Michael Connelly - Llamada Perdida

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Pierce es un investigador de informática molecular volcado en un estudio que podría revolucionar el mundo de la medicina. Su obsesiva dedicación al trabajo ha repercutido en su vida privada, dando al traste con su relación con Nicole. tras abandonar la vivienda que compartía con ella, Pierce se instala en un nuevo apartamento con vistas a la playa de Santa Mónica. Allí empieza a recibir extrañas llamadas telefónicas de hombres que buscan a una tal Lilly. Movido por la curiosidad, Pierce decide investigar quién es esa mujer y descubre su anuncio en L.A. Darlings, una web donde ofrecía sus servicios como chica de compañía. La obsesión de Pierce le arrastra al oscuro mundo del sexo en Internet, un ámbito desconocido para él y que no tardará en convertirse en una pesadilla.
En Llamada perdida, Connelly sustituye a Harry Bosch – el protagonista que le ha aportado fama mundial – por Henry Pierce, cuya curiosidad sirve de motor para abordar, desde el suspense, dos temas de gran actualidad: el sexo online y las nuevas tecnologías científicas.
«Connelly sabe jugar diabólicamente con los lectores. El resultado es esta novela que cuenta con un suspense al más puro estilo Hitchcock.» – Kirkus Reviews

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No lo entendía, pero sabía que tenía algo que ver con lo que había visto en el espejo. Había sobrevivido y su cara mostraba lo cerca que había estado de no hacerlo. Ésa era la razón del alivio y la sonrisa inadecuada.

Levantó el teléfono y llamó a Jacob Kaz, el abogado de patentes de la empresa. Le pasaron al abogado de inmediato.

– Henry, ¿estás bien? He oído que te atacaron o algo. ¿Qué…?

– Es una larga historia, Jacob. Tendré que contártela en otro momento. Lo que necesito ahora mismo es un nombre. Necesito un abogado. Un abogado defensor criminalista. Alguien bueno, pero que no quiera que su cara salga en la tele o en los periódicos.

Pierce sabía que lo que estaba pidiendo era una rara avis en Los Ángeles, pero contener la situación iba a ser una labor tan urgente como la defensa ante una falsa acusación de asesinato. Tenía que manejarse rápida y discretamente, de lo contrario, las fichas de dominó cayendo que Pierce había imaginado momentos antes se convertirían en bloques de hormigón que lo aplastarían a él y a la empresa.

Kaz se aclaró la garganta antes de responder. No dio señal alguna de que la solicitud de Pierce fuera algo inusual o algo anormal en su relación profesional.

– Creo que tengo un nombre para ti -dijo-. Te va a gustar.

24

El miércoles por la mañana Pierce estaba hablando por teléfono con Charlie Condon cuando una mujer vestida con un traje de chaqueta gris entró en la habitación del hospital y le tendió una tarjeta que decía: «Janis Langwiser, abogada penal.» Pierce tapó con la mano el auricular y le dijo a Langwiser que ya terminaba.

– Charlie, he de dejarte. Acaba de entrar el médico. Dile que tendremos que hacerlo el fin de semana o la semana que viene.

– Henry, no puedo. Quiere ver Proteus antes de que enviemos la patente. No quiero retrasarlo, ni tú tampoco. Además, has de recibir a Maurice. No aceptará excusas.

– Tú vuelve a llamarlo y trata de retrasarlo.

– Está bien. Lo intentaré. Volveré a llamarte.

Charlie colgó y Pierce guardó el teléfono de nuevo en la barandilla de la cama. Trató de sonreír a Langwiser, pero su rostro estaba más dolorido que el día anterior y le dolía de sólo intentarlo. La abogada le tendió la mano y Pierce se la estrechó.

– Janis Langwiser. Encantada de conocerle.

– Henry Pierce. No puedo decir que las circunstancias hagan que conocerla sea un placer.

– Normalmente es así en el trabajo de la defensa criminal.

Pierce ya había leído el curriculum de la abogada que le había proporcionado Jacob Kaz. Langwiser se ocupaba de la defensa criminal en el pequeño pero influyente bufete del centro Smith, Levin, Colvin amp; Enriquez. Según Kaz el bufete era tan exclusivo que no constaba en ningún listín telefónico. Sus clientes eran de la élite, porque incluso la gente de la élite necesitaba abogados criminalistas de vez en cuando. Allí era donde entraba Janis Langwiser. La habían contratado de la oficina del fiscal del distrito un año antes, tras una carrera en la que había participado en algunos de los casos de más altos vuelos de la ciudad de los últimos años. Kaz le explicó a Pierce que el bufete lo aceptaba como cliente como un medio para establecer una relación con él, una relación que sería mutuamente beneficiosa cuando Amedeo Technologies saliera a bolsa en los años venideros. Pierce no le dijo a Kaz que no habría ninguna eventual oferta pública ni siquiera un Amedeo Technologies si la situación no se manejaba apropiadamente.

