En los monitores veo un avión gigantesco azul y blanco a punto de aterrizar. Los noticiarios locales cubren nuestra llegada, y puesto que estamos en su radio de acción, han sintonizado las estaciones de aquí.
Asombroso, me digo a mí mismo.
Dando más crédito a la televisión que a la realidad, mantenemos la vista en los monitores, y en un instante, eso convierte nuestras vidas en la mejor película interactiva del mundo, cuando las ruedas tocan tierra en la tele, notamos cómo tocan debajo de nosotros.
Una vez que han desembarcado los peces gordos, los demás podemos ir hacia la puerta. No hay que andar mucho, pero ya se puede notar el cambio de ánimo. Nadie habla. Nadie se distrae. El jolgorio en el mejor avión privado del mundo se ha terminado. Finalmente, la cola empieza a avanzar y le ofrezco la mano a Pam.
– Vamos, es hora de salir.
Alarga su mano y acepta mi invitación, entrelazando sus dedos con los míos. Le doy un apretón cálido, reconfortante. Un apretón como los que se reservan para los mejores amigos.
– ¿Cómo te encuentras? -le pregunto.
Me aprieta todavía más fuerte y dice una palabra:
– Mejor.
Vamos avanzando lentamente hacia la proa del avión y finalmente vemos lo que produce el retraso en la salida. El Presidente está de pie junto a la puerta principal y va ofreciendo personalmente sus simpatías a cada uno de nosotros.
Ese contacto humano… esa necesidad de ayudar… ésa es exactamente la primera razón por la que vine a trabajar con Hartson. Si estuviera estrechando manos al pie de la pasarela, sería un gesto puramente político, un acto preparado para las cámaras y la reelección. Aquí dentro, la prensa no puede verlo. Es el sueño de cualquier colaborador: un momento que se produce sólo entre él y tú.
Cuando estamos más cerca, veo a la Primera Dama de pie a la izquierda de su marido. Ella conoció a Caroline antes que todos nosotros, algo que puedo descubrir en la tensión de sus labios apretados.
Me lleva otros tres pasos ver esa silueta conocida. Detrás del hombro de Hartson descubro a mi miembro favorito de la Primera Familia de pie en el pasillo y observando los acontecimientos.
Cuando levanta la vista, nuestras miradas se cruzan. Nora me dedica una tímida sonrisa. Está intentando aparentar su indiferencia habitual, pero yo ya empiezo a saber ver lo que hay detrás. La manera en que mira a su padre… luego a su madre… es que ya no son el Presidente y la Primera Dama… son sus padres… eso es lo que puede perder. Para nosotros es un puesto. Para Nora… Si llega a producirse un atisbo de escándalo en torno a ella y el dinero -o, incluso peor, la muerte…-, es su vida.
Suelto la mano de Pam y le hago un ligero gesto con la cabeza a Nora. No estás sola.
No puede evitar devolverme una sonrisa.
Sin decir palabra, Pam vuelve a coger mi mano con fuerza.
– Recuerda solamente esto -me susurra-: «Que cada bestia lleve su carga.»
A la mañana siguiente miro mis periódicos, los llevo a la mesa de la cocina y rastreo mi nombre en las cuatro primeras páginas. Nada. Nada sobre mí, nada sobre Caroline. Incluso las fotos de portada, que pensaba que serían de Hartson en el funeral, están dedicadas al fracaso de ayer de los Orioles. Terminado el funeral, ya no es noticia. Un simple ataque al corazón.
Voy hojeando descuidadamente el New York Times esperando que suene el teléfono. Suena treinta segundos después.
– ¿Tienes la cosa? -pregunto en cuanto descuelgo.
– ¿Lo has visto? -pregunta Trey.
– ¿Ver qué?
Hace una pausa.
– A 14 del Post.
Conozco ese tono. Aparto el Times de la mesa y busco nervioso el Post. Las manos casi no pueden pasar las páginas. 12, 13… aquí. «Abogada de la Casa Blanca en tratamiento por depresión.» Recorro el breve artículo que habla del episodio de depresión de Caroline y cómo parecía superarlo con éxito.
