Alex Kava - Sin Aliento

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Lo llamaban el Coleccionista, porque seguía el ritual de reunir a sus víctimas antes de deshacerse de ellas de la manera más atroz imaginable. La agente especial del FBI Maggie O'Dell le había seguido la pista durante dos largos años, terminando por fin con aquel juego del gato y el ratón. Pero ahora Albert Stucky se había fugado de la cárcel… y estaba preparando un nuevo juego para Maggie O’Dell.
Desde que atrapara a Stucky, había estado caminando sobre la cuerda floja, luchando contra sus pesadillas y la culpabilidad por no haber podido salvar a las víctimas. Ahora que Stucky estaba de nuevo en libertad, la habían apartado del caso, pero sabía que era cuestión de tiempo que la volvieran a aceptar… Cuando el rastro de víctimas de Stucky comenzó a apuntar cada vez más claramente a Maggie, ésta fue incorporada de nuevo al caso bajo la supervisión del agente especial R. J. Tully. Juntos tendrían que enfrentarse a una carrera contrarreloj para atrapar al asesino, que siempre iba un sangriento paso por delante. Pero Maggie sentía que había llegado al límite. ¿Su deseo de detener a Albert Stucky se había convertido en una cuestión de venganza personal? ¿Había cruzado la línea? Tal vez ése fuera el objetivo de Stucky desde el principio… convertirla en un monstruo.

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– Sí. ¿Lo conoces?

– Creo que una amiga mía acaba de comprarse una casa allí.

– Qué pequeño es el mundo -Will observó a Nick, que de repente parecía preocupado-. ¿Crees que se conocerán?

– Lo dudo. Maggie pertenece al FBI. Es especialista en perfiles.

– Espera. ¿Es la misma Maggie del FBI que te ayudó en ese caso el otoño pasado?

Nick asintió con la cabeza, pero no hacía falta que contestara. Will comprendió enseguida que se trataba de la misma mujer. En los meses anteriores, había notado que no podía mencionarse el nombre de aquella mujer sin que Nick pareciera turbarse. Tal vez aquella mujer fuera su obsesión secreta.

– ¿Y cómo es que nunca la llamas, ni te pasas a verla?

– Bueno, para empezar, porque hasta hace unos días no me enteré de que se estaba divorciando.

– ¿Hace unos días? Espera un momento. ¿Estaba en esa convención de Kansas City?

– Sí, allí estaba. Era una de las ponentes.

– ¿Y?

– Y nada.

Will notó que Nick parecía un tanto irritado. Sí, definitivamente, se alteraba cuando se hablaba de aquella mujer.

– Pero la viste, ¿no? ¿Hablaste con ella?

– Sí. Pasamos una tarde juntos, revolviendo entre la basura.

– ¿Perdona? ¿Qué es eso? ¿Un nuevo ritual de cortejo?

– No, nada de eso -dijo Nick secamente; de pronto, no le apetecía bromear con Will-. Vamos, volvamos al trabajo.

Nick se levantó, se enderezó la corbata y se abrochó la chaqueta, indicando así que la conversación había terminado. Will decidió no hacerle caso e insistió.

– Creo que esa Maggie es tu Tess.

– Joder, chaval. ¿Qué coño significa eso? -Nick le clavó la mirada, y Will comprendió que tenía razón.

– Que esa Maggie te obsesiona tanto como Tess a mí. Tal vez tú y yo deberíamos darnos una vueltecita por Newburgh Heights.

Capítulo 36

A Maggie la sorprendió descubrir, que el agente Tully había conseguido que su antiguo despacho pareciera aún más pequeño de lo que en realidad era. Los libros que no cabían en la estrecha librería que se alzaba hasta el techo formaban torres inclinadas en un rincón. La silla prevista para los visitantes estaba oculta bajo un montón de periódicos. Sobre la mesa, las bandejas rebosaban de carpetas y documentos arrugados. En los sitios más insólitos podían encontrarse cadenas de clips entrelazados, el hábito compulsivo de un hombre que necesitaba mantener las manos ocupadas. Sobre una pila de cuadernos y manuales de informática se sostenía en precario equilibrio una taza. Al mirar detrás de la puerta, Maggie descubrió un chándal gris allí donde la gente solía colgar una trenca o un chubasquero.

La única cosa que destacaba entre aquel desorden era una fotografía en un marco de madera barato, colocada en el rincón derecho de la mesa, que había sido despejado para hacer honor a la fotografía. Maggie reconoció de inmediato al agente Tully, a pesar de que la foto parecía tomada varios años atrás. La niña rubia tenía sus ojos oscuros, pero por lo demás era una versión reducida y joven de su madre. Los tres parecían muy felices.

