Robin Cook - ADN

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En el hospital más grande de Nueva York tiene lugar una serie de muertes, ante los ojos de la doctora encargada de las autopsias, inexplicables. El único punto en común entre los pacientes muertos -todos gozaban de muy buena salud- es que pertenecían al mismo seguro médico. Es la primera pista de una terrible historia en la que medicina, adelantos científicos y negocios se enfrentan en una trama de gran suspense…

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Luego, había bajado al tercer piso, al laboratorio de Toxicología donde tuvo el pequeño disgusto de tropezarse con John de Vries. Gracias al mal ambiente que había entre los dos y al hecho de que Laurie se hallaba en su territorio, él le preguntó sin miramientos qué estaba haciendo paseándose por su laboratorio. Dado que no quería complicar la vida a Peter, Laurie tuvo que echar mano de la inventiva, y, como se hallaba cerca de un espectrómetro de masa, contestó que nunca había comprendido del todo cómo funcionaban aquellos aparatos y deseaba saber algo más. Apaciguado, De Vries le entregó unos cuantos documentos antes de excusarse y dirigirse al laboratorio de serología.

Laurie encontró a Peter en su liliputiense despacho desprovisto de ventanas. Cuando él la vio, los ojos se le iluminaron. Aunque Laurie no recordaba a Peter de antes de su incorporación al departamento, él sí se acordaba de ella, de cuando ambos estaban en la Wesleyan University, a principio de los años ochenta. Él iba dos cursos detrás de ella.

– He hecho una exploración toxicológica a McGillin, pero no encuentro nada -le dijo Peter-. No obstante, debo advertirte que a veces ciertos compuestos pueden ocultarse en los picos y valles de los gráficos de lectura, especialmente si la concentración es muy baja. Sería de gran ayuda si me pudieras dar una pista de lo que andas buscando.

– Desde luego -repuso Laurie-. Dado que las autopsias de esos pacientes sugieren que ambos sufrieron una muerte muy rápida, sus corazones tuvieron que dejar de bombear sangre bruscamente. Quiero decir que en un momento dado todo iba bien y, al instante siguiente, ya no había circulación. Eso significa que debemos eliminar toxinas cardíacas como la cocaína y los digitálicos, además de otras drogas capaces de alterar el ritmo cardíaco ya sea afectando el centro que inicia los latidos o el sistema conductivo que envía el impulso al corazón. Por si fuera poco, debemos descartar los medicamentos utilizados para el tratamiento de los ritmos cardíacos anormales.

– ¡Vaya! Eso hace una larga lista -comentó Peter-. La cocaína y los digitálicos los habría visto porque sé dónde mirar en la lectura y son necesarios en grandes dosis para conseguir lo que me has contado. Con respecto a los otros, no lo sé; pero seguiré buscando.

A continuación, Laurie le preguntó sobre Solomon Moskowitz y Antonio Nogueira, cuyas autopsias habían sido hechas unas semanas antes. Le contó que ambos casos eran idénticos al de McGillin. Utilizando su contraseña y el ordenador, Peter accedió al banco de datos del laboratorio. Ambas exploraciones habían resultado normales; pero, teniendo ya una idea de lo que buscaba, se ofreció a repetirlas.

– Una cosa más -le pidió Laurie cuando se disponía a marcharse-. Esta mañana me he ocupado de otro caso cuyas muestras están en camino. De nuevo, se parece curiosamente a los demás; lo cual me hace pensar que algo raro ocurre en el Manhattan General. Ya que no he podido encontrar ninguna patología, me temo que la responsabilidad de descubrir qué ha sido va a recaer en ti.

Peter le dijo que haría todo lo posible.

Tras su visita a Toxicología, Laurie había subido al despacho de George Fontworth para echar una mirada al expediente de Nogueira. George la sorprendió entregándole una copia con un resumen de lo más significativo. Por su parte, Kevin no se mostró tan entusiasta, aunque tampoco puso objeciones a que ella hiciera copias. De regreso a su despacho con todo el material, Laurie lo había repasado a fondo, rellenando las casillas del esquema a medida que iba avanzando.

Cogiendo la hoja con el esquema y haciendo girar su silla, Laurie esperó a que Riva acabara la conversación que mantenía con un médico local sobre el caso de atropello y fuga de aquella mañana.

