John Grisham - La Apelación

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La política siempre ha sido un juego sucio. Ahora la justicia también lo es. Corrupción política, desastre ecológico, demandas judiciales millonarias y una poderosa empresa química, condenada por contaminar el agua de la ciudad y provocar un aumento de casos de cáncer, que no está dispuesta a cerrar sus instalaciones bajo ningún concepto. Grisham, el gran mago del suspense, urde una intriga poderosa e hipnótica, en la que se reflejan algunas de las principales lacras que azotan a la sociedad actual: la justicia puede ser más sucia que los crímenes que pretende castigar.

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– Un placer.

– Pasemos a mi despacho -dijo Fisk, indicándolo con la mano.

Entraron, la cerraron detrás de ellos y se acomodaron alrededor de un enorme escritorio lleno de papeles. Zachary declinó el ofrecimiento de un café, agua o un refresco.

– Estoy bien, gracias.

Fisk iba arremangado y se había aflojado la corbata, como si hubiera estado haciendo algún trabajo manual. A Zachary le gustó de inmediato esa imagen. Dentadura perfecta, apenas algunas canas sobre las orejas, barbilla pronunciada. Ese tipo tenía salida, sin duda.

Durante unos minutos estuvieron tanteando el terreno para ubicarse mutuamente. Zachary dijo que residía en Jackson desde hacía tiempo, donde había pasado la mayor parte de su carrera dedicado a las relaciones gubernamentales, fuera lo que fuese lo que significaba eso. Teniendo en cuenta que sabía que en la ficha de Fisk no constaba que estuviera interesado en la política, no temía ser desenmascarado. En realidad, había vivido en Jackson menos de tres años y había trabajado hasta hacía muy poco como miembro de un grupo de presión para una asociación de contratistas de asfaltado. Ambos conocían a un senador de Brookhaven y hablaron de él unos minutos, para pasar el rato.

– Discúlpeme, pero en realidad no soy un cliente -dijo Zacbary, cuando se bubo instalado entre ellos cierta cordiali dad-o Estoy aquí por asuntos más importantes.

Fisk frunció el ceño y asintió. -Continúe.

– ¿Ha oído hablar alguna vez de un grupo llamado Visión Judicial?

– No.

Muy pocos lo conocían. En el turbio mundo de los grupos de presión y la consultoría, Visión Judicial era un recién llegado.

– Soy el director ejecutivo para el estado de Mississippi -continuó Zachary-. Es un grupo de ámbito nacional. Nuestro único objetivo es elegir personas cualificadas para los tribunales de apelación. Por cualificadas me refiero a jóvenes, ambiciosos, conservadores, partidarios del desarrollo económico, moderados, honrados e inteligentes jueces que, señor Fisk, y esta es la filosofía de nuestro trabajo, pueden cambiar, literalmente, el panorama judicial de este país. Si lo conseguimos, podremos proteger los derechos de los nonatos, restringir la basura cultural que consumen nuestros críos, honrar el vínculo sagrado del matrimonio, alejar a los homosexuales de las aulas, combatir a los defensores del control de armas, cerrar las fronteras y proteger el verdadero estilo de vida americano.

Ambos respiraron hondo.

Fisk no estaba seguro de cómo encajaba él en todo aquello, pero no podía negar que el pulso se le había acelerado.

– Sí, bien, parece un grupo interesante -dijo.

– Estamos comprometidos en ello -aseguró Zachary con firmeza- y también estamos decididos a devolver la cordura a nuestro sistema de procedimiento civil. Las indemnizaciones desorbitadas y los abogados ávidos de litigios obstaculizan el desarrollo económico. Estamos espantando a las empresas para que se vayan de Mississippi en vez de atraerlas.

– En eso estamos completamente de acuerdo -dijo Fisk, y Zachary estuvo a punto de gritar de júbilo.

– Ya ve todas las demandas ridículas que llegan a interponerse. Trabajamos de la mano de los grupos nacionales a favor de la reforma de las leyes de responsabilidad civil.

– Eso está bien. ¿ Y por qué están en Brookhaven?

– ¿Tiene usted ambiciones políticas, señor Fisk? ¿Alguna vez se ha planteado la posibilidad de liarse la manta a la cabeza y presentarse a las elecciones para un cargo en la Administración?

