Robin Cook - ADN

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En el hospital más grande de Nueva York tiene lugar una serie de muertes, ante los ojos de la doctora encargada de las autopsias, inexplicables. El único punto en común entre los pacientes muertos -todos gozaban de muy buena salud- es que pertenecían al mismo seguro médico. Es la primera pista de una terrible historia en la que medicina, adelantos científicos y negocios se enfrentan en una trama de gran suspense…

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– ¿Qué me quieres decir exactamente? -le preguntó Sue, dubitativa.

– Bueno, yo… -vaciló Laurie. Conociendo a su amiga como la conocía, era consciente de que lo que iba a decirle equivalía a una bofetada-. Aunque hay todavía una probabilidad minúscula de que esas muertes fueran accidentales y debidas a complicaciones anestésicas o puede que al efecto imprevisto de algún medicamento, dudo sinceramente que sea así. Y cuando digo «minúscula» me refiero a infinitesimalmente pequeña porque nuestros análisis de toxicología han dado negativo. Sea como sea, la cuestión es que me preocupa que esas muertes sean asesinatos.

Durante unos minutos, ni Sue ni Laurie dijeron palabra, y esta dejó que sus palabras calaran en la mente de su amiga. Le constaba que Sue era sensible y partidaria del Manhattan General en todo lo referente al hospital porque había hecho todas sus prácticas allí.

Al final, Sue carraspeó. Saltaba a la vista que lo dicho por Laurie la había afectado grandemente.

– Dejemos las cosas claras. ¿Crees que tenemos una especie de siniestro Jack el Destripador paseándose por los pasillos de noche?

– En cierto sentido, sí. Al menos es lo que me temo. Antes de que rechaces la idea de plano, recuerda los casos que aparecieron en los medios de comunicación, hará unos años, el de aquellas asistentes sociales que enviaban a sus pacientes al otro barrio. Los recuerdas, ¿verdad?

– Claro que me acuerdo -contestó Sue, aparentemente molesta por la comparación y sentándose muy erguida-. Pero aquí no estamos en cualquier sitio, ni esto es una residencia de tercera. Esto es un hospital importantísimo con muchos controles de seguridad, y los pacientes que me has descrito no estaban postrados por la enfermedad ni eran terminales.

Laurie hizo un gesto de impotencia.

– Resulta difícil rechazar el argumento de que no tenemos pruebas ni explicación para esas cuatro muertes; sin embargo, por lo que recuerdo, algunas de las instituciones afectadas por aquella cadena de asesinatos también eran importantes. Lo que resultó una tragedia añadida fue que el caso se prolongara tanto tiempo.

Sue suspiró profundamente y dejó que sus ojos vagaran por la sala sin verla.

– Mira, Sue -le dijo Laurie-, no espero que te impliques personalmente en este asunto. Tampoco quiero que te lo tomes como una crítica al Manhattan General. Sé que es un buen hospital, y no estoy intentando manchar su reputación. Lo que espero es que puedas indicarme una persona con la que ponerme en contacto para que estos hechos no se repitan en el futuro. Te lo digo en serio, estoy dispuesta a contarle a quien tú me digas exactamente lo mismo que te he contado a ti con la condición de que mi identidad quede al margen, al menos hasta que el Departamento de Medicina Legal se implique oficialmente.

Sue se relajó visiblemente y dejó escapar una rápida risotada sin alegría.

– Perdona, me parece que me tomo cualquier crítica a este lugar como si fuera algo personal. ¡Seré boba!

– ¿Conoces a alguien que encaje, alguien en algún nivel médico-administrativo? ¿Qué tal el jefe de anestesistas? Quizá debería hablar con él.

– ¡No, no, no! -repitió Sue para dar énfasis-. Ronald Havermeyer tiene un ego del tamaño de una placa tectónica con las erupciones volcánicas que corresponden al caso. Tendría que haber sido cirujano. ¡No vayas a hablar con él! Sin duda lo tomaría como algo personal y buscaría vengarse en el mensajero. Lo sé porque he estado con él en varios comités hospitalarios.

– ¿Y qué hay del presidente del centro? ¿Cómo se llama?

– Charles Kelly, pero es tan malo como Havermeyer. Puede que incluso peor. Ni siquiera es médico y está claro que la institución para él no es más que un negocio. No habrá manera de que se muestre receptivo a tu situación y enseguida se pondría a buscar excusas. No, ha de ser alguien con un poco más de finura. Puede que alguien del Comité de Mortalidad.

