Dennis Lehane - Rio Mistico

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Jimmy, Dave y Sean crecieron juntos en la sección peligrosa de Boston. Veinticinco años después vuelven a reunirse, cuando la hija de 19 años de Jimmy es brutalmente asesinada. Sean, que ahora es policía, es asignado para resolver el caso. Además de desenredar este crimen, Sean deberá estar pendiente de su amigo Jimmy, quien busca vengarse del asesino de su hija. Conectado al crimen por una serie de circunstancias, Dave se ve obligado a enfrentarse con los demonios de su propio pasado. A medida que la investigación se concentra alrededor de estos tres amigos, se despliega una siniestra historia, que tiene que ver con la amistad, la familia y la inocencia perdida demasiado pronto.

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El desagüe. Eso era lo que había olvidado. La noche anterior le había dicho a Dave que limpiaría con lejía las tuberías de debajo del fregadero para eliminar todo rastro de pruebas. Se puso a ello de inmediato; se arrodilló en el suelo de la cocina, abrió el armario de debajo del fregadero y se quedó mirando los productos de limpieza y los trapos hasta que vio la llave inglesa en la parte trasera del armario. Fue a alcanzarla, intentando no hacer caso de la fobia que sentía cada vez que tenía que meter la mano allí dentro; siempre tenía esa sensación irracional de que había una rata esperándole debajo del montón de trapos, esnifando el aire al olerle la piel, levantando el hocico de entre los trapos, con los bigotes temblorosos…

Agarro la llave inglesa con rapidez, y después la sacudió entre los trapos y los productos de limpieza, a sabiendas de que el miedo que tenía era infundado, pero con determinación, que por algo las llamaban fobias. No le gustaba nada tener que meter la mano en lugares bajos y oscuros. Rosemary había tenido un miedo atroz a los ascensores; su padre había detestado las alturas, y a Dave le daban sudores fríos cada vez que tenía que ir al sótano.

Colocó un cubo debajo de la tubería por si salía un exceso de agua. Se puso boca arriba, levantó el brazo y desenroscó el sifón con la llave inglesa; después le fue dando vueltas con la mano hasta que se soltó, y el agua empezó a caer a borbotones dentro del cubo de plástico. Por un instante temió que la cantidad de agua fuera a rebasar el cubo, pero enseguida se convirtió en un simple goteo, y vio cómo un montoncito oscuro de pelos y unos cuantos granos de maíz caían al cubo después del agua. A continuación, tenía que desenroscar la tuerca más cercana a la pared trasera del armario; eso le costó un buen rato, pues se resistía, y IIegó un momento en que Celeste tuvo que empujar con los pies en el suelo del armario y que estirar de la llave inglesa con tanta fuerza que por un instante tuvo miedo de que ésta o su muñeca se fueran a partir en dos. Al cabo de un rato la tuerca cedió, tan sólo una fracción de centímetro, con un chirrido estridente y metálico; Celeste volvió a colocar la llave inglesa, estiró de nuevo y consiguió que la tuerca diera dos vueltas, pero se le seguía resistiendo.

Unos minutos más tarde el tubo entero del desagüe estaba frente a ella, en el suelo de la cocina. Tenía el pelo y la camisa empapados de sudor, pero experimentaba un sentimiento de logro que rayaba con el triunfo, como si hubiera estado luchando contra algo recalcitrante e indiscutiblemente masculino, músculo contra músculo, y hubiera ganado, Entre el montón de trapos encontró una camisa que le quedaba pequeña a Michael; la retorció con las manos hasta que pudo meterla por la tubería. La pasó por el interior varias veces hasta que tuvo el convencimiento que allí dentro sólo quedaban restos de herrumbre; después colocó la camisa en una bolsita de plástico. Cogió la tubería y una botella de lejía y salió al porche trasero; una vez allí, echó lejía por un extremo de ella, y dejó que el líquido saliera por el otro lado y fuera a parar a la tierra seca y enmarañada de una maceta cuya planta había muerto el verano anterior y que llevaba allí todo el invierno esperando que se deshicieran de ella.

Cuando hubo acabado volvió a colocar la tubería; le pareció mucho mas fácil colocarla de lo que le había parecido sacarla, y enroscó

El sifón de nuevo. Encontró la bolsa de basura en la que había guardado la ropa de Dave la noche anterior y añadió la bolsa con la camisa hecha jirones de Michael; después coló el contenido del cubo de plástico, lo tiró en el retrete, limpió el colador con un trozo de papel higiénico y tiró el papel dentro de la bolsa que contenía todo lo demás.