– Echa un vistazo a esto -le dijo tendiendo la hoja a su compañera de despacho tan pronto como esta hubo colgado.

– Te veo muy trabajadora. Es una manera estupenda de organizar la información.

– Estoy fascinada por este rompecabezas -admitió Laurie-. Y también estoy decidida a resolverlo.

– Supongo que por eso te alegró tanto no hallar patologías en Morgan, porque significaba que tenías otro caso.

– ¡Exacto!

– Así pues, llegados a este punto, ¿qué opinas? -preguntó Riva-. Con tantos esfuerzos, deberías haberte hecho ya una idea.

– Y creo que la tengo. Me parece evidente que el mecanismo de la muerte fue fibrilación ventricular en los cuatro casos. La causa es otra historia, lo mismo que el tipo.

– Te escucho.

– ¿Estás segura de que quieres saberlo? Le comenté mis ideas a Jack y se mostró de lo más displicente.

– Ponme a prueba.

– De acuerdo. En pocas palabras, habiendo llegado a la conclusión de que el mecanismo de la muerte es fibrilación ventricular o muerte cardíaca, y puesto que los corazones aparecían estructuralmente normales, la muerte ha tenido que ser causada por alguna droga que produzca arritmia.

– Eso parece bastante razonable -dijo Riva-. ¿Y qué hay del tipo de muerte?

– Esa es la parte más interesante -contestó Laurie. Se inclinó hacia delante y bajó la voz como si temiera que alguien pudiera oírla-. Creo que se trata de un asesinato. En otras palabras, creo que me he tropezado con el trabajo de un asesino múltiple en el Manhattan General.

Riva empezó a decir algo, pero Laurie la interrumpió con un gesto de la mano y moderó el tono de voz.

– Cuando consiga los historiales clínicos podré completar el esquema, que contendrá los medicamentos del pre y del postoperatorio, y el agente anestésico. Entonces volveremos a hablar y me darás tu respuesta. Personalmente, no creo que esa información extra vaya a suponer ninguna diferencia. Me parece una coincidencia excesiva que en el espacio de unas pocas semanas se den cuatro casos de fibrilación ventricular que no pueda recuperarse con equipos de reanimación en cuatro sujetos jóvenes y sanos que acaban de salir de una operación en el mismo hospital y han seguido el mismo protocolo.

– Es un hospital muy grande, Laurie -comentó Riva, que no quería discutir.

Laurie dejó escapar un audible suspiro. Estaba tan sensible que había considerado el tono de Riva condescendiente y parecido al de Jack. Arrebató con brusquedad la hoja de manos de Riva.

– Se trata solamente de mi opinión -comentó esta al ver la reacción de su compañera.

– Y tienes derecho a opinar -replicó Laurie, haciendo girar su silla y dándole la espalda.

– No era mi intención molestarte -dijo Riva.

– No es culpa tuya -contestó Laurie sin volverse-. Últimamente estoy un poco irritable. -Se volvió y la miró-. Pero deja que te diga una cosa: lo que hizo que aquella serie de asesinatos en las instituciones sanitarias durara tanto tiempo fue que nadie sospechó.

– Creo que tienes razón -repuso Riva sonriendo, pero Laurie no le devolvió el gesto conciliador, sino que se dio la vuelta y descolgó el teléfono. Quizá compartir sus ideas con Jack y Riva no hubiera resultado como esperaba, pero el hecho de expresarlas en voz alta le había ayudado a enfocarlas y la había convencido aún más de que estaba en lo cierto. Las objeciones de sus amigos no habían alterado su opinión. En esos momentos se sentía todavía más convencida de su teoría del asesino múltiple. En ese sentido, comprendía que a pesar de que pudiera resultar prematuro por falta de pruebas definitivas, era responsabilidad suya que el Manhattan General fuera informado. Desgraciadamente, sabía por amarga experiencia que no le correspondía a ella tomar una decisión semejante, sino que debía de salir de Administración y pasar por Relaciones Públicas. En consecuencia marcó la extensión de Calvin Washington y pidió a Connie Egan, su secretaria, que le hiciera un hueco.

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