Dennis Lehane - Rio Mistico

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Jimmy, Dave y Sean crecieron juntos en la sección peligrosa de Boston. Veinticinco años después vuelven a reunirse, cuando la hija de 19 años de Jimmy es brutalmente asesinada. Sean, que ahora es policía, es asignado para resolver el caso. Además de desenredar este crimen, Sean deberá estar pendiente de su amigo Jimmy, quien busca vengarse del asesino de su hija. Conectado al crimen por una serie de circunstancias, Dave se ve obligado a enfrentarse con los demonios de su propio pasado. A medida que la investigación se concentra alrededor de estos tres amigos, se despliega una siniestra historia, que tiene que ver con la amistad, la familia y la inocencia perdida demasiado pronto.

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Se torturó a sí mismo con imágenes de Ka tie cuando era un bebé, de Katie al otro lado de la mesa descascarillada de Deer Island, de Katie llorando como una loca porque un día, seis meses después de que él saliera de la cárcel, quería dormir en sus brazos, mientras le preguntaba cuándo iba a regresar su madre. Vio a la pequeña Katie dando agudos gritos en la bañera, y a una Katie de ocho años regresando a casa de la escuela con su bicicleta. Vio a Katie sonriendo, a Katie haciendo pucheros, a Katie haciendo muecas de ira y de confusión mientras él la ayudaba a resolver una división muy larga sobre la mesa de la cocina. Vio a una Katie mayor sentada en el columpio de la parte trasera con Diane y Eve, ganduleando en un día de verano, todas ellas desgarbadas por la inminente adolescencia de los hierros correctores de los dientes, y de unas piernas que crecían tanto y a tal velocidad que nadie podía alcanzarla. Vio a Katie tumbada boca abajo en la cama y a Sara y Nadine subidas encima de ella. La vio con el vestido del baile de graduación del instituto. La vio sentada junto a él en el Grand Marquis, con la barbilla temblorosa, mientras se alejaba del bordillo el primer día que él le había enseñado a conducir. La vio gritando y caprichosa durante la adolescencia y, con todo, esas imágenes le parecieron de lo más entrañables y le cautivaron.

La veía, la veía y la veía, pero era incapaz de llorar.

«Ya llorarás -le susurró una voz tranquila en su interior-. Ahora estás en estado de shock.»

«Sin embargo, ese estado ya se me está pasando -le respondió a la voz interna-. Ha comenzado a hacerlo en el preciso momento en que Theo ha empezado a importunarme en el piso de abajo.»

«Y una vez que se te pase, serás capaz de sentir.»

«Ya siento algo.»

«El dolor -dijo la voz-. La pena.»

«No es ni dolor ni pena; es rabia.»

«También la sentirás, pero conseguirás dominarla.»

«No quiero dominarla.»

16. YO TAMBIÉN ESTOY ENCANTADO DE VOLVER A VERTE

Dave volvía de buscar a su hijo Michael del colegio cuando doblaron la esquina y vieron a Sean Devine y a otro tipo apoyados en el maletero de un sedán negro que estaba aparcado delante de la casa de los Boyle. El coche negro llevaba matrícula oficial y suficientes antenas adheridas al maletero para poder establecer conexión con Venus; Dave, a catorce metros de distancia, supo con una sola mirada que el compañero de Sean, al igual que éste, era un poli. Tenía esa barbilla ligeramente prominente tan propia de los policías, y una forma de apoyarse sobre los talones mientras se echaba ligeramente hacia delante que también era característica de los policías. Y si todo eso no bastaba para delatarle, el corte de pelo de infante de marina en un tipo de cuarenta y pocos años junto con las gafas de sol de aviador con montura dorada eran más que suficiente para ponerle en evidencia.

Dave tensó la mano con la que cogía a Michael, y tuvo la misma sensación en el pecho que si alguien hubiera puesto en remojo un cuchillo en agua helada y después le hubiera colocado el filo contra los pulmones. Estuvo a punto de detenerse, ya que sus pies se esforzaban en quedarse inmóviles sobre la acera, pero algo le hizo seguir avanzando, con la esperanza de dar una apariencia normal y espontánea. Sean volvió la cabeza hacia él, en un principio con ojos despreocupados e inexpresivos, que luego se estrecharon al reconocer a Dave y cruzarse sus miradas.

Ambos hombres sonrieron a la vez: Dave con la mejor de sus sonrisas y Sean, con una gran sonrisa. Dave se sorprendió al ver que el rostro de Sean pareciera expresar que estaba contento de verdad de volver a verle.