Tras interesarse educadamente por las lesiones de Pierce y su pronóstico, Langwiser le preguntó por qué creía que necesitaba un abogado defensor.

– Porque hay un detective de policía que cree que soy un asesino. Me dijo que iba a ir a la fiscalía para tratar de acusarme de una serie de crímenes, incluido el asesinato.

– ¿Un policía de Los Ángeles? ¿Cómo se llama?

– Renner. Creo que no me dijo su nombre. O no lo recuerdo. Tengo su tarjeta, pero no he mirado su…

– Robert. Lo conozco. Trabaja en la División del Pacífico. Lleva muchos años.

– ¿Lo conoce de un caso?

– Antes trabajaba en la fiscalía y llevaba casos a juicio. Llevé varios que presentó él. Parecía un buen poli. Creo que la palabra que usaría es concienzudo.

– De hecho es la palabra que usa él.

– ¿Va a solicitar que la fiscalía presente cargos de asesinato?

– No estoy seguro. No hay ningún cadáver. Pero dijo que primero iba a acusarme de otras cosas. Allanamiento de morada, dijo. Obstrucción a la justicia. Supongo que después tratará de preparar un caso de asesinato. No sé hasta qué punto son estupideces y amenazas ni qué es lo que puede hacer. Pero yo no he matado a nadie, así que necesito un abogado.

Ella frunció las cejas y asintió en ademán reflexivo. Hizo una señal hacia el rostro de Pierce.

– ¿El caso con Renner está relacionado de algún modo con sus lesiones?

Pierce dijo que sí con la cabeza.

– ¿Por qué no empezamos por el principio?

– ¿Tenemos una relación abogado-cliente?

– Así es. Puede hablar con libertad.

Pierce pasó los siguientes treinta minutos contándole la historia con todo el detalle que fue capaz de recordar. Le habló libremente de todo lo que había hecho, incluidos los delitos que había cometido. No se dejó nada en el tintero.

Mientras él hablaba, Langwiser se apoyó contra la mesa donde estaba el equipo médico. La abogada tomó notas con una pluma de aspecto caro en un bloc amarillo que sacó de una bolsa negra de piel, que o bien era un bolso enorme o un maletín pequeño. Todo su aspecto inspiraba una confianza cara. Cuando Pierce hubo terminado de contarle la historia, ella volvió a la parte de lo que Renner había calificado como reconocimiento de los hechos por su parte. Planteó diversas preguntas, como cuál era el tono de la conversación en ese punto, qué medicación estaba tomando Pierce en ese momento y qué efectos de la agresión y la cirugía estaba sintiendo. Después la abogada le preguntó específicamente qué quería decir con que era su culpa.

– Me refería a mi hermana, Isabelle.

– No lo entiendo.

– Ella murió. Hace mucho tiempo.

– Vamos, Henry, no me venga con adivinanzas. Quiero saberlo.

Pierce se encogió de hombros, y eso le causó dolor en el hombro y las costillas.

– Ella se fugó de casa cuando éramos niños. Entonces la mataron… Fue un tipo que había matado a mucha gente. Chicas que iba a buscar a Hollywood. Al final la policía lo mató y… eso fue todo.

– Un asesino en serie… ¿cuándo fue?

– En los ochenta. Lo llamaron el Fabricante de Muñecas. Los periodistas les ponían nombres a todos, ¿sabe? Al menos entonces.

Pierce vio que Langwiser revisaba su historia contemporánea.

– Recuerdo al Fabricante de Muñecas. Yo estaba en la facultad de derecho de la UCLA. Más tarde conocí al detective que le disparó. Se ha retirado este mismo año.

Los pensamientos de Langwiser parecieron vagar en el recuerdo durante unos segundos.

– De acuerdo. Entonces, ¿cómo se confundió eso con Lilly Quinlan en su conversación con el detective Renner?

– Bueno, últimamente he estado pensando mucho en mi hermana. Desde que surgió este asunto de Lilly. Creo que es la razón por la que hice lo que hice.

– ¿Quiere decir que cree que es responsable de lo que le ocurrió a su hermana? ¿Cómo es posible eso, Henry?

Pierce esperó un momento antes de hablar. Compuso la historia en su mente con sumo cuidado. No toda la historia, sólo la parte que quería contarle a la abogada. Dejó de lado la parte que nunca explicaría a un desconocido.

– Mi padrastro y yo solíamos bajar aquí. Vivíamos en el valle de San Fernando e íbamos a Hollywood a buscarla. Por la noche. A veces también de día, pero sobre todo por la noche.

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