Robin Cook - ADN
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– El subdirector está a punto de salir para una comida con la Junta Consultiva -le avisó Connie-. Si quieres verlo te aconsejo que bajes enseguida. De lo contrario, tendrás que esperar a después de las cuatro y aun así dependerá de si vuelve, cosa que no puedo garantizar.
– Voy para allá -contestó Laurie colgando el auricular y poniéndose en pie.
– Buena suerte -le dijo Riva, que había escuchado la conversación.
– Gracias -contestó Laurie con escasa sinceridad y cogió el esquema.
– No te lleves un chasco si te encuentras que Calvin es todavía más escéptico que yo -le comentó Riva-. Puede que te arranque la cabeza por esa idea tuya de los asesinatos. Recuerda que tiene debilidad por el Manhattan General porque hizo allí sus prácticas en la época en que el hospital estaba vinculado a la universidad.
– Lo tendré en mente -gritó Laurie mientras se alejaba. Se sentía culpable por su actitud hacia Riva. Estar de tan malhumor no era propio de ella, pero no podía evitarlo.
Por miedo de no encontrar a Calvin decidió no perder tiempo. Cogió el ascensor y en menos de cinco minutos entraba en la zona de Administración. Había un grupo de gente sentada en un diván esperando para ver al jefe, cuya puerta se encontraba cerrada y vigilada por Gloria Sanford, su secretaria. Laurie recordaba haber estado sentada allí mientras esperaba que le echaran un rapapolvo por haber hecho lo que en ese momento pretendía evitar yendo a ver a Calvin. Cuando empezó, Laurie había sido mucho más tozuda y menos política.
– Puedes entrar -le dijo Connie cuando la vio acercarse.
La puerta de Calvin estaba entreabierta, y él se encontraba hablando por teléfono con las piernas apoyadas en una esquina del escritorio. Al entrar Laurie, le hizo gestos para que se sentara en una de las sillas que tenía delante. Ella contempló la familiar estancia. Tenía la mitad del tamaño de la de Bingham y no daba a la sala de reuniones; aun así, resultaba gigantesca comparada con el espacio que ella tenía que compartir con Riva. Las paredes estaban cubiertas con la habitual colección de diplomas y fotos con las autoridades de la ciudad.
El subdirector concluyó su conversación, que, por lo que Laurie había podido entender, tenía que ver con el almuerzo de la Junta Consultiva. El Consejo había sido creado por el alcalde casi veinte años antes para hacer que el Departamento de Medicina Legal fuera menos dependiente del ejecutivo y la policía.
Calvin dejó caer sus gruesas piernas al suelo y contempló a Laurie a través de sus nuevas gafas progresivas y sin montura. Laurie se puso tensa. Gracias a sus pequeños problemas de la infancia con las figuras masculinas de autoridad, Calvin siempre la había intimidado más que Bingham. Se debía a la combinación de su imponente presencia física, a su legendario y explosivo temperamento, a sus fríos y negros ojos y a su ocasional machismo. Al mismo tiempo, lo sabía capaz de un comportamiento cálido y caballeroso. Lo que la preocupaba en cualquier encuentro era qué faceta dominaba.
– ¿Qué puedo hacer por usted? -empezó diciendo Calvin-. Por desgracia ha de ser breve.
– Solo será un momento -le aseguró Laurie entregándole el esquema que había preparado. A continuación le hizo un resumen de la historia de los cuatro casos a medida que se habían presentado, seguido de sus conclusiones acerca del posible mecanismo, causa y tipo de muerte. Solo tardó unos minutos, y cuando hubo terminado guardó silencio.
Calvin seguía estudiando el diagrama. Al final, levantó la mirada. Tenía las cejas arqueadas. Echándose hacia atrás en la butaca -que protestó con un crujido- apoyó los codos en la mesa y juntó las yemas de los dedos mientras meneaba la cabeza lentamente.
– Supongo que mi primera pregunta debe ser por qué me está contando esto cuando ninguno de esos casos se ha cerrado aún.
– Básicamente porque pensé que querría poner al corriente a alguien del Manhattan General acerca de lo que pensamos. Para que sepan de nuestras sospechas.