Así pues, allí estaban todas las pruebas.

O como mínimo, todas las pruebas que ella podía eliminar. Si Dave le había mentido sobre el cuchillo, sobre no haber dejado huellas dactilares en ninguna parte, o sobre los posibles testigos de su… ¿crimen? ¿defensa propia?, entonces no podría hacer nada por ayudarle. Sin embargo, ella había aceptado el desafío en su propia casa. Había transigido con todo lo que él le había impuesto desde que llegara a casa la noche anterior y lo había solucionado. Lo había conseguido. Volvía a sentirse mareada y poderosa, más entusiasta y más útil que nunca, y se dio cuenta, de forma repentina y agradable, de que aún era joven Y fuerte, y que desde luego no era una tostadora desechable ni ningún aspirador roto. Había sobrevivido a la muerte de sus padres, a años de problemas financieros, al susto de la neumonía de su hijo cuando éste sólo contaba con seis meses de edad, y no por ello se había vuelto más débil, tal y como había creído, sino que estaba sólo más cansada, pero aquello iba a cambiar ahora que había recordado quién era. Y, sin lugar a dudas, era una mujer que no se acobardaba ante los problemas, sino que los afrontaba y que decía: «De acuerdo, sácalo. Saca lo peor de tu persona. Ya me volveré a levantar, siempre. No tengo ninguna intención de marchitarme y morir; así que, ten cuidado».

Recogió la bolsa de basura de color verde del suelo y la retorció con las manos hasta que se asemejó al cuello descarnado de un hombre viejo; luego la alisó e hizo un nudo en la parte de arriba. Se detuvo, pensando que era extraño que la bolsa le hubiera hecho pensar en el cuello de un anciano. ¿De dónde le debía de venir aquella imagen? Se percató de que el televisor se había quedado sin imagen. Hacía un momento, Tiger Woods se paseaba por el green, y al instante siguiente la pantalla se había vuelto negra.

Se oyó un pitido y en la pantalla apareció una línea blanca. Celeste supo que si se había fundido el tubo de imagen del televisor, lo tiraría al porche. En aquel preciso momento y sin tener en cuenta las consecuencias.

Pero la Iínea blanca dio paso al plató del telediario. La presentadora, que parecía nerviosa y preocupada, dijo: «Interrumpimos la emisión para contarles una historia desgarradora. Valerie Corapi, nuestra enviada especial, se encuentra en la entrada del Penitentiary Park de East Buckingham, en el que la policía ha emprendido la búsqueda en gran escala de una mujer desaparecida. ¿Valerie?».

Celeste vio que el plano del estudio daba paso a una toma desde un helicóptero. Era una confusa visión aérea de la calle Sydney y del Penitentiary Park y de lo que parecía un ejército de policías moviéndose por todas partes. Divisó docenas de diminutas figuras, negras como hormigas por la distancia, que atravesaban el parque; también había botes de policía en el canal. Una hilera de aquellas figuras se dirigía con resolución hacia la arboleda que rodeaba la pantalla del antiguo autocine.

El helicóptero fue de un lado a otro a causa de una ráfaga de viento y el objetivo de la cámara se desenfocó; por un instante Celeste se encontró contemplando la zona del otro lado del canal, Shawmut Boulevard y su extensión de polígonos industriales.

– En este mismo momento, nos encontramos en East Buckingham, donde, a primera hora de la mañana, la policía inició una búsqueda en gran escala de una mujer desaparecida, y que prosigue ya bien entrada la tarde… Fuentes desconocidas han confirmado al Canal Cuatro que el coche abandonado de la mujer presenta indicios de que pueda haberse perpetrado en él un hecho abyecto. Bien, Virginia, esto… no sé si lo puedes ver…

La cámara del helicóptero dio un nauseabundo giro de ciento ochenta grados, dejó de enfocar los polígonos industriales de Shawmut y mostró un coche azul oscuro que estaba aparcado en la calle Sydney; la puerta estaba abierta y tenía toda la pinta de estar abandonado, mientras la policía daba marcha atrás a un camión para remolcarlo con él.

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