Cada idea nueva lo llevaba más cerca del objetivo.
Monk no dijo nada; buscaba desesperadamente un pensamiento que disuadiera a Evan. Sabía que podría desviarlo de su camino indefinidamente, que llegaría un momento en que tendría que ceder, pero primero quería conocer el porqué. Sentía que había algo que tenía muy cerca, algo situado a un dedo de distancia.
– ¿No le parece bien, señor Monk? -Evan estaba contrariado, se le notaba en la mirada, que tenía como ensombrecida. ¿O sería la decepción provocada por las mentiras de Monk?
Monk se echó atrás, tratando de olvidar el dolor que sentía. Tenía que reflexionar un poco más.
– Estaba pensando en ello -le respondió, procurando que su voz no reflejase la desesperación que sentía-. Sí, es posible que tenga usted razón. Dawlish habló de aventura financiera. No sé hasta qué punto lo informé sobre el asunto, pero tengo la impresión de que todavía no había arrancado, aunque es fácil que hubiera otras personas involucradas. – ¡Cómo odiaba mentir!… y sobre todo a Evan. Aquélla era la peor traición de todas, le era insoportable pensar en la opinión que Evan se formaría de él cuando se enterara-. Convendría investigar un poco más a fondo primero.
A Evan volvió a iluminársele el rostro.
– ¡Excelente! Creo sinceramente que podemos cazar al asesino de Joscelin Grey y estoy convencido de que no tardaremos en conseguirlo. Nos faltan todavía uno o dos detalles, pero después todas las piezas encajarán automáticamente.
¿Sabía lo terriblemente cerca que estaba de la verdad?
– Es posible -admitió Monk, esforzándose en mantener un tono neutro de voz, mientras miraba el plato que tenía delante, cualquier cosa con tal de evitar los ojos de Evan-. De todos modos, conviene que sea discreto. Dawlish es un hombre de posición.
– Lo seré, esto por supuesto, señor Monk. En todo caso, no sospecho específicamente de él. ¿Qué me dice de la carta de Charles Latterly? Era muy fría, digo yo. Y he descubierto infinidad de cosas acerca de él. -Por fin se tragó una cucharada del cocido-. ¿Sabía que su padre se suicidó pocas semanas antes de que mataran a Grey? Si Dawlish era un futuro socio, tal vez Latterly era un socio del pasado. ¿No cree, señor Monk? -Parecía totalmente indiferente al sabor y a la consistencia de la comida, que tragaba casi entera sin prestarle mayor atención-. Quién sabe, podría ser un asunto algo turbio y, al verse involucrado en él, el anciano señor Latterly se quitó la vida. En cuanto al señor Charles Latterly, que fue quien envió la carta , tal vez fue él quien mató a Grey, por venganza.
Monk hizo una profunda aspiración. Necesitaba más tiempo.
– La carta era excesivamente comedida, no era la carta de un hombre apasionado y dispuesto a matar -comentó prudentemente y empezando a comer su cocido-, pero la estudiaré. Usted sondee a los Dawlish y también podría probar con los Fortescue. No sabemos demasiadas cosas acerca de las conexiones entre unos y otros. -Al fin y al cabo, no podía dejar que Evan persiguiera a Charles por un delito suyo, si bien la verdad lo rozaba tan de cerca que a Charles le resultaría difícil defenderse. Charles no era de su agrado, pero aún le quedaba una pizca de honor. Y, además, era el hermano de Hester.
– Sí-dijo-, pruebe también con los Fortescue.
Por la tarde, cuando Evan se lanzó lleno de entusiasmo a investigar a los Dawlish y a los Fortescue, Monk volvió a la comisaría y fue a ver de nuevo al hombre que le había dado la dirección de Marner. El rostro del agente se iluminó nada más verle.
– ¡Hola, Monk! Estoy en deuda con usted. ¡Por fin tenemos al viejo Zebedee! -Agitó en el aire una libreta con aire de triunfo-. Fui a verlo a su antro y, gracias al librito que usted me facilitó, registré todo el edificio y me enteré de todos los fraudes que tenía entre manos. -Soltó una risita ahogada y hasta hipó un poco debido a la satisfacción-. Se ha pasado la vida estafando a diestro y siniestro, cobrando comisiones de la mitad de los delincuentes y maleantes de Limehouse y de Isle of Dogs. ¡Sabe Dios la cantidad de miles de libras que han pasado por las manos de ese viejo infame!
