David Liss - El asesino ético

Здесь есть возможность читать онлайн «David Liss - El asesino ético» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El asesino ético: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El asesino ético»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Cuando Lem acepta el puesto de vendedor de enciclopedias para poder costearse sus estudios, poco sospecha que será testigo presencial de un crimen, y que el criminal lo implicará directamente a él. A partir de ahí, Lem tendrá que desentrañar una compleja trama de corrupción y tráfico de animales que lo obligará a conocer al peculiar asesino, una especie de Robin Hood inteligente y socarrón que libra su propia cruzada en un mundo hostil y corrompido.

El asesino ético — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El asesino ético», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

¿Y si Chuck era todo lo que aparentaba? ¿Listo, con inquietudes, con un gran potencial de adaptación? ¿Podría pasar más tiempo con él? ¿Qué diría la inútil de la madre? ¿Qué diría Desiree? No podría hacer nada sin Desiree, y B. B. sabía, no del todo conscientemente, que no lo vería con buenos ojos.

Chuck volvió a concentrarse en el palito de pan. Lo cogió y estaba a punto de darle un bocado cuando B. B. estiró el brazo y lo sujetó con suavidad por la muñeca. Normalmente B. B. no tocaba a los chicos. No quería que ni ellos ni nadie se hicieran una idea equivocada. Aun así, a veces, cuando dos personas están juntas, es inevitable cierto contacto físico. La vida es así. Quizá se rozaban accidentalmente. B. B. le ponía la mano en el hombro con afecto, o le revolvía el pelo, le ponía la mano en la espalda, le daba una palmada en el culo para que se diera prisa. O algo como lo que acababa de hacer.

Chuck estaba a punto de meterse el palito en la boca cuando B. B. le vio las uñas. Mugre negra, compactada en discretos pegotes geológicos, hibernando al amparo de unas uñas que tendrían que haberse cortado hacía semanas. Algunas cosas podían perdonarse, incluirse en la categoría de «los niños son niños» y mirar para otro lado. Pero otras no. Algunas cosas eran demasiado graves para no hacer caso. Si B. B. iba a ser su mentor, tenía que hacer su trabajo.

Siguió sujetándolo por la muñeca, sin mover la mano.

– Quiero que dejes ese bastoncito -le dijo- y vayas a lavarte las manos antes de comer. Restriégate bien esas uñas. Cuando vuelvas quiero verlas bien limpias.

Chuck se miró las uñas, y luego lo miró a él. No tenía padre, y su madre era un tapón de mujer, e impaciente. El hermano mayor estaba en una silla de ruedas por culpa de un accidente de tráfico. La enana impaciente de la madre había estrellado su Chevy Nova contra una palma cana hacía unos años, y B. B. estaba seguro de que la bebida tuvo mucho que ver. Probablemente Chuck dormía en un ruinoso sofá cama con muelles, tan flexible y acogedor como un tenedor doblado. Iba muy mal en la escuela porque no hacía caso a los profesores y durante las clases leía lo que le apetecía. No era el más débil, pero recibía su dosis de golpes, y también repartía.

Chuck tenía mucho orgullo, el orgullo frágil y amargo de un niño desesperado. B. B. lo había visto otras veces, niños desposeídos cuyos rostros enrojecían y enseñaban los dientes como lémures acorralados, tomándola con su mentor porque su orgullo exigía que se revolvieran contra alguien, incluso si ese alguien era la única persona en el mundo que realmente se preocupaba por ellos. B. B. lo entendía, lo esperaba, y sabía cómo manejar la situación.

Sin embargo, nada de eso pasó esta vez.

Chuck se miró las uñas y luego lo miró a él con otra de esas sonrisas de autodesprecio que hacían que B. B. sintiera que se derretía.

– Están muy sucias -concedió-. Iré a lavármelas.

B. B. le soltó la muñeca.

– Eres un buen muchacho -le dijo. Y entonces lo vio alejarse. Tenía buen aspecto, eso no se podía negar. Había hecho un esfuerzo por adecentar sus mejores ropas: un par de chinos verdes y una camisa blanca. Un cinturón de tela y calcetines a juego con los zapatos marrones. Y se había limpiado los zapatos. Todo eso significaba una cosa: quería que fuera su mentor.

Volvió en menos de dos minutos. Se limpió las uñas y volvió. Ni siquiera se había parado a hacer un pis. Se sentó, dio otro sorbo al vino y le hizo un gesto de asentimiento a B. B., como si acabaran de firmar un contrato.

– Gracias por traerme a comer, señor Gunn. Le estoy muy agradecido.

