Dennis Lehane - Rio Mistico

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Jimmy, Dave y Sean crecieron juntos en la sección peligrosa de Boston. Veinticinco años después vuelven a reunirse, cuando la hija de 19 años de Jimmy es brutalmente asesinada. Sean, que ahora es policía, es asignado para resolver el caso. Además de desenredar este crimen, Sean deberá estar pendiente de su amigo Jimmy, quien busca vengarse del asesino de su hija. Conectado al crimen por una serie de circunstancias, Dave se ve obligado a enfrentarse con los demonios de su propio pasado. A medida que la investigación se concentra alrededor de estos tres amigos, se despliega una siniestra historia, que tiene que ver con la amistad, la familia y la inocencia perdida demasiado pronto.

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– Parece ser que sólo ves a tu familia y a tus amigos en las bodas y en los velatorios. ¿No es así, Jim?

– Así es -respondió Jimmy, intentando liberarse aún de la sensación que lo acompañaba desde las cuatro de la tarde del día anterior; la sensación de que su verdadero ser se cernía por encima de su cuerpo, flotando por el aire con movimientos algo frenéticos, intentando encontrar un camino de vuelta a su propia piel antes de que se cansara de todo ese aleteo, y cayera, como una piedra, dentro del negruzco centro de la tierra.

Theo apoyó las manos sobre sus rodillas y se quedó mirando a Jimmy hasta que éste alzó la cabeza y le miró a los ojos.

– ¿ Cómo lo llevas por el momento? Jimmy se encogió de hombros y respondió:

– Aún no me lo acabo de creer.

– Cuando lo hagas, será muy doloroso, Jim.

– Ya me lo imagino.

– Muchísimo. Yate lo aseguro yo.

Jimmy volvió a encogerse de hombros y sintió cómo cierto indicio de emoción, ¿ de ira, tal vez?, brotaba desde la mismísima boca de su estómago. Eso era precisamente lo que más necesitaba en ese momento: que Theo Savage le hiciera un discurso apasionado sobre el dolor. ¡Mierda!

Theo, inclinándose hacia delante, prosiguió:

– Cuando se murió mi Janey, y que Dios la bendiga, Jim, tardé seis meses en recuperarme. Mi hermosa mujer estaba aquí y, de repente, al día siguiente había desaparecido -hizo castañetear sus gruesos dedos-. Ese día Dios ganó a un ángel y yo perdí a una santa. Pero, gracias a Dios, los hijos ya eran mayores. Lo que te quiero decir es que pude pasarme seis meses llorando su pérdida. Me pude permitir ese lujo. Sin embargo, Jim, tú no puedes.

Theo se recostó en la silla y Jimmy volvió a notar esa sensación de burbujeo. Hacía más de diez años que Janey Savage había muerto, y Theo le había dado a la botella durante mucho más de seis meses. Más bien fueron dos años. Le había dado a la bebida casi toda la vida, pero cuando Janey murió, aún bebió mucho más. Cuando Janey vivía, le había prestado la misma atención que a un trozo de pan seco.

Jimmy aguantaba a Theo porque no le quedaba más remedio; después de todo, era el padre de su mujer. Visto desde fuera, seguro que parecían amigos. Tal vez Theo pensara que lo fueran. Y la edad había enternecido a Theo hasta tal extremo que amaba a su hija abiertamente y malcriaba a sus nietos. Sin embargo, una cosa era no juzgar a un tipo por sus pecados pasados, y otra muy diferente era tener que aguantar sus canse] os.

– ¿Entiendes lo que te quiero decir? -le preguntó Theo-. Asegúrate de que tu dolor no se convierta en indulgencia, Jim, y de que no te haga abandonar tus responsabilidades familiares.

– Mis responsabilidades familiares -repitió Jimmy.

– Sí, debes cuidar de mi hija y de esas pequeñas niñas. En este momento deben ser lo más importante para ti.

– jAjá! -contestó Jimmy-. ¿Qué te ha hecho pensar que iba a olvidarme, Theo?

– No he dicho que fueras a hacerlo, sino que podría pasarte. Eso es todo.

Jimmy observó la rótula izquierda de Theo e, imaginándose que estallaba en un baño de sangre, dijo: -Theo.

– Sí, Jim.

Jimmy vio cómo la otra rótula saltaba por los aires y, dirigiendo la mirada hacia los codos, le preguntó:

– ¿No crees que podríamos haber mantenido esta conversación un poco más adelante?

– Es mucho mejor tenerla ahora.

Theo se rió con su característica estridencia, aunque con cierto aire de advertencia.

– ¿Mañana, por ejemplo? -Jimmy apartó la vista de los codos de Theo y la alzó hasta sus ojos-. ¿No crees que mañana habría estado bien, Theo?

