Dennis Lehane - Rio Mistico

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Jimmy, Dave y Sean crecieron juntos en la sección peligrosa de Boston. Veinticinco años después vuelven a reunirse, cuando la hija de 19 años de Jimmy es brutalmente asesinada. Sean, que ahora es policía, es asignado para resolver el caso. Además de desenredar este crimen, Sean deberá estar pendiente de su amigo Jimmy, quien busca vengarse del asesino de su hija. Conectado al crimen por una serie de circunstancias, Dave se ve obligado a enfrentarse con los demonios de su propio pasado. A medida que la investigación se concentra alrededor de estos tres amigos, se despliega una siniestra historia, que tiene que ver con la amistad, la familia y la inocencia perdida demasiado pronto.

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La periodista continuó:

– Lo que están viendo en estos momentos es, según me han informado, el coche de la mujer desaparecida. La policía lo encontró esta mañana e inició la búsqueda de inmediato. Ahora bien, Virginia, nadie nos ha confirmado el nombre de la mujer desaparecida o los motivos de una presencia policial, que, como puedes ver, es desmesurada. Sin embargo, fuentes próximas a Canal Cuatro han corroborado que la búsqueda parece centrarse alrededor de la pantalla del antiguo autocine, que, como es bien sabido por todos, se usa como escenario teatral en verano. Pero lo que estamos viendo en este momento no tiene nada de ficticio, sino que es real. ¿Virginia?

Celeste intentaba descifrar lo que acababa de oír. No estaba muy segura de lo que habían dicho, a excepción de que, de hecho, la policía había ocupado su barrio, como si lo hubieran tomado.

La presentadora también parecía un poco confundida; daba la impresión de que le dijeran, en una lengua que ella no comprendía, que debía interrumpir la emisión. Acabó diciendo: -«Les mantendremos informados del desarrollo de esta noticia… a medida que nos llegue más información. Ahora devolvemos la conexión a nuestra programación habitual».

Celeste cambió de cadena repetidas veces, pero, según parecía, ninguna de las otras cadenas daba aún información sobre aquella historia; así pues, volvió al golf y dejó el volumen bien alto.

Alguien de las marismas había desaparecido. Habían encontrado el coche abandonado de una mujer en la calle Sydney. Pero la policía no acostumbraba hacer un gran despliegue de fuerzas, era algo importante, pues había visto coches patrulla de los federales y de los estatales en la calle Sydney, para tratarse simplemente de que una mujer hubiera desaparecido. Debía de haber algo en aquel coche que hubiera sugerido violencia. ¿Qué había dicho la periodista?

Indicios de algún acto abyecto. Eso era.

Estaba convencida de que habían encontrado sangre. No podía ser otra cosa. Pruebas. Contempló la bolsa que aún llevaba enroscada en la mano y pensó:

«Dave».

11. LLUVIA ROJA

Jimmy estaba de pie al otro lado de la cinta policial, ante una barrera desordenada de policías, mientras Sean se alejaba entre los matorrales y se adentraba en el parque, sin volver la vista atrás ni una sola vez.

– Señor Marcus -le dijo Jefferts, uno de los polis, ¿quiere que le traiga un café o cualquier otra cosa?

El policía observó la frente de Jimmy, y éste sintió un aire de desprecio y de lástima en la mirada insegura del poli y en la forma de rascarse la barriga con el dedo pulgar. Sean les había presentado: le había dicho a Jimmy que aquél era el agente Jefferts, un buen hombre, y a Jefferts le había dicho que Jimmy era el padre de la mujer que… era la propietaria del coche abandonado, que le llevara cualquier cosa que pudiera necesitar y que le presentara a Talbot cuando ésta llegara. Jimmy se imaginó que Talbot debía de ser una psicóloga del cuerpo de policía o alguna asistente social despeinada con un montón de facturas universitarias por pagar y un coche que olía a Burger King.

Pasó por alto el ofrecimiento de Jefferts y cruzó al otro lado de la calle donde estaba Chuck Savage.

– ¿Cómo estás, Jimmy?

Jimmy negó con la cabeza, convencido de que empezaría a vomitar si intentaba expresar en voz alta todo lo que sentía.

– ¿Llevas el teléfono móvil?

– Sí, claro.

Chuck registró la cazadora con las manos. Dejó el teléfono en la mano abierta de Jimmy, éste marcó 003 y le salió una voz grabada que le preguntaba la ciudad y el estado desde el que llamaba; dudó unos instantes antes de contestar, y se imaginó cómo las palabras viajarían a través de kilómetros y kilómetros de cable de cobre hasta ir a parar vertiginosamente al alma de algún colosal ordenador con luces rojas en vez de ojos.