– La verdad es que no.

– Pues bien, hemos hecho nuestras averiguaciones y cree mos que es usted un excelente candidato para el tribunal supremo estatal.

Fisk se echó a reír ante semejante disparate, aunque su risa nerviosa invitaba a pensar que lo supuestamente gracioso no lo era en realidad. Era muy serio. Podía continuar.

– ¿Averiguaciones?

– Desde luego. Dedicamos mucho tiempo a buscar candidatos que a) nos gusten y b) puedan ganar. Estudiamos a los rivales, las elecciones, la demografía, la política, en realidad, todo. Nuestro banco de datos es incomparable, así como nuestra capacidad para encontrar importantes recursos financieros. ¿ Le gustaría oír más?

Fisk se echó hacia atrás en su sillón reclinable, puso los pies en el escritorio y colocó las manos detrás de la nuca. -Por supuesto, cuénteme por qué está aquí.

– Estoy aquí para reclutarle para que se enfrente en las elecciones de noviembre a la jueza Sheila McCarthy del distrito sur de Mississippi -anunció con firmeza-. Puede batirla. No nos gusta ni ella ni su historial. Hemos analizado las decisiones que ha tomado en estos últimos nueve años en la magistratura y creemos que es una liberal acérrima que hasta ahora ha conseguido casi siempre ocultar su verdadera afiliación. ¿ La conoce?

Fisk casi temía contestar que sí.

– Nos hemos visto una vez, de pasada. En realidad no la conozco.

De hecho, según la investigación que Zachary había llevado a cabo, la jueza McCarthy había participado en tres resoluciones en casos relacionados con el bufete de Ron Fisk y siempre había fallado en contra. Fisk había defendido una de las causas, un proceso muy discutido sobre el incendio premeditado de un almacén. Su cliente había perdido por cinco votos a cuatro. Era bastante probable que no le tuviera gran aprecio a la única magistrada de Mississippi.

– Es muy vulnerable -dijo Zachary.

– ¿Por qué cree que puedo ganarla?

– Porque usted no tiene problemas para definirse como conservador, alguien que cree en los valores familiares. Además, nuestra experiencia nos permite dirigir campañas relámpago y disponemos de los fondos.

– ¿De verdad?

– Por descontado. Ilimitados. Somos socios de gente poderosa, señor Fisk.

– Por favor, llámame Ron.

«Te estaré llamando pequeño Ronny antes de que te des cuenta.»

– Sí, Ron, coordinamos la recaudación de fondos con grupos que representan a bancos, aseguradoras, compañías energéticas, grandes empresas, estoy hablando de dinero de verdad, Ron. A continuación, ampliamos el horizonte para incluir a grupos que nos son más afines: las asociaciones de cristianos conservadores, las cuales, por cierto, son capaces de reunir cantidades ingentes de dinero durante los momentos álgidos de una campaña. Además de representar el grueso de los votantes.

– Haces que parezca fácil.

– Nunca es fácil, Ron, pero no perdemos casi nunca. Hemos perfeccionado nuestras técnicas en más o menos una docena de elecciones por todo el país y nos estamos acostumbrando a cosechar victorias que sorprenden a mucha gente.

– Nunca he ejercido de magistrado.

– Lo sabemos y por eso nos gustas. Los jueces que han ejercido antes en los tribunales toman decisiones drásticas y las decisiones drásticas a menudo son controvertidas porque dejan rastro, facilitan un historial que los oponentes pueden utilizar contra ellos. Con el tiempo, hemos aprendido que los mejores candidatos son jóvenes brillantes como tú que no arrastran el peso de decisiones anteriores.

La inexperiencia nunca le había sonado tan bien.

Se hizo un largo silencio, que Fisk aprovechó para poner en orden sus pensamientos. Zachary se levantó y se acercó a la pared donde estaban expuestas sus credenciales: diplomas, menciones del Rotary Club, fotos en las que se le veía jugando al golf y algunas otras de la familia: la adorable esposa, Dore en; Josh, de diez años, con el uniforme de béisbol; Zeke, de siete, con un pez casi tan grande como él, y Clarissa, de cinco, vestida de futbolista.

– Bonita familia -dijo Zachary, como si no supiera nada de ella.

– Gracias -dijo Fisk, sonriendo complacido.

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