Monk estaba contento de haber ayudado a un compañero.
– Muy bien -dijo Monk sinceramente-. Me gusta pensar que esta sanguijuela se tendrá que pasar unos cuantos años arrastrando la barriga para empujar la noria.
El otro se rió, satisfecho.
– Lo mismo digo, sobre todo por tratarse de él. A propósito, lo de la empresa de importación de tabaco era un camelo. ¿Lo sabía? -Volvió a hipar y se excusó-. La empresa existía, pero no tenía ni la más remota posibilidad de hacer ningún negocio y, menos aún, de conseguir beneficios. Ese tal Grey tuvo la habilidad de retirar el dinero a tiempo. Si no estuviera muerto, me habría gustado acusarlo también a él.
¿Acusar a Grey? Monk frunció el ceño. La habitación se había desvanecido, lo único que veía en aquel momento era una lucecita que se movía en espiral delante de sus ojos y el rostro de su compañero.
– ¿Que le habría gustado? ¿Por qué dice únicamente que le habría gustado? -Casi no se atrevía a preguntar. La esperanza le dolía como algo físico.
– Porque no hay ninguna prueba -replicó el hombre, pasando por alto la ansiedad de Monk-. No hizo realmente nada ilegal, pero tan seguro como que en el infierno hace un calor de todos los diablos que llevaba su parte en esto, aunque era un tío demasiado listo para saltarse la ley a las bravas. De todos modos, fue él quien puso la cosa en marcha… y consiguió el dinero.
– Pero le colaron el fraude -protestó Monk, como si se negara a prestar crédito a lo que decía aquel hombre, al que le hubiera gustado agarrar por los hombros, zarandearlo… y sólo con grandes dificultades se resistía a hacerlo-. ¿Está absolutamente seguro?
– Naturalmente que lo estoy -dijo el otro levantando las cejas-, puedo no ser un detective tan brillante como usted, Monk, pero conozco mi trabajo. Y ni que decir tiene que detecto un fraude cuando tropiezo con él.
»Su amigo Grey era un buen pájaro y trabajaba con mucha limpieza. -Se repantigó en el asiento-. No movía grandes cantidades de dinero, para no levantar la liebre, se contentaba con pequeños beneficios y estaba siempre libre de toda sospecha. Si lo convirtió en hábito, quiere decir que obró con toda impunidad. Lo que no sé es cómo consiguió camelar a toda esta gente y hacer que metiera dinero. ¡Tendría que ver los nombres de algunas de las personas que se decidieron a invertir!
– Sí -dijo Monk-, también a mí me gustaría saber cómo las convencía. Me interesa casi más que todo lo demás. -Su mente se afanaba en busca de pistas, iba tras cualquier indicio que pudiera encontrar-. ¿Hay algún otro nombre en el libro de contabilidad? ¿Algún socio de Marner?
– No, empleados… el del despacho de fuera…
– ¿No tenía socios? ¿Ninguno? ¿Alguien que pudiera estar enterado de los tejemanejes de Grey? ¿Que se quedara con gran parte del dinero si no iba a parar a Grey?
El hombre hipó de forma apenas perceptible y suspiró.
– Hay un personaje nebuloso, un tal «señor Robinson», y una gran cantidad de dinero dedicada a mantener el tinglado secreto y limpio, a disimular pistas. Hasta ahora no hay pruebas de que este tal Robinson estuviera exactamente al tanto de lo que pasaba. Lo hemos estudiado, pero todavía no hay motivo para detenerlo.
– ¿Dónde lo puedo encontrar? -Tenía que descubrir si ya conocía a aquel Robinson de la primera vez que había investigado el caso Grey. Si Marner no lo conocía, quizá Robinson sí.
El hombre escribió una dirección en un trocito de papel y se lo tendió.
Monk lo cogió. Vivía justo por encima de Elephant Stairs, en Rotherhithe, al otro lado del río. Dobló el papel y se lo metió en el bolsillo.
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