David Liss - El asesino ético

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Cuando Lem acepta el puesto de vendedor de enciclopedias para poder costearse sus estudios, poco sospecha que será testigo presencial de un crimen, y que el criminal lo implicará directamente a él. A partir de ahí, Lem tendrá que desentrañar una compleja trama de corrupción y tráfico de animales que lo obligará a conocer al peculiar asesino, una especie de Robin Hood inteligente y socarrón que libra su propia cruzada en un mundo hostil y corrompido.

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– De acuerdo.

Volvieron a donde estaba Rose, que seguía sonriendo como si estuviera a punto de entregar un telegrama cantado.

– Tendré el dinero la semana que viene -dijo B. B.-, pero es la última vez.

– Vamos, amigo. Ya sabes que no puedo garantizarte nada.

– Nosotros tampoco. Me entiendes, ¿verdad?

– Pues claro, B. B.

– Tengo que volver adentro.

– Sí. Si no, a ese chico a lo mejor se le ocurre empezar a hacerse él mismo de mentor.

B. B. entró en el restaurante, pero Desiree siguió apoyada contra el coche limpito, mirando a Otto con los brazos cruzados. Su pelo rubio y sucio, que le llegaba al hombro, se agitaba levemente con el viento y le envolvía el rostro, resaltando aún más su nariz afilada. Desiree sabía que si se mantenía en aquella posición podía parecer más mordaz y furiosa, y en aquellos momentos quería parecer furiosa. Aún no estaba preparada para enfrentarse a B. B. No estaba preparada para decir las cosas que tenía que decir. Aquello tenía que acabarse, eso lo sabía, pero no tenía por qué ser aquella noche.

No era por miedo. La gente que no conocía a B. B. personalmente, que solo conocía su reputación o el volumen y lo ingenioso de sus actividades, le temía. Pero ella lo conocía bien. No, no era miedo. Era su sentido de la responsabilidad… y la pena. En cambio Otto Rose no le daba ninguna pena.

– Oh, vamos, Desiree. No me mires así, bonita. Sabes que son negocios. Si trabajas para un hombre como B. B., lo normal es que haya gente como yo que le trate como se merece.

Ella meneó la cabeza.

– No quieras hacerme hablar mal de B. B., Otto.

– Tienes razón. Uno no es nada si no es capaz de ser leal. Siento haberte hablado así. No volveré a decir nada sobre B. B., pero ¿te importa si te digo algo sobre ti?

– Si crees que tienes que hacerlo… -Su expresión se distendió un poco.

Otto dio un paso hacia ella.

– Eres demasiado… demasiado buena para trabajar para alguien como B. B. Y no me refiero solo a tu trabajo, aunque sé que eres muy competente. Lo que quiero decir es que eres una buena persona.

– Pues no parece que tú tengas ningún problema para tratar con él.

El se rió.

– Soy político, querida mía. Es demasiado tarde para que yo sea bueno. Pero no lo es para ti. Tú eres joven y adorable y tienes talento. ¿Por qué no le dejas?

Desiree no podía contestar a aquella pregunta, y tuvo que reprimir la necesidad física de agacharse. En aquellos momentos no quería preguntas.

– Estoy en deuda con él, ¿de acuerdo? Es todo lo que puedo decirte.

– Lo sé. Pero ¿hasta qué punto lo estás? ¿Estás tan en deuda con él como para ayudarle a hacer las cosas que hace? ¿O para ayudarle con esos chicos?

– Solo es su mentor, Otto. Nadie puede decir nada malo sobre B. B. y sus chicos. Vivo en la misma casa que él, ¿lo recuerdas? Soy su asistenta interina.

– Sí, claro. Es mejor que todos crean que sois amantes. Mira, Desiree, a lo mejor no hace nada con esos chicos, pero sabes igual que yo que quiere hacerlo. ¿Cuánto crees que tardará en ceder a la tentación?

– No quiero escucharte. No te escucharé.

– No quiero presionarte. Solo quería ayudar, lo que pasa es que me entusiasmo demasiado. No hablemos de B. B. Hablemos de ti, querida mía.

– ¿Qué? ¿No irás a pedirme una cita? -preguntó, pero lo dijo con voz juguetona, procurando no sonar amarga o sarcástica.

– No me atrevería a soñar con tener tanta suerte -dijo él-. Había pensado en algo un poco más formal. Sé que dependes de la protección de B. B., quizá sentirías que tienes otras opciones si otra persona te ofreciera su protección.

– ¿Tú?

– Puedo ofrecerte un trabajo en mi oficina. Sé lo que vales, y te prometo que sería un trabajo de categoría. Claro que, en política, no hay trabajos bien pagados, pero sería una buena oportunidad para una joven con talento como tú.

