Mary Clark - Noche de paz

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Catherine Dornan y sus dos hijos se preparan para pasar unas Navidades muy amargas en Nueva York, ya que su esposo y padre debe afrontar una delicada intervención quirúrgica. Pero lo que no imaginan es que la Nochebuena se convertirá en una pesadilla desde el momento en que, inocentemente, se detienen en una esquina a escuchar villancicos…

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– Y si se siente atrapado… -dudó Mort Levy-. Siddons tiene un tornillo flojo, señor. Cally Hunter cree que su hermano es capaz de matar a Brian y de suicidarse antes que dejarse coger. Y creo que ella sabe de qué habla.

– Si hubiese tenido el valor de avisarnos en cuanto Jimmy se marchó de su apartamento, ese canalla no habría salido de Manhattan.

Los dos hombres se volvieron. Jack Shore estaba en la puerta; su mirada pasó de Mort Levy a Bud Folney.

– Hay una novedad, señor. Un policía de tráfico, Chris McNally, compró una hamburguesa hace unos veinte minutos en un área de servicio que hay entre Syracuse, en la salida 39, y Weedsport, en la salida 40, de la Thruway.

No prestó mucha atención a la hora, pero la mujer que atiende el negocio, una tal Deidre Lenihan, le habló sobre una medalla de San Cristóbal que llevaba un niño.

– ¿Dónde está esa mujer ahora? -preguntó Bud Folney.

– Ha terminado el turno a las once. Su madre nos ha dicho que el novio pasaría a recogerla. Ahora están buscándolos. Pero si Cally Hunter nos hubiese avisado antes, nada de esto habría ocurrido, hubiéramos estado vigilando todas las áreas de servicio entre…

Bud Folney casi nunca levantaba la voz, pero su creciente frustración ante las terribles dificultades de la persecución de Jimmy Siddons le hizo alzar el tono.

– ¡Cállate ya, Jack! Eso en nada nos ayuda. Así pues, haz algo útil. Llama a todas las emisoras de radio locales de aquella zona para que pidan a Deidre Lenihan que llame a su madre. Que digan que la necesitan en casa o algo así. Y, por todos los santos, que nadie relacione a esa chica con Siddons o con el niño. ¿Entendido?

Desde una elevación a un lado de la autopista, Chris McNally vigilaba a todos los coches que pasaban. Por fin había dejado de nevar, pero el asfalto seguía helado. Por lo menos, la gente conducía con cuidado, pensó, aunque seguro que lo hacían entre maldiciones por verse obligados a circular a menos de sesenta por hora.

Desde que había comprado la hamburguesa, sólo había puesto una multa, a un idiota de un deportivo.

Pese a que tenía toda la atención puesta en la circulación de la autopista, no podía quitarse de la cabeza el informe sobre el niño desaparecido. Cuando se enteró de que el asesino de un policía había raptado a un niño con una medalla de San Cristóbal, llamó al McDonald's en que acababa de estar y preguntó por Deidre Lenihan, la mujer que lo había atendido. Aunque no le había prestado atención, recordó que Deidre le había hablado de una medalla, y de un niño pequeño. Lamentaba no haber estado de humor para charlar más tiempo con ella, sobre todo cuando le dijeron que se había ido con el novio.

Aunque no era una pista muy sólida, decidió ponerlo en conocimiento de su supervisor, quien, a su vez, lo comunicó a la jefatura. Allí decidieron que valía la pena seguirla y pidieron a la emisora local que difundiera una llamada a Deidre para que ésta se pusiera en contacto con su madre. Gracias a ésta, consiguieron la descripción del coche del novio, entonces buscaron el número de matrícula y alertaron a todas las unidades para que los buscaran.

No obstante, la madre de Deidre les había dicho que pensaba que esa noche debía de ser muy especial para la joven porque el novio de su hija le había comentado en secreto que el regalo de Navidad iba a ser un anillo de compromiso. Así pues, era poco probable que estuvieran en la carretera, sino en un sitio algo más romántico.

Pero incluso si Deidre escuchaba la radio y llamaba, ¿qué iba a decirles? ¿Que había visto a un niño con una medalla de San Cristóbal? Eso ya lo sabían. ¿Acaso se había fijado en la marca o el modelo del coche? ¿Había visto el número de la matrícula? Por lo que Chris pensaba de Deidre, y por muy buena chica que fuera, no se la veía demasiado observadora, y sólo se fijaba en algo que llamara la atención. No, era bastante improbable que les diera alguna información significativa.

