Anne Perry - El Rostro De Un Extraño

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El Rostro De Un Extraño: краткое содержание, описание и аннотация

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Su nombre es William Monk, su profesión, detective de la policía. Eso, al menos, es lo que le dicen cuando despierta en un hospital londinense, ya que él no recuerda nada. Al parecer, el carruaje en que viajaba volcó y como consecuencia de este accidente el cochero murió y él quedó malherido. Tras pasar tres semanas inconsciente y otras tantas de convalecencia, Monk recupera la salud, pero no la memoria. Su primer caso cuando se reincorpora en el cuerpo de policía es el brutal asesinato de Joscelin Grey, un héroe de la guerra de Crimea que fue golpeado hasta morir en sus aposentos. Se trata de un asunto delicado, pues la familia de la víctima no está dispuesta a que un simple plebeyo hurgue en sus intimidades. Sin embargo, Monk no se deja amilanar y, mientras busca una clave que ilumine su propio pasado, empieza a investigar entre las amistades de Grey.

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Se enzarzaron en una pelea. Podía ser una lucha en defensa propia, pero en realidad era bastante más. Monk tenía ganas de pelea, quería romperle aquella cara asquerosa, golpeársela, borrar todo lo que había dicho su boca, arrancar de sus pensamientos lo que pensaba de Imogen, vengar todo el mal que había hecho a la familia de ésta. Pero por encima de todo, lo que flotaba en sus pensamientos y le quemaba el alma era el deseo de golpearlo con tal fuerza que ya nunca más pudiera volver a engañar a los demasiado crédulos o a los demasiado acongojados, ni contarles mentiras sobre deudas inventadas ni robar a los muertos el único patrimonio que les quedaba: el lugar que ocupaban en el recuerdo de los seres que los habían amado.

Pero Grey había devuelto golpe por golpe. Para ser un hombre al que el ejército había rebajado del servicio activo por invalidez era sorprendentemente fuerte. Los dos lucharon cuerpo a cuerpo para hacerse con el bastón, chocaron con los muebles y volcaron sillas. La violencia de la lucha era como una catarsis, todo el miedo reprimido, aquella pesadilla hecha de rabia y de angustiosa piedad asomó al exterior y apenas notó el dolor de los golpes, ni siquiera el de las costillas, que Grey le rompió de un formidable golpe en el pecho asestado con el bastón.

Pero el peso y la fuerza de Monk se impusieron, tal vez su rabia era todavía más intensa que el miedo de Grey y todo el rencor que éste había acumulado en largos años de preterición y menosprecio.

Monk recordaba ahora con toda claridad el momento en que había arrebatado el pesado bastón de manos de Grey y lo había descargado sobre éste en un intento de acabar con aquel ser odioso, aquel hombre detestable y obsceno al que la ley era incapaz de poner coto.

Pero de pronto se había quedado en suspenso, sin aliento y aterrado ante su propia violencia y el loco desenfreno del odio que sentía. Grey estaba tendido en el suelo y soltaba tacos como un arriero.

Monk dio media vuelta y salió dejando la puerta abierta a sus espaldas, precipitándose escaleras abajo, con el cuello del abrigo levantado y la cara envuelta con la bufanda para ocultar las señales de los golpes de Grey en su rostro. En el zaguán había pasado por delante de Grimwade. Recordó que en aquel momento había sonado un timbre y que Grimwade había abandonado su sitio y había corrido escaleras arriba.

Hacía un tiempo espantoso. Apenas hubo abierto la puerta, el viento lo azotó con fuerza y lo empujó para atrás. Avanzó con la cabeza baja pero el viento lo zarandeó mientras la lluvia, fría y dura, lo envolvía y le golpeaba la cara. Al desplazarse de un farol a otro, la luz quedaba a su espalda mientras penetraba en la oscuridad.

Vio a un hombre caminar en dirección contraría, en dirección a la luz y el portal que el viento mantenía abierto. Por espacio de un breve instante vio su rostro antes de que entrase en la casa. Era Menard Grey.

De pronto todo se aclaraba y cobraba trágico sentido: no era la muerte de George Latterly ni la explotación de la misma lo que había precipitado el asesinato de Joscelin Grey, sino la de Edward Dawlish… y la traición por parte de Joscelin de todos los ideales en que creía su hermano.

Pero justo entonces la alegría se desvaneció con la misma rapidez con que había surgido y se desvaneció también aquel alivio que sentía, dejándolo temblando de frío. ¿Cómo conseguiría demostrarlo? Era su palabra contra la de Menard. Grimwade había subido a atender la llamada y no se había enterado de nada. Menard había entrado por la puerta a través de la cual Monk había salido y que el vendaval mantenía abierta. No había quedado ninguna prueba material, ninguna demostración palpable de los hechos… sólo la cara de Menard impresa en la memoria de Monk entrevista un momento a la luz de un farol.

