros en el ejército era una herida en el alma. La muerte absurda de Denny había trastocado todo aquello en lo que John creía, y había acabado de forjar su camino.
Pero, Michael. Su mejor amigo. Su hermano.
Todas las muertes, todos los asesinatos absurdos por cuestiones de drogas. Había visto más sangre y entrañas al desnudo que cualquiera en toda su vida. Nada lo había preparado para esto.
Se imaginó a Michael, la sangre fluyendo de su cuerpo inerte. Los ojos abiertos, vidriosos… Tuvo que apartar aquella visión con los ojos borrosos por las lágrimas no derramadas.
– ¿Qué… pasó? -Su aliento era un silbido rasposo, mientras intentaba controlar su ira.
– Anoche fue a un bar, a unas manzanas de su piso. El Pistol. Al parecer, es un sitio donde van los polis.
John conocía el lugar. Michael solía ir cuando estaba agobiado. Y la noche anterior estaba hasta las narices.
– Estuvo allí una hora, más o menos, bebió moderadamente fuerte. El barman no pensó que estuviera ebrio, sólo un poco tocado. Fue a un restaurante de comida rápida, comió algo, y volvió caminando a casa. Habló con alguien en la barra durante un rato, y la policía está interrogando al barman para obtener una descripción. Es un tipo de pelo rubio oscuro, unos cuarenta años. Salió antes que Michael, pero…
Quinn hizo una pausa, carraspeó, y siguió:
– Michael entró en su piso y la policía cree que dentro lo esperaba un intruso. Le dispararon tres balazos en el pecho. Murió enseguida.
John apretó los puños con fuerza. Tenía ganas de golpear a alguien. Matar a alguien.
– No, no puede ser. -Pero su tono de voz decía todo lo contrario.
– No se molestó en ocultar el cuerpo. Tres vecinos llamaron al novecientos once. Yo habría venido antes pero la policía local tardó un tiempo en relacionarlo con los otros casos. El jefe en persona me ha llamado hace menos de una hora. He venido enseguida.
Quinn se lo quedó mirando, y en su propio rostro se adivinaba el dolor y la compasión.
– Es el mismo cabrón. Dejó… una nota. Lo siento, John. Lo siento de verdad.
La cabeza de John era una mezcla abigarrada de recuerdos, de planes y venganza. El asesino había ido a por Michael. ¿Por qué? No estaba en los libros. Lo hizo porque podía. Para demostrar a Rowan que podía alcanzarla a ella también.
Se giró y miró a Rowan. Se sintió vapuleado por emociones complejas y contradictorias. Rabia. Tristeza. Dolor. Culpa. Era culpa suya. Le había dicho a Michael que se fuera a casa para que él pudiera conseguir que Rowan hablara.
Y acostarse con ella.
Lo había deseado desde el principio, sabiendo que entre ellos había un vínculo invisible en cuanto se saludaron. Michael apreciaba a Rowan pero John no le reconocía ninguna capacidad de saber dónde estaban sus sentimientos. Le había lanzado a la cara lo de Jessica como reproche. Desplazó a Michael, lo manipuló hasta sacarlo de la foto. Se pelearon y John sacó su as de la manga, consiguió que el FBI le dijera a Michael que se tomara una noche libre.
Él había mandado a la muerte a su propio hermano.
Jamás podría decirle a Michael cuánto lo sentía.
Dejó escapar un gemido ronco y gutural, y no pudo mirar a Rowan ni ver las lágrimas que le bañaban la cara. Necesitaba aire. Tenía que salir de allí.
– Tess -dijo, con una voz que traducía todo el dolor no reprimido.
– Aún no lo sabe. Tiene que reunirse conmigo en el cuartel general a las nueve, pero…
– Yo se lo diré. -Pasó junto a Rowan sin mirarla. Salió de la casa sin decir palabra.
Rowan lo vio marcharse, sintiendo todo su dolor en carne propia. Sintiendo su propio dolor.
Todo era culpa suya.
Aquel cabrón quería torturarla a ella, pero entretanto estaba haciendo daño a gente inocente.
¿Quién era? ¿Quién conocía su pasado? Tenía que llamar a Roger. Tenía que saber qué datos tenía él, qué había descubierto. ¡Él era el maldito FBI! No podían quedarse tanto tiempo en esa incertidumbre. Tenían que sospechar de alguien.
Y si el asesino sabía lo de su familia, puede que supiera de la existencia de Peter. Si algo le sucedía a él…
Читать дальше