Y todo eso hizo que se sintiera más frustrado aún.

"Hasta es posible que yo mismo haya estado cerca del niño -pensó-. Tal vez estuviese en el McDonald's, detrás de ellos. ¿Por qué no he notado algo raro?"

La idea de que quizá hubiese estado cerca del chico secuestrado lo perturbaba por completo. "Ahora, mis hijos están durmiendo, y ese niño también debería hallarse entre su familia." Pensando en su conversación con Deidre, se dio cuenta de que el problema era que el coche con el niño podía haber estado allí pocos minutos antes, o una hora. Aun así, era la única pista que tenían, y por lo tanto debían tratarla con seriedad.

En aquel momento, la radio del coche sonó.

– Chris -le avisó el operador-, el jefe quiere hablar contigo.

– Adelante.

– Chris -dijo el capitán con voz nerviosa-, la policía de Nueva York cree que tu pista es lo más cercano que tienen para salvar la vida al niño.

Seguiremos removiendo cielo y tierra para encontrar a Lenihan; pero, mientras tanto, intenta recordar por todos los medios si ella te dijo algo más, algo que nos sea útil…

– Eso trato de hacer, señor. Ahora me encuentro en la Thruway. Si le parece bien, me gustaría ir hacia el oeste. Si el sujeto estaba en la cola del McDonald's más o menos a la misma hora que yo, en este momento debe de hallarse a unos diez o quince minutos de aquí. Si así empiezo a ganar tiempo, quizá me encuentre más cerca de ellos cuando sepamos algo de Deidre. Y me gustaría estar allí cuando lo cojamos.

– De acuerdo, adelante. Y, Chris, por todos los santos, piensa. ¿Estás seguro de que la chica no te dijo algo más concreto sobre el niño con la medalla de San Cristóbal o acerca del coche en que iba?

"¡Acabo!"

La palabra acudió a su mente en ese instante. ¿Era su imaginación o Deidre había dicho: "acabo de ver a un niño con una medalla de San Cristóbal"?

Sacudió la cabeza. No podía asegurarlo. Sabía que el coche que estaba delante del suyo en el McDonald's era un Toyota marrón con matrícula de Nueva York.

Pero en aquel coche no viajaba ningún niño, o por lo menos él no lo había visto. De eso sí que estaba seguro.

A pesar de todo… aunque Deidre hubiese dicho "acabo", no significaba que se refiriera al Toyota. ¿Qué número de matrícula tenía el coche? No lo recordaba.

Pero sabía que había visto algo especial en él. ¿Qué era?

– ¿Chris? -La voz del supervisor era severa y lo arrancó de su ensoñación.

– Lo siento, señor, trataba de recordar. Creo que Deidre dijo que "acababa" de ver a un niño con una medalla. Si se refería en concreto al coche que yo tenía delante, entonces era un Toyota marrón con matrícula de Nueva York.

– ¿Recuerdas el número?

– No, se me ha quedado la mente en blanco. Debía de estar pensando en otra cosa.

– ¿Y seguro que había un niño en el coche?

– Yo no lo vi.

– Eso no nos sirve de mucho. Probablemente, uno de cada tres coches en la carretera sea un Toyota, y con una noche tan mala como ésta, ni se distinguen los colores. Es posible que todos parezcan marrones.

– No, éste era marrón, de eso estoy seguro. Ojalá recordara con exactitud las palabras de Deidre.

– Bueno, no te tortures. Ojalá encontremos a la señorita Lenihan. Entretanto, otro coche patrulla cubrirá tu puesto. Dirígete al oeste, y ya hablaremos más tarde.

"Al menos siento que estoy haciendo algo", pensó Chris mientras dejaba la radio, ponía el motor en marcha y apretaba el pedal del acelerador.

El coche patrulla arrancó deprisa. "Si hay algo que sé bien, es conducir", pensó, adelantando por el arcén a los conductores cuidadosos.

Trató de recordar qué había visto delante en el McDonald's. Tenía la certeza de que estaba allí, grabado en su mente.

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