La historia se cuenta sin mencionarme a mí ni una sola vez, pero cualquier adicto a la política sabe lo que sigue. Puede que perdida por las páginas interiores, pero la historia de Caroline sigue viva.
– Por si esto te hace sentirte mejor, no eres el único con malas noticias -dice Trey tratando claramente de cambiar de tema-. ¿Has visto lo de Nora en el Herald? -Antes de que pueda contestarle, me explica-: Según la columnista de cotilleo, uno de los ayudantes principales de Bartlett la llamó, fíjate, «la primera pasota», porque todavía no se ha aclarado después de la escuela. Son unos vampiros chupasangres, violadores de reputaciones.
Me paso al Herald y localizo el artículo.
– No es un movimiento inteligente -le digo mientras lo leo en voz baja-. A la gente no le gusta que se ataque a la Primera Hija.
– No sé -dice Trey-. Los chicos de Bartlett llevan tiempo sondeando el tema. Si deciden sacarlo, apuesto a que es porque la gente está caliente.
– Si fuera así, lo habría dicho el propio Bartlett.
– Espera unos cuantos días… esto no es más que un globo sonda. Me parece estar oyendo a los redactores de discursos escribiendo: «Si Hartson no sabe cuidar de su propia familia, ¿cómo va a ocuparse del país…?»
– Eso es un riesgo muy grande, Dukakis. El rebote de…
– ¿Has visto las cifras? No hay ningún rebote a la vista. Pensábamos que daríamos un salto con el funeral… la ventaja de Hartson ha bajado a diez. Creo que a las mamis de Opinión Pública les encanta esa idea de luchar por las familias.
– No importa. Pondrán la raya ahí. Nunca saldrá de labios de Bartlett.
– ¿Apuestas algo? -pregunta Trey.
– ¿Tan seguro estás?
– Más incluso que cuando lo de la imagen de Hartson con gafas de sol y gorra de béisbol a bordo del portaaviones. Aunque no fuera más que un pequeño Top Gun, te dije que la usaríamos para el anuncio.
– Oh, oh, mucho rollo. -Miro el artículo pensando que se ha acabado una vez más. No habrá modo de hacerle decir eso a Bartlett-. ¿Cinco centavos?
– Cinco centavos.
La mayor parte de estos dos años ha sido el juego más divertido. Aquí a todo el mundo le encanta ganar. Yo incluido.
– Y nada de números -añado-. Nada de echarse atrás a la hora de acusar a Bartlett de ir a por una hija virgen e inocente.
– Oh, nosotros iremos a por él -promete Trey-. Tendré preparada la declaración de la señora Hartson para que salga a las nueve. -Hace una pausa-. Aunque no servirá de nada.
– Ya veremos.
– Seguro que lo veremos -me replica-. Y ahora, ¿estás preparado para leer?
Acerco el Herald, puesto que siempre pasamos primero el Post. Pero cuando miro el periódico, el artículo sobre Caroline sigue mirándome a la cara. Puedo taparlo todo lo que quiera, que no desaparece.
– ¿Puedo hacerte una pregunta?
– ¿Qué pasa? ¿Retiras la apuesta?
– No, sólo es… este artículo sobre Caroline…
– Oh, venga, Michael, creí que no ibas a…
– Dime la verdad, Trey, ¿crees que esto traerá cola?
No me responde.
Me hundo en mi asiento. Por alguna razón, el Post sigue interesado. Y por lo que yo entiendo, están empezando a enfocar el microscopio.
– Busco a un tal agente Rayford -digo leyendo el nombre en el acuse de recibo a primera hora de la mañana siguiente.
– Yo soy Rayford -contesta, molesto-. ¿Quién es?
Mientras dice esas palabras, me cambio el teléfono de oreja e imagino su nariz ganchuda y sus antebrazos sin vello.
– Hola, agente, soy Michael Garrick… usted me paró la semana pasada por exceso de velocidad…
– Y tal vez por traficar con drogas -añade-. Ya sé quién es usted.
– En realidad -cierro los ojos y pretendo no estar intimidado-, de eso quería hablarle. Me pregunto si habrá tenido usted oportunidad de comprobar el dinero, para que podamos terminar con esto…
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