Se echó hacia atrás en la silla, se metió otra Oreo en la boca y miró el reloj. Eran las dos en punto. Había pasado una hora desde que había llegado a la oficina, pero parecía que sólo hubieran transcurrido diez minutos. Le sentó bien tener otra vez esa sensación, la buena vibración. Decidió capitalizarla e ir al laboratorio a trabajar de verdad. Cogió el resto de las galletas y se levantó.
– Luces.
Pierce estaba en el pasillo, cerrando la puerta en la oficina ya a oscuras cuando sonó el teléfono. Era el característico bitono de su línea privada. Pierce volvió a abrir la puerta.
– Luces.
Había pocas personas que tuvieran el número directo de su oficina, pero una de ellas era Nicole. Pierce rodeó rápidamente el escritorio y miró la pantalla de identificación de llamada. Decía identidad oculta y supo que no era Nicole, porque ni su móvil ni la línea de su casa en Amalfi estaban protegidas. Pierce dudó un momento, pero entonces recordó que Cody Zeller tenía el número. Levantó el teléfono.
– ¿Señor Pierce?
No era Cody Zeller.
– ¿Sí?
– Soy Philip Glass. ¿Me llamó usted ayer?
El detective privado. Pierce se había olvidado.
– Ah, sí, sí. Gracias por llamar.
– No había recibido el mensaje hasta hoy. ¿Qué puedo hacer por usted?
– Quiero hablarle de Lilly Quinlan. Ha desaparecido. Su madre le contrató a usted hace unas semanas. Desde Florida.
– Sí, pero ya no me ocupo de eso.
Pierce continuaba sentado tras su escritorio. Puso una mano encima del monitor mientras habló.
– Lo entiendo, pero me preguntaba si podría hablar del asunto conmigo. Tengo el permiso de Vivian Quinlan. Puede llamarla si lo desea. ¿Todavía conserva su número?
Glass tardó en responder, tanto que Pierce pensó que tal vez había colgado silenciosamente.
– ¿Señor Glass?
– Sí, aquí estoy. Estaba pensando. ¿Puede decirme qué interés tiene en esto?
– Bueno, quiero encontrarla.
La respuesta fue recibida con más silencio y Pierce comenzó a entender que estaba tratando desde una posición de debilidad. Algo ocurría con Glass, y Pierce se hallaba en desventaja por el hecho de no saberlo. Decidió insistir. Quería esa entrevista.
– Soy un amigo de la familia -mintió-. Vivían me pidió que viera qué podía descubrir.
– ¿Ha hablado con el departamento de policía?
Pierce dudó. Instintivamente supo que la cooperación de Glass podía depender de su respuesta. Pensó en los acontecimientos de la noche anterior y se preguntó si Glass ya estaría al corriente de ellos. Renner había dicho que conocía a Glass y lo más probable era que planeara llamarlo. Era domingo por la tarde. Tal vez el detective de la policía estaba esperando hasta el lunes, puesto que aparentemente Glass se hallaba en la periferia del caso.
– No -mintió de nuevo Pierce-. Por lo que entendí de Vivian el Departamento de Policía de Los Ángeles no estaba interesado en el caso.
– ¿Quién es usted, señor Pierce?
– ¿ Qué? No entien…
– ¿Para quién trabaja?
– Para nadie. Para mí.
– ¿Es DP?
– ¿Qué es eso?
– Vamos.
– Quiero decir que no entien… Ah, detective privado. No, no soy DP. Como le he dicho soy un amigo.
– ¿En qué se gánala vida?
– Soy químico. No entiendo qué tiene que ver con…
– Puedo verle hoy, pero no en mi oficina. Hoy no iré a la oficina.
– De acuerdo, entonces, ¿dónde? ¿Cuándo?
– Dentro de una hora. ¿Conoce un lugar llamado Cathode Ray's, en Santa Monica?
– En la Dieciocho, ¿no? Allí estaré. ¿Cómo nos conoceremos?
– ¿Tiene un sombrero o algo distintivo que ponerse?