Maggie resistió el deseo de mirar de cerca la fotografía, como si al hacerlo pudiera desvelar el secreto de aquellas tres personas. ¿Cómo sería sentirse completamente feliz? ¿Se había sentido ella alguna vez así, aunque fuera por un breve intervalo de tiempo? Algo en el agente Tully le decía que aquella felicidad ya no existía. No es que quisiera saberlo. Hacía años que no trabajaba con un compañero, y el hecho de que Cunningham le hubiera impuesto aquella condición para permitirle regresar a la investigación resultaba exasperante. Se sentía como si todavía la estuviera castigando por el único error que había cometido en su carrera: aventurarse sola en aquella fábrica de Miami. En aquella fábrica, Stucky la había estado esperando. Allí la había atrapado y la había obligado a mirar.

Sí, sabía que en parte Cunningham lo hacía para protegerla. Los agentes solían trabajar juntos para protegerse las espaldas, pero los trazadores a menudo actuaban solos y Maggie se había acostumbrado a trabajar a su aire. Tener a Turner y a Delaney merodeando a su alrededor ya le resultaba suficientemente irritante. Acataría, naturalmente, las normas de Cunningham, pero a veces hasta los mejores agentes, hasta los compañeros más unidos, se olvidaban de compartir los detalles de un caso.

El agente Tully entró llevando en los brazos dos cajas apiladas la una sobre la otra de modo que sólo podía mirar por los lados. Maggie lo ayudó a encontrar un lugar despejado y se las quitó de los brazos.

– Creo que éstas son las últimas de los archivos antiguos.

A ella le dieron ganas de decirle que todas las copias que había sacado habían cabido perfectamente en una sola caja. Pero, como estaba ansiosa por ver qué se había añadido al sumario en los cinco meses anteriores, prefirió no mencionarle a su compañero lo mucho que podía lograrse con un poco de organización. Se retiró y dejó que el agente Tully rebuscara entre los papeles.

– ¿Puedo ver el archivo más reciente?

– Tengo el de la repartidora encima de la mesa -Tully, que estaba encorvado sobre las cajas, se incorporó de un salto y empezó a trastear entre varios montones de carpetas apilados sobre la mesa-. El caso de Kansas City también está aquí. Nos han mandado los informes por fax.

Maggie se contuvo para no ayudarlo. Le daban ganas de apoderarse de aquellos montones y ponerlos en orden. ¿Cómo demonios conseguía Tully trabajar con aquel desbarajuste?

– Aquí está el archivo de la repartidora.

Le dio una gruesa carpetilla de la que sobresalían en ángulos caprichosos picos de papeles y fotos. Maggie la abrió inmediatamente y comenzó a enderezar y ordenar su contenido antes de examinarlo.

– ¿Le parece que usemos su nombre?

– ¿Perdone? -el agente Tully siguió revolviendo los papeles de su mesa. Por fin encontró sus gafas de fina montura metálica, se las puso y la miró.

– La repartidora. ¿Le importa que usemos su nombre cuando nos refiramos a ella?

– Claro que no -dijo él, recogiendo otra carpeta y hojeándola.

Parecía un tanto azorado, y Maggie comprendió que no se acordaba del nombre de la chica. Y no por falta de respeto. Se trataba de un mecanismo de desconexión. Los trazadores a menudo se referían a un cadáver llamándolo sencillamente «la víctima» o «el cuerpo». Su primer contacto con las víctimas tenía lugar cuando éstas eran ya despojos ensangrentados que a menudo guardaban poco o ningún parecido con su antiguo yo. En el pasado, Maggie se había comportado del mismo modo, utilizando términos generales para interponer distancia, para desvincularse de las víctimas. Pero unos meses atrás había conocido a un niño llamado Timmy Hamilton que le enseñó su habitación y su colección de cromos de béisbol justo antes de ser secuestrado. Ahora, de pronto, le parecía importante conocer el nombre de la chica. De aquella linda jovencita rubia cuya vivacidad había llamado su atención cuando fue a llevarle una pizza menos de una semana antes. Y que ahora estaba muerta sólo por eso.

– Jessica -balbució finalmente el agente Tully-. Se llamaba Jessica Beckwith.

Maggie se dio cuenta entonces de que podía haber encontrado ella misma con toda facilidad el nombre de la chica. El primer documento del archivo que sostenía era el informe de la autopsia realizada por el forense. En el momento de su realización, la chica ya había sido identificada. Maggie procuró no pensar en los padres de Jessica. Era necesario desconectar hasta cierto punto.

– ¿Se ha encontrado algún resto que pueda utilizarse para realizar análisis de ADN?

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