Alex Kava - Sin Aliento

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Lo llamaban el Coleccionista, porque seguía el ritual de reunir a sus víctimas antes de deshacerse de ellas de la manera más atroz imaginable. La agente especial del FBI Maggie O'Dell le había seguido la pista durante dos largos años, terminando por fin con aquel juego del gato y el ratón. Pero ahora Albert Stucky se había fugado de la cárcel… y estaba preparando un nuevo juego para Maggie O’Dell.
Desde que atrapara a Stucky, había estado caminando sobre la cuerda floja, luchando contra sus pesadillas y la culpabilidad por no haber podido salvar a las víctimas. Ahora que Stucky estaba de nuevo en libertad, la habían apartado del caso, pero sabía que era cuestión de tiempo que la volvieran a aceptar… Cuando el rastro de víctimas de Stucky comenzó a apuntar cada vez más claramente a Maggie, ésta fue incorporada de nuevo al caso bajo la supervisión del agente especial R. J. Tully. Juntos tendrían que enfrentarse a una carrera contrarreloj para atrapar al asesino, que siempre iba un sangriento paso por delante. Pero Maggie sentía que había llegado al límite. ¿Su deseo de detener a Albert Stucky se había convertido en una cuestión de venganza personal? ¿Había cruzado la línea? Tal vez ése fuera el objetivo de Stucky desde el principio… convertirla en un monstruo.

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La puerta no estaba cerrada con llave, y el sistema de alarma permanecía mudo. Tully siguió las voces escaleras arriba, hasta el dormitorio principal. Keith Ganza llevaba puesta una bata de laboratorio corta, de color blanco, y Tully se preguntó si aquel hombre tendría siquiera una chaqueta de sport normal y corriente.

– Agente Tully -dijo O'Dell, saliendo del cuarto de baño; llevaba puestos unos guantes de látex y sostenía en las manos unos frascos llenos de líquido-. Ya casi estamos listos. Acabamos de terminar de mezclar el luminol.

Dejó los frascos en el suelo, en el rincón en el que Ganza había establecido su base de operaciones.

– Se conocen, ¿verdad? -preguntó O'Dell como si pensara que ésa era la razón de la mala cara de Tully.

– Sí -respondió éste, intentando mantener la calma.

Ganza se limitó a hacerle una leve seña con la cabeza y siguió preparando la cámara de vídeo. En el centro de la habitación, sobre un trípode, había una cámara Will comm ya ensamblada. Varias bolsas de lona, numerosos frascos y cuatro o cinco botes de spray permanecían cuidadosamente alineados el suelo. Apoyada contra la pared había una caja negra. Tully vio que se trataba de la Lumi-Light. Todas las ventanas estaban cubiertas por una especie de celuloide negro claveteado a los marcos de modo que la luz no se filtrara desde el exterior. La bombilla del techo y las del cuarto de baño estaban encendidas, y Tully se preguntó qué habrían usado para tapar la claraboya del baño. Aquello era ridículo.

La agente O'Dell comenzó a llenar botes de spray con el luminol, usando un embudo y sus manos firmes. No parecía quedar ni rastro de la mujer atribulada, nerviosa y asustadiza que Tully había visto la noche anterior.

– Agente O'Dell, tenemos que hablar.

– Claro, adelante -pero no alzó la mirada hacia él y siguió rellenando los botes.

Ganza no parecía haberse percatado del enfado de Tully, y éste prefería que siguiera siendo así.

– Tenemos que hablar en privado.

O'Dell y Ganza lo miraron. Sin embargo, ninguno dejó lo que tenía entre manos. O'Dell enroscó el tapón pulverizador del bote que acababa de llenar. Tully esperaba que se diera cuenta de su enfado. Esperaba que se mostrara preocupada o, al menos, hasta cierto punto, compungida.

– Cuando se mezcla el luminol, hay que usarlo inmediatamente -le explicó ella, y empezó a llenar otro bote.

– Lo sé -dijo Tully entre dientes.

– Tengo permiso por escrito -continuó ella sin inmutarse-. El luminol es inodoro, y apenas deja restos. Sólo una película de polvillo blanco, cuando se seca. Apenas se nota.

– Eso también lo sé -dijo Tully secamente, a pesar de que el tono de O'Dell no era en absoluto condescendiente. Esta vez, O'Dell y Ganza se pararon y lo miraron. ¿Cómo era posible que de pronto se hubiera convertido en el histérico, en el irracional?

– Entonces, ¿cuál es el problema, agente Tully? -ella se levantó para mirarlo cara a cara, pero su actitud carecía por completo de arrogancia, lo cual sólo empeoraba las cosas.

Incluso la cara arrugada y curtida de Ganza adquirió una expresión de impaciencia. Ambos siguieron mirándolo, esperando, como si Tully estuviera obstruyendo el procedimiento de manera irracional.

– Pensaba que habíamos quedado en que aquí no había nada que hacer.