– ¿Qué te acabo de decir, Jimmy? -Theo se estaba enfadando. Era un hombre corpulento de temperamento violento; Jimmy era consciente de que eso asustaba a mucha gente, veía el miedo en los rostros de la calle, pero él se había acostumbrado a ello y lo había confundido por respeto-o Tal y como yo lo veo, no existe el momento ideal para mantener esta conversación, ¿no crees? Por lo tanto, he pensado que cuanto antes la tuviéramos, mejor.

– Claro -asintió Jimmy-. Como has dicho antes, mucho mejor tenerla ahora, ¿ no es así?

– Así es. Buen chico. -Theo le dio una palmadita en la rodilla y se puso en pie-o Lo superarás, Jimmy. Saldrás adelante. Será muy doloroso, pero lo conseguirás. Porque eres un hombre de verdad. El día de vuestra boda dije a Annabeth: «Cariño, te llevas a un auténtico hombre de la vieja escuela. Un tipo perfecto. Un campeón. Un tipo que…»

– Como si la hubieran puesto en una bolsa -dijo Jimmy.

– ¿ Cómo dices?

Theo se lo quedó mirando.

– Ésa es la sensación que tuve ayer por la noche cuando identifiqué a Katie en el depósito de cadáveres. Como si alguien la hubiera metido en una bolsa y la hubieran golpeado con un tubo de metal.

– Sí, bien, no permitas que…

– Ni siguiera hubiera podido ver de la raza que era, Theo. Podría haber sido negra, podría haber sido puertorriqueña, como su madre. Podría haber sido árabe. Sin embargo, no parecía blanca -Jimmy se contempló las manos, entrelazadas entre las rodillas, y se percató de unas manchas en el suelo de la cocina, una de color marrón, de mostaza' junto a su pie izquierdo, junto a la pata de la mesa-. Janey murió mientras dormía, Theo. Con el debido respeto y todo eso, pero es así. Se fue a dormir y nunca se despertó. De forma tranquila.

– No es necesario hablar de Janey, ¿de acuerdo?

– Sin embargo, a mi hija la han asesinado. No es lo mismo.

Durante un momento, la cocina estuvo en silencio; en realidad, zumbaba de silencio, de ese modo peculiar en que suena un piso vacío cuando el de abajo está abarrotado de gente, y Jimmy se preguntaba si Theo sería lo bastante estúpido para continuar hablando. «Venga, Theo, di alguna tontería. Tengo el estado de ánimo perfecto para eso, como si necesitara librarme de esa sensación de burbujeo y pasársela a cualquier otra persona.»

– Mira, lo comprendo -dijo Theo, y Jimmy dejó escapar un suspiro por la nariz-. Lo comprendo, Jim, pero no hace falta que…

– ¿Qué? -preguntó Jimmy-. No hace falta que ¿qué? Alguien apuntó a mi hija con una pistola y le hizo saltar la cabeza por los aires, y tú te quieres asegurar de que, ¿de qué?, de que no olvide mis responsabilidades familiares. Dime, por favor. ¿Te he entendido bien? ¿Qué quieres? ¿ Seguir aquí jugando al gran patriarca?

Theo bajó los ojos, respiró profundamente por la nariz y, con ambos puños apretados y flexionados, exclamó:

– ¡No creo que me merezca esto!

Jimmy se puso en pie y volvió a dejar la silla junto a la mesa de la cocina. Levantó una nevera del suelo, miró hacia la puerta y sugirió: -¿Podemos volver al piso de abajo, Theo?

– Claro -respondió Theo. Dejó la silla donde estaba y levantó otra nevera del suelo-. De acuerdo, de acuerdo. Ha sido una mala idea intentar hablar contigo precisamente esta misma mañana. Aún no estás preparado, pero…

– Theo. Déjalo. ¿Qué te parece si ya no dices nada más? ¿De acuerdo? Jimmy cogió la nevera y empezó a bajar por las escaleras. Se preguntó si habría herido los sentimientos de Theo, pero se dio cuenta de que, realmente, le importaba una mierda si lo había hecho. ¡Que se jodiera! Seguro que en ese momento ya le habían empezado a practicar la autopsia a Katie. Jimmy todavía podía oler su cuna, pero en la sala del forense ya estarían disponiendo los escalpelos y los extensores del tórax, y accionando las sierras para cortarle los huesos.

Más tarde, cuando todo estaba más tranquilo, Jimmy salió al porche trasero y se sentó bajo la ropa que ondeaba. Desde el sábado por la tarde, de las cuerdas de tender extendidas a lo largo del porche. Se sentó allí al calor del sol, mientras un mono vaquero de Nadine se balanceaba a un lado y otro de su cabeza. Annabeth y las chicas habían llorado toda la noche, habían llenado la casa con sus llantos, y Jimmy pensó que se les uniría en cualquier momento. Sin embargo, no lo hizo. Había gritado en la colina cuando la mirada de Sean Devine le había indicado que su hija estaba muerta. Gritó hasta quedarse afónico. Pero aparte de eso, había sido incapaz de expresar ningún otro sentimiento. Así pues, se sentó en el porche, deseando que le llegaran las lágrimas.

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