– ¿Qué clase de protección me puedes ofrecer si cada vez que hay elecciones existe el riesgo de que te echen?

Él se rió.

– ¿Quién puede hacerme sombra? Al menos tendrías que pensarlo, cielo.

Ella asintió.

– ¿Por qué no nos sentamos unos minutos en mi coche?

– ¿Seguro que no estás pidiéndome una cita? -preguntó ella otra vez.

– Estoy casi seguro.

Otto la acompañó hasta su inmenso Oldsmobile, pintado de un amarillo sol. Le abrió la puerta del lado del acompañante y ella se sentó en el asiento de cuero. Luego dio la vuelta, ocupó su sitio, metió la llave en el contacto y puso el motor en funcionamiento. Al momento el aire acondicionado se puso en marcha y les llegó el murmullo apagado de la música dance por la radio.

Otto colocó una mano sobre la mano de ella. Quizá la idea era ofrecerle un trabajo, pero no estaba muy seguro de que ella no quisiera darle algo más.

– ¿Te digo lo que estoy pensando?

– Primero deja que te diga una cosa -dijo ella. Y entonces, con la rapidez de una cobra, su mano salió disparada al cuello del hombre y se colocó a horcajadas sobre él, como si estuvieran pegando un polvo. Desiree notaba el bulto bajo los pantalones, cada vez más pequeño. Ahora lo tenía cogido con las dos manos y hacía presión con todo su cuerpo, que no pasaría de los cuarenta y cinco kilos.

Le gustaba el calor de su piel, la sensación de tener su cuello entre las manos, su cuerpo entre los muslos. Era sexy, pero no exactamente sexual. Hacía que se sintiera poderosa, y eso le gustaba.

Desiree sabía muy bien que tenía las manos pequeñas, que no tenía fuerza. La sorpresa y las limitaciones del coche jugaban a su favor, pero Otto podía soltarse si lo intentaba, si realmente lo intentaba. Aun así, la desorientación de Otto le daba unos segundos cruciales de ventaja, y tenía intención de estar muy lejos de allí antes de que el hombre tuviera tiempo de pensar en revolverse.

– Otto, llevamos mucho tiempo haciendo negocios -le dijo-, y ha sido beneficioso para todos, pero si vuelves a hacer algo así, te mataré. Si tratas de humillar a B. B., si haces insinuaciones sobre él o lo utilizas, te mato. Te crees más listo que él, y crees que yo soy maja, y a lo mejor tienes razón. Pero no te olvides de que los dos somos otras cosas. -Le soltó la garganta-. No te conviene tenerlo como enemigo.

Otto tosió y se llevó una mano a la nuez, pero por lo demás se mantuvo tranquilo.

Una pareja de ancianos pasó por el aparcamiento mirando descaradamente a la mujer menuda y blanca que estaba sentada sobre el hombre grande y negro en el coche.

– Tengo que hacer unas llamadas -dijo Desiree. Le dio un beso rápido, un pico, pero directamente sobre los labios secos, y entonces se bajó y abrió la puerta del lado del acompañante. El anciano apartó la mirada, pero la mujer siguió mirándola-. ¿Quiere decirme algo? -le preguntó Desiree, y la mujer apartó sus ojos vacíos y críticos.

Otto aún se estaba recuperando de la sorpresa. Estiró el brazo para cerrar la puerta de su lado pero su mirada se cruzó con la de Desiree y, de todas las respuestas posibles, se limitó a dedicarle otra de sus sonrisas.

– ¿Significa eso que no quieres el trabajo, querida?

– De momento no. -Desiree fue hasta el Mercedes de B. B. y meneó la cabeza lentamente. El caso es que, sí, quizá Otto jugaba y maquinaba, y a su manera quizá era tan malo como B. B., pero tenía sentido del humor, y solo por eso deseó no tener que volver a echarle las manos al cuello nunca más.

6

Allí estaba yo, superviviente de un doble homicidio, en los retretes públicos del Kwick Stop. Cuando me dirigía hacia la tienda me di cuenta de que me estaba meando. Tenía tantas ganas que me sorprendió no haberme meado encima durante el tiroteo. Tuve que hacer un esfuerzo para no correr a un árbol y echar una meada bajo el cielo estrellado. Pero orinar en un retrete público tampoco me pareció buena idea. ¿Y si me cogían? ¿Y si la policía me atrapaba y encontraba pruebas? Pelo, fibras, ese tipo de cosas. Mis conocimientos sobre las técnicas de investigación policial procedían de una mezcla de películas y series, así que en realidad no tenía ni idea de cómo funcionaba aquello.

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