– ¿Qué listado? -preguntó el ordenador.

– Chuck E. Cheese's.

Jimmy sintió una oleada repentina de terror amargo al tener que pronunciar un nombre tan ridículo en medio de la calle y cerca del coche vacío de su hija. Deseaba colocar el teléfono entre los dientes, morderlo y oír cómo se rompía.

Cuando consiguió el número de teléfono y marcó, tuvo que esperar a que llamaran a Annabeth por el altavoz. Quienquiera que fuera que hubiera contestado el teléfono no había apretado la tecla de espera, tan sólo apoyó el auricular en un mostrador, y Jimmy podía oír los ecos metálicos del nombre de su mujer: «Se ruega a Annabeth Marcus que se ponga en contacto con el personal de recepción. Annabeth Marcus». Le llegaba el sonido del repique de campanas y de ochenta o noventa niños corriendo de un lado a otro como locos, estirándose el pelo y gritando, entremezclado con voces desesperadas de adultos que intentaban comunicarse a pesar de todo el estrépito. Repitieron el nombre de su mujer, que resonó. Jimmy se la imaginó levantando la vista al oír el sonido, confusa y agotada, rodeada por todo el pelotón de Primera Comunión de Santa Cecilia luchando por conseguir trozos de pizza.

Entonces oyó su voz, apagada y curiosa: «¿Me han llamado?». Por un instante, Jimmy tuvo ganas de colgar. ¿Qué le diría? ¿Qué sentido tenía llamarla sin saber hechos concretos, tan sólo con el miedo de su propia imaginación demente? ¿No sería mejor dejar que ella y las niñas disfrutaran un poco más de la paz de no saber?

Sin embargo, sabía que, tal y como estaban las cosas, ya había demasiado dolor; Annabeth se sentiría ofendida si no le contaba nada de lo sucedido, mientras que él se tiraba de los pelos junto al coche de Katie en la calle Sydney. Recordaría su felicidad con las niñas como inmerecida y, peor aún, como un engaño, una falsa promesa. Annabeth le odiaría por ello.

Oyó su voz apagada de nuevo: «¿Este?» Y el ruido que hizo al levantar el teléfono del mostrador. «¿Dígame?».

– Cariño…- consiguió decir Jimmy con voz ronca.

– ¡Jimmy! -exclamó con cierto nerviosismo-. ¿Dónde estás?

– Estoy… Mira… Me encuentro en la calle Sydney.

– ¿Qué pasa?

– Annabeth, han encontrado su coche.

– ¿El de quién?

– El de Katie.

– ¿Han? ¿Quién? ¿La policía?

– Sí. Ha… desaparecido. En los alrededores de Pen Park.

– ¡Santo cielo! ¡No puede ser! ¡Jimmy!

En aquel momento Jimmy sintió que le salía todo: el miedo, la horrible certeza, todos aquellos terribles pensamientos que había mantenido aprisionados en algún lugar de su cerebro.

– Aún no se sabe nada, pero su coche ha estado aquí toda la noche y la policía…

– ¡Por el amor de Dios, Jimmy!

– …la está buscando por todo el parque. Hay muchos. Así pues…

– ¿Dónde estás?

– Estoy en la calle Sydney. Mira…

– ¿Qué coño haces en la calle? ¿Por qué no estás ahí dentro?

– Porque no me dejan pasar.

– ¿La policía? ¿Y quién coño se creen que son? ¿Acaso es su hija la que está ahí dentro?

– No, mira, yo…

– ¡Haz el favor de entrar! ¡Santo Dios! Podría estar herida. Tirada en cualquier sitio, herida y pasando frío.

– Ya lo sé, pero ellos…

– Voy ahora mismo.

– De acuerdo.

– Haz el favor de entrar, Jimmy. Por el amor de Dios, ¿qué te pasa?. Colgó.

Jimmy devolvió el teléfono a Chuck, y supo que Annabeth tenía razón. Tenía tanta razón que Jimmy, al percatarse de que se arrepentiría de su impotencia de los últimos cuarenta y cinco minutos para el resto de su vida, se sintió morir; nunca sería capaz de pensar en ello sin desmoralizarse, sin intentar apartarlo de sus pensamientos. ¿Cuándo se había convertido en aquello, en aquel hombre que contestaba a unos polis de mierda: «Sí, señor; no, señor; tiene razón, señor…» cuando su hija mayor había desaparecido? ¿Cuándo había sucedido? ¿Cuándo se había puesto de pie junto a un mostrador y se había bajado los pantalones a cambio de poder sentirse como un ciudadano honrado?

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