– ¿Por qué lo dices?

– Sencillamente porque su obligación consiste en atender este tipo de asuntos y porque sus miembros se reúnen una vez a la semana para estar al tanto de la situación.

– ¿Quién hay en ese comité?

– Yo formé parte de él durante seis meses. Siempre hay alguien del ámbito médico que está presente por rotación. Los miembros permanentes son el controlador de riesgos, el jefe del control de calidad, el asesor del consejo del hospital, el presidente, la supervisora de enfermeras y el jefe de personal médico… ¡Espera un segundo!

Sue se abalanzó y cogió a Laurie del brazo con tanta rapidez que esta se sobresaltó y miró a su alrededor, casi esperando una agresión física.

– ¡El jefe de personal médico! -repitió Sue presa de entusiasmo, soltando el brazo de su amiga y haciendo aspavientos con las manos-. ¿Por qué no habré pensado en él antes? ¡Dios mío, es perfecto!

– ¿Y cómo es eso? -preguntó Laurie una vez repuesta del sobresalto.

En ese momento fue el turno de Sue de acercarse y bajar la voz en tono conspirativo.

– No ha cumplido todavía los cincuenta, está soltero y está como un tren. Solo lleva aquí tres o cuatro meses. Todas las enfermeras solteras andan detrás de él como locas, y si yo no estuviera feliz e irrevocablemente casada también lo haría. Es alto, delgado y tiene una sonrisa que funde el hielo. Es más bien narigudo, pero ni se lo notas. Lo mejor de todo es que tiene un coeficiente intelectual de nivel estratosférico y una personalidad acorde con él.

Laurie no pudo evitar sonreír traviesamente.

– Suena encantador, pero eso no es lo que estoy buscando. Necesito alguien con una posición de poder que sepa ser discreto. Eso es todo.

– Ya te lo he dicho. Es el jefe de personal médico. ¿Qué más poder quieres? En cuanto a la discreción, es la personificación de esa palabra. Créeme si te digo que hay que arrancarle con tenazas cualquier información personal. En la fiesta de las Navidades pasadas tardé un cuarto de hora en arrancarle que antes de venir aquí había viajado por todo el mundo con Médicos sin Fronteras. Tuve que morderme la lengua cuando Gloria Perkins, la enfermera jefe de quirófanos, se presentó y lo sacó a bailar.

– Sue, creo que me estás contando más de lo necesario. No necesito conocer la vida de ese tipo. Lo único que me interesa es saber si estás razonablemente segura de que escuchará lo que tengo que decirle, tomará medidas y dejará mi nombre al margen hasta que el Departamento de Medicina Legal intervenga oficialmente.

– Ya te he dicho que es la discreción en persona. Personalmente creo que los dos encajaréis a la perfección. Todo lo que pido a cambio es que le pongáis mi nombre a vuestro primer hijo. No, estoy bromeando. Bueno, vamos a ver si está por aquí.

Sue se puso en pie apartando la silla y empezó a escudriñar la multitud.

Horrorizada al comprender las románticas intenciones de su amiga, Laurie le tiró insistentemente de la manga de la bata.

– ¡Déjalo ya! ¡Este no el momento ni el lugar para que me arregles la vida!

– ¡Calla, niña! -contestó Sue apartándole la mano y sin dejar de escudriñar-. Me has desafiado a que te encuentre alguien adecuado, y ese tío cumple de sobra. ¿Dónde diablos se habrá metido? Siempre anda por aquí rodeado de mujeres como si fuera vestido con papel cazamoscas. ¡Ah, ahí está! No me extraña que no pudiera verlo. Rodeado de su séquito, como de costumbre.

Sin dudarlo un segundo y ajena a las súplicas de Laurie, Sue se puso en marcha. Laurie observó a su amiga abriéndose paso por entre las abarrotadas mesas. A unos veinte metros de distancia, Sue dio un golpecito en el hombro a un hombre de pelo castaño claro y él se puso en pie. Al verlo más alto que su amiga, Laurie calculó que debía de tener la misma estatura que Jack. Durante un rato, Sue habló con él haciendo gestos con las manos que terminaron señalando en dirección de Laurie. Ella se ruborizó y clavó los ojos en su bandeja. La última vez que había experimentado un apuro semejante había sido en el instituto, y aunque en aquella ocasión el asunto salió razonablemente bien, en ese momento no tenía la misma confianza.

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