Mary Clark - Noche de paz

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Catherine Dornan y sus dos hijos se preparan para pasar unas Navidades muy amargas en Nueva York, ya que su esposo y padre debe afrontar una delicada intervención quirúrgica. Pero lo que no imaginan es que la Nochebuena se convertirá en una pesadilla desde el momento en que, inocentemente, se detienen en una esquina a escuchar villancicos…

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"Escaparme no puedo", pensó Brian. Y estaba seguro de que lo del puñetazo no funcionaría con Jimmy. Ojalá hubiese podido abrir la portezuela y tirarse del coche, como había planeado. Se habría hecho un ovillo, igual que les enseñaban en la clase de gimnasia, y no se habría hecho nada.

Pero la portezuela estaba con el seguro echado, y sabía que Jimmy lo cogería antes de que pudiera quitar el seguro y abrirla.

Estaba a punto de echarse a llorar. Sintió que se le hinchaba la nariz y que los ojos se le llenaban de lágrimas.

Pensó que Michael lo llamaría llorón. A veces, cuando intentaba no llorar, eso le daba resultado.

Pero en ese momento no le sirvió. Seguramente hasta Michael lloraría si estuviese asustado y necesitara ir al lavabo otra vez. Y por la radio habían dicho que Jimmy era peligroso.

Pero aunque lloraba, se aseguró de no emitir sonido alguno. Sintió que las lágrimas corrían por sus mejillas, pero no hizo intención de secárselas. Si movía la mano, Jimmy lo vería y sabría que no dormía. Y, de momento, tenía que seguir fingiendo.

En cambio, apretó la medalla de San Cristóbal con mayor fuerza, y se obligó a pensar en cómo montarían el árbol y abrirían los regalos cuando su padre volviera a casa. Justo antes de irse a Nueva York, la señora Emerson, la vecina de al lado, se había despedido de ellos, y él oyó como decía a su madre: "Catherine, no te preocupes, sea cuando sea, la noche que pongáis el árbol, vendremos todos y cantaremos villancicos bajo vuestra ventana".

Después abrazó a Brian y le dijo: "Yo sé cuál es tu villancico favorito: Noche dé paz".

Él la había cantado solo en la representación escolar de primer grado del curso anterior.

En ese momento trató de cantarla mentalmente, pero… no pudo pasar de Noche de paz, noche de amor… Y supo que si seguía pensando en ello, no lograría impedir que Jimmy se diera cuenta de que estaba llorando.

Entonces, casi dio un salto. En la radio hablaban otra vez de Jimmy y de él. El locutor decía que un policía de tráfico de Vermont afirmaba haber visto a Jimmy Siddons y a un niño en un viejo Dodge o Chevrolet en una zona de descanso de la Carretera 91 de Vermont, y que la búsqueda se había centrado allí.

La torva sonrisa de Jimmy se desvaneció tal como había aparecido. El alivio inicial que sintió cuando oyó el boletín informativo fue seguido de inmediato por una sensación de cautela. ¿De verdad había un idiota que afirmaba haberlos visto en Vermont? Decidió que era posible. Cuando se escondió en Michigan, un imbécil de poca monta juró que lo había visto en Delaware. Después de cogerlo en el atraco a la gasolinera y de llevarlo de vuelta a Nueva York, supo que hacía meses que la policía lo buscaba en Delaware.

Aun así, seguir en la Thruway empezaba a enervarlo de verdad. La autopista estaba bien, y ganaría tiempo por ella, pero cuanto más se acercara a la frontera, más policía podría haber. Decidió que cuando cogiera la siguiente salida y se deshiciera del niño, seguiría por la Carretera 20. Como ya no nevaba, también ganaría tiempo por aquel camino.

"Sigue tu corazonada", se recordó Jimmy. La única vez que no lo había hecho, fue en aquel intento de robo a la gasolinera. Y todavía recordaba que algo le advirtió de que allí había algún problema.

"Muy bien, después de éste, ya no habrá más", pensó mirando a Brian. Levantó la vista y sonrió. El cartel que apareció delante anunciaba: SALIDA 42. GENEVA: 1,5 KM.

Cuando Chris pasó por delante del desvío de la salida 41, vio que ya había dos coches patrulla apostados; así pues, decidió que no era necesario que se detuviera. Había avanzado a una buena velocidad, y pensó que a esa altura habría alcanzado ya a todos los coches que estaban delante de él en la cola del McDonald's.