– No, quedamos en que no podíamos hacer nada anoche. Aunque esto tendríamos que haberlo hecho anoche mismo. Esperemos que esté lo bastante oscuro. Menos mal que hoy el día ha amanecido nublado.

Ganza asintió. Ambos esperaron. De pronto, todas las objeciones que un momento antes le habían parecido perfectamente lógicas, le sonaron pueriles y arrogantes. Allí no había nada. Todo aquello era una ridicula pérdida de tiempo y deesfuerzo. Pero, en lugar de decírselo a O'Dell, tal vez fuera mejor que lo viera ella misma. Tal vez así se daría por satisfecha.

– Acabemos con esto -dijo al fin-. ¿Qué tengo que hacer?

– Cierre la puerta y quédese ahí, junto al interruptor de la luz -le indicó Ganza mientras tomaba la cámara de vídeo-. Lo avisaré cuando tenga que encenderla o apagarla. Maggie, toma un par de pulverizadores y empieza a rociar el luminol. Yo iré detrás de ti, grabando.

Tully se colocó en su puesto, sin molestarse ya en ocultar su impaciencia. Se daba cuenta, sin embargo, de que nada de lo que hacía parecía afectar a O'Dell y Ganza. Éstos estaban tan enfrascados en su tarea que apenas se fijaban en él, salvo para darle instrucciones.

Tully vio que O'Dell agarraba dos botes de spray y los sujetaba como si fueran pistolas, con el dedo índice listo para apretar el gatillo.

– Empezaremos por la pared más cercana a la puerta y seguiremos hacia el cuarto de baño -dijo Ganza con su voz monocorde, que nunca expresaba emoción alguna y encajaba a la perfección con su alta y desmadejada figura y con sus movimientos deliberados y precisos.

– Maggie, acuérdate de las prácticas. Empieza por las paredes, de arriba abajo. Luego el suelo, de la pared al centro -continuó Ganza-. Vamos a rociar por completo todo el camino hasta el cuarto de baño. Nos detendremos en la puerta. Seguramente tendrás que recargar los frascos de luminol.

– Entendido.

Tully comprendió entonces que O'Dell y Ganza habían hecho aquello juntos otras veces. Parecían sentirse a gusto el uno con el otro, como si conocieran el papel que ocupaba cada uno. Y O'Dell había conseguido arrastrar allí a Ganza al amanecer, a pesar de que aquel hombre estaba desbordado de trabajo.

Tully siguió esperando en su puesto, con los brazos cruzados sobre el pecho y la espalda apoyada contra la puerta cerrada. Se sorprendió dando golpecitos con el pie en el suelo, un tic inconsciente que Emma le echaba en cara cuando «se cerraba en banda». ¿De dónde demonios sacaba su hija esas expresiones? En cualquier caso, dejó de mover el pie.

– Estamos listos, agente Tully. Adelante, apague la luz -le dijo Ganza.

Tully apretó el interruptor y al instante sintió que se lo tragaba la oscuridad. Ni un atisbo de luz se colaba por el celuloide que cubría las ventanas. En realidad, Tully ni siquiera sabía ya dónde estaban las ventanas.

– Excelente -oyó decir a Ganza.

Entonces Tully oyó un leve zumbido electrónico y un diminuto punto rojo apareció donde debía estar la cámara que Ganza sostenía en las manos.

– Listo. Cuando tú quieras, Maggie -dijo Ganza mientras el punto rojo ascendía.

Tully oyó el silbido del spray, firme y sostenido. Parecía como si O'Dell estuviera rociando toda la pared. Tully se preguntó cuántos botes, cuántos frascos de luminol harían falta para que se diera cuenta de que allí no había nada. De pronto, la pared empezó a brillar. Tully se irguió, y el vello de su nuca y de sus brazos comenzó a erizarse.

– Dios mío -susurró, mirando incrédulo las salpicaduras, las manchas y huellas que cubrían casi por entero la pared y que ahora refulgían como brochazos de pintura fluorescente.

Capítulo 41

Maggie retrocedió, dejándole sitio a Keith. Aquello era peor de lo que esperaba. Las marcas se extendían a lo ancho y a lo largo, formando jirones y golpes, como la estela luminosa dejada por el movimiento enloquecido de una criatura aterrorizada. Las huellas de manos eran pequeñas, casi infantiles. Tess recordó las delicadas manos de Jessica Beckwith sosteniendo la caja de pizza ante su puerta.

– Dios, no puedo creerlo.

Oyó de nuevo la voz de Tully emergiendo de la oscuridad. Sabía que su compañero estaba convencido de que no encontrarían nada, de que allí no había sucedido nada fuera de lo normal. Pero demostrarle lo contrario no le produjo ninguna satisfacción. Por el contrario, se sentía aturdida y asqueada. De pronto le parecía que hacía demasiado calor en la habitación. ¿Qué demonios le pasaba? No se mareaba en la escena de un crimen desde sus tiempos de novata, desde aquellos primeros años de aprendizaje. Ahora, por segunda vez en menos de una semana, su estómago amenazaba con revelarse contra ella.

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