– Es un placer, Chuck. Eres un chico excepcional, y me alegra poder ayudarte.

– Es muy amable. -Chuck le mantuvo la mirada con una seguridad muy adulta.

El hormigueo astronómico volvía a estar ahí, convertido en el acontecimiento cósmico privado de B. B. Era casi como si Chuck estuviera tratando de decirle algo, de hacerle saber que se sentía cómodo con la amistad que había entre ellos. B. B. miró al jovencito, tan delgado, con una cara demasiado redonda, el pelo castaño y revuelto, los ojos marrones extrañamente brillantes. Sí, estaba tratando de decirle algo: que estaba listo para que fuera su mentor, fuera cual fuese la clase de mentor que B. B. quería ser. Había electricidad en el aire.

Chuck se terminó su vino y B. B. le sirvió más. Luego el chico mordió la barrita de pan con fiereza. Las migas saltaron por toda la mesa y el sonido resonó en el restaurante. Chuck miró a su mentor casi con expresión de alarma. Pero vio su sonrisa divertida y dejó escapar una pequeña risa. Los dos rieron. Varios de aquellos zombies jubilados miraron con gesto de desaprobación. B. B. estableció contacto visual con ellos, desafiándolos a que dijeran algo.

Cuando el hombre negro se acercó a la mesa, B. B. pensó que se trataría del director, que iba a quejarse. Quizá alguno de los jubilados les había convencido para que iniciaran una política de no admisión de menores con efecto inmediato. Pero aquel hombre no trabajaba para el restaurante. Fue la oscuridad lo que le impidió reconocerlo enseguida. Era Otto Rose.

Llevaba un traje azul e, incluso con aquella luz tan escasa, B. B. se dio cuenta de que era casi azul eléctrico. El resto del atuendo era conservador y profesional: zapatos con cordones abrillantados, camisa blanca, corbata con un nudo grande y artístico. Otto se acercó a la mesa con esa elegancia imperial que tanto le gustaba exudar. Era como una mezcla de actor y dictador de un país del tercer mundo. Aunque apenas pasaba de los treinta, lo cual ya era bastante irritante, aparentaba poco más de veinte, incluso con la cabeza afeitada. B. B. tenía que ver con impotencia cómo su pelo clareaba más cada año que pasaba, tal vez incluso cada mes, y en cambio Otto se afeitaba la cabeza y le quedaba bien. La calva se veía reluciente a la luz de las velas.

La aparición súbita e inexplicable de Otto Rose era una mala noticia para B. B. Mala noticia porque se suponía que solo Desiree sabía dónde estaba. Mala noticia porque Otto Rose estaba allí plantado, viendo cómo ejercía de mentor, viendo cómo comía con un niño de once años en una brasería cara, con una botella de Saint-Estèphe y dos vasos en la mesa, uno de ellos para un menor. Mala noticia porque, sí, Otto podía ser un colega en el negocio, pero era la clase de colega que a B. B. le habría gustado quitarse de encima. Mala noticia porque no había ninguna razón en el mundo para que Rose fuera a buscarle allí a menos que tuviera una mala noticia.

– Hola, muchacho -le dijo Rose a Chuck. Su pastoso acento antillano brotó cuajado de hospitalidad y humor isleño, como siempre que se hacía el simpático. Puso la mano sobre la botella de burdeos-. ¿Me dejas que te sirva un poco más de vino o ya se ha ocupado de eso el señor Gunn?

Chuck se aferró a su palito, miró a Rose sin acabar de establecer contacto visual, pero no dijo nada. B. B. ya lo esperaba. Hay mucha diversidad en el sur de Florida: cubanos y judíos, blancos, haitianos, antillanos, negros y toda clase de sudamericanos y orientales y sabe Dios qué más. Pero lo cierto es que ninguno de esos grupos quería tener nada que ver con los otros. Los niños blancos no abrían la boca cuando había negros cerca. Los niños negros no abrían la boca cuando había blancos cerca. B. B. lo había visto montones de veces cuando hacía de mentor, y cuando uno quiere hacer de mentor conviene tener claro este tipo de cosas.

Sin embargo, Rose no se amilanó.

– Soy Otto Rose. ¿Cómo te llamas, señorito? -Le ofreció la mano.

Chuck sabía que estaba atrapado y, como no tenía escapatoria, decidió responder.

– Soy Chuck -dijo con voz decidida. El apretón de manos pareció firme, seguro.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El asesino ético»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El asesino ético» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El asesino ético»

Обсуждение, отзывы о книге «El asesino ético» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x