Alex Kava - Sin Aliento

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Lo llamaban el Coleccionista, porque seguía el ritual de reunir a sus víctimas antes de deshacerse de ellas de la manera más atroz imaginable. La agente especial del FBI Maggie O'Dell le había seguido la pista durante dos largos años, terminando por fin con aquel juego del gato y el ratón. Pero ahora Albert Stucky se había fugado de la cárcel… y estaba preparando un nuevo juego para Maggie O’Dell.
Desde que atrapara a Stucky, había estado caminando sobre la cuerda floja, luchando contra sus pesadillas y la culpabilidad por no haber podido salvar a las víctimas. Ahora que Stucky estaba de nuevo en libertad, la habían apartado del caso, pero sabía que era cuestión de tiempo que la volvieran a aceptar… Cuando el rastro de víctimas de Stucky comenzó a apuntar cada vez más claramente a Maggie, ésta fue incorporada de nuevo al caso bajo la supervisión del agente especial R. J. Tully. Juntos tendrían que enfrentarse a una carrera contrarreloj para atrapar al asesino, que siempre iba un sangriento paso por delante. Pero Maggie sentía que había llegado al límite. ¿Su deseo de detener a Albert Stucky se había convertido en una cuestión de venganza personal? ¿Había cruzado la línea? Tal vez ése fuera el objetivo de Stucky desde el principio… convertirla en un monstruo.

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– No, aún no. Pero me da la sensación de que esto es un dato clave. Puede que nos conduzca al escondrijo de ese tipo.

Maggie esperó a que el detective se explicara. Pero él parecía distraído mirando al doctor Holmes, o quizá el amasijo sanguinolento del recipiente de comida que el forense estaba examinando.

– Detective Rosen -Maggie aguardó a que volviera a prestarle atención-. ¿Por qué cree que esto puede conducirnos a alguna parte?

– Bueno, pues, en primer lugar, porque es barro -dijo él como si acabara de desvelar un gran secreto. Al darse cuenta de que ella no entendía lo que quería decir, añadió-: Hace bastante tiempo que no llueve por aquí. Ha amagado varias veces, pero al final no ha caído ni una gota. Por lo menos, en esta zona. Siempre llueve más cerca de la costa.

Ella tamborileó con los dedos sobre el mostrador, esperando algo más que un parte meteorológico. Él advirtió su impaciencia, abrió rápidamente una de las bolsas y desmigajó un poco de barro entre los dedos, lo sacó y se lo enseñó.

– Se trata de una arcilla densa y pegajosa. Hasta huele un poco a moho. Por aquí no hay nada que se parezca a esto.

Maggie podía ponerle fin a aquello diciéndole sin más que no era la primera vez que veía aquel barro antes y que ya lo habían analizado. Sin embargo, lo dejó proseguir.

– Un par de agentes que llevan viviendo aquí toda la vida, dicen que no habían visto nunca algo así. Eche un vistazo. Es raro, tiene partículas rojizas de roca, y esas cositas amarillas y plateadas son muy extrañas… Puede que incluso sean artificiales.

Finalmente, ella confesó:

– Hemos encontrado un barro similar a éste en dos de las escenas del crimen, detective Rosen, pero…

– Sam.

– ¿Perdone?

– Llámeme Sam.

Maggie se apartó el pelo húmedo de la frente. ¿Tendría razón el doctor Holmes respecto al detective… a Sam? ¿Había ido sólo a flirtear con ella, a intentar impresionarla?

– Sam, ya hemos analizado ese barro. Puede que proceda de una zona industrial abandonada. Tenemos a varios investigadores intentando encontrar su posible procedencia.

– Pues yo creo que puedo ahorrarles algún tiempo.

Ella lo miró fijamente y, al ver su sonrisa satisfecha, se impacientó aún más. Rosen estaba haciéndoles perder el tiempo con sus adivinanzas.

– Creo que sé de dónde procede esto -dijo él, complacido consigo mismo, a pesar de la mirada incrédula de Maggie-. Hace un par de semanas, fui a pescar a un sitio a unos cien kilómetros de aquí, al otro lado del puente de peaje. Había quedado con un amigo, pero todavía no conozco muy bien esta zona. Acabé perdiéndome por una zona boscosa y aislada. Cuando volví a casa, vi que tenía las botas cubiertas de un barro pegajoso. Me costó casi dos horas limpiarlas. El barro se parecía mucho a éste. Me preguntaba qué cojones sería ese polvillo plateado.

Maggie se puso alerta. Notó que su pulso empezaba a acelerarse. La zona descrita por Rosen se asemejaba a los lugares donde Stucky buscaba sus madrigueras. El detective Rosen tenía razón. Aquello podía ser la clave de todo.

