Sonora y clara. ¡Aleluya!
Todo el mensaje estaba ahí, aunque ligeramente distorsionado. Tomé una hoja de papel y anoté lo que había dicho, palabra por palabra, pero todavía no lograba entender su significado.
¡Una langosta muerta en el foso en agosto pasado!
¡Era inverosímil! Alguien me habría avisado, aunque pasé gran parte de agosto en Francia, en las carreras de Deauville, y en América, en Saratoga.
¿Qué rimaba con langosta? Angosta, costa, guardacosta, posta…
No. ¿Qué casaba con langosta?
Camarón… ostión, calamar, pulpo, crustáceo, mar, concha, insecto, hormiga.
¿Un camarón muerto? ¿Alguna clase de insecto? ¿Quizá un pulpo muerto? ¿Tal vez un ostión muerto? Hice a un lado los disparates. Sentí que no obstante lograra descifrar el código, el mensaje podría resultar irrelevante. Era evidente que el Trotador no se imaginaba que iba a morir. No dejó un mensaje significativo, temiendo que fuera el último.
Cambié el enfoque, encendí la nueva computadora y confié en que no se produjera otro colapso total en el disco duro. Sorprendentemente, todo parecía funcionar como antes. Me conecté a la máquina en la oficina de Isobel para ver lo que ella y Rose habían registrado desde esa mañana.
Las dos habían estado ocupadas. Les había pedido que empezaran con los registros del día y, poco a poco, retrocedieran en el tiempo libre que les dejaban sus labores cotidianas, pero que no fueran más allá del inicio del mes.
Todavía no les informaba a mis secretarias que tal vez podría presentarles copias completas de respaldo sin antes estar seguro de, primero, que la persona que había querido forzar la caja no hubiera destruido los discos flexibles y, segundo, si el virus Miguel Ángel no los había borrado ya. Tampoco quería incurrir en un segundo ataque contra mi persona o mis pertenencias si alguien se enteraba de que los discos existían.
En la pantalla abrí el directorio de archivos para ver lo que Isobel y Rose habían registrado y encontré algo extraño: "Visitantes". Resultó ser la lista que les había pedido de todas las personas que habían estado recientemente en la oficina.
La lista mostraba:
Todos los conductores, con excepción de Gerry y Pat, que estaban enfermos de gripe.
Tessa Watermead (que buscaba a Nigel o a Lewis).
Jericho Rich (acerca de sus caballos).
Alguacil Smith (acerca del hombre muerto).
Doctor Farway (acerca del hombre muerto).
Señor Tigwood (para recoger su alcancía).
Betsy (la secretaria del señor Watermead).
Brett Gardner (cuando renunció).
Señora Williams (para la limpieza).
Loma Lipton (buscaba a F. C., pero él había ido a hacer una transportación de enlace).
Tecleé un mensaje de agradecimiento en la lista e hice una copia de respaldo del trabajo nuevo en un disco flexible limpio. Luego apagué la computadora, preparé algo para comer, bebí lo que quedaba de la champaña y pensé mucho acerca de los virus, tanto orgánicos como electrónicos.
Nina llamó por teléfono cerca de las diez, y antes de que le preguntara lanzó un gran bostezo,
– ¿Dónde estás?
– En la cabina del camión, en la granja. Ya acabamos de llenar los tanques de combustible y Nigel está limpiando el camión con la manguera, gracias a Dios. Estoy molida.
– ¿Sucedió algo?
– Absolutamente nada, no te preocupes. El viaje estuvo muy bien, conforme a lo planeado. Hicimos entrega del caballo saltador de exhibición. Es sólo que me parece que este jolgorio de conducir distancias tan grandes es un trabajo apropiado para hombres fuertes y jóvenes.
– ¿Cómo te fue con Nigel?
– Bien. Me colocó una mano sobre la rodilla un par de veces, pero me mostré firme. Es una persona muy divertida, y conversamos mucho -bostezó otra vez-. Casi termina la limpieza. Tiene una energía inagotable.
– Su principal virtud -estuve de acuerdo.
– Nos vemos mañana. Adiós.
