Mary Clark - Noche de paz

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Catherine Dornan y sus dos hijos se preparan para pasar unas Navidades muy amargas en Nueva York, ya que su esposo y padre debe afrontar una delicada intervención quirúrgica. Pero lo que no imaginan es que la Nochebuena se convertirá en una pesadilla desde el momento en que, inocentemente, se detienen en una esquina a escuchar villancicos…

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En ese momento, el cardenal estaba en el altar. Pero cuando terminó la música, en lugar de oficiar la misa, empezó a hablar:

– En esta noche de alegría y esperanza…

A la derecha, Michael vio cámaras de televisión.

Siempre había pensado que sería muy emocionante salir por la tele, pero cada vez que pensaba en ello, las circunstancias que imaginaba tenían algo que ver con un premio o con ser testigo de un acontecimiento importante.

Resultaría divertido. Pero esa noche, cuando él y su madre aparecieron juntos, nada tenía de divertido.

"Fue horrible oír a mamá suplicar para que la gente la ayudara a encontrar a Brian."

– En un año que ha traído tanta violencia contra los inocentes…

Michael se irguió. El cardenal hablaba de ellos; de papá, que estaba enfermo; de Brian, que había desaparecido y creían que se lo había llevado aquel asesino fugitivo.

– La madre, la abuela y el hermano de diez años de Brian Dornan están con nosotros en esta misa. Recemos de manera especial por la pronta recuperación del doctor Thomas Dornan y para que Brian sea hallado sano y salvo.

Michael vio que su madre y su abuela lloraban. Movían los labios, y se dio cuenta de que estaban rezando. Su oración fue el consejo que habría dado a Brian si éste hubiese podido oírlo: "¡Huye, Brian, huye!".

Una vez fuera de la Thruway, Jimmy sintió cierto alivio, a pesar del desagradable presentimiento que tenía de que las cosas empezaban a ir mal.

Se le estaba acabando la gasolina, pero temía detenerse en una estación de servicio con el niño en el coche. Se encontraba en la Carretera 14, que a unos diez kilómetros conectaba con la 20. Y ésta, a su vez, llevaba a la frontera.

Había mucho menos tráfico que en la Thruway. Casi todo el mundo estaba en su casa, durmiendo o preparándose para la Navidad. Era poco probable que alguien lo buscara en aquel lugar. De todas formas, razonó, sería mejor que entrase en alguna calle de Geneva y buscara un lugar donde hubiera un aparcamiento, como una escuela, o un bosque; un sitio donde parar sin que nadie lo viera y hacer lo que tenía que hacer.

Mientras doblaba a la derecha, echó un vistazo por el retrovisor. Su antena registró algo. Pensó que había visto unos faros reflejados en ella mientras doblaba, pero en aquel momento ya no los vio.

"Estoy demasiado alterado", pensó.

Pasada una manzana pareció que hubiera llegado al fin del mundo. Hacia cualquier lugar que mirara, no veía ningún coche. Había entrado en una zona residencial, silenciosa y oscura. Casi todas las casas estaban a oscuras, salvo algunas en que aún brillaban las luces de los árboles de Navidad a través de los arbustos de los jardines cubiertos de nieve.

Jimmy no sabía si el niño estaba dormido o si se lo hacía. Tampoco importaba. Aquélla era la clase de lugar que él necesitaba. Condujo seis manzanas más y encontró lo que buscaba: una escuela, con un sendero largo que conducía hasta un aparcamiento.

Lo recorrió cuidadosamente con la mirada, en busca de algún coche que se acercara o de alguien que caminara por allí. Luego detuvo el coche y abrió la ventanilla y escuchó con atención buscando cualquier indicio de peligro.

Con el frío, su aliento se transformó en vapor al instante. Sólo oyó el ronroneo del motor del Toyota. Fuera todo permanecía tranquilo, silencioso.

A pesar de todo, decidió dar otra vuelta a la manzana, para cerciorarse de que nadie lo seguía.

Mientras pisaba el pedal del acelerador y arrancaba con lentitud, clavó la mirada en el retrovisor. ¡Maldición! ¡Qué razón tenía! Había un coche más atrás, con los faros apagados. También avanzaba, y las luces de un árbol muy iluminado se reflejaron en su techo.

– ¡Un coche patrulla! ¡La bofia! ¡Cabrones! ¡Malditos sean! ¡Malditos sean!