– ¡Alto ahí! -tronó Calvin echando un rápido vistazo a su reloj, cosa que a Laurie no le pasó inadvertida-. En todo caso les estaríamos advirtiendo de sus sospechas, no de las mías. Me sorprende, Laurie. Está recurriendo a información inadecuada para llegar a conclusiones ridículas y precipitadas. -Golpeó la hoja de papel con el dorso de la mano-. Me está proponiendo que difunda unas especulaciones que podrían resultar sumamente perjudiciales para el Manhattan General si cayeran en las manos equivocadas, cosa que ocurre con lamentable frecuencia. Incluso podrían desencadenar el pánico. Aquí, en Medicina Legal, trabajamos con hechos, no con fantasías caprichosas. ¡Esto podría poner en tela de juicio nuestra credibilidad!
– Mi intuición en este asunto es clara -replicó Laurie.
Calvin golpeó la mesa con la palma de la mano, y algunos papeles salieron volando.
– ¡Mi paciencia con la intuición femenina es cero, si es de eso de lo que hablamos! ¿Qué cree que es esto, un club femenino? ¡Somos una organización científica! ¡Tratamos con hechos, no con corazonadas ni suposiciones!
– Pero aquí estamos hablando de cuatro casos ocurridos en dos semanas que no tienen explicación -gruñó Laurie por lo bajo. Según parecía, había despertado el machismo latente en Calvin.
– Sí, pero ¿sabe cuántos casos tratan en el Manhattan General? ¡Miles! Y ocurre que sé que en esa institución tienen un índice de mortalidad que está muy por debajo del límite del tres por ciento. En lugar de venirme con una historia demencial y sin pruebas sobre un asesino múltiple, vuelva con datos irrefutables de Toxicología o con pruebas de electrocución por bajo voltaje y la escucharé.
– No fueron electrocutados -replicó Laurie, que en cierto momento había considerado esa posibilidad ya que el voltaje normal de 110 V era capaz de provocar una fibrilación ventricular. No obstante, había descartado la idea porque los pacientes no habían sido tratados con aparatos eléctricos. Quizá alguno hubiera tenido contacto con algún equipo defectuoso, pero sin duda no los cuatro, especialmente si se tenía en cuenta que ninguno de ellos había estado conectado a un monitor.
– ¡Solo pretendo subrayar lo que digo! -bramó Calvin. Se levantó bruscamente, haciendo que su silla rodara hacia atrás y golpeara la pared, y devolvió la hoja a Laurie-. ¡Si tan motivada está, váyase y consiga hechos! Yo no tengo tiempo para estas bobadas. He de asistir a una reunión donde se abordan problemas de verdad.
Incómoda por haber sido reprendida como una colegiala, Laurie salió a toda prisa de Administración. La puerta del despacho de Calvin había quedado abierta durante la conversación, y los que esperaban para ver a Bingham la vieron marcharse con rostros inexpresivos. Laurie prefería no imaginar qué pensarían de lo que habían oído. Se sintió aliviada de poder aprovechar un ascensor vacío para recobrar la compostura. Tal como le había confesado a Riva, en esos momentos se sentía frágil. En circunstancias normales habría pasado por alto la áspera respuesta de Calvin a sus preocupaciones. Sin embargo, si sumaba lo ocurrido a las reacciones de Jack y Riva, no podía evitar sentirse como una Casandra cualquiera. Le costaba creer que gente a la que respetaba tanto no pudiera ver lo que para ella estaba tan claro.
De vuelta a su despacho, se dejó caer en su silla y durante un momento hundió el rostro entre las manos. Se sentía bloqueada. Necesitaba más información, pero no podía hacer nada hasta que llegaran los historiales del Manhattan General por el conducto reglamentario. No había forma de acelerar el sistema. Aparte de eso, también estaba obligada a esperar que Peter obrara su magia con la cromatografía gaseosa y el espectrómetro de masas. Al margen de que al día siguiente le llegara otro caso parecido, cosa que no le apetecía nada, no tenía nada que hacer.
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