– Dave Boyle -dijo Sean, apartándose del coche con la mano extendida-. ¡Cuánto tiempo!

Dave le estrechó la mano y se sorprendió de nuevo al ver que Sean le daba una palmada en el hombro.

– Desde aquella vez que nos vimos en el Tap -afirmó Dave-. ¿Cuanto hace de eso, seis años?

– Sí, más o menos. ¡Tienes muy buen aspecto, hombre! -

– ¿Cómo te van las cosas, Sean?

Dave sentía una sensación de afecto que le recorría el cuerpo y que su cerebro le decía que debía evitar.

Pero ¿por qué? ¡Quedaba tan poca gente de los viejos tiempos! Y no sólo eran los antiguos clichés (cárcel, drogas o policías) los que se los habían llevado. Las afueras, al igual que otros estados, también habían traído a una buena cantidad de ellos; el aliciente de encajar con el resto de la humanidad, de convertirse en un gran país de jugadores de golf, de asiduos a los centros comerciales y de propietarios de pequeños negocios con mujeres rubias y grandes pantallas de televisión.

No, la verdad es que no quedaban muchos. Dave sintió una pizca de orgullo, de felicidad y de extraña aflicción mientras le daba la mano a Sean y recordaba aquel día en el andén del metro en el que Jimmy había saltado a los raíles del tren, y los sábados en general, aquella época en la que sentían que todo era posible.

– Muy bien -respondió Sean y, aunque lo dijo con convicción, Dave se percató de que algo diminuto le malograba la sonrisa-. ¿Y este quién es?

Sean se agachó junto a Michael.

– Es mi hijo -contestó Dave-. Michael.

– ¡Hola, Michael! Encantado de conocerte.

– iHola!

– Me llamo Sean. Tu padre y yo habíamos sido amigos hace un montón de años.

Dave se percató de que a Michael le complacía la voz de Sean. Sin lugar a dudas, Sean tenía una voz muy especial, parecida a la del tipo que hacía la voz en off de los avances cinematográficos de la temporada, y Michael se alegró al oirla, viendo la leyenda, tal vez, de su padre y de aquel desconocido alto y seguro de si mismo cuando eran niños y jugaban en las mismas calles, y con los mismos sueños que los de Milchael y sus amigos.

– Encantado de conocerle -dijo Michael.

– El placer es mío, Michael. -Sean estrechó la mano de Michael y después se levantó y miró a Dave-. ¡Un chico muy majo, Dave! ¿Cómo está Celeste?

– Muy bien.

Dave intentó recordar el nombre de la mujer con la que Sean se había casado, pero sólo recordaba que la había conocido en la universidad. ¿Laura? ¿Erin?

– Salúdala de mi parte, ¿quieres?

– Por supuesto. ¿Aún sigues en la policía estatal?

Dave entornó los ojos en el momento en que el sol salía de detrás de una nube y reverberaba con fuerza en el resplandeciente maletero negro del sedán oficial.

– Sí -contestó Sean-. De hecho, te presento al sargento Powers, Dave. Mi jefe. Del Departamento de Homicidios de la Policía del Estado.

Dave estrechó la mano del sargento Powers, y la palabra quedó entre ellos, flotando en el aire. Homicidio.

– ¿Cómo está?

– Bien, señor Boyle. ¿Y usted?

– Bien.

– Dave -dijo Sean-, si tienes un momento libre, nos encantaría hacerte un par de preguntas rápidas.

– Por supuesto. ¿Qué pasa?

– ¿Qué le parece si vamos dentro?

El sargento Powers inclinó la cabeza hacia la puerta principal de la casa de Dave.

– ¡Sí, claro! -Dave volvió a coger a Michael de la mano-. Síganme.

Cuando pasaban por delante de la casa de McAllister en dirección a las escaleras, Sean comentó:

– He oído decir que, incluso aquí, los precios del alquiler han subido mucho.

– Incluso aquí -repitió Dave-. Parece que quieran convertirlo en un barrio similar al de la colina, con una tienda de antigüedades en cada esquina.

– Si, la colina -dijo Sean con una risa sofocada- ¿Recuerdas la casa de mi padre? Ahora es un bloque de pisos.

– ¡No puede ser! -exclamó Dave-. ¡Con lo bonita que era!

– Evidentemente la vendió antes de que los precios se pusieran por las nubes.

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