Apretó el acelerador. Tal vez aquél fuese su último viaje, pero lo haría en grande.

Bajó la mirada.

– ¡Deja de hacerte el dormido! ¡Sé que estás despierto! -gritó a Brian-. ¡Siéntate, maldito seas! Tendría que haberte despachado en cuanto salí de la ciudad, niño mierdoso.

Apretó el pedal del acelerador a fondo. Una ojeada al retrovisor le confirmó que el coche patrulla también había acelerado y ya lo perseguía sin disimulos. Pero, al parecer, había un solo poli dentro.

"Sin duda, Cally había dicho a la bofia que tenía al niño", pensó. Y también les había dicho que lo mataría en cuanto se acercaran a él. Eso explicaba que el poli que llevaba detrás no hubiera intentado detenerlo antes.

Echó un vistazo al velocímetro: ochenta… noventa y cinco… ciento diez. "¡Vaya mierda de coche!", pensó deseando conducir algo más potente que un Toyota. Se inclinó sobre el volante. No podría huir de ellos, pero aún le quedaba una oportunidad.

El tipo que lo perseguía no había recibido refuerzos todavía. ¿Qué haría si veía que disparaba contra el niño y lo tiraba del coche? Se detendría e intentaría auxiliarlo, razonó Jimmy. "Será mejor que lo haga ahora, antes de que tenga tiempo de llamar pidiendo ayuda."

Metió la mano dentro de la chaqueta para sacar el arma. En aquel momento, el coche pasó sobre un trozo de hielo y empezó a patinar. Dejó la pistola en su regazo, giró el volante y consiguió enderezar el vehículo a unos centímetros de un árbol al borde de la acera.

"Nadie conduce mejor que yo -pensó con una sonrisa. Cogió el arma otra vez y le quitó el seguro-. Si el poli frena para ayudar al niño, llegaré a Canadá ", se prometió.

Oprimió el botón del cierre centralizado y tendió el brazo por delante del aterrorizado niño para abrir la portezuela de su lado.

Cally necesitaba llamar a la jefatura de policía para saber si tenían alguna noticia del pequeño Brian. Le había dicho al detective Levy que no creía que Jimmy intentara llegar a Canadá por Vermont.

– A los quince años tuvo problemas allí -le explicó-. Nunca estuvo preso en Vermont, pero creo que siente verdadero pánico a un sheriff de allí que le dijo que su memoria era excelente, advirtiéndole que jamás volviera a aparecer por Vermont. Aunque eso ocurrió hace diez años al menos, Jimmy es muy supersticioso. Creo que irá por la Thruway. Sé que viajó un par de veces a Canadá hace tiempo, y en ambas ocasiones cogió ese camino.

Levy la había escuchado con gran atención. Cally sabía que el detective quería confiar en ella, y rogó que esa vez lo hiciera. Rogó también no equivocarse, y que encontraran al niño sano y salvo. Así sentiría que había ayudado en algo.

Atendió el teléfono otra persona y le dijeron que esperara.

– ¿Qué ocurre, Cally? -preguntó Levy al fin.

– Sólo quería saber si había alguna novedad de… He estado rezando para que eso de Jimmy y la Thruway les fuera de utilidad.

La voz de Levy se suavizó, aunque su tono siguió siendo rápido.

– Sí, Cally, nos ha resultado muy útil, y le estamos muy agradecidos. Ahora me es imposible hablar con usted; pero siga rezando, que sus oraciones ayudan.

"Eso significa que han debido de localizar a Jimmy", pensó. Pero ¿qué ocurría con Brian?

Cally se arrodilló y rezó:

"No importa qué me suceda a mí, pero detén a Jimmy antes de que haga daño a ese niño".

Instantáneamente, Chris McNally se dio cuenta de que Jimmy lo había visto. Estaba en comunicación permanente con la central y la jefatura de Manhattan.

– Sabe que lo siguen -informó, conciso-. Ha salido disparado como una exhalación.

– No lo pierda -dijo Bud Folney en voz baja.

– Tenemos un montón de coches en camino, Chris -explicó el operador-. Circulan en silencio y con las luces de situación. Te rodearán. También mandaremos un helicóptero.

– ¡Que se mantengan fuera de la vista! -Chris apretó el acelerador-. Va a ciento diez. No hay muchos coches en las calles, pero no están completamente vacías. El asunto empieza a volverse muy peligroso.

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