Siempre y cuando, por supuesto, no hubiesen tomado una de las salidas anteriores.

Un Toyota marrón. Eso buscaba, y sabía que era la única oportunidad. ¿Qué ocurría con la matrícula? Apretó los dientes, intentando de nuevo recordar. Había algo, algo en la placa… "¡Piensa, maldición, piensa!", se dijo.

Ni por un instante había creído que alguien hubiera visto a Siddons y el niño en Vermont. Su intuición le decía que estaban cerca.

Se aproximaba a la salida 42, en dirección a Geneva. Y eso significaba que la frontera se hallaba a poco más de ciento sesenta kilómetros. En aquellos momentos, la mayor parte de los vehículos circulaba a ochenta o noventa kilómetros por hora. Si Jimmy Siddons andaba por allí cerca, seguramente saldría del país en menos de dos horas.

¿Qué ocurría con la matrícula del Toyota?, se preguntó una vez más.

Chris frunció en entrecejo. Un Toyota oscuro avanzaba deprisa por el carril de adelantamiento. Cambió de carril, se puso junto a él y echó un vistazo a su interior.

Rogó que hubiera un hombre solo o un hombre con un muchacho. "Sólo una oportunidad para encontrar a esa criatura. Dame una oportunidad", rogó.

Sin poner la sirena ni las luces, adelantó al Toyota.

Había visto a una joven pareja dentro. El hombre conducía con un brazo rodeando los hombros de la mujer. No era muy apropiado con la carretera cubierta de hielo. En otra oportunidad lo habría obligado a detenerse.

Pisó el acelerador. La autopista estaba despejada y el tráfico era más fluido. Pero todo avanzaba más y más deprisa, todo se acercaba más y más a Canadá.

Chris tenía la radio baja cuando entró una llamada para él.

– ¿Agente McNally?

– Sí.

– Soy Bud Folney, inspector de Nueva York. Acabo de hablar otra vez con su supervisor. La pista de Vermont ha sido un fracaso y no encontramos a Deidre Lenihan. Infórmeme acerca del Toyota.

Sabiendo que su jefe había obviado esa información, Chris se dio cuenta que ese Folney debía de haberlo presionado.

Le explicó que si Deidre se refería al coche que estaba justo antes que el suyo en la cola del McDonald's, entonces se trataba de un Toyota marrón con placas de Nueva York.

– ¿Y no recuerda el número?

– No, señor. -Chris quiso ahogar las palabras en su garganta pero no pudo-. Sin embargo, vi algo raro en la placa.

Estaba casi en la salida 42. Mientras observaba, un vehículo, dos coches más adelante, se desplazó al carril de salida. Su mirada de indiferencia se convirtió en una mirada alerta.

– ¡Dios mío! -exclamó.

– ¿Agente? ¿Qué sucede? -Bud Folney, en Nueva York, intuyó que algo ocurría.

– ¡Ahí está! -dijo Chris-. No era la placa lo que me llamó la atención, sino un adhesivo medio arrancado del cual sólo queda la palabra "herencia". Señor, ahora me dispongo a seguir al Toyota por la rampa de salida.

¿Puede comprobar la matrícula?

– No lo pierda de vista -ordenó Bud-, y permanezca a la escucha.

Al cabo de tres minutos, el teléfono sonaba en el apartamento 8C, del número 10 de Stuyvesant Oval, en el Lower Manhattan. Un tal Edward Hillson, medio dormido y preocupado, cogía el auricular.

– Diga-respondió mientras su mujer le agarraba del brazo nerviosa-. ¿Qué? ¿Mi coche? Lo aparqué sobre las cinco, en una esquina… No, no se lo he prestado a nadie… Sí, es un Toyota marrón… ¡Cómo dice!

Bud Folney volvió a Chris.

– Muchacho, creo que lo tiene. Pero, por el amor de Dios, recuerde que ha amenazado con matar al niño antes de dejarse coger. Actúe con mucho cuidado.

Michael tenía tanto sueño que lo único que deseaba era apoyarse contra su abuela y cerrar los ojos. Pero todavía no podía hacerlo, al menos hasta estar seguro de que Brian se encontraba a salvo. Se esforzó por reprimir su reciente miedo. "¿Por qué no me dijo que había visto a esa mujer coger el monedero de mamá? Yo hubiese corrido tras ella y lo hubiera ayudado cuando aquel hombre lo pilló."

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