Pierce se inclinó y abrió un cajón del escritorio. Sacó una gorra de béisbol con letras azules bordadas en el ala.
– Llevaré una gorra de béisbol gris. Pone MOLES bordado en azul en el ala.
– ¿Como el guacamole?
Pierce casi rió.
– De moléculas. Las Moléculas Luchadoras era el nombre de nuestro equipo de softball. Cuando jugábamos. Mi empresa lo patrocinaba. Fue hace mucho tiempo.
– Le veré en el Cathode Ray's. Por favor, venga solo. Si me doy cuenta de que no está solo o parece una trampa no me verá.
– ¿Una trampa? ¿De qué está…?
Glass colgó y Pierce se quedó escuchando el vacío.
Colgó el teléfono y se puso la gorra. Consideró las extrañas preguntas que le había formulado el detective privado y pensó en lo que había dicho al final de la conversación y en cómo lo había dicho. Pierce se dio cuenta de que era como si tuviera miedo de algo.
Cathode Ray's era un local frecuentado por la generación tecnológica, por lo general allí todos tenían un portátil o un PDA en la mesa, junto al café con leche. El local permanecía abierto las veinticuatro horas y disponía de enchufe de corriente y conector telefónico de alta velocidad en todas las mesas. Sólo con conexiones a proveedores de servicios de Internet locales. Estaba cerca de la Universidad de Santa Monica y de los distritos de producción de películas y software del Westside, y no estaba vinculado a ninguna gran empresa. La combinación de todo ello hacía del lugar un sitio popular entre los «conectados».
Pierce había estado allí en muchas ocasiones, pero le resultaba extraño que Glass hubiera elegido ese lugar para su cita. Por teléfono Glass le había parecido un hombre mayor, con voz bronca y cansada. Si era así, llamaría la atención en un local como Cathode Ray's y teniendo en cuenta la paranoia que había percibido durante la conversación telefónica, le extrañaba que hubiera elegido la cafetería para la cita.
A las tres en punto, Pierce entró en Cathode Ray's y echó un rápido vistazo por el local en busca del hombre mayor. No había nadie que destacara. Se puso a la cola para pedir un café.
Antes de salir de la oficina se había guardado en el bolsillo todo el cambio que le quedaba. Lo contó mientras aguardaba y concluyó que tenía lo justo para un café normal, tamaño medio, con unos centavos para la propina.
Después de echar una generosa dosis de nata al café, salió a la zona del patio y eligió una mesa vacía de la esquina. Se tomó el café despacio, pero todavía transcurrieron veinte minutos hasta que se le acercó un hombre bajo con vaqueros y camiseta negros. Tenía la cara recién afeitada y ojos oscuros. Era mucho más joven de lo que Pierce había supuesto, sin duda menos de cuarenta. No llevaba café, había ido directo a la mesa.
– ¿Señor Pierce?
Pierce extendió la mano.
– ¿Señor Glass?
Glass apartó la otra silla y tomó asiento. Se inclinó sobre la mesa.
– Si no le importa, quiero ver su documentación-dijo.
Pierce dejó la taza y empezó a hurgar en el bolsillo en busca de su billetera.
– Probablemente es una buena idea-dijo-. ¿Le importa que vea la suya?
Después de que ambos hombres se hubieran convencido mutuamente de que estaban hablando con el interlocutor adecuado, Pierce apoyó la espalda en la silla y examinó a Glass. Le pareció un hombre grande embutido en un cuerpo pequeño. Irradiaba intensidad. Era como sí tuviera la piel demasiado tensa en torno a su cuerpo.
– ¿Quiere tomar un café antes de que empecemos a hablar?
– No, no tomo cafeína.
Eso sí cuadraba.
– Entonces supongo que podemos empezar. ¿Qué pasa con todo ese rollo terrorífico?
– ¿Disculpe?
– Ya sabe, eso de que me asegurara de que estaba solo y la pregunta de a qué me dedicaba. Me ha parecido un poco extraño.
Antes de hablar, asintió como si estuviera de acuerdo.
– ¿Qué sabe de Lilly Quinlan?
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