Robin Cook - ADN

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En el hospital más grande de Nueva York tiene lugar una serie de muertes, ante los ojos de la doctora encargada de las autopsias, inexplicables. El único punto en común entre los pacientes muertos -todos gozaban de muy buena salud- es que pertenecían al mismo seguro médico. Es la primera pista de una terrible historia en la que medicina, adelantos científicos y negocios se enfrentan en una trama de gran suspense…

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– Podríamos subir a la sala de identificación o ir a la cafetería. Tú decides.

La cafetería se encontraba en el primer piso y era una ruidosa sala con un suelo de un linóleo pasado de moda, paredes desnudas y una hilera de máquinas expendedoras de bebidas y dulces. A esa hora de la mañana estaría bastante llena de secretarias y personal en su hora de descanso.

– Vayamos a la sala de identificación -propuso Laurie-. Deberíamos tenerla para nosotros solos.

– Anoche te eché de menos -le dijo Jack mientras esperaban el ascensor.

Vaya, se dijo Laurie. A pesar de sus preocupaciones, su esperanza de poder mantener una conversación de verdad aumentó.

No era costumbre de Jack admitir abiertamente sus sentimientos. Lo miró para asegurarse de que no pretendía ser sarcástico, pero no pudo decirlo a ciencia cierta porque estaba concentrado mirando los números de los pisos que había encima de la puerta. Se iban iluminando con desesperante lentitud. El ascensor de atrás se destinaba a montacargas, y se movía a ritmo glacial.

Las puertas se abrieron y ambos entraron.

– Yo también te eché de menos -reconoció Laurie. Consciente de que podía estar poniéndose en situación vulnerable, se sintió invadida por una embarazosa timidez y evitó mirarlo a los ojos.

– En la cancha de baloncesto me porté como un novato -añadió Jack-. No supe dar una a derechas.

– Lo siento -contestó Laurie, que enseguida lamentó haberlo dicho porque había sonado como si estuviera disculpándose cuando en realidad solo pretendía mostrarse comprensiva.

– Tal como había imaginado, el examen interno de mi caso se correspondió con lo que había conjeturado en cuanto a Síndrome de Muerte Infantil Repentina -comentó Jack para cambiar de tema. Saltaba a la vista que se sentía igualmente incómodo.

– ¿De verdad? -repuso Laurie.

– ¿Cómo te fue a ti? -preguntó Jack cuando el ascensor empezaba a subir-. Cuando me encontré con Janice me dijo que el tuyo era un caso parecido al de McGillin, así que le dije a Riva que seguramente te interesaría.

– Te lo agradezco -contestó Laurie-. Lo cierto es que lo quería. Fue preocupantemente igual que el caso McGillin.

– ¿A qué te refieres con lo de «preocupante»?

– Estoy empezando a creer que tu comentario de ayer acerca de que la ciencia forense puede descubrir causas de la muerte distintas de las esperadas podía ser de aplicación a esto. Creo que puedo tener entre manos un caso de asesinato, una especie de caso Cromwell pero al revés. En otras palabras, que puedo haberme topado con un asesino múltiple. No puedo dejar de pensar en aquellos horribles asesinatos de los hospitales, especialmente los recientes de Nueva Jersey y Pennsylvania. -Laurie no tenía los mismos reparos en confesar sus sospechas a Jack que a Fontworth.

– ¡Caramba! Cuando hablaba de las sorpresas que nos depara la ciencia forense, lo hacía en general. No estaba sugiriendo nada que estuviera relacionado con tu caso.

– Pues yo pensé que sí.

Jack meneó la cabeza cuando las puertas del ascensor se abrieron en la planta baja.

– Pues no, para nada. Y debo decir que estás dando un salto muy grande al sospechar que el caso que me comentaste puede tratarse de un asesinato. ¿Cómo es posible que se te haya ocurrido? -Hizo un gesto a Laurie para que saliera primero.

– Porque en dos días llevo hechas las autopsias de dos individuos jóvenes y sanos que han muerto repentinamente y no presentan patología asociada alguna. ¡Ninguna!

– ¿En tu caso de hoy tampoco has encontrado coágulos ni anomalías cardíacas evidentes?

– Absolutamente ninguna. ¡Estaba limpio! Sí, había algunas fibrosidades uterinas, pero eso fue todo. Al igual que McGillin, hacía menos de veinticuatro horas que la habían operado con anestesia general. Al igual que McGillin, se había mantenido completamente estable y sin complicaciones y entonces… ¡paf, sufre una crisis y no la pueden reanimar! -Laurie hizo chasquear los dedos para dar énfasis a sus palabras.

Cruzaron la sala de comunicaciones. Las secretarias estaban reunidas, charlando. Por el momento, los teléfonos estaban tranquilos. Tras el barullo matutino de la gente que iba a trabajar, la muerte solía tomarse un respiro.

– Dos casos no hacen una serie -declaró Jack, confundido por la sugerencia de Laurie de un asesino múltiple.

– Creo que tenemos cuatro casos, no dos -dijo Laurie-, y eso son demasiados para tratarse de una coincidencia.

Mientras se servían de la cafetera colectiva, Laurie le describió las conversaciones que había mantenido con Kevin y George.

Mientras hablaba, ella y Jack se acomodaron en las mismas butacas de vinilo marrón que antes habían ocupado Kevin y Arnold.

– ¿Y qué dice Toxicología? -preguntó Jack-. Si resulta que no hay patología evidente ni histología, entonces la respuesta tiene que venir de Toxicología, haya habido algo raro o no.

– George me dijo que todavía está pendiente de recibir los resultados de su caso. Está claro que yo tendré que esperar los de los míos; pero, sea como fuere, nos enfrentamos a un cúmulo de curiosas circunstancias.

Jack y Laurie tomaron un sorbo de sus respectivas tazas mirándose por encima del borde. Ambos estaban al tanto de lo que pensaba el otro con respecto a la teoría del asesino de Laurie. La expresión de Laurie era desafiante, mientras que la de Jack reflejaba su opinión de que no venía a cuento.

– Si quieres mi opinión -dijo Jack finalmente-, creo que estás dando rienda suelta a tu imaginación. Puede que estés alterada por nuestros problemas y estés buscando una especie de pasatiempo.

Laurie notó que la invadía una oleada de indignación. Provenía de la actitud paternalista de Jack y de la posibilidad de que estuviera en lo cierto. Evitó su mirada y respiró profundamente.

– ¿De qué querías que habláramos? Dudo que fuera de nuestros respectivos casos.

– Riva me contó ayer lo de tu madre -dijo Jack-. Estuve tentado de llamarte anoche para preguntar por ella y que le transmitieras mis mejores deseos; pero, dadas las circunstancias, me pareció mejor hacerlo en persona.

– Gracias por tu interés. Se encuentra bien.

– Me alegro. ¿Te parece apropiado que le mande unas flores?

– Eso es decisión tuya.

– Entonces lo haré -dijo Jack. Hizo una pausa, se agitó incómodo y a continuación preguntó vacilante-: No sé si debería preguntar esto acerca de tu madre, pero…

Pues no lo hagas, pensó Laurie. Se sentía decepcionada porque al final había permitido que la alteraran. No deseaba hablar de su madre.

– …pero estoy seguro de que sabes que el cáncer de mama tiene un aspecto hereditario.

– Lo sé -contestó mirando a Jack, exasperada, y preguntándose adónde pretendía llegar con aquella conversación.

– No sé si a tu madre le han hecho las pruebas de marcadores que indican la presencia de mutaciones del gen BRCA-1, pero los resultados tendrían mucha importancia de cara a posibles tratamientos. Y lo que es más importante para ti, serían relevantes en lo que a prevención se refiere. De un modo u otro, creo sinceramente que tú deberías hacerte las pruebas. Me refiero a que no pretendo asustarte, pero me parece que has de ser prudente.

– Mi madre ha dado positivo en cuanto a la mutación del BRCA-1 -reconoció Laurie. Su irritación, pero no su desengaño, se había mitigado al comprender que Jack pretendía mostrarse solícito con respecto a su salud y no solamente por su madre.

– Pues mayor motivo aún para que te hagas las pruebas -repuso Jack-. ¿Lo has pensado ya?

– Lo he pensado -reconoció Laurie-, pero no estoy convencida de que vayan a ser relevantes; al contrario, puede que contribuya a aumentar mi ansiedad. No pienso permitir que me extirpen los senos ni los ovarios.

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