Por la mañana, me dirigí muy temprano a la granja. Harvey ya se había ido a Wolverhampton y, en su ausencia, me gustaba siempre estar ahí en caso de que se presentaran peticiones o modificaciones de último minuto.
La mayoría de los conductores se encontraba en el restaurante cuando llegué ese viernes. Dave había sido asignado para ir con Aziz en el camión grande para trasladar unas yeguas de crianza a Irlanda. Ambos hombres habían llegado con mucha anticipación y le pedí a Dave que pasara a mi oficina, ya que tenía algo que discutir con él. Entró como siempre con su modo despreocupado, el rostro mostraba una expresión amigable y confiada.
Le indiqué con un gesto que se sentara en la silla frente al escritorio y cerré la puerta detrás de nosotros.
– Muy bien, Dave -inicié la conversación. Tomé el sillón que estaba detrás del escritorio. En ese momento experimentaba más irritación que ira-. Cuéntame, ¿cómo se arregló el problema de diarrea que tenías hace unos días?
– ¿Qué?
– Recuerda la escala en la gasolinera de South Mimms para comprar Imodium -le dije un poco fastidiado-. Enfrentémoslo ahora, Dave, ustedes no se encontraron con Kevin Keith Ogden de manera accidental.
La boca de Dave se abrió, presta a emitir negaciones. Luego se cerró a causa de la expresión en mi rostro.
– ¿Quién lo arregló? -repetí-. Dime la verdad.
– En verdad, Freddie, no quise causar ningún daño -empezó a verse preocupado-. ¿Qué mal había en darle un autostop a un pobre hombre?
– ¿Quién te pagó? -insistí-. Dilo todo o toma tu bicicleta y no vuelvas nunca por aquí.
– Nadie -exclamó el conductor con desesperación-. De acuerdo. De acuerdo. Se supone que iban a pagarme, pero eso nunca sucedió -su disgusto parecía genuino-. Me dijeron que encontraría un sobre en la cabina del camión a primera hora del viernes, pero éste se hallaba afuera de tu casa y no había ningún sobre, a pesar de que lo busqué a conciencia cuando estábamos limpiándolo. No he vuelto a tener noticias.
– Pues realmente te lo mereces -repliqué sin compasión-. ¿Cómo se pusieron en contacto contigo? ¿Se trataba de una mujer o de un hombre?
Tomó aire penosamente.
– Fue una mujer. Me llamó por teléfono a la casa, mi esposa fue la que contestó. Esta mujer sólo dijo que valía la pena llevar a ese hombre, y no se trata de rehusar ofertas así.
– ¿Reconociste su voz?
Negó con la cabeza, atribulado.
– ¿Cómo ibas a reconocer al hombre?
– Mencionó que lo encontraría cerca de las bombas de diesel, que él estaría allí cuando nos estacionáramos y se acercaría para hablarnos… Así sucedió.
– ¿De manera que Brett no estaba dentro del plan?
Dave parecía furioso.
– Brett es un idiota. Dijo que no iba a llevar al hombre, a menos que nos pagara primero. Así que le pregunté a Ogden, pero él replicó que eso no estaba en el trato, que me pagarían después. Por eso yo le di a Brett Gardner algo de dinero y le dije a Ogden que tenía que recuperarlo. Luego, mi compañero dijo que parte de ese dinero tenía que ser suyo, o de lo contrario te informaría que había acordado que me pagarían por llevar a un extraño. Y no sólo eso -la furia de Dave iba en aumento-, sino que Brett llegó a la taberna el sábado por la noche y me obligó a pagar sus cervezas. Le expliqué que no me habían entregado el sobre con el dinero, sin embargo, todo lo que respondió fue: "¡Qué lástima, compañero! ¡Mala suerte!" y continuó bebiendo.
– Y tú trataste de golpear al Trotador -repuse.
– Bueno, no quería callarse y yo estaba furioso por lo que me hizo Brett. El Trotador seguía y seguía diciendo que había cosas adheridas al fondo de los camiones, continuó hablando acerca de esa viejacala registradora asquerosa…
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