– Pues espero que tenga usted razón -dijo el doctor Holmes, alzando la mirada del recipiente de plástico-. Ese tipo es un auténtico hijo de perra. Creo que esta mujer se le confesó, intentando ablandarlo, esperando que tuviera una pizca de piedad.

– ¿De qué está hablando? -Maggie observó que el forense se enjugaba la frente, sin importarle de pronto que los guantes le mancharan de sangre la cara. El tranquilo y experimentado forense parecía conmocionado por su descubrimiento.

– ¿Qué ocurre? -repitió ella.

– Puede que no sea una coincidencia que decidiera extraerle el útero -se apartó de la mesa y sacudió la cabeza-. Esta mujer estaba embarazada.

Capítulo 57

El detective Rosen había llamado al departamento de policía de Newburgh Heights al saber que Hannah Messinger quizá hubiera sido secuestrada en la licorería del centro del pueblo. O'Dell se había apresurado a acompañar al doctor Holmes, y Rosen se había quedado en la parada de camiones recogiendo pruebas, de modo que Tully decidió acompañar a Manx y a sus hombres. Tras hablar con el detective Manx, y como no acababan de convencerlo sus maniobras de dilación en el caso McGowan, sabía que debía estar allí por si aparecía algún indicio.

Mientras esperaba a que uno de los agentes abriera el cierre de la puerta trasera de la licorería, se encontró preguntándose si el aviso había sorprendido al detective Manx en un club nocturno. Manx iba vestido con unos pantalones chinos, una chaqueta naranja y una corbata azul. Bueno, tal vez la chaqueta pudiera pasar por marrón. Era difícil de saber, a la luz de las farolas. Pero Tully estaba seguro de que la corbata tenía pequeños delfines estampados. Echó una mirada de reojo a Manx. Parecía tener su edad. El corte de pelo engominado enfatizaba sus rasgos cuadrados, pero Tully imaginaba que seguramente las mujeres encontraban en él un cierto tosco atractivo. Aunque, en realidad, él ya no sabía qué encontraban atractivo las mujeres.

Desde su lugar en el callejón, Tully reconoció la parte trasera de la pizzería Mamma Mia, en la esquina. Un contenedor nuevo y brillante había reemplazado a aquél en el que había sido hallado el cuerpo de Jessica Beckwith. Tal vez el dueño hubiera pretendido librarse de ese modo de una vez por todas de su recuerdo. ¿Qué pensaría la gente cuando supiera que otra mujer había sido raptada y asesinada sólo unas tiendas más allá?

Tully se subió la solapa de la chaqueta para protegerse del súbito frío nocturno. O quizá el frío procediera del recuerdo de aquella hermosa joven enterrada en una maraña de basura. Pensar en Jessica Beckwith le recordaba a Emma. ¿Cómo podía hacerle entender que sólo quería protegerla? Que no era una cuestión de tacañería. Aunque ella, naturalmente, no quería explicaciones. Ni siquiera iba a dirigirle la palabra ahora que le había prohibido ir al baile de promoción con Josh Reynolds.

– Hemos intentado localizar al dueño -dijo Manx, sacándolo de sus pensamientos-. Está de viaje. No puede volver hasta mañana por la noche. Su mujer dice que Messinger se encargaba de todo.

Tully agarró sus gafas y advirtió que el agente estaba destrozando la cerradura de la puerta. Finalmente, se oyó un chasquido, y el picaporte se soltó y cayó al suelo.

Manx dio con el interruptor de la luz y no sólo se iluminó la trastienda, sino el local entero, pasillo por pasillo. Tardaron poco en inspeccionar la pequeña tienda y comprender que nada parecía fuera de su sitio. La caja registradora estaba cerrada con llave. Incluso estaba puesto el cartel de «cerrado». No había ningún indicio de que hubieran entrado por la fuerza.

– Tuvo que llevársela cuando iba hacia su coche -dijo Manx, rascándose la cabeza.

Un policía salió a revisar el callejón, mientras el otro empezaba a inspeccionar el almacén.

– Rosen me lo ha contado. Me dijo lo de O'Dell.

Tully se detuvo y volvió la cabeza hacia Manx desde detrás del mostrador. Los rasgos de bulldog del detective se suavizaron. Incluso parecía haber en ellos una expresión compasiva, si ello era posible. Tully decidió que, definitivamente, la chaqueta era naranja. A la luz brillante de la tienda, no había duda.

– Ahora puede que entienda -dijo Tully- por qué insistía tanto en que investigara la desaparición de McGowan.

– En fin, supongo que también hay motivos para reconsiderar el caso Endicott -Manx vaciló, como si estuviera haciendo una concesión sumamente penosa para él-. Tengo copias del archivo del caso para ustedes en el coche.

– Detective -llamó el agente que estaba inspeccionando el almacén, apareciendo en la puerta, con la cara pálida y los ojos inmensos-. Hay una bodega debajo del almacén. Creo que será mejor que eche un vistazo.

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