Lo colgarían. Ya imaginaba el juicio, ya se veía de pie en el banquillo, tratando inútilmente de explicar qué clase de hombre era Joscelin Grey y que la persona que le había dado muerte no era él sino Menard, el propio hermano de Joscelin. Veía la incredulidad reflejada en los semblantes, el desdén con que lo miraban al ver que intentaba escapar a la justicia valiéndose de aquella acusación.

La desesperación cerró el cerco a su alrededor como una noche negra, anulando toda su fuerza, aplastándolo con su peso. Y entonces sintió miedo. Después seguirían unas breves semanas en una celda con muros de piedra, los impasibles carceleros, compasivos y desdeñosos a un tiempo y, finalmente, la última comida, el sacerdote y el corto paseo hasta el patíbulo, el olor de la soga, el dolor, el ahogo… y el olvido.

Todavía estaba mareado, paralizado de terror cuando oyó pasos en la escalera. El pomo de la puerta giró y vio a Evan en el umbral. Aquél fue el momento más terrible de todos. De nada habría servido mentir. El rostro de Evan revelaba que estaba enterado y dolido. Por otra parte, Monk no quería mentir.

– ¿Cómo se enteró? -le preguntó Monk con voz tranquila.

Evan entró y cerró la puerta.

– Usted me ordenó que investigara a los Dawlish y encontré a un oficial que había estado en el ejército con Edward Dawlish. Me dijo que Dawlish no jugaba y que Joscelin Grey jamás le había pagado ninguna deuda de juego. Se había enterado de todo lo que sabía de él a través de Menard. Corrió un gran riesgo mintiendo a la familia de forma tan descarada, pero funcionó. Lo hubieran respaldado en el aspecto financiero si no hubiera muerto. Echaban la culpa a Menard del deshonor de Edward y le prohibieron que volviera a poner los pies en su casa. Joscelin hizo una jugada perfecta.

Monk lo miró fijamente. Todo casaba. Aun así, jamás conseguiría suscitar ni una duda razonable en un jurado.

– Creo que el dinero de Grey procedía de aquí… de estafar a las familias de los muertos -prosiguió Evan-. Usted estaba totalmente absorbido por el caso Latterly, pero no se necesitaba dar un gran salto con la imaginación para deducir que también a ellos los había estafado… por esta razón el padre de Charles Latterly se disparó un tiro. -Clavó en él su mirada dulce, preñada de tristeza-. ¿No había llegado también usted hasta este punto… antes del accidente?

Entonces, también Evan sabía lo de su amnesia. Tal vez todo era mucho más evidente de lo que él creía: su búsqueda de las palabras, su torpeza en las calles, tabernas, antros… hasta el mismo odio de Runcorn. Ya ninguna de estas cosas tenía importancia.

– Sí-dijo Monk lentamente, como si el hecho de pronunciar las palabras una por una pudiera hacerlas más creíbles-, pero yo no maté a Joscelin Grey. Me peleé con él, posiblemente le causé alguna lesión… él a mí bastantes y serias, pero cuando salí estaba vivo y me insultaba. -Exploró el semblante de Evan y estudió todos sus rasgos-. Ya en la calle vi a Menard que entraba. La luz le daba en la cara, a mí en la espalda. El viento mantenía abierta la puerta de la calle.

Un alivio desesperado y doloroso inundó el rostro de Evan, huesudo y joven, y ahora parecía terriblemente cansado.

– O sea que el asesino es Menard. Era un dictamen taxativo.

– Sí-dentro de Monk floreció una gratitud que lo inundó de paz, aunque no había esperanza para él, era un tesoro inconmensurable-, pero no hay pruebas.

– Pero… -Evan iba a rebatirlo, pero las palabras murieron en sus labios al comprender que lo que decía Monk era cierto.

No habían encontrado nada en ninguno de los registros. Menard tenía motivos, pero también los tenía Charles Latterly e igualmente el señor Dawlish o cualquiera de las otras familias a las que Joscelin había estafado o cualquier amigo al que hubiera deshonrado… o Lovel Grey, al que había traicionado de la forma más cruel posible… o el propio Monk. Monk había estado en el lugar del crimen. Ahora que lo sabían, sabían también lo fácil que era demostrarlo, bastaba con encontrar la tienda en la que había comprado aquel bastón tan vistoso… un objeto tan ostentoso como aquél. La señora Worley lo recordaría y recordaría también su posterior desaparición. Lamb recordaría que había visto el bastón en el piso de Grey la mañana después del asesinato. Imogen Latterly tendría que admitir que Monk había trabajado en el